A una nariz

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Sentada e insolente,
fija en medio de tu rostro,
           montura de un caballo antiguo,
me interroga con sus cicatrices.
Tú no te das cuenta:
tus ojos recorren las paredes fluorescentes,
tu boca sube y baja,
sube, vuelve a bajar,
tus cejas la siguen obedientes,

pero de tu nariz
no sabes nada.

Ahí está, monumento silencioso,
prístina en su presencia,
haciendo las preguntas de siempre
a gritos tendidos de una hebra
que sólo yo escucho
en el bullicio ebrio de la noche.

Me acerco y la examino,
imagino mi índice en el centro de tu frente,
bajando lentamente,
un golpecito en la punta. Tus ojos confusos. Esa sería mi respuesta.

Pero tu nariz insiste:
¿ha sido tan largo el invierno?
¿es ya el final del camino?
¿no te espera en casa el gato,
la cama caliente,
la quietud de la nieve,
un reloj de plata con tu nombre?
Esquiva, respondo a cada una con un movimiento de cadera,
un temblor de cintura,
la sonrisa húmeda.
Una gota de cerveza cuelga de mi nariz,
viaja por mi cuello,
llega al centro de mi pecho.
En el denso ámbar de la noche
el pequeño destello
te detiene:

por fin
adivinas, líquido,
nuestro diálogo.

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