Un tiempo decadente

Sombras en la bajamar

J. L. Rodríguez García

Comúniter,

Zaragoza, , 2023,, 216 pp.

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J. L. Rodríguez García nos ha dejado varias novelas inéditas. La primera en publicarse es Sombras en la bajamar. Es una novela que tuvo una larga elaboración a pesar de su corta extensión. Sabemos de su lenta cocción porque tenemos manuscritos que presentan distintos momentos de su escritura y reescritura. El que puede ser el primero ni siquiera lleva título. Son 59 páginas mecanografiadas. Hace las veces de título el epígrafe “NOVELA 2012-2013”. Y en una nota manuscrita –la letra es indudablemente del autor– se lee: “¿Hay que cambiar el estilo? Creo que sí, de esta manera ‘distorsión de mentalidades’.” Y quizá sea esa la clave de esta novela. Más tarde lse llamó “Pizzería Mastroianni”. El tercer estadio es el que tenemos en las manos gracias a Comúniter con un título de mayor simbolismo.

Aunque las diferencias entre el manuscrito de hace un decenio y el resultado final son evidentes –luego las explico–, el proyecto es el mismo. Se trata de una novela coral –para decirlo con palabras de Antón Castro–. Es una novela urbana. El escenario es una población costera catalana, al pie de la sierra de Montnegre, que en la novela aparece como Punt de Gab. En la nota que aparece en una de las versiones dice: “He imaginado un lugar impreciso entre Blanes y Lloret de Mar para situar esta aventura. Creo que he cometido mínimas imprecisiones topográficas que no tienen importancia en el desarrollo de la acción.” No se trata, pues, de una gran ciudad sino de un enclave turístico, que en la novela aparece semivacío, en los meses de noviembre y diciembre de 2009. Estos detalles son significativos porque son determinantes para describir un espacio infernal y un tiempo decadente por otoñal. En ese ambiente infernal, en el que no se puede hacer nada valioso y todo tiene un carácter agónico, ocurren dos sucesos: la desaparición de una niña y el asesinato de una mujer de gran belleza, ya ajada, enferma de cáncer.

La crítica suele llamar novela coral a las que presentan una amplia nómina de personajes. Sombras en la bajamar no necesita demasiados personajes, precisamente porque la población es pequeña y se ha vaciado. Se trata del número de personajes justos para cumplir la función de la novela: ofrecer una imagen escéptica y desvalorizada de la vida. Los personajes giran, como si de un tiovivo se tratara, en torno a un personaje testigo, un joven de 28 años, licenciado en filosofía, que trabaja como camarero en la pizzería Mastroianni –pizzería que está a punto de cerrar, ya digo que todo en la novela es agónico–. Este personaje es un hombre inútil. Así llamo al arquetipo masculino de la novela moderna. En esta obra dice: “Entiendo algo de lo que ocurre y nunca seré capaz de mover un dedo.” Como digo, se trata de un arquetipo ubicuo en la novela moderna. Y, especialmente, en las novelas de J. L. Rodríguez García, probablemente por la influencia de Sartre. Quizá lo más destacado de esta novela es que todos los personajes son inútiles. Así son el poli Cata –que investiga los sucesos interrogando a todos pero sin tomar ninguna decisión–, su decorativo escudero, el misterioso aventurero Vidal y los secundarios de la trama: los drogadictos, la pareja de lesbianas, la farmacéutica, etc. Como inútiles, carecen de un destino –el único destino posible es desaparecer–, no pueden tomar iniciativas y, sobre todo, no son capaces de resolver los casos. Solo hay dos excepciones: Nené, el ciego adolescente, que es el único que ve; y Melanie, la mujer fatal.

Aunque la trama se sostiene en dos casos criminales y en una investigación, no es, en absoluto, una novela policiaca. Como otras novelas de Rodríguez García, la trama criminal es solo una forma de velado del propósito didáctico de la obra. Así sucede en Parque de atraccionesLa residenciaEl hombre asediado o Manos negras. En Sombras en la baja mar se rinde admiración a autores ya míticos: Orson Welles –el poli Cata se llama Quinlan, como el personaje que incorpora Welles en Sed de mal–, Proust –Ernestina es el segundo cadáver–, Camus –por La peste–, Thomas Mann –por La montaña mágica–, Beckett, y por supuesto, Sartre –ambos por sus símbolos y, especialmente, por los personajes incapaces de actuar–, pero sobre todo, a Ricardo Piglia, por la fórmula de sus novelas policiacas y, al mismo tiempo, indagatorias. Sin embargo, la concepción del caso policial de Rodríguez García es distinta. El caso es solo una excusa para extremar el sentimiento de náusea.

