Ravelstein, de Saul Bellow

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Frente al mitoSaul Bellow, Ravelstein, Alfaguara, Madrid, 2000.La aparición de la novela Ravelstein, del escritor norteamericano Saul Bellow (autor de Herzog, Las aventuras de Augie March, El planeta de Mr. Sammler y de El legado de Humboldt, entre muchas otras novelas, y Premio Nobel en 1976), provocó una ardua polémica en los círculos literarios y académicos de los Estados Unidos. Más allá de las discusiones provincianas, es preciso decir que Ravelstein es sin lugar a dudas un acontecimiento mayor en el panorama de la narrativa contemporánea.
     Ravelstein puede leerse al menos de dos formas: como una novela de ficción o como el retrato de una de las figuras más influyentes del pensamiento norteamericano reciente. Nos referimos a Allan Bloom, el intelectual conservador que enfrenta los valores absolutos de Platón al relativismo liberal de las sociedades modernas, y que fuera maestro y consejero de generaciones enteras de personalidades de la política norteamericana. En la novela de Bellow, Ravelstein es un afamado profesor de filosofía política en una universidad que no puede ser otra que la de Chicago, y es autor de penetrantes ensayos sobre Platón y Maquiavelo. Un buen día, aconsejado por Chic, el narrador de la novela, alter ego de Bellow, decide publicar un libro acerca de sus opiniones y consigue con ello volverse rico y famoso y gracias a esto dedicarse a vivir con exquisitez y buen gusto en compañía de su amante, un chico oriental de modales y gustos principescos. Trajes de cuatro mil dólares, plumas Mont Blanc de oro, estancias en los hoteles más exclusivos de París, conforman el universo encantado de Ravelstein, hasta que un buen día aparece el diagnóstico de sida y el principio del fin. Este detalle fue el que provocó la ira de los círculos cercanos a Bloom en los Estados Unidos, ya que fue tomado como una suerte de traición de Bellow a su modelo. La mojigatería y la estupidez, disfrazadas de corrección política y buenas intenciones, suelen esconder sus máscaras de formas grotescas.
     En unos cuantos trazos plenos de precisión, Bellow, maestro en la composición de personajes, nos entrega el retrato de Ravelstein, un hombre al mismo tiempo entrañable y esnob, chocante a menudo, pero siempre rigurosamente genial. En el Café de Flore de París, Ravelstein se encuentra de nuevo con Chic y le sugiere que escriba un libro sobre él. Pero no le pide una biografía, ni un estudio. El resultado es el libro que el lector tiene entre sus manos. Chic-Bellow reflexiona acerca de esta petición de la siguiente forma: "Al escogerme para escribir su memoria, me obligó a considerar también mi propia muerte — y muchas otras muertes. Era tiempo de recolección para una generación entera". Como en una novela en clave, el lector puede demorarse en descubrir quién se encuentra oculto detrás de cada uno de los personajes. Baste mencionar al historiador de las religiones Mircea Eliade tras la figura del profesor Grilescu, oscuro erudito rumano de la Universidad de Chicago, especialista en el mito, siempre obsesionado con pagar en efectivo y cuyo pasado antisemita trata de ocultar a toda costa.
     Las reflexiones en torno al mito de Ravelstein sirven para identificar perfectamente la perspectiva de Bellow como novelista. Ravelstein afirma que el mito se encuentra en la base del antisemitismo. Ser judío es formar parte del mito de la conspiración (esa encarnación vigesímica de un esoterismo invertido, profundamente reaccionario, que se cumple en los Protocolos de los sabios de Zión y que recientemente ha explorado Umberto Eco en un espléndido ensayo titulado "La fuerza de la falsedad"). Es por ello que Ravelstein-Bloom trata con reservas la perspectiva de Grilescu-Eliade. En el fondo Bellow, que en la novela afirma que él, como escritor, está aquí para registrar los fenómenos, nos está ofreciendo, con esta perspectiva, una suerte de estética propia: la novela (es decir, el registro de los fenómenos) enfrentada siempre al mito (la petrificación de los fenómenos y su conversión en arquetipos). Sin embargo, estas reflexiones no se acercan al tesoro que Bellow nos propone. Porque si bien es cierto que Ravelstein es una novela en clave, también se puede afirmar lo mismo de obras como En busca del tiempo perdido de Marcel Proust. Lo que importa aquí es la prosa de Bellow, que oscila entre la velocidad y la reflexión, entre el cuidadoso encadenamiento de las escenas y las meditaciones en torno a la vida, la muerte, el amor, el ser judío, el matrimonio o la enfermedad que el autor va desovillando a lo largo de su novela. Cito casi al azar: "A la pregunta de Ravelstein '¿Cómo te imaginas que será la muerte?' siempre respondí: 'Las imágenes se van a detener'. Lo que quería decir era que en la superficie de las cosas podías atisbar el corazón mismo de las cosas". Ravelstein es una novela sobre la amistad de la misma forma en que En busca del tiempo perdido es una novela sobre los celos. El elemento clave en el libro de Bellow es la compasión. El retrato de Ravelstein lentamente se convierte en gran literatura gracias a una sabia mezcla de inteligencia y sensibilidad. Los giros narrativos, sabiamente marcados por el autor con ironía, transforman el aparente retrato de un personaje en una gran novela.
     Ravelstein está dividida en tres partes perfectamente discernibles. En las dos primeras Bellow se dedica a inventariar las últimas imágenes en la vida de su personaje, mientras que en la tercera nos ofrece una vuelta de tuerca, un giro insospechado que hace que Ravelstein deje de ser novela en clave y se convierta en la más alta literatura. Pocos autores llegan a escribir páginas memorables a los 85 años. Pienso en Tolstoi, Borges, Jünger o Thomas Mann. A esos nombres clave de la literatura del siglo XX hay que añadir el de Saul Bellow. –

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