Carmen Jodra (Madrid, 1980 – 2019). In memóriam

La poeta madrileña, que falleció a causa de un cáncer, ganó el premio Hiperión con dieciocho años y había entregado un nuevo libro a su editora.
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Ha muerto en Madrid Carmen Jodra, la ganadora más joven del premio Hiperión de poesía. Lo ganó en 1999, con su libro Las moras agraces, entonces tenía dieciocho años. 

El libro fue alabado de forma unánime por la crítica, por ser un ejercicio de madurez y autodestrucción; un descenso desde la biblioteca a los infiernos, escrito con un bello lenguaje que expresaba el deseo de acabar con todo, ella incluida:

El bello mundo me produce asco.

Si pudiera, lo haría

saltar en pedacitos por los aires,

y con él a mí misma.

Las moras agraces es un canto de amor a la muerte y a la locura, un intento constante de vulnerar los límites de la moral o el decoro y una oda a la desobediencia a cualquier dios o autoridad. Carmen Jodra no eligió nacer, que los dioses asuman las consecuencias de haberla creado:

Pues no, dioses, me niego.

Os lo digo a la cara: me rebelo

contra vosotros, dioses; yo renuncio

a la virtud: iré a contra corriente.

Su poesía es rupturista y destructora, sin perder las formas ni el metro clásico. Gran conocedora del Siglo de Oro español, Jodra no tuvo reparos en escribir, a finales del siglo XX, sonetos con lenguaje barroco, prácticamente gongorino, con los que expresaba el surgimiento de sus deseos, sus tentaciones y dudas:

Tendiendo, en fin, el ominoso pliego,

me ha mirado con ansia tan humana

que chispean sus ojos como el fuego.

¡Un alto precio por una manzana!

Temblando igual que Él, respiro y niego,

pero no sé lo que diré mañana.

Pese a tanta oscuridad y atracción por el mal, sus versos no llegan a caer en el patetismo y nos sorprenden, en inesperados y gratos momentos, con unas humoradas que le deben mucho a Quevedo:

Si yo lo entiendo; sí, señora mía,

no le reprocho: ¿usted qué culpa tiene

si en cuanto que el octubre sobreviene

derrota a su nariz su artillería?

No temió tampoco escribir versos clásicos, homenajes al ciclo homérico con sensualidad, muy poética, y referencias constantes a la mitología. La lengua griega estaba viva para ella. Heredera de Safo y de los poetas malditos (cómo adoraba a Rimbaud), Jodra fue filóloga en el sentido mismo de la palabra: amante del lenguaje, mucho más que de los cuerpos. Ella quiso ser idea, no carne:

Me gustaría ser perfecta:

ni hombre ni mujer,

material pero sin mancha alguna

de materia.

Pero sabía que su afán era imposible…

Sin embargo mi peso en el colchón

me dice que me deje de bobadas.

Y los críticos se entregaron a Las moras agraces (que fue reeditado cuatro veces, solo en el primer año de su publicación) y se entregaron también a Carmen Jodra, sin conocerla. Se preguntaban cómo sería la adolescente, ya adulta casi, que había escrito esa obra. La elogiaban, la querían entrevistar, la invitaban a tertulias y a presentaciones de libros, fotografiaban su perfil griego (aunque ella odiaba las fotografías) y, en más de una ocasión, desconocidos la pararon por la calle para declararle la admiración por sus versos. Muchos la invitamos a dar recitales y a ella le costaba aceptar. No obstante, algunos sí tuvimos la suerte de escucharla. Recitaba como escribía y como vivía: en voz baja, para su interior, sin mirar al público. Solitaria y ajena a todo. 

Era tímida y reservada, no le gustaba ser observada, hablar con desconocidos, ni compartir sus sentimientos. Solo se sentía cómoda ante el papel. Escribía para sí misma, no para ser publicada ni para recitar y el éxito le causó daño. Había dejado de amar su libro, incluso antes de que fuera premiado y publicado. ¡Y ahora se había hecho popular!

La fama (si acaso se puede llamar así al reconocimiento en poesía) fue demasiado para ella, acostumbrada a la vida interior, de las galerías del alma y las bibliotecas. No supo (o no pudo) aceptar que miles de personas leímos sus palabras y nos sentimos identificadas con su tristeza y sus deseos; pero ella nunca quiso seguidores ni, por supuesto, fanes. Odiaba los neologismos y, ante todo, los anglicismos, quería mantener puro el lenguaje.

Y entonces se retiró del mundo y de los círculos literarios de Madrid. Solo su familia y un reducidísimo grupo de amistades supo dónde estaba, qué hacía, cómo se sentía… Para todos los demás, Jodra pasó a ser un recuerdo, una pregunta sin respuesta. ¿Recuerdas a aquella joven poeta de larga cabellera castaña que nunca miraba a los ojos y recitaba como una Safo tímida?, ¿qué habrá sido de ella?

En sus años lejos de todo, la imagino rodeada de murallas, cuidada y protegida por los suyos, que siempre la creyeron demasiado frágil y bella para este mundo. Releyendo a los clásicos y regulando las dosis de sertralina y clonazepán. Durmiendo, soñando, escribiendo… deseando despertar en otro siglo, o en otro cuerpo.

El resultado de aquel encierro fue su segundo libro: Rincones sucios, que recibió el accésit del Premio “Joaquín Benito de Lucas”, del Ayuntamiento de Talavera y fue publicado en 2011c por La Bella Varsovia.

