El hombre que hizo pop

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Gonzalo Suárez

Las fuentes del Nilo

Madrid, Alfaguara, 2011, 688 pp.

 

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El síndrome de albatros

Barcelona, Seix-Barral, 2011, 240 pp.

 

Esto no es exactamente una reseña. Esto es, más bien, la enunciación pública y por escrito de un misterio numerosas veces enunciado en privado y a viva voz. Veamos, leamos, allá vamos, y el misterio es el siguiente: ¿Dónde está/queda Gonzalo Suárez? Suárez (para mí, para alguien a quien demasiado a menudo se califica de escritor del pop como novedad dentro de un paisaje demasiado figurativo) como el hombre que hizo pop mucho antes, hace tanto tiempo. Y Suárez, también, como el hombre que –onomatopéyicamente, en plan cómic– hizo ¡Pop!: ese sonido que, entre globos y viñetas, hacen aquellos quienes, de pronto y sin aviso, desaparecen en acción, se esfuman, adiós y, tal vez, (continuará…).

Y –resumen de lo publicado– Suárez apareció por primera vez en Oviedo, Asturias, 1934, lugar y año de nacimiento. Luego, en 1963, firmó su primer libro. Y, en 1966, se pone por primera vez detrás de una cámara. Y, sí, continúa desde entonces. Aquí, allá y en todas partes, como un visible hombre invisible y un innombrable cuyo apellido no puede obviarse aunque complique paisajes, generaciones y teorías. Porque, ¿puede ubicarse a Suárez junto a Eduardo Mendoza y Javier Marías como tercer padre fundador de una nueva literatura española? Creo que sí. ¿Conectan sus maniobras metaficcionales con lo que suele hacer y deshacer Enrique Vila-Matas a la hora de plantear ficciones no-ficciones en las que el escritor es persona y personaje? Por supuesto. ¿Anticipan en décadas su manipulación de artefactos y arquetipos de la cultura popular y su atomización de estructuras –para colmo, cultivando un alias fecundo, Martín Girard, y teniendo un hijo que resulta en respetado director y diseñador de videogames– mucho de lo que por estos mismos días se ofrece como vanguardia de último momento? Exacto. ¿Llega Suárez a juguetear, en Operación Doble Dos,con el material radiactivo del best sellercomo espécimen paranoico-conspirativo mucho antes y mucho mejor que Dan Brown y sus sacrílegos fieles? Pues sí. ¿Desentonaría un relato como “Ombrages” en el Llamadas telefónicas de Roberto Bolaño? De ningún modo. Y es más: ¿conecta lo suyo en simultánea con lo que hacían en Estados Unidos nombres como Barth & Barthelme & Coover & Pynchon & Vonnegut y sintoniza en sincro su periodismo con el new journalism de entonces? Yes. Y, aun así, Suárez no suele figurar en ningún canon, Babelia no le dedica su portada ni bendice como “libros de la semana” sus cuentos reunidos y novela nueva y –mientras escribo estas líneas– su rostro curtido no ha aparecido aún en ningún dossier de Quimera. Y –cuando desde hace años vengo intentando iluminar los ángulos del enigma– siempre tropiezo con dos respuestas que no me parecen suficientes y que no me alcanzan para explicar los motivos de semejante crimen imperfecto. La primera respuesta es: “Gonzalo Suárez está considerado más un cineasta que un escritor” (coartada inmediatamente desmontable; porque su vida nos informa que primero fue la tinta y luego el celuloide, y que tanto una como otro han sido atendidos con pareja dedicación). La segunda de ellas: “Gonzalo Suárez nunca se preocupó por trabajar su perfil literario” (lo que resulta más que inquietante; porque siempre pensé que trabajar de escritor pasaba, fundamentalmente, por escribir libros buenos; y Suárez lo ha hecho muchas veces). Como dije: poca cosa, insuficiente, inverosímil. Me parece más pertinente una tercera pero igualmente imprecisa opción: Suárez –aunque en sus inicios supo ser apreciado y valorado y estuvo en boca y elogios de gente como Vicente Aleixandre y Pere Gimferrer a la vez que fue uno de los primeros fichajes de Carmen Balcells– molesta y complica, desarticula y enturbia, inquieta y descompagina y desenfoca una historia moderna de las letras ibéricas. De ahí que, mejor, hacerlo a un lado y no percibir su influjo (en no futuros pero ya presentes animales exóticos como el también filmante Ray Loriga, Antonio Orejudo, Luis Magrinyá o Manuel Vilas), su uso del humor (nada parece perturbar más que el humor y el buen humor a los serios) y su manera de mezclar géneros. Y para aquellos que quieran ir más lejos, ahí está el tan contundente como singular gesto de Javier Cercas, hasta donde sé único entre sus colegas que se ha tomado el trabajo de leerlo y de reflexionarlo. Y de poner todo eso por escrito en el ensayo La obra literaria de Gonzalo Suárez (Barcelona, Sirmio/Quaderns Crema, 1993) donde, de entrada y de salida, campea la maravilla y la admiración confesa pero, casi a regañadientes y pidiendo justicia, no puede evitarse la enumeración de etiquetas pegadas por los de afuera siempre cercanos como “autor de culto”, “raro”, “outsider”, condenado “en la actualidad a un ostracismo más o menos digno” y, finalmente y por encima de todo y de todos, “precursor”. Me comenta Cercas que Juan José Millás dijo alguna vez algo como que Suarez llega siempre antes a todas partes y que, para cuando lo alcanzan los demás, Suárez ya se ha ido. Así que siempre ha estado solo y a solas.

Pues eso.

