Foto: Valentina Rebasa

La paciencia de Alejandra Kamiya para cada cuento

El tercer volumen de relatos de Alejandra Kamiya ratifica su estilo exquisito, de un austero lirismo, y le permite seguir ampliando el número de sus lectores, que ya son una pequeña legión.
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Los dos primeros libros de Alejandra Kamiya –las colecciones de cuentos Los árboles caídos también son el bosque, de 2015, y El sol mueve la sombra de las cosas quietas, de 2019– los publicó Bajolaluna, una muy pequeña editorial de Buenos Aires. Como es normal para esta clase de editoriales, no hubo tras esos lanzamientos ninguna campaña de marketing ni de publicidad más allá de lo que permiten las redes sociales en internet.

En marzo de este año apareció el tercer libro de relatos de Kamiya, titulado La paciencia del agua sobre cada piedra. Fue presentado en la terraza de Eterna Cadencia, que –además de ser una de las librerías más conocidas de la capital argentina– es el sello editorial que se encargó de esta publicación. El lugar estuvo llenísimo: las gradas, los pasillos, las escaleras, en todas partes había gente para ver y escuchar a la autora. Cinco meses después, el libro ya agotó tres ediciones y va por la cuarta.

¿Cuál es la clave de este pequeño fenómeno? La respuesta no es ningún secreto: la calidad de su textos. Los cuentos de Kamiya destilan una sensibilidad, una calidez y un austero lirismo que generan la impresión de que su autora más que escribirlos los cincelara, con esa paciencia del agua sobre la piedra a la que alude el título de su último libro, con el cuidado y la pulcritud que suelen atribuírsele menos a los escritores que a los orfebres o los ebanistas.

El resultado son unos relatos bellos y conmovedores. Por destacar algunos: “Los restos del secreto”, que narra el devenir de la amistad de dos niñas hasta que se hacen adultas; “Separados”, la historia de un matrimonio que se separa desde el punto de vista de la hija de ambos también a lo largo de muchos años; “La pregunta de Rawson”, donde ni el narrador ni los protagonistas son humanos pero aparecen las más humanas de las reflexiones. Son cuentos de esos que cuando uno los termina de leer de inmediato tiene ganas de salir a recomendar y regalar, porque desea que los demás, las personas que quiere, experimenten lo mismo. Las recomendaciones, los regalos, el boca a boca: he ahí la clave de este pequeño gran éxito.

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Alejandra Kamiya nació en Buenos Aires en 1966. Es hija de madre argentina y de padre japonés. La herencia japonesa tiene una marcada presencia en su literatura: en muchos de sus personajes, sus temas, los ambientes, los climas, la relación con la naturaleza, una cierta visión del mundo.

En un cuento de su primer libro titulado “Partir”, la narradora reflexiona sobre ese verbo –partir como marcharse pero también como dividir en dos o más fracciones, como romper– y afirma que su padre “partió no cuando salió de Japón sino cuando decidió quedarse en Argentina”. Uno de los motivos de esa decisión fue enterarse de que en un bosque del sur de este país “los árboles que se caen no son retirados, sino que se dejan para que formen parte del paisaje. Los árboles caídos también son el bosque”.

“Bueno, ahí ya tenés título para el libro”, le dijo Abelardo Castillo cuando escuchó esa última frase, hace unos diez años. Kamiya asistía a los ya míticos talleres literarios que el autor de El que tiene sed dictaba en su casa de Buenos Aires. Pero por entonces ella no estaba demasiado preocupada por publicar. Con el placer que le generaba la escritura sentía que era suficiente; una escritura a la que había comenzado a dedicarse “en serio” unos años antes y de una forma bastante curiosa.

Sentada a la mesa de un bar en el barrio de Belgrano, una soleada mañana de invierno, Kamiya cuenta que fue madre “muy grande” y sin tener pareja (igual que la narradora de “Partir”, a quien le señalan que es una madre “añosa” y esa palabra le “suena a árbol”). Andaba muy cansada y se enteró, por casualidad, de un concurso para el que había que escribir un cuento de una sola página y cuyo premio era un fin de semana con todo incluido en un spa. Ella sintió lo que debe sentir alguien perdido en el desierto al ver un oasis. Se presentó y lo ganó.

Fue entonces cuando se le ocurrió que podía empezar a escribir “en serio”. Su mamá le sugirió ponerse en contacto con Inés Fernández Moreno, la autora del libro que estaba leyendo en esos días, quien según la solapa de ese libro dictaba talleres. Y que además vivía cerca de su casa, supo Kamiya después de googlear, de modo que se sumó a su taller. Pero poco después Fernández Moreno le dijo: “Vos tenés que ir al taller del que fue mi maestro”. “Y así de repente aparecí en el taller de Abelardo”, cuenta Kamiya.

Siguió escribiendo y ganando concursos, y un día tuvo incluso el título para su primer libro. El propio Castillo y Sylvia Iparraguirre tomaron la iniciativa de hacer llegar a Bajolaluna –por medio de Sebastián Basualdo– los textos de Kamiya. Un par de años más tarde, en 2015, Los árboles caídos también son el bosque llegaba a las librerías.

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La autora de los títulos largos y los cuentos inolvidables”, la llamó la periodista Hinde Pomeraniec. La propia Kamiya se refiere con humor a las dificultades que surgen cuando uno trata de recordar los títulos de sus libros: “La gente me dice Los árboles de pie… o El del aguacon las piedras”. Por suerte para ella, esa dificultad no impide que se hable de sus libros.

Después del primer título “elegido” por Abelardo Castillo, los otros dos se le impusieron casi como una necesidad. Lo particular –y no tan fácil de advertir– es que los tres títulos son tridecasílabos (de trece sílabas), con una primera parte que termina en la séptima sílaba y una segunda que abarca las siguientes seis. Lo explica la propia Kamiya, contando las sílabas con los dedos de las manos: Los-ár-bo-les-ca-í-dos. Siete. El-sol-mue-ve-la-som-bra. Siete. La-pa-cien-cia-del-a-gua. Siete.

¿Fue a propósito? Ella lo explica con una anécdota. “Hace un par de meses me invitaron a dar una charla en una feria. Llegué muy temprano y me quedé en una plaza, donde había una ‘batalla de gallos’, unos chicos que hacen tararátarará –dice Kamiya imitando el ritmo de los raperos que se desafían en freestyle–. Estuve un rato ahí. Y me encantó. A la media hora yo ya quería entrar y participar, y todo lo que decía yo lo hubiese podido decir así: tarará-tarará… porque entrás en ese modo. Algo así me pasó con los títulos. Es como que entrás en un cierto modo y tu cabeza se acomoda a eso”.

Pero tal estructura no se mantendrá en sus títulos futuros. “Tengo la sensación de que estos tres libros son una especie de tríptico, una trilogía”, señala Kamiya. De hecho, lo que está escribiendo ahora no son cuentos sino una novela, y su título provisorio es El tiempo y lo contrario. “El primer año de la pandemia me lo pasé mirando películas japonesas viejas con mi papá –cuenta la escritora–. Muy viejas: lo más nuevo que vimos fue