En Rincones sucios podemos encontrar muestras del mundo interior de Carmen Jodra, donde conviven, en callado y tenso conflicto, sus fantasmas, sus sueños, sus deseos, sus miedos y sus dudas. Aún persiste la influencia de la Grecia clásica (sobre todo en los proverbios que encabezan cada parte), pero en esta obra se rompe la métrica canónica, aparece el verso libre, hay expresiones coloquiales, chocantes en ocasiones, y predomina un ritmo lento y pausado, que recuerda a un réquiem; aunque sigue habiendo alguna que otra humorada, entre sarcástica y amarga, que suena a despedida:

Nada quiero del mundo, que es mi azote 

con lo que llevo en mi interior me basta.

Mi alma la salvé. El resto del lote

vendido queda en pública subasta.

Se percibe que Rincones sucios está escrito desde un encierro o un intento de huida y, desde ahí, reflexiona y se asoma Carmen Jodra, más vulnerable y sola que nunca:

Con errores y piedras

levanté una muralla

y ahora es más difícil que golpeen

las puertas de mi casa.

En su atalaya, la autora rememora su infancia solitaria (“sin más iguales ni amistad ninguna/ que el gato imaginario Luz de luna”), de estudiante responsable, niña prodigio, hermana mayor y huérfana de abuela, que se volvió seria a muy corta edad:

Aprendió muy temprano

a conocer lo grave y silencioso,

y lo hizo suyo de un modo asombroso

para sus pocos años.

El libro entero es una colección de imágenes borrosas y nostálgicas, con sueños tristes y casi eróticos, impresiones de belleza efímera, relatos de amistad, cargados de reproches y desencuentros, y declaraciones de amor, sobre todo a los antidepresivos:

Da a mi cuerpo tus lánguidos abrazos

porque quiero morirme entre tus brazos,

queridísimo amigo barbitúrico.

En este poemario, Jodra no oculta sus deseos, que se dirigen sobre todo a la muerte, a huir de todo lo que le causaba daño, a volverse invisible y a la tranquilidad de una vida sencilla y cotidiana: 

Que lo que quiero es quedarme tranquila,

dormir mis nueve horas cada noche

y que nadie repare en mi existencia.

O, incluso, aspiraba a acabar en algún sitio muy remoto, distanciada de todo y de todos:

Creo que tal vez estoy llamada a irme a una isla

    montañosa

y allí vivir muda y salvaje bebiendo leche de las

    cabras.

Los Rincones sucios son, en definitiva, un testimonio “de la falta de sentido en que la vida/ suele naufragar al hacernos mayores” y un reconocimiento de su estar en el mundo, pese a su propia fragilidad y su deseo de permanecer oculta y resguardada:

Hay que vivir, y hay que estar en el mundo.

Pero pienso que nunca debería

sacarse a ciertos frágiles espíritus

al mundo y a la vida.

Cabe decir que Rincones sucios no despertó grandes pasiones. Aun con buenas críticas, ni el público lo amó tanto como a Las moras agraces, ni Jodra lo llegó a detestar tanto como a su primer libro. Simplemente pasó desapercibido. En los escaparates febriles y acelerados de las redes sociales, en los que publicamos fotografías donde parecemos felices y exitosos, compartimos con detalle todo lo que nos sucede para luego olvidarlo, los mensajes no deben superar los ciento cuarenta caracteres y abundan las faltas de ortografía… no había lugar para una obra tan íntima y reflexiva como Rincones sucios. No es esta una obra para el siglo XXI.

Y ya, entonces sí, aunque sus poemas estén recogidos en numerosas antologías y siga siendo una referencia para quienes amamos la poesía, en el mundo literario y editorial nunca se volvió a saber nada más de Carmen Jodra. Simplemente desapareció.

Me la encontré una vez en una manifestación en defensa de la educación pública, hacia 2014. Me contó que había opositado para bibliotecaria y que solo escribía para ella y, en ocasiones, participaba de un pequeño club de literatura, con amigos de confianza y sin grandes pretensiones. No deseaba volver a publicar, ni en sueños. No parecía feliz (no era esa su forma de estar en el mundo), pero sí serena y algo más contenta. Avanzaba tranquila entre la multitud de manifestantes y sonreía, ella, que nunca soportó el gentío, ni los tumultos. 

Para mí, Carmen Jodra fue la mejor poeta en lengua castellana de fines del siglo XX, de alguna manera la quise y me duele que ya no esté entre nosotros. Ella, que tanto deseó desprenderse de su cuerpo, al final lo consiguió. Siempre pensé que acabaría suicidándose, pero falleció de un cáncer fulminante el pasado jueves 25 de julio. Le había entregado un nuevo libro a su editora, Elena Medel, El libro doce. 

Descansa en paz, Carmen. Llevábamos veinte años disfrutando de tus versos y tratando de respetar tus silencios, sabiendo que te sentías mejor cuando no escribías y cuando no te preguntábamos para cuándo tu próximo libro. Ya no insisto más. Seguiré disfrutando de tus palabras y me quedo con tus ganas de acabar con todo. 

Recuerdo cómo anticipaste tu funeral en Las moras agraces. Siempre tuviste claro cómo querías despedirte del mundo y de quienes te rodeamos:

Una oportunidad de ver

        el mal que nos hicimos,

pero ahora sin el menor 

       reproche…

Que todo está pasado ya….

       Y andar por el paseo

que lleva al mar, charlando, por

       la noche…

Que así sea, Carmen. Nos vemos en el mar. 

 

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Licenciada en periodismo y filosofía y doctora en filosofía por la Universidad Complutense de Madrid.


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