T.S. Elliot: rescate y disgresiones

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La reedición de Función de la poesía y función de la crítica, de T.S. Eliot en traducción de Jaime Gil de Biedma, es una buena noticia editorial. Fue publicada por primera vez por Seix Barral en 1964, con un excelente prólogo de Jaime Gil también recogido ahora. Esta obra fue publicada en su versión original en 1933: The Use of Poetry and the use of Criticism y contiene el curso profesado en la cátedra Charles Eliot Norton en la Universidad de Harvard, Estados Unidos, en el periodo 1932-1933. Eliot estaba separándose entonces de su primera mujer, Vivien, y era un hombre de unos 44 años. Ya había escrito varios de sus mejores poemas, entre ellos The Waste Land (1922) y parte de su obra crítica decisiva: sus Selected Essays y su libro sobre John Dryden son de 1932. La aparición de este libro en español fue muy oportuna porque constituyó, como señaló Gil de Biedma, un contraste con las ideas de crítica poética vigentes entonces en España. Quizá no sea una exageración afirmar que en muchos aspectos la obra de Eliot no ha perdido su función respecto a las ideas vigentes en España 35 años después, y si esto es cierto habrá que pensar que esas ideas no están siendo pensadas. En aquel momento, el poeta barcelonés aprovechó, apoyándose en una observación de Eliot, para criticar la teoría de Carlos Bousoño consistente en entender la poesía como comunicación. Pocos años después se publicó un librito excelente de Juan Benet, La inspiración y el estilo (1966), que también hubiera sido de provecho general y que sin duda lo fue para algunos. En 1967 sale la edición definitiva de El arco y la lira, de Paz, y en 1971 Las palabras de la tribu de José Ángel Valente, autores todos ellos que aprendieron del poeta inglés mucho sobre crítica. Si traigo a colación estas cuatro obras, de importancia distinta, es porque tienen un denominador común: fueron escritas por lectores singulares, pero no tanto como para que no podamos identificarnos con ellos. Lectores forzosa y afortunadamente parciales, pero lúcidos. Y sobre todo, escritores con gran capacidad de leer realmente un texto y no tomarlo como pretexto de elucubraciones interesantes o baladíes pero que, finalmente, están dispuestas a prescindir de la literatura misma. En ellos hay siempre un retorno a la literatura, pero tras haberla conquistado para el lector. Si es verdad, como afirma Eliot, que hay una "relación significativa entre la mejor poesía y la mejor crítica del mismo periodo", es curioso que estos libros estén escritos a su vez por creadores notables.
     Eliot, hombre dotado para las ideas, mantuvo su crítica fuera de la especulación filosófica. Sin duda tuvo reservas, apoyadas en su escepticismo vital y espiritual, acerca de la imaginación filosófica. Sus ensayos, varios de los mejores contenidos en este volumen y en Sobre poesía y poetas (1957), están escritos bajo el dictum de I.A. Richards: con un conocimiento apasionado por la poesía que, sin embargo, debe ser analizada con desapasionamiento. A veces hay rasgos de ironía respecto al sentido de la poesía que nos recuerdan a Auden, aunque éste tuvo siempre un acento más ácido. Función de la poesía y función de la crítica tiene por tema la poesía y la crítica de poesía inglesa desde el siglo xvi hasta el primer tercio del xx; una frase del mismo Eliot define bien la relación entre ambas: la crítica no es un simple catálogo de opiniones sino "un proceso de reajuste entre la poesía y el mundo en el cual y para el cual se produce". Bajo esta premisa analiza Eliot algunos momentos determinantes que tienen por nombres: Dryden, Wordsworth, Coleridge, Shelley, Keats y Matthew Arnold. No voy a descubrir ahora al Eliot crítico, así que me limitaré a unas breves observaciones.
