Donna Tartt
El jilguero
Traducciรณn de Aurora Echevarrรญa
Barcelona, Lumen, 2014, 1148 pp.
Desde el derrumbe de las Torres Gemelas, en Estados Unidos la crรญtica literaria y no pocos autores se han esmerado en construir un canon, casi a manera de concurso, para establecer la lista de grandes novelas posteriores al 11-S. Algunos escritores entregaron demasiado pronto sus fichas de participaciรณn, como Jonathan Safran Foer con Tan fuerte, tan cerca, y otros toleraron haber sido incluidos en la competencia aunque el meollo de sus obras no abordara el atentado, como sucediรณ con Libertad, de Jonathan Franzen. (Sin mencionar que cualquier concurso de novelas sobre el 11-S tendrรญa que haber concluido con la apariciรณn en 2008 de Netherland, de Joseph O’Neill: una obra perfecta). En este panorama, El jilguero, de Donna Tartt (Greenwood, 1963) serรญa la novela que busca a conciencia deslindarse de la etiqueta: una narraciรณn que se rebela contra el microgรฉnero del 11-S y que tiene el arrojo de utilizar como detonante un ataque terrorista en el Metropolitan Museum de Nueva York al que despuรฉs no le dedicarรก una lรญnea. Theo Decker –el protagonista y narrador– no habla del รกnimo de la ciudad despuรฉs del atentado, ni de otras vรญctimas o posibles culpables, en gran medida porque abandona la Costa Este y se traslada a Las Vegas. Asรญ, El jilguero crea algo fresco: una narraciรณn que utiliza intermitentemente la geografรญa neoyorquina, en un contexto trรกgico, sin remitirnos a la “zona cero”. Una Nueva York literariamente remozada. No es poca cosa.
Hasta ahรญ llega el afรกn innovador en El jilguero. Si revisamos incluso someramente algunos otros aspectos –como la construcciรณn de los personajes: la madre santa, el padre bebedor y ludรณpata, la madrastra indolente y torpe–, Tartt revela pronto su apego a las convenciones. Aunque sus virtudes mรกs epidรฉrmicas son evidentes desde el arranque –la lucidez sensorial de su prosa, el uso metรณdico del suspenso y una asombrosa destreza polifรณnica, capaz de dar voz autรฉntica a un adolescente ucraniano y a una mesera de Las Vegas en la misma pรกgina–, la narraciรณn parece anquilosarse en lugares comunes y estereotipos.
Una vez que ha contado el ataque terrorista donde Theo pierde a su madre y la manera en que aprovecha el tumulto para robar un cuadro del museo, la autora hace viajar a su protagonista a travรฉs de Estados Unidos en su adolescencia y hacia Europa en su juventud. Durante su paso por el desierto, emocional y fรญsico, Theo conoce a Boris, un personaje irresistible, mezcla de Kaspar Hauser y Alexander Perchov, huรฉrfano y ciudadano del mundo, que rรกpidamente se convierte en su mejor amigo. Es aquรญ, antes que El jilguero comience a zozobrar debido a excesivos giros de la trama, donde los vรญnculos afectivos y las penas que tienen los personajes se vuelven por completo verosรญmiles. Amรฉn de su carรกcter derivativo, tanto el padre de Theo como su madrastra se transforman en personajes complejos. Su drama รญntimo y su inexorable tragedia, vistos desde las miradas adolescentes (y crecientemente yonquis) de Theo y Boris, constituyen la secciรณn mรกs sรณlida de El jilguero, gracias a que, en Las Vegas, Tartt se aleja del universo inescrutable de la clase alta de Nueva York y de los รกmbitos que ahรญ dibuja: tiendas en el West Village que bien podrรญan estar en Diagon Alley; departamentos en el Upper East Side calcados de Grandes esperanzas. En Manhattan, la prosa y la historia de Tartt se extravรญan en una atmรณsfera tan irreal como un cuento de hadas (¡esos ridรญculos porteros puertorriqueรฑos!) y tan impelida por revelaciones y coincidencias como un bestseller de Tom Clancy. En contraste, en Nevada el suspenso es compacto (el padre tiene deudas y busca robarle a Theo para solventarlas) y la atmรณsfera, un logro: la salvaje soledad del desierto, el descuido de un hogar gobernado por adultos negligentes, la orfandad compartida de dos chicos con heridas gemelas. La amistad entre Theo y Boris es una creaciรณn memorable y conmovedora. Cuando Theo deja a su amigo y aborda un camiรณn de vuelta a la Costa Este, es inevitable no querer seguirlo.
(Ademรกs, Las Vegas es un acierto escรฉnico. En una narraciรณn evidentemente interesada en abordar las diferencias entre copia y original, un sitio que ostenta rรฉplicas burdas de la Torre Eiffel, la Estatua de la Libertad y los canales de Venecia es un contexto conveniente, riquรญsimo en simbolismos. Si quien visita Las Vegas guarda esa horrorosa copia de la Torre Eiffel como referente de lo real, ¿quรฉ pasarรก con quien lea El jilguero y jamรกs vea la pintura homรณnima que robรณ Theo? ¿La copia –o la reinterpretaciรณn– reemplazarรก al objeto autรฉntico?)
Con el regreso del protagonista a Manhattan, Tartt deja el pincel y toma la brocha gorda. Salvo por el romance que Theo intenta comenzar con Pippa, una chica a la que vio en el museo antes de que la bomba detonara, El jilguero pierde complejidad en aras de relaciones esquemรกticas: Theo y su prometida de la high, una chica (claro) solo interesada en las apariencias; Theo y un nuevo villano, sacado de las novelas de Ian Fleming; y Theo y Hobie, un reparador de muebles, su gurรบ y mecenas, un personaje monocromรกtico y monocorde, que habla, reacciona y respira como si hubiese sido escrito por Julian Fellowes, el guionista de Downton Abbey. Aquรญ, la habilidad de Tartt para unir cabos sueltos en un principio asombra y despuรฉs, a medida que las sorpresas se apilan empieza a estorbar. Durante el trastabillante desenlace tuve que cerrar el libro por momentos, no para procesar informaciรณn sino para deshacerme de ella.
Cuando Tartt se permite volver a una narraciรณn introspectiva, Theo se encuentra al borde del naufragio. A falta de movimiento externo, El jilguero se empantana en una serie de monรณlogos que deletrean la naturaleza (el mensaje) del libro. Se antojaba un narrador tacaรฑo, dispuesto a ocultar interpretaciones y dejar que el lector se llevara lo que quisiera, pero no es esto lo que sucede. Las รบltimas treinta cuartillas contienen el mismo nรบmero de soliloquios expositivos. La vida es una catรกstrofe de la que solo el arte sale indemne, dice Tartt. Asรญ empieza la novela, cuando Theo escapa de la explosiรณn con El jilguero bajo el brazo, y asรญ culmina, palabra por palabra, en la sentencia del รบltimo pรกrrafo. Algo anda mal cuando ni la autora ni el lector aprenden nada nuevo despuรฉs de mil cien pรกginas. ~