Agota Kristof
La analfabeta. Un relato autobiográfico
Prólogo de Josep Maria Nadal Suau
Traducción de Juli Peradejordi
Barcelona, Alpha Decay, 2015, 64 pp.
Parece que los editores se hayan puesto de acuerdo en brindarnos historias de mujeres que buscan en la lectura, y no en otra parte, un modo de empoderarse. Así, la dramaturga británica Nell Leyshon ha merecido el Premio Libro del Año que concede el gremio de libreros de Madrid por su novela Del color de la leche (Sexto Piso), donde narra la peripecia de Mary, una quinceañera que en la Inglaterra rural de mediados del siglo XIX descubre la lectura como refugio y se lanza acto seguido a la aventura de la escritura. Por su parte, en Cómo aprendí a leer (Periférica), la francesa Agnes Desarthe cuenta su propia historia de descubrimiento de la alta literatura, de la que antes había permanecido separada por un grueso muro de indiferencia.
De la mano de la húngara Agota Kristof (1935-2011) nos llega sin embargo una perla rara en esta temática, pues La analfabeta es un descubrimiento ante el que los lectores no debieran permanecer indiferentes, aunque algunos ya tuvimos acceso a ella hace unos años y en la misma traducción que hoy nos llega. Ejercicio de contención donde los haya y soberbio ejemplo de escritura carente de circunloquios, La analfabeta resume en sesenta páginas la vida de su propia autora y lo hace con una precisión que ni un reloj suizo.
En Suiza, concretamente en Neuchâtel, recaló la autora en 1956 con su marido y su hija de cuatro meses tras cruzar a pie la frontera que separaba Hungría de Austria: se convertía así en una exiliada política, como tantas escritoras del siglo XX, de Irène Némirovski a Mercè Rodoreda, pasando por Hannah Arendt. Entre la cárcel y el exilio que el régimen soviético ofrecía a quienes defendieron la Revolución húngara, Agota Kristof prefirió este último. El éxodo fue también el destino de otros escritores húngaros, como Sandor Márai, mientras que autoras como Magda Szabó se quedaron, sufriendo el apartamiento y la censura.
Antes de su marcha, Kristof no fue en su país más que una autora en ciernes: aunque sus historias comenzaron a gestarse en lengua húngara, vieron la luz posteriormente y ya en francés, una lengua adquirida con la clara vocación de erigirse en su lengua literaria. Hoy Kristof es conocida por la célebre trilogía Claus y Lucas, cuya primera entrega, El gran cuaderno, publicada en 1986, cuando la autora ya era madura, se tradujo a treinta idiomas y recibió el Premio Europeo de Literatura Francesa.
Los once textos que a modo de capítulos componen este relato autobiográfico fueron publicados en una revista de Zúrich, impelida su artífice por razones crematísticas. No les dio ningún valor literario, y las consideró meras redacciones escolares, aunque en su descargo haya que mencionar que nos hallamos ante una autora de singular autoexigencia, que dejó de escribir cuando una historia se le atascó en el tintero. Testimonio de una historia vital desgarradora y, como ya decía, genial muestra de elipsis antiproustiana, La analfabeta ha quedado por el contrario como una cumbre en la escritura de esta autora descarnada, tal como la adjetivó Javier Rodríguez Marcos en una entrevista publicada en El País (24 de febrero de 2007).
“Leo. Es como una enfermedad. Leo todo lo que cae en las manos, bajo los ojos. Diarios, libros escolares, carteles, pedazos de papel encontrados por la calle, recetas de cocina, libros infantiles. Cualquier cosa impresa. Tengo cuatro años. La guerra acaba de empezar.” Esa era la autora en sus comienzos y así empieza La analfabeta. Algo más tarde, aún siendo una niña, es ella quien le cuenta historias a su abuela cuando va a acostarla y no al revés: “Las historias las explico yo, no tú”, le espeta decidida. Años después, en el internado, durante las horas de silencio obligatorio, empieza a redactar una suerte de diario: “me invento una escritura secreta para que nadie pueda leerlo”.
Kristof crece en la ignorancia de que puedan existir otras lenguas, pero un buen día el ruso es impuesto como lengua obligatoria, mientras las demás son prohibidas. “Así es como, a la edad de veintiún años, cuando llego por casualidad a Suiza, a una ciudad en la que se habla francés, me enfrento a una lengua totalmente desconocida para mí. Aquí empieza mi lucha por conquistar esa lengua”. Su analfabetismo no fue pues el de la abuela de Claus y Lucas, sino un analfabetismo literario que la impele a hacerse con una nueva lengua que le permitirá leer a Voltaire y a Camus, y por supuesto escribir: “De lo que estoy segura es de que hubiera escrito lo que fuera en cualquier lengua.”
Vienen después los años de trabajo rutinario en la fábrica de relojes, como el protagonista de su novela Ayer, que el italiano Silvio Soldini llevó al cine. Escribía entonces mentalmente y, en las pequeñas pausas que la máquina le brindaba, anotaba las frases. Así se convirtió en escritora, tras el arduo proceso de hacerse con las bridas de su nueva lengua: “uno se hace escritor escribiendo con paciencia y obstinación, sin perder nunca la fe en lo que se escribe”. Retrato de la renuncia y de la soledad, esta nouvelle resulta conmovedora en su dureza y en su contención. ~
(Barcelona, 1968) es escritora y crítica literaria. Recientemente ha publicado la novela El silencio (Caballo de Troya, 2008) y el libro de poemas Gran amor (Egales, 2011).