Ricardo Garibay
Antologรญa
Selecciรณn y prรณlogo de Josefina Estrada
Mรฉxico, Cal y Arena, 2014, 646 pp.
Tanto en la vida como en la literatura –sobre todo la mexicana– pocas veces aparece sobre el cuadrilรกtero un autรฉntico valemadre, rasgo temperamental que, sin ser del todo positivo, tampoco entraรฑa una calamidad absoluta. La insolencia y la rebeldรญa posibilitan un privilegio de visionarios y energรบmenos: el anhelado pensamiento por cuenta propia.
De acuerdo con innumerables testimonios –y aun en su opiniรณn– Ricardo Garibay (Tulancingo, 1923- Cuernavaca, 1999) fue una persona de trato difรญcil, consciente de su valรญa, proclive a la soberbia y el despotismo, enemigo de buena parte de sus contemporรกneos y cultor de una acusada patanerรญa con el resto de los mortales. Tales “minucias” de su carรกcter le granjearon fecundas animadversiones que, si atendemos a su apetitoso anecdotario, lo colocaron en cierto ostracismo del que ahora, a quince aรฑos de su muerte, estamos todos inoculados.
La publicaciรณn de la antologรญa preparada por Josefina Estrada permite tener una generosa panorรกmica de un polรญgrafo que ensayรณ con autรฉntico fervor distintos gรฉneros literarios, ejecutรกndolos de estupenda manera. Leyendo el libro –dividido en los apartados “Cuento”, “Memoria”, “Crรณnica”, “Semblanza”, “Diรกlogos” y “Paraderos literarios”– uno consigue hacerse una idea detallada de la complejidad de su autor. Porque Garibay, emblema de una virilidad extinta, no titubea al momento de calificar personas, escenas o circunstancias; asรญ, Alfonso Reyes le parece un diplomรกtico tibio: “jamรกs el riesgo de un juicio contundente; y la sonrisa invariable, la ocultaciรณn del verdadero interรฉs”. Madame Bovary resulta “una vieja mitotera, puta y sin misterio alguno”; el medio cinematogrรกfico nacional, un sindicato de mezquinos sin cerebro, y el autor trinitario V. S. Naipaul, en un juicio al que resulta imposible no adherirse, el justo receptor para una ecumรฉnica mentada de madre.
Hombre contradictorio, su biografรญa dista varias cuadras de ser un ejemplo de probidad y buena conciencia; por el contrario, resulta mรกs bien la experiencia ilustrada de un cรญnico con independencia de criterio para quien la literatura tenรญa –sin lugar a dudas– el manto redentor con que la imaginaron los mรกs conspicuos autores del siglo XIX. Solo de esa manera es posible entender su relaciรณn con Dรญaz Ordaz, quien le proveyรณ generosos estipendios durante su sexenio y al conocerlo espetรณ una frase de oro para la historia ambigua de la psique nacional: “me gustan los hombres con gรผevos”.
Altivo y con una personalidad fechada en otro tiempo –acaso como aquellos viejos campechanos que descomponen el mundo al amparo de los portales–, Garibay es un ejemplo del artesano del oficio que corona su vocaciรณn con el reconocimiento popular. Por ello, aunque herido, debiรณ importarle poco el juicio de sus colegas, ya que, si ha conseguido tomarle el pulso a su tiempo, un artista de valรญa sabe que no existe mayor prestigio que el aplauso de su pรบblico, halago que disfrutรณ con creces.
Mucho se ha dicho, y con razรณn, al respecto de su trabajo con la lengua. Basta leer un par de pรกginas para saber que su tรฉcnica es un autรฉntico prodigio. Algunos fragmentos de su crรณnica sobre Rubรฉn “el Pรบas” Olivares parecen escritos por un Joyce del altiplano: “¿lo que quieres es que gane? ps ya ganรฉ me pagas ¿o que no estรก el otro comiendo brea? tons quรฉs lo que te gorgorea porque yo te los acuesto el rรฉferi les cuenta y el mรกnager cobra la bolsa ¿o que tambiรฉn tengo que ser un cientรญfico? no hay mรกs arte que colocar un chingadazo entre quijada y madre a mรญ quรฉ me vas a decir”.
En Garibay no solo existe el oรญdo absoluto capaz de registrar con maestrรญa muy diversos idiolectos del habla mexicana, sino una voluntad de ponerse a la misma altura de las cosas que relata; por eso sus textos, sin el menor asomo de displicencia, construyen autรฉnticos horizontes. Y esa es una gran lecciรณn de preceptiva literaria: un escritor no debe estar por encima ni por debajo de las circunstancias: el escritor es el medio que registra, perpetรบa y transforma lo real, o para decirlo en sus palabras: “si se habla de pistoleros, de tahรบres o de putas, hay que utilizar el lenguaje de los pistoleros, de los tahรบres y las putas”. Y remata con un gancho al hรญgado: “un escritor de veras no es mรกs que unas cuantas docenas de palabras predilectas”. Para Garibay, la literatura es una cosa que se escucha. Y golpea.
La lectura de este libro es cosa de provecho no solo por la cรกtedra vital que destilan todas sus pรกginas, sino porque permite un acercamiento manejable a un autor que escribiรณ como pocos y lo hizo con grandรญsimo talento. Al leer el abanico formidable de su prosa uno entiende su compromiso, el sentido del humor –hombre son hombros– y la gallardรญa entendida como un valor estรฉtico. Tal vez por ello Monsivรกis lo describiรณ como “el samurรกi arrogante de la prosa”.
Varรณn de evidente inteligencia, y sin necesidad de avales universitarios, supo que en nuestro tiempo la distinciรณn entre periodismo y literatura es vana, por no decir intransigente, “el escritor que hoy dรญa no es periodista no es nada ni nadie. El escritor que no navega en la piel de los dรญas, el periodismo, no sirve para nada”.
No tiene caso desentraรฑar el libro pieza por pieza: todo รฉl es una gema que exige un lugar en el librero. Hay proezas del relato corto que entremezclan la historia de Caperucita Roja con una masacre en el ring y aun suculentos perfiles de tipos tan dispares como Emilio Uranga y Agustรญn Lara, sobre quien su mirada es original y categรณrica: “contra lo que se cree, no hay amor en sus canciones; hay embeleso, el hambre, la adoraciรณn por el cuerpo de la mujer, y la mujer es vista como objeto precioso y es sentida como un universo de irresistible pecado. Para Lara el cuerpo de las mujeres –creo que nunca se dirige a su espรญritu– era una geografรญa tan inagotable como misteriosa, y la urgencia carnal era la รบnica vocaciรณn considerable”.
Ahora, en un presente literario en que la mayorรญa se distingue por la prรกctica de una hipocresรญa edulcorada en la que nunca se pisan los callos, es un lujo y un hallazgo volver a Garibay para saber que en la literatura mexicana no todo es tenis, ping-pong y matatenas: tambiรฉn hubo grandes boxeadores con sangre de campeones. ~