Pero de lejos a veces se ve mejor y vuelvo a lo del principio. Marcha atrás. Y, sí, las máquinas del tiempo existen y se llaman libros y ahí estoy yo sosteniendo por primera vez la entonces flamante copia de Gorila en Hollywood que es la misma copia, ya no tan flamante pero aún presentable, que sostengo ahora. Es el año 1980 y estoy en una librería de Buenos Aires y algo en ese libro de ese autor que no conozco llama mi atención. En realidad, varias cosas: la portada con viñeta de cómic, la foto de solapa en la que el autor aparece junto a Ray Bradbury, el texto de contraportada donde se invoca la figura del Corto Maltés (obsesión mía por aquellas fechas) y un breve texto introductorio de Julio Cortázar donde se abre con un “Para alguien que aprecie lo juegos sigilosos de una inteligencia irónica, y la marginalidad deliberada allí donde la gran mayoría trabaja a full time, la obra resbaladiza y casi inasible de Suárez dibuja en el panorama español contemporáneo algo análogo a lo que pudo dibujar en su día y en Francia la obra de Boris Vian”, se profundiza en que “de alguna manera cuyo secreto solo él conoce, Gonzalo Suárez transita desde hace años por los registros más variados de la vida intelectual española, pero esa actitud de tránsfuga y casi de fantasma inquieta e incluso enoja a los críticos amantes del orden, los géneros y las etiquetas”, y se concluye con un muy cronopio “¿Escritor que hace cine, cineasta que regresa a la literatura? De cuando en cuando hay mariposas que se niegan a dejarse clavar en el cartón de las bibliografías y los catálogos, de cuando en cuando, también hay lectores o espectadores que siguen prefiriendo las mariposas vivas a las que duermen su triste sueño en  las cajas de cristal”.

Suficiente, me dije. Pagué lo que me pidieron por Gorila en Hollywood, volví a casa y enseguida descubrí que yo era una lector de Suárez. Tiempo después –en el contexto de un festival de cine español donde Pedro Almodóvar ya era una estrella mientras los porteños recientemente democratizados se desesperaban por clonar la movida madrileña– descubrí que yo también era un espectador de Suárez. Allí vi la indefinible Epílogo (de 1984 y que se nutría de varios de los textos de Gorila en Hollywood) y, un poco más adelante, me senté frente a esa maravilla sobre la génesis de Frankenstein que es Remando al viento. Y, por supuesto, preguntaba a diestra y siniestra si alguien había leído a Suárez entre los que, como yo, nos preparábamos no para ser escritores (porque ya lo éramos) sino para escribir libros. Y no había viajero a la Madre o Madrastra Patria al que no le pidiese, por favor, libros de Gonzalo Suárez. Así, fui amasando lenta y laboriosamente su obra completa  y en octubre de 1991 tuve la oportunidad de entrevistarlo para un medio argentino y de pedirle que me dedicara y firmara mi querido ejemplar de Gorila en Hollywood.La dedicatoria –tengo que admitirlo– no fue gran cosa. Un tibio y poco ocurrente “En recuerdo de nuestro encuentro” por encima de la tan suareziana dedicatoria original, a un tal Juan Bustamante, “en recuerdo de aquella morsa que asomó la cabeza en aguas del Pacífico y nos miró fijamente, con insolencia, sin apartarse”.

Aquí lo tengo, lo tuve, lo seguiré teniendo.

Y, ahora, Gorila en Hollywood forma parte de la recopilación total de textos breves e incontestable acontecimiento editorial que es Las fuentes del Nilo, donde se encuentran también Trece veces trece, De cuerpo presente, Rocabruno bate a Ditirambo, La zancada del cangrejo, Paso atrás, El asesino triste y El roedor de Fortimbrás. Es bueno tenerlos todos juntos, en un solo sitio, todos estos textos que Suárez define en el prólogo  como pertenecientes al género de acción-ficción donde las “mentiras  de verdad” se imponen a las “verdades de  mentira”.

El efecto –sostenido y más potente que nunca– se continúa con el estreno, en tándem con sus fantasmas de navidades pasadas, de El síndrome de albatros, que Suárez define como “novela de aventuras” pero que, como suele suceder con aquellos pocos que han sabido marcar territorio, no es otra cosa que una summa estética/creativa y prolongación y recurrencia de ritmos, obsesiones, espasmos y, sí, rarezas. A saber: la Historia Universal disolviéndose en la historia privada, asesinatos terráqueos, postales marcianas, detective y mujer fatal, guion y parlamentos, tumbas y tumbos, el boxeador marca de la casa, muñecos de verdad y psiquiatras que manejan a sus pacientes como títeres, acidez lisérgica y dulzura alucinada…

Bienvenidos sean el fluir de Las fuentes del Nilo y el aleteo de El síndrome de albatros como inmejorable nueva oportunidad para que sean los lectores quienes, por una vez, hagan ¡pop!de sorpresa y de regocijo y brinden a su salud y a sus saludes (el ¡pop! de un par de festivas botellas al descorcharse) y se pregunten no dónde estaba Suárez sino dónde estuvieron ellos. De no ocurrir esto –vivimos en un mundo imperfecto y mal escrito– me divierte y me regocija y me consuela pensar en el efecto que producirán estos dos libros, en dos o tres décadas y con el misterio aún sin resolver, en algún joven que sueña con vivir de contar mentiras de verdad.

 Mientras tanto y hasta entonces, aquí sigue Gonzalo Suárez, como una morsa que asoma la cabeza en aguas del Mediterráneo y nos mira fijamente, con insolencia, sin apartarse, aunque muchos no quieran o no puedan verlo. ~

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es escritor. En 2019 publicó La parte recordada (Literatura Random House).


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