Yo: las ruinas de una civilizaciĆ³n

La invenciĆ³n de un diario

Tedi LĆ³pez Mills

AlmadĆ­a

Oaxaca, 2016, 320 pp.

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Estamos habituados a dos tipos de diarios en la literatura. Por un lado estĆ”n los que funcionan como una bisagra en la obra de un autor: diarios que son como pases de acceso alĀ backstageĀ del escritor, a una vida que arroja luces y claves para la lectura de su obra. EstĆ”n tambiĆ©n los diarios como mecanismos de la ficciĆ³n ā€“desdeĀ DrĆ”culaĀ hastaĀ Los detectives salvajesā€“ cuyo objetivo es el registro de peripecias que hacen avanzar la trama. La crĆ­tica anglosajona disiparĆ­a esta disyuntiva con su binomio ficciĆ³n/no ficciĆ³n. El diario de Tedi LĆ³pez Mills es anĆ³malo en ese aspecto: ā€œno hay diario que no sea un inventoā€, se lee en Ć©l. Aunque se registra el paso de los dĆ­as (entradas de lunes a viernes que van del 1 de enero al 31 de diciembre de 2013), quien escribe el diario no se corresponde con la autora y las anotaciones han sido borradas de su trasfondo. Los acontecimientos no estĆ”n concatenados de manera causal. Hay una lĆ³gica, la del lenguaje, que organiza, sin jerarquizar, los materiales de la experiencia (la lectura, la memoria, el fluir de la vida) y los funde en un magma que se encauza a la construcciĆ³n de un frĆ”gil yo.

El diario estĆ” ensamblado como una especie de telar: hilos narrativos que se pierden, se cortan de tajo y se reanudan mĆ”s adelante de manera abrupta. (V. gr. Un personaje aparece con otro nombre varias decenas de pĆ”ginas despuĆ©s.) Los fragmentos de vida irrumpen. No enumerarĆ© la suma de acontecimientos que conforman el diario, no bastarĆ­a con eso para acercarnos a Ć©l, ni siquiera para decir de quĆ© se trata. SerĆ­a mĆ”s pertinente preguntarse si se trata de algo, o si un libro escrito hoy deberĆ­a tratarse de algo. De algo, quiero decir, que no sea el lenguaje (la relectura y tematizaciĆ³n delĀ TractatusĀ que se hace en la segunda mitad de la obra es uno de los momentos mĆ”s densos e iluminadores en este respecto). Ese podrĆ­a ser un primer acercamiento:Ā La invenciĆ³n de un diarioĀ es una novela que se trata del lenguaje, y es una novela en el sentido que aceptamos que lo son las antinovelas de David Markson. Su contenido o su significado no se juega en la anĆ©cdota, sino en el lenguaje, en las palabras con las que nos construimos todos los dĆ­as. ĀæQuiĆ©n esĀ yoĀ cuando la realidad entra en crisis, cuando comienzan a perderse los asideros a los que se aferraba la primera persona? ā€œLas lagunas en mi cabeza son charcos amables de lejos, pero cuando me acerco y busco mi cara en la superficie, no hay nadaā€, dice la primera entrada de septiembre.

EnĀ La invenciĆ³n de un diarioĀ las anotacionesĀ sonĀ la puesta en escena del acto de pensar, lo que equivale a decir que se intenta representar la forma en que el mundo ocurre dentro de una conciencia que es inestable (sabemos que la narradora tiene alucinaciones o ā€œepisodiosā€: padecimiento epilĆ©ptico criptogĆ©nico, dice el diagnĆ³stico mĆ©dico). Es por eso que este libro carece de trama en sentido estricto. Se encuentra, quizĆ”, mĆ”s cerca de ejercicios comoĀ El discurso vacĆ­oĀ o parte deĀ La novela luminosaĀ de Mario Levrero. Y del Kafka que, el 13 de mayo de 1922, escribiĆ³ en su diario: ā€œNada.ā€ ĀæQuĆ© ocurre cuando no pasa nada? Hay dĆ­as, aƱos asĆ­. ā€œUna fĆ³rmula ritual de los anales precolombinos de los aztecas era poner ā€˜No pasĆ³ nadaā€™ en los aƱos que se consideraban vacĆ­os de acontecimientosā€, nos recuerda la narradora. ā€œHoy no estĆ” pasando nadaā€, dice el 30 de enero. ā€œNo sĆ© quĆ© se hace con nada en la cabeza ā€“dice el 8 de febreroā€“. QuizĆ”s aforismos.ā€ El 15 de julio ā€œfue un dĆ­a yermo. No hubo manera de exprimirle nada a la rutinaā€. Pero un dĆ­a despuĆ©s se corrige: ā€œNo se puede declarar que un dĆ­a fue yermo. Equivale a una trampa usar el vacĆ­o para llenar el vacĆ­o.ā€ El reto consiste, entonces, en ir llenando pĆ”ginas a lo largo de un aƱo en que su cabeza se va vaciando de su contenido, registrar las cosas que ocurren al interior cuando aparentemente no pasa nada, y encontrar el estilo para hacerlo, un estilo que surge quizĆ” del miedo a perder la memoria, la conciencia o el lenguaje.

