Nos habรญamos acostumbrado en el mundo mรกs o menos occidental a usar la palabra virus para referirse a esas infecciones que se toman tu computador y copian tu informaciรณn, o la borran, segรบn el capricho del hacker que los crea. En cuanto al ritmo exponencial con que la Covid-19 se expande por el mundo, nos acostumbramos a seguirlo en la expansiรณn y transformaciรณn de los memes, las fake news, el Ice Bucket Challenge y otros tantos challenge del mismo tipo. Asรญ antes, mucho antes de que la Covid-19 nos sorprendiera, รฉramos como nunca ante una sociedad de contagio. Una sociedad feliz en el contagio, pero tambiรฉn asustada por ese mismo contagio. Un miedo que explica que la Covid-19 nos haya sorprendido cuando gran parte de la superpotencias mundiales estรกn dirigidas por nacionalista beligerantes, cuyo รบnico programa es el cierre de fronteras y el combate a la inmigraciรณn.
El contagio exponencial, vertiginoso e incontrolable no es una novedad para nuestras sociedades. Solo es nuevo que tenga consecuencias concretas y fรญsicas, que se convierta en enfermedad y camas de hospitales que faltan y muertos en pistas de hielo de Madrid, y entierros donde no asiste ni un solo familiar. Esas imรกgenes, esas noticias, las cientรญficas, las serias, las importantes, pero tambiรฉn las falsas, las peligrosas, las tendenciosas, se expanden al mismo ritmo exponencial de la enfermedad en esa verdadera fรกbrica de virus no virales que son nuestros telรฉfonos y nuestros computadores.
Internet actรบa en esta crisis de otra manera mรกs esencial aรบn: serรญa imposible si en las redes no hubiรฉsemos construido otro mundo que no necesita un lugar fรญsico en que establecerse. Mis hijas estudian en el colegio desde el salรณn de la casa. Yo doy clases y tomo tragos y veo a amigos tambiรฉn frente a la pantalla. Mientras, en las calles de Nueva York se multiplican las ratas y en las de Santiago un puma baja hacia el centro de la ciudad. El enjambre de tiendas y pequeรฑos negocios ha sido reemplazados por una sola Amazon, o a los mรกs sus epรญgonos. Solo en bicicleta los que no tienen otra que su fuerza fรญsica para vender, los proletarios en el sentido mรกs marxista del tรฉrmino, van de una casa o departamento a todos donde recluidos, vivimos, como dirรญa Santa Teresa, sin vivir en nosotros.
La vida continรบa y no continรบa. Millones y mรกs millones de personas ya no tienen trabajo. El virus mata a pocos de los que contagia. Mientras que ese otro contagio, la bancarrota de los paรญses, mata a casi todos los que toca. No son pocos los polรญticos y los economistas, incluso los cientรญficos, que han intentado preguntarse si es una promesa posible salvar a todos los ciudadanos de un paรญs, aunque de vuelta de la fiebre no encuentren con quรฉ y para quรฉ seguir viviendo. La pregunta choca justamente contra la naturaleza contagiosa de internet. Parar el mundo es algo que las redes sociales han soรฑado hacer desde siempre. Estรก en su naturaleza misma ser capaz de organizar a muchas personas sin un lรญder claro que vaya mรกs allรก del meme, o el challenge que alguien mรกs o menos anรณnimo iniciรณ. Es lo que hicieron en Chile en octubre del aรฑo pasado, movilizar a cientos de miles de chilenos durante muchos meses, sin la idea de un plan de acciรณn, de un maรฑana claro. Durante meses y meses fue justamente la idea de interrumpir el trรกfico de la principal plaza de Santiago y acabar con la normalidad sentida como una impostura lo que los privilegiados usaron para mantener a la mayorรญa endeudada y precaria, despojada de todo derecho aparte de ese, el hacerle la vida imposible a los ricos.