     Algún lector no avezado quizá pase por Eliot como ante lugares comunes. Y no estaría mal que ya lo fueran algunas de sus ideas, es decir, que hubieran sido pensadas por tantos que se hubieran convertido en un bien común, pero me atrevo a indicar que ese sentido común tan propio de Eliot es un logro suyo, y que gracias a la exactitud de su prosa y la claridad de sus exposiciones ya nos parece nuestro. Es una ilusión que exige de nosotros la prueba de fuego: nuestra capacidad para enfrentarnos a la obra literaria con su mismo olfato. Un lector, un verdadero lector, carece de recetas, aunque no de adiestramiento. Es interesante releer la conferencia sobre Wordsworth y Coleridge como una reacción a uno de sus momentos más inspirados, el de La tierra baldía. Sin duda fue algo injusto con el autor del Preludio, pero agudo en su crítica de su inspiración sin demonio, a diferencia de Coleridge. Le pareció un poeta inspirado pero no lúcido, lo contrario de Coleridge, poseedor de una alta capacidad crítica. Eliot aquí parece hacerse eco de Valéry, quien afirmaba que prefería ser el autor de un mediano poema hecho a conciencia que de uno excelente producto de un arrebato. Es estupenda esta frase, dedicada a Coleridge y que nosotros tal vez podamos dedicársela al autor de La tierra baldía: "durante unos pocos años le visitó la musa […] y desde entonces se convirtió en un hombre atormentado, porque aquel a quien la musa visitó alguna vez es un hombre atormentado desde ese punto y hora". Cómo no querer atrapar esa otra mano en sombra que escribe al mismo tiempo que la de uno. Ese es el tormento: haber escrito a dos manos y saber que nada se puede hacer a voluntad por recuperar ese otro lado de gracia. Así pues, la Biographia Litteraria expresa a un hombre destruido; "pero a veces un hombre destruido constituye una vocación". Compárese con lo que dice del pobre Wordsworth, sin duda un poeta desigual pero uno de cuyos extremos toca lo definitivo: "no fue un renegado sino un hombre que pensaba por su cuenta, si es que pensaba".
     Algo que todos nos preguntamos es cuál es la misión de la poesía o, más simplemente, para qué sirve. Eliot estaba realmente preocupado por esta idea, porque su idea de la modernidad era sin duda negativa. Le pareció que asistía a un mundo desordenado y vacío, desalmado y sin rumbo, de ahí su amor por Dante y por Santo Tomás (el antiguo orden). Pero no buscó en la poesía una nueva religión y vio las inquietudes románticas en este sentido con desdén. Le pareció que Shelley esperaba demasiadas cosas de la poesía y naturalmente pensaba algo parecido a Auden en cuanto a su célebre frase de que los poetas eran los ocultos regidores del mundo (cito de memoria).
     En cuanto a la función de la poesía, Eliot luchó por desprenderla del mundo del significado. Podemos, afirmó, disfrutar de Dante sin compartir sus creencias. Así que la poesía ha de tener como función algo que no es del orden de las ideas ni de las creencias. ¿Qué es pues la poesía? Que yo sepa, ese fue un tema que evitó siempre, pero los interesados pueden leer El arco y la lira y La otra voz, o si no pueden prescindir del débito a la crítica francesa, El placer del texto (1973) de Roland Barthes, un crítico que fue también un escritor admirable, aunque a veces extraviado, según mi opinión, en algunas de las trampas de la semiótica. Por cierto, una disciplina ajena a Eliot, Paz, Gil de Biedma, Benet y Valente. Lo digo por si alguien quiere sacar alguna consecuencia. Eco le criticó a Barthes que teorizara sobre algo que se supone que debe estar en la base, el placer. Algo de razón tenía; el mismo Eliot, en un ensayo de 1945, "Función social de la poesía", ya señaló el placer como una de las funciones centrales de la poesía. Vuelvo al tema: Eliot pensó que no había una esencia única de la poesía y por lo tanto dejó el tema para otros. Pero si la esencia no es única, ¿es esencia? Algo debe haber en común entre los poemas de Catulo y los de Tu Fu, entre los de Propercio y los de Eluard, de lo contrario quizá no podríamos referirnos al nombre de poesía cuando pensamos en esas obras y deberíamos hablar de literatura y sumir el ser de la poesía en un tema propio de la estética.
     La obra crítica de Eliot está traducida sólo parcialmente a nuestra lengua, así como su correspondencia, y sería una tarea de capital importancia que alguna editorial llevara a cabo dicha empresa. Lo mismo ocurre con la correspondencia literaria de Mallarmé y con los Cuadernos de Valéry. Sin embargo traducimos cada año miles de novelas que acaban de salir en sus lenguas y que ya son, milagrosamente, clásicos. Sí, Eliot tenía razón: quizá se haya perdido el sentimiento que hace posible la poesía y por lo tanto ya es posible la unificación del mundo sub specie best-seller. –

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(Marbella, 1956) es poeta, crítico literario y director de Cuadernos hispanoamericanos. Su libro más reciente es Octavio Paz. Un camino de convergencias (Fórcola, 2020)


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