Las rebabas de los dĆ­as se van adhiriendo a nosotros de manera imperceptible y reaparecen bajo una serie de preocupaciones y obsesiones a las que solemos volver, y a lo largo de los fragmentos del diario van conformando motivos, series discontinuas, nĆŗcleos de sentido que se cortan, se enciman y se retoman sin apuntar a una resoluciĆ³n o al sentido de un final. La aparente falta de estructura que genera esto recuerda en realidad a la estructura de losĀ CantosĀ de Pound, con una unidad temĆ”tica fracturada, como ocurre tambiĆ©n enĀ La amante deĀ Wittgenstein, de Markson, libro con el queĀ La invenciĆ³n de un diarioĀ entabla un diĆ”logo directo.

El puente intertextual es explĆ­cito. De Markson provienen el epĆ­grafe, el tono y un personaje en ausencia que acompaƱa la escritura y se convierte en interlocutora del diario: la amante de Wittgenstein, una mujer sola en el mundo, que se desplaza desplegando datos y recuerdos, mensajes de una ā€œamnesia eruditaā€ que recibe la narradora de Tedi LĆ³pez Mills como si hubieran sido escritos para ella. Estos dos libros funcionan como espejos debido a una serie de paralelismos entre sus narradoras: el corto aliento, los apuntes que no necesariamente apuntan a alguna parte, el convivio de materiales disĆ­miles, la locura como una sombra que pone en entredicho la realidad, la falta de argumento, los personajes como fantasmas o pretextos o muletillas o aspectos de la voz que narra, la primacĆ­a de lo textual sobre lo contextual, las omisiones, las trampas de los recuerdos, los saltos en las ideas, los espacios vacĆ­os, lo que se olvida. Me pregunto si estas caracterĆ­sticas no replican el modo en que funciona una conciencia.

Ezra Pound afirmĆ³ que bastaban seis personas para fundar una civilizaciĆ³n, y la diarista se pasa todo el aƱo dĆ”ndole vueltas a la idea, busca y reemplaza a las personas con las que crearĆ” su civilizaciĆ³n, que siempre contempla la existencia de un poeta. (Mientras lee sobre el derrumbe de la civilizaciĆ³n mexica ā€“los cuerpos de los sacrificados ayer se enciman a los de los desaparecidos hoyā€“, la caĆ­da de Constantinopla; mientras esa civilizaciĆ³n del yo, que tanto se ha esmerado en construir, tambiĆ©n se va derrumbando.)

La poesĆ­a, y en menor medida las ridĆ­culas discusiones de la poesĆ­a mexicana contemporĆ”nea, tienen un papel importante en el diario. La narradora afirma que ya no es poeta pero no se lo puede decir a nadie. Pasa meses ā€“en los que mantiene conversaciones con un joven poeta que primero pide sus consejos y despuĆ©s parece ejercer algĆŗn tipo de coerciĆ³n sobre ella con preguntas y declaraciones incĆ³modasā€“ entre la negaciĆ³n de la poesĆ­a, la imposibilidad de hacer o hasta leer poemas y la bĆŗsqueda de una poĆ©tica que prescinda de metĆ”foras y analogĆ­as.

Hacia el final, la poesĆ­a irrumpe como anuncio de un poema futuro, que es otra de las condiciones de un diario: la apuesta por el futuro, la invenciĆ³n de un maƱana: la postergaciĆ³n y la fe en que maƱana se podrĆ”n enmendar los errores de ayer. ā€œEn mi civilizaciĆ³n de seis personas habrĆ” una caja donde se colocarĆ”n fragmentos anĆ³nimos. Al derrumbarse la civilizaciĆ³n, quedarĆ” la caja y el lugar vacĆ­o serĆ” como la amnesia erudita de la amante de Wittgensteinā€, dice la entrada del 29 de mayo. Acaso las anotaciones enĀ La invenciĆ³n de un diarioĀ son esos fragmentos anĆ³nimos tras el derrumbe del yo. ~

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(Ciudad de MĆ©xico, 1986) es escritor y traductor.


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