Parar el mundo sin que pare del todo es uno de los milagros de la red. Permitir que mucha gente al mismo tiempo haga lo mismo o algo parecido es una de sus posibilidades. Ha sido, por cierto, a la hora de frenar la ola de expansiรณn del virus, una herramienta esencial. Pero es tambiรฉn una herramienta perfecta a la hora de la expansiรณn de ese otro virus que es el terror, el pรกnico que contagia su fiebre de quiebras, cesantรญa, locura y delirio que son por lo demรกs el alimento favorito de las redes sociales. En Twitter, en Facebook, tanto como en Instagram, Youtube y TikTok solo vende lo que es muy raro y lo que es muy banal. Ahรญ todo es distracciรณn y nada es discurso. Todo se puede decir, pero al final solo se puede decir una cosa, la que todos dicen y la que nadie dice. Se puede chocar o coincidir, no realmente discutir. Los mensajes complejos, como por ejemplo decidir cuรกnto estamos dispuestos a sacrificar a cambio de cumplir la promesa de salvar a todos los que no podemos salvar, no son aptos para discutirse en las redes sociales. La polรญtica era el lugar para resolver ese tipo de controversia. Pero la polรญtica incluye en su nombre mismo la โpolisโ, la nociรณn de lugar.
No hay ese lugar. La Academia y el Liceo tambiรฉn designaban en su origen lugares donde personas que eran cuerpo y palabras, que eran gestos tanto como frases, se reunรญan a pensar el mundo. Todo eso, el cuerpo, los gestos, la piel y sus sutilezas, ha quedado abolido. El polรญtico como Johnson o Trump intentar distinguirse del resto, pero a la larga tiene que rendirse a la evidencia que es un compuesto de hechos innegables con suposiciones y eslรณganes perfectamente cuestionables que hasta que se pase la ola de la opiniรณn comรบn no se pueden cuestionar.
Gobernar paรญses, un continente o simples colegios y universidades en tiempos de internet es a la vez muy simple e imposible. La resignaciรณn perfecta con que la cuarentena ha sido asumida por la mayor parte de los que la han sufrido es parte de esa curiosa domesticaciรณn que horas y horas pegado a un pantalla logra sobre el cuerpo del que se somete a esa rutina. El otro lado de esa maravillosa solidaridad a distancia que estamos viendo en Espaรฑa e Italia son los eventos como el de octubre en Chile, que sin duda se repetirรกn cuando al volver a tu calle, a tu esquina, no sea ya tu calle ni tu esquina y no estรฉ el negocio del que vivรญas, pero sรญ las deudas que pagabas. Eventos como el de Chile resultan casi imposibles de controlar o predecir cuando desde la supuesta pasividad de tu pantalla y teclado descubres que tienes cuerpo y que otros cuerpos como el tuyo pueden quemar el mundo.
En la economรญa gig, la economรญa de Uber, la revoluciรณn es tan imposible como inevitable. Las decisiones no las tomamos racional ni irracionalmente, las tomamos de manera viral, por olas de contagio que nos hacen asumir que encerrarse es lo que hay que hacer o saquear el supermercado es tambiรฉn lo que hay hacer. Desnudos de la idea de que los actos tienen consecuencia, porque en la red no los tienen, la idea misma del futuro se ha ido a golpe de acontecimientos siempre urgentes, siempre mundiales, siempre pandรฉmicos, completamente borrables. La gran mayorรญa de humanos que no morirรก de Covid-19 encontrarรก, como cantaba Jorge Manrique en las coplas a la muerte de su padre, que no hay lugar. El virus habrรก actuado entonces como una gigantesca selecciรณn de personal. Todo lo endeble, lo frรกgil, lo viejo, las escuelas con pupitres y patios, la universidad como metรกfora moderna de los claustros medievales, las iglesias, las ciudades tendrรกn, junto con los hombres que viven de ellas, que dar razรณn de su supervivencia.