La tierra baldía un siglo después

Cuando el poema de T.S. Eliot fue publicado, en octubre de 1922, causó estupor. Texto erudito y al mismo tiempo abierto, sigue cautivando a sus lectores un siglo después.
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Pastiche. Collage. El último arcaísmo. Montaje. Lamento. Drama. Music hall. Apropiación. Reelaboración. Camuflaje. Basura. Ritual. Un compendio de alusiones. Un poema estridente, disonante. Un grito. El infierno. Según T. S. Eliot, el autor, “una pieza de gruñidos rítmicos”.

Cuando La tierra baldía (The waste land) apareció en la revista Criterion en octubre y como libro en Nueva York en diciembre de 1922, provocó estupor. A Middleton Murray, un crítico contemporáneo, le pareció una ofensa a la buena escritura. Expresaba lo que muchos pensaban, articulaba el rumor del desconcierto. Desde una perspectiva tradicional, La tierra baldía era antipoético, salvo por ciertos puentes acústicos que merecieron la aprobación de los lectores conservadores. Los críticos de la época reaccionan ante un objeto lingüístico inclasificable que rompía con las convenciones.

El interés crítico por La tierra baldía recuerda la reacción ante Ulises, de Joyce, que por cierto Eliot admiraba. Son libros hechos también pensando en los eruditos, porque parecen romper las fronteras e ir más allá. La tierra baldía es caleidoscópico por la multiplicidad de los fragmentos, la diversidad de percepciones y sentimientos yuxtapuestos violentamente: “a broken bundle of mirrors” (Pound), “a heap of broken images”, un montón de espejos rotos, un manojo de imágenes rotas, fragmentación que recuerda las palabras de Yahvé a Ezequiel. Como hijo de ministro, Eliot debió conocer la Biblia a profundidad, como lo sugiere la alusión al valle de los huesos agostados, a la espera de un renacimiento que no ocurrirá.

El infierno geográfico, pero sobre todo emocional, la ciudad y el corazón desiertos donde “no hay agua, solo rocas”, línea que alude a Dante, a quien Eliot reconoce como la más profunda y duradera influencia sobre su poesía. Eliot es un poeta culto, un crítico imprescindible y un alma curiosa que también se interesó por la filosofía y la poesía del Brihadaranyaka Upanishad, un texto reverenciado en el hinduismo.

El Upanishad contiene una invocación a la totalidad de la Realidad absoluta, y varios estudiosos han dedicado sus esfuerzos a interpretar su presencia para darle voz al trueno, Datta, Dayadvam, Danyata, Shanti. Generosidad, simpatía y control. Shanti es un buen deseo: la paz sea en todos los lugares. Como quizá su abuelo ministro le aconsejaría, el trueno aconseja control de sí mismo.

Eliot dedicó un año a estudiar el hinduismo porque, como dijo en distintas entrevistas, algunas partes de las primeras escrituras budistas lo afectaban tanto como el Viejo Testamento. Por otro lado, el trueno también figura en el Libro de Job, donde una voz “gruñe”, “la voz del trueno es la de Su Excelencia”, Dios atruena, es una voz insoportable. Como la deidad, antes de ser comprendida la poesía comunica. El mito es su lenguaje y por esto el interés de Eliot por los ritos milenarios, a los que desea hacer hablar con lenguaje moderno. El mito es el ala de creencias vivas y para volar necesita ser también “primitivo”.

El interés de Eliot por los “ballets rusos” de Diaghilev es consecuencia de su gusto por la música y el ritmo, pero sobre todo su apego por el rito que Nijinsky reinterpreta y es la fuente de inspiración de varios poemas. La tierra baldía es un ritual de primavera contemporáneo de Stravinsky, que vuelve a la escena original del sacrificio. Para ser moderno hay que rescatar lo antiguo. Abril es el mes más cruel porque es el tiempo en el que la vida resurge, cuando incluso los cadáveres retoñan.