Quizá una de las claves de esta novela sea un motivo sartreano: la relación entre ese aprendiz de filósofo, el joven Chico –que resulta llamarse Estanislao–, cuyo papel es el de narrador testigo, y el ciego Nené. Es una relación de miradas: Chico mira sin ver; Nené ve sin mirar. En sus escritos sobre Sartre, Rodríguez García se muestra impresionado por el capítulo que el intelectual francés dedicó a la mirada en El ser y la nada. “La mirada me descubre al otro”, escribe nuestro novelista. Y en esta novela el juego de observación entre el inútil camarero y el jovencito vendedor de suertes descubre el vacío de ese microcosmos infernal. “Nadie puede ser feliz en este jodido mundo” es la sentencia del personaje narrador. Y es una secuela del sartreano “el infierno son los otros”.

Vuelvo ahora a la comparación con la primera versión, la de 2012. Su tono es más jovial que el de la versión definitiva. El personaje es el mismo. En la versión de 2012 es un joven, Leo, que ha estudiado historia en la Universidad de Zaragoza –lo que recuerda al Mateo Delarue sartreano– y que trabaja de camarero en la pizzería de Luigi Mastroianni, sita en otra población veraniega, la asturiana Llanes. Esta primera versión apunta a ser menos hermética –el rasgo más evidente de las novelas de Rodríguez García–. De entrada sabemos el nombre y los detalles del personaje. En la versión publicada tardaremos muchas páginas en saber cómo le llaman y su nombre. En las dos versiones este personaje tiene o ha tenido una novia entusiasta de Orson Welles y, especialmente, de Campanadas a medianoche, con su doble vertiente cómica y hermética (por Falstaff y las historias trágicas shakespeareanas). Y las dos contienen numerosas muestras de cultura cinematográfica. Y, a pesar de que Leo arrostra el sobrenombre de El Sombrío, su alter ego resulta más sombrío que él. Es el sujeto de la distorsión de mentalidades. Nené, en cambio, permanece inalterable. Tampoco cambia demasiado la cronología: 2009 en la versión definitiva; 2010 en la primera versión.

La versión publicada es una obra más hermética, más humorística y más ensimismada que las versiones precedentes. Es una novela hermética porque al habitual escenario de malestar en que viven los personajes –por los sucesos y por los destinos inciertos– se suma el clima de una población artificial –por su carácter turístico– y vaciada por la estación otoñal. Cabe recordar que Rodríguez García ha sido un estudioso de Artaud, Hölderlin, Bataille y, sobre todo, de Sartre, todo un santoral hermético. Es una novela humorística por la visión y la reflexión del personaje. Es un humor ácido, por el escepticismo del testigo ante la ausencia de valores sólidos. Todo es provisional, incluido el trabajo del narrador testigo, que se dispone a abandonar, al igual que a su pareja drogadicta. La carga escéptica y humorística es mayor que en las novelas precedentes de Rodríguez García. Es una novela triste llena de risa. Su redacción corre paralela a la del ensayo Postutopía (2020), en el que el tema central es el humorismo como salvación. El papel de la comida –italiana de la pizzería–, del tabaco y la bebida, de la música, del cine, del sexo y lo corporal apunta a la presencia del grotesco, presencia de la risa. Y es manifiesta la dimensión ensimismada de la novela. Esa dimensión ofrece la carga de aspectos, emociones y valores que el autor traslada a la novela y que se pueden identificar como suyos propios. Ciertos detalles de la imagen de Vidal traslucen rasgos de Rodríguez García. El carácter observador del narrador testigo también le pertenece. Su padre es escritor. El que se presente como licenciado en filosofía y los numerosos guiños literarios y cinematográficos apuntan al autor. Incluso hay una breve declaración estética autocrítica de su propia obra al decir de la obra del padre del narrador que consiste en “cuentos de horror, nostálgicos y estúpidos”. Las notas sentimentales o nostálgicas son frecuentes en la obra de Rodríguez García.

Cabe preguntarse, para terminar, cuáles son los méritos de esta novela escéptica y humorística. El valor no está en el argumento. El valor reside en la descripción de un microcosmos, ese Punt de Gab turístico, que es una imagen abreviada y escéptica de un mundo que desconoce su destino. Como ocurre en las novelas a las que Rodríguez García rinde un tributo sentimental, hay aquí una lección, la lección de unas vidas sin destino en un mundo devaluado que es un testimonio de nuestra época. Y, sin embargo, la última página es la de un viaje hacia el norte, a Suecia, del personaje narrador, esto es, un símbolo del cambio de conciencia y de la superación de la distorsión cognitiva que domina la novela. ~

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Luis Beltrán Almería es catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Zaragoza. En 2021 publicó 'Estética de la novela' (Cátedra).


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