Claudio, uno de los nuestros

Un buen editor es el que sabe leer no solo los textos que alumbra sino los tiempos que le ha tocado vivir.
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“Uno de los nuestros”. No, no se trata del título del conocido largometraje dirigido por Martin Scorsese en 1990. Este mismo sintagma es el que citó la librera madrileña Lola Larumbe, en enero de este año, cuando me expresó su estado de ánimo por el cierre de la librería zaragozana Portadores de Sueños. Dos personas, dos amigos, que levantan un proyecto desde la convicción, la profesionalidad y la complicidad. Hay reconocimiento y visibilidad. No es suficiente para seguir en pie. Pudimos haber sido cualquiera, pero “fue uno de los nuestros”.

Dos días después de este encuentro con Lola, un whatsapp del escritor mexicano Antonio Ortuño entró en mi teléfono. Desde Berlín me comunica una tristísima noticia: “Me avisan que falleció Claudio López Lamadrid, Juan”. Y veo a Claudio, discreto y atento, durante la presentación en la FIL de Guadalajara –no fue la única– de uno de los libros de Antonio que hemos publicado. Claudio había sido su editor e iba a ser su lector siempre. En el cuento “Nautilus” de Eloy Tizón la reacción de un personaje cuando le comunican una muerte inesperada supone una huida a través de imágenes e invenciones absurdas. La escritora Elvira Navarro, en un bellísimo artículo titulado “La vida cambia en un instante”, habla de su escudo, una especie de refugio levantado de un modo tan natural como terrible. “¿Pero está bien?, le pregunté, porque no se me ocurrió pensar que hubiese fallecido, como si la idea de muerte no fuera con Claudio”, escribe Elvira. Yo, que lo frecuenté más que lo conocí, reavivé mi memoria. Tal vez una forma de negar la muerte, la idea de la muerte.

Lo traté en contadas ocasiones y, sin embargo, su discurso meridiano sin ambages, certero, lúcido, por momentos tajante, casi siempre irónico, me mostró pistas y me confirmó realidades por las que discurre la edición en este ya siglo XXI. Nuestros encuentros pausados, todos ellos, tuvieron lugar en Latinoamérica –subrayaría uno durante el Encuentro Talento Editorial celebrado en el IX Hay Festival de Cartagena de Indias en 2014 y un segundo durante la FIL de Guadalajara de 2017 propiciado por el periodista Xavi Ayén y La Vanguardia–. No es casual. El proyecto global que encabezaba, tan diverso y amplio como el continente, y el de Páginas de Espuma, en su pequeña dimensión, tenían territorios y autores compartidos, estrategias y políticas separadísimas por el tamaño pero colindantes por los objetivos y los deseos. Son estas coincidencias y diferencias con las que me identifico. Su pensamiento, su conocimiento, sus afirmaciones y sus propuestas se tradujeron en una labor editorial que admiro. El pez chico y el pez grande. Y yo, con el Claudio editor, me sentía como pez en el agua. Esa cualidad suya la recordaré siempre.

Un buen editor es el que sabe leer. No me refiero solo a los textos que alumbra, sino aquel que lee bien los tiempos que le ha tocado vivir con su sello editorial. Desde una edición del “sí”, categoría existencial que bautizó Mario Muchnick en su delicioso diccionario Léxico editorial, el Claudio que yo conocí profesionalmente reflexionó sobre nuestra profesión en distintas oportunidades, pero me detengo en tres aspectos abordados con la misma sinceridad que generosidad.

En primer lugar, la cuestión del tamaño y si este importa. Para Claudio, agudo, el tamaño sí importaba, y mucho. Conocedor de todas las medidas de la edición, identificaba las ventajas del gran grupo –con sus departamentos sólidos de administración, comercialización y promoción a discreción– y, al mismo tiempo, los beneficios de una proporción más minúscula, más eficaz con un determinado tipo de obras, de catálogos. Era sorprendente –elegante y elogioso– cómo admitió que la capacidad de una editorial pequeña era mayor que la de Penguin Random House para impulsar ciertos títulos, como Técnicas de iluminación, de Eloy Tizón, o Instrumental, de James Rhodes; cómo un editor pequeño tenía más que perder que un grande, si las cosas se ponían negras “porque opera con su cuenta corriente, la de su familia”, o cómo intuía que la lógica de los tiempos haría de los sellos de un gran grupo partículas más pequeñas, ágiles, personalizadas, apoyadas en los mil y un recursos que propicia una estructura gigante.

Pese a que en una jugosa conversación con su amigo Ignacio Echevarría, recogida en el suplemento El Cultural de El Mundo –octubre de 2018–, afirmó que “Después de varios años con la vista y la esperanza puesta en América Latina, hoy soy menos optimista en lo que se refiere a consolidar lo que tú llamas circuitos fluidos entre las diferentes literaturas”, su geografía editorial, pese a las condiciones adversas, tal vez insalvables, que existen en el movimiento de los libros, es la de navegar con sus catálogos y autores allá donde puedan ser leídos. Su quehacer parecía contradecir esa reciente falta de optimismo. Sus elecciones apuntaban a construir precisamente ese flujo, con el día a día, con los interminables y fatigosos viajes, o con iniciativas como el ‘Mapa de las lenguas’, que pretende dar mayor acercamiento entre autores latinoamericanos y lectores españoles desde 2015. De aquella conversación mantenida en Guadalajara con Xavi Ayén sí guardo un espíritu muy afianzado en este sentido.

Por último, no puedo soslayar, porque procuro practicarla, su política de autor o, dicho en otras palabras, su entrega a los autores, desde la profesionalidad del editor –nunca descubrí a la fiera– a la cercanía y la empatía que anuncian al amigo. Ahí están un sinfín de recuerdos de su familia literaria. “En la presentación del último libro que me publicó llegó tarde a la librería y no quedaban sillas. Se sentó en el suelo, junto al estrado, y le subió a la cara toda su timidez feroz e intelectual, en conflicto con su orgullo de editor”, escribe Sergio del Molino en el diario El País. Como en la presentación de Antonio Ortuño que citaba, como en tantas otras a las que acudió. Maravillosa síntesis la de Sergio que refleja con exactitud ese gesto, ese instante, ese detalle que ponen a cada editor en su lugar. A Claudio lo pone de nuestro lado. De nuestro lado porque era uno de los nuestros.

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Juan Casamayor es editor de Páginas de Espuma.


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