Si no fuera por las referencias literarias que inscriben el texto dentro de un canon, La tierra baldía sería ininteligible más allá del segmento. La conversación doméstica, las palabras del trueno, palabras que cantan y otras que invocan, expresiones propias de la jerga de trinchera y canciones populares. Así suena La tierra baldía, con voces que Eliot incorpora mezclándolas. Es desconcertante por la diversidad de los temas, los saltos, los personajes reales y literarios o “históricos”, el tránsito entre unos y otros, los cambios de ritmo y tono, que se aprecian sobre todo cuando se escucha a Eliot leer su poema para la BBC o la grabación de Eileen Atkinson y Jeremy Irons, porque entonces se advierten mejor las transiciones dramáticas. La compresión es la clave de todo texto, pero más del poema en el que cada palabra debe ser justa. Se cree que el texto era más extenso, pero que a sugerencia de Pound, Eliot lo redujo. Ezra Pound es una figura preponderante cuya influencia en la “edición” de La tierra baldía es conocida (el poema está dedicado a él, il miglior fabbro), pero la desaparición del manuscrito original impide saber con exactitud hasta dónde llegó la “edición” crítica de Pound.

La excepcionalidad de un texto plural es su pausada reflexión sobre historias devastadoras y agotadoras, sobre pedazos cuya diversidad incoherente da una pista estructural: “These fragments I’ve shored against my ruins” (“estos fragmentos he orillado contra mi ruina”).

{{Cito la traducción al español de Juan Malpartida editada por Círculo de Lectores en 2001, que puede leerse aquí.}}

El poeta ha reunido piezas que desplazadas de su contexto original recuperan su elocuencia. Son palabras que entonces resuenan al interior de una tradición literaria que Eliot elige para dar profundidad acústica al poema, pero también para multiplicar las asociaciones. Eliot es el orfebre guiado por indicaciones para lograr la belleza del método alusivo.

La tierra baldía está cargada de citas y referencias literarias que convocan mundos diversos. Su densidad cultural puede intimidar a quien se resista a participar en el juego que no busca deslumbrar, sino invitar a los lectores a sentir la materia del poema, que son otros textos. Como sostenía Eliot, todos los textos existen dentro del mundo de otros textos, una idea de la literatura que exige la originalidad dentro de la tradición. Nada viene de la nada, pero el cambio exige reacomodar los objetos, descubrir otras relaciones, afirmar una estética de la alusión, de la cita, de la reapropiación: “Los poetas inmaduros imitan, los poetas maduros roban”.

La vanguardia a la que pertenece Eliot ha resistido el paso del tiempo, transformándose en parte de la tradición contra la que reaccionó. La transformación colosal de la poesía de Eliot renovó a los lectores tanto como a los escritores abriéndoles horizontes de conciencia y estilo. Virginia Woolf, la sacerdotisa del “monólogo interior”, nos enseña que la realidad puede ser analizada desde otro punto de vista, la conciencia que reflexiona y cuestiona eso que se llama realidad. Todo es un asunto de percepción. La ficción ya no consiste en inventar historias, sino en seguir el trazo de la conciencia y sus asociaciones caprichosas.

La tierra baldía cautivó pronto a sus lectores. Es un texto erudito y al mismo tiempo abierto. Como en el teatro presenciamos escenas captadas y trasladadas por Eliot al escenario de la tierra baldía. Algunas son plebeyas, como la escena del pub cuando llega la hora de cerrar y se escucha el estribillo intermitente: “Hurry up please its time” (“Dense prisa por favor ya es la hora”), contra el telón de fondo de la conversación entre un par de parroquianas.

El tono lúgubre del poema es una reflexión desengañada sobre occidente, coherente con lo que se venía pensando desde la primera carnicería mundial acerca de la crisis de valores que amenazaba destruir la civilización europea. Es un talante que recuerda El malestar en la cultura, de Sigmund Freud, que apareció poco después. Ambos coinciden en la visión de Europa como un mundo arruinado, irreal, un mundo infernal habitado por zombis. Al caminar estos hombres se miran la punta de los zapatos y mecánicamente siguen un camino ya trazado. Son fantasmas laboriosos que pululan en la penumbra de la decadencia occidental, como la llamó Spengler. Los valores que cimentan la civilización han sido negados por la barbarie de la guerra y la reconstrucción es imposible. La destrucción de la identidad, la pregunta acerca de si nuestro “ser” tiene una esencia o todo es accidental, y la conciencia de la catástrofe, “el malestar” freudiano, son los temas que conciernen al autor de La tierra baldía y a sus lectores contemporáneos, abandonados a una nueva noche del alma.

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