Schrauwen: El abuelo en bicromía

Arsène Schrauwen

Olivier Schrauwen

Traducción por Alberto Gª Marcos, Joana Carro y César Sánchez

Fulgencio Pimentel

Logroño, 2022, 256

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La lección que se puede extraer de aquella velada en la que Cristóbal Colón se convirtió en “el primer hombre que puso un huevo de pie” no es el mero procedimiento de cascarlo levemente de modo que se mantuviese erguido sobre su base, sino la más universal que se resume en “ah, vale, que se podía hacer así”, accesible y deslumbrante, y sirve para casi cualquier ocasión en que queramos resolver algo. Por ejemplo, nos viene a la mente cuando contemplamos los dibujos de algunos escogidos dibujantes. Qué manera de hablar con las líneas, qué dibujos, qué buenos son en su particularidad única; nunca había imaginado, hasta ahora que los veo por primera vez, que el mundo pudiera reproducirse de esta manera tan particular, y sin embargo qué naturales, qué expresivos y hasta qué reconocibles resultan, ahora que los veo por primera vez: ¡pues claro!

Un pues claro así de grande me ha asaltado al leer y mirar la novela en viñetas Arsène Schrauwen, del belga Olivier Schrauwen, que la editorial Fulgencio Pimentel acaba de reimprimir en un solo volumen, después de haberla publicado en tres cuadernos hace diez años. Para quien no lo haya leído en este tiempo, resumiré que Olivier Schrauwen recrea aquí las aventuras vividas por su abuelo Arsène, que en 1947, a la edad de 26 años, se embarcó en el puerto de Amberes con destino al Congo Belga, con la intención de visitar a un primo suyo y ayudarle en sus estrafalarios negocios. 

¿Le contaría a su nieto el abuelo Arsène, al cabo de los años, las demenciales aventuras que vivió en África? A menudo decimos “esto se lo contaré a mis nietos”, cuando vivimos cosas extraordinarias. El planteamiento en curso es que es el nieto quien se encarga de relatar las tribulaciones de un belga en el Congo Belga, y ya desde las jornadas a bordo se establece el tono de alucinación febril en el que va a transcurrir la historia. Dudo mucho que el abuelo, al cabo de los años, eligiese para transmitir su historia detenerse en las impresiones que desarrolla el nieto, porque muchas son procesos psicológicos que el olvido provocado por el paso del tiempo o el pudor harían difíciles de confesar. Arsène es un personaje algo dubitativo, un poco atolondrado, que apenas sabe nada de la vida, hasta pasmado en ocasiones, y precisamente esas cualidades poco lustrosas parecen servirle para salir airoso cada vez que las cosas se tuercen o exigen de él un comportamiento más o menos heroico. No enterarse de qué va la vaina es a menudo la manera más segura de andar por el mundo. La circunstancia de que el protagonista sea el abuelo del autor del libro no parece afectar en absoluto a la historia, porque, salvo que se menciona en varias ocasiones ese parentesco, no hay nada en el relato que indique que aquel viaje, un trastabilleo iniciático, determinase el rumbo de la familia. Pero esto es quizá lo más encantador del homenaje: la fantasía que desarrolla el nieto a partir de ese hombre precisamente porque luego se convirtió en su abuelo. Que viñeta a viñeta sepamos que hay un vínculo afectivo entre dibujante y dibujado le da un tono mucho más conmovedor a la historia. ¿Será porque mientras asistimos a esas peregrinas andanzas vamos pensando “podría ser mi abuelo”?

Pero en realidad sí que hay algo que los une, y está en la primera página, en la que Olivier se presenta a sí mismo y su novela en cuatro viñetas, y dice “de mi abuelo heredé la nariz, los ojos y el hoyuelo de la barbilla”, y así no solo expone el vínculo sino que asienta el estilo de dibujo que luego se desplegará en el libro. Primero se autorretrata y en la siguiente viñeta rescata la nariz, los ojos y el hoyuelo de la barbilla y los planta dentro de la limpia silueta de un huevo; recuerda a aquellos libros en que se enseña a dibujar a los niños a partir de figuras geométricas básicas. Este recurso como de dibujante primerizo se utilizará mucho después a modo de elemento bien expresivo, bien dramático. Por ejemplo, un personaje que en una viñeta solo sirve para transmitir una información aparece con un rostro esquemático, intercambiable, hasta el momento en que otro de los personajes se fija en él, se dirige a él y percibe así su individualidad, lo que hace que en la siguiente viñeta el primero adquiera rasgos únicos y distintivos. Se podría sacar de aquí un breve tratado sobre la dignidad humana, sobre cómo la atención que nos dediquemos los unos a los otros es lo que nos humaniza y nos rescata de la masa indistinta. En estos dibujos tantas veces grotescos se transmite de manera inmediata. ¿Lo habrá tomado Olivier Schrauwen de los retablos flamencos?

De igual modo en el breve lapso entre viñeta y viñeta pasamos de estar asistiendo al informe objetivo de unos hechos a su transformación en metáfora psíquica. Esto es recurrente: de las braguetas salen pájaros y hay quien se siente como un pollo desplumado a punto de que lo metan en el horno, pero es que antes ha habido pájaros y pollos asados reales, que eran objetivos antes de colarse en la subjetividad de los personajes. También a partir de lo que advertimos de paso montamos a diario nuestras pesadillas y nuestras ensoñaciones, y quizá por eso podemos reconocer el trasvase dentro-fuera, y a fin de cuentas su disolución, que nos cuentan estos dibujos de apariencia pedestre. 

Otro recurso básico y muy característico del libro es el cambio de tinta, azul y teja, que en muy pocas ocasiones se mezclan en una sola viñeta. El cambio de color coincide con los cambios de temperatura o de humor, y nos arrastra a nuevos tonos narrativos, igual que los personajes son arrastrados de una aventura a otra sin que parezca que puedan dominarlas. No tenemos más remedio que plegarnos a esos cambios de color que se dan al margen de nuestra voluntad, y así, aunque pasan muchas cosas en esta historia, ninguna acaba de resolverse de una manera irreversible: son como hechos absurdos que jalonan los días sin que entendamos a qué vienen. Aunque siempre se nos conceden epifanías: en el caso de Arsène, todo lo que tiene que ver con la mujer de la que se enamora, Marieke, la mujer de su primo, el personaje que se nos presenta en los dibujos más llenos de misterio (lo que quizá indique la profunda subjetividad de toda la historia, al fin y al cabo). 

Finalmente, Arsène vuelve a Bélgica como quien despierta de un sueño, y quizá el resumen de su historia podría ser el mismo con el que la niña Zazie acaba la novela de Raymond Queneau cuando le preguntan qué ha hecho: “J’ai vieilli”. 

Y el resumen de la lección de arriba podría ser: “Hazlo como te parezca mejor a ti”.

Arsène Schrauwen
Olivier Schrauwen
Traducción de Alberto Gª Marcos, Joana Carro y César Sánchez
Fulgencio Pimentel, Logroño, 2022

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Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).


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