La gran pasión de la vida de Amin Maalouf es observar el curso del mundo. En su discurso de aceptación del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2025, el escritor libanés afirmó que como observador del avance de la historia, halla una contradicción. Se trata de la paradoja del presente: las ciencias y la tecnología, de las que es partidario, avanzan, mientras que la evolución moral tropieza, se desvía o incluso retrocede. “Quisiera invitarlos a estar, como yo, al mismo tiempo inquietos y maravillados”.
El interés de Maalouf por el desarrollo del mundo y la historia viene de su relación con el periodismo, profesión a la que se dedicó antes de iniciar su carrera literaria con el ensayo Las cruzadas vistas por los árabes, su primer libro, que se publicó en lengua francesa en 1983. Su padre era periodista y a veces lo acompañaba a las imprentas y a las redacciones. Ahí descubrió que lo que más le gustaba era esa actividad dedicada a la curiosidad y la observación, pasión que, confiesa, no se ha debilitado, al contrario, asegura que con los años se ha hecho más intensa.
En la ceremonia de inauguración de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, Maalouf dijo que si le hubieran dicho, cuando era joven, que podría tener acceso a todo el conocimiento del universo y que podría conversar cara a cara con su familia sin que importaran las distancias, habría pensado que le describían una utopía mágica, en un futuro muy lejano, y no algo que llegaría a cumplirse en su propia vida:
“Hoy vivimos una aceleración dentro de la aceleración, con transformaciones profundas que ya no ocurren cada cinco o diez años, sino cada año… o incluso de un trimestre a otro. Está claro que nuestras mentalidades, nuestros modos de pensar, ya son totalmente incapaces de seguir ese ritmo. En muchos aspectos, esta evolución resulta fascinante, y yo soy de los que observan los cambios –incluso lo más desconcertantes– sin prejuicios ni temor. Procuro mantener una mirada positiva; pero también debo conservar la lucidez”.
Maalouf se refiere al avance extraordinario y el doble filo de la inteligencia artificial –“cuyo rumbo futuro y grado de dominio nadie puede prever con certeza”– y las biotecnologías –“que hoy nos ayudan a vivir más tiempo y con mejor salud, pero que si se usan de manera malintencionada podrían poner en peligro la integridad física y mental de la especie humana, o incluso la supervivencia”–.
El autor detecta que nuestra evolución moral no solo avanza más lentamente, sino que atraviesa una verdadera regresión. Se refiere a la guerra y a la violencia que se ha vuelto más salvaje. En Las escalas de Levante (1996), Maalouf habla por primera vez de la guerra de Líbano, que lo obligó a abandonar su país de origen. Dice que jamás imaginó que la guerra volvería a ser un tema central no solo en su región de origen, el Levante, sino en su patria adoptiva, Europa.
Maalouf viene reflexionando sobre la evolución de la ciencia y la tecnología por lo menos desde El primer siglo después de Béatrice, que se tradujo al español en 1993, novela de anticipación en la que la sociedad humana se acerca al colapso a causa de una sustancia que hace que quienes la tomen engendren hijos varones.
Al reconocer el contraste de nuestro tiempo, el libanés insiste en que los avances morales, a diferencia de los tecnológicos, solo ocurren si actuamos, como fruto de la acción reflexionada, mesurada y eficaz. “La solución no es oponerse al progreso tecnológico, ni rechazarlo, negarlo o cerrar los ojos ante él. La solución es apropiarnos de ese progreso, ponerlo al servicio del ser humano, de su dignidad, de su libertad; convertirlo en un instrumento de liberación, y no de sometimiento”.
A la extensa lista de premios que lo distinguen, por ejemplo el Premio Goncourt que le concedieron en 1993 por La roca de Tanios, el Premio Europeo de Ensayo Charles Veillon por Identidades asesinas y el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2010, ahora el libanés suma el Premio FIL en Lenguas Romances, que para él celebra la literatura, la diversidad de las lenguas y el parentesco entre todas las culturas.
Entre el desconcierto, el terror y la fascinación del presente, Maalouf enumeró tres puntos que considera el cometido de la literatura en el siglo XXI. “Su primera misión es hacernos conscientes de la complejidad del mundo en que vivimos. Porque el primer derecho –y el primer deber– de una persona libre es entender el mundo, saber cómo se transforma y hacia dónde va, para poder contribuir a su avance y también para protegerse de sus peligros”.
La segunda misión de la literatura, dijo, es convencernos de que a pesar de las diferencias, enemistades y resentimientos divisorios, nuestro destino se ha vuelto común. “O sobrevivimos juntos, o desaparecemos juntos”.
Finalmente, la tercera misión es alumbrar los valores esenciales del ser humano, la libertad, la dignidad, el respeto mutuo, la convivencia armoniosa, mostrando lo que significan y cómo deberían encarnarse hoy. “Es a la literatura –es decir, a todos nosotros– a quien le corresponde reparar el presente e imaginar el futuro”.
Maalouf con los jóvenes
Al día siguiente de la entrega de reconocimiento, el libanés participó en el encuentro Mil jóvenes con Amin Maalouf, premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2025. Acompañado por la escritora española Carmen Alemany Bay, el autor, interrogado por el público, abundó en su discurso. Dijo, por ejemplo, que 1984, la novela de Orwell, es uno de los libros más significativos del presente porque el autor tuvo una visión muy precisa de la posibilidad de evolucionar hacia un mundo deshumanizado.
“Sin embargo, creo que hay una diferencia entre el mundo imaginado por Orwell y el mundo actual, y es una diferencia importante. Orwell, que vivió la época del estalinismo, imaginó que el problema venía de la tiranía política. Lo que nosotros tenemos, en realidad, es una forma de tiranía, pero no es impuesta por un poder, es impuesta por una realidad que no es controlada por los poderes. Es decir, podemos hablar de la tecnología, pero no es un poder que, por ejemplo, ha decidido llenar el mundo de pantallas de vigilancia como en 1984. Sí tenemos pantallas de vigilancia, pero no las impuso un poder, nosotros mismos nos las impusimos. En una ciudad donde hay inseguridad, la población dice: ‘nosotros queremos cámaras de vigilancia’. Entonces lo que nos fue impuesto en realidad no lo impuso un tirano, nos fue impuesto por nosotros mismos, por la evolución del mundo”.
Fiel a sus palabras y estilo claridoso, Maalouf refrendó su idea del papel de la literatura. “Estamos en un mundo en que conocemos a los demás de una manera superficial. Mucha gente dice que conoce a otras culturas por dos o tres ideas, o dos o tres prejuicios. Sin embargo, cuando se descubre la literatura de un país, uno descubre ese país desde el interior, su historia, cuáles son las aspiraciones de la población, sus credos. Por eso considero que la literatura y las literaturas de todo el mundo son un factor esencial del universalismo y de la paz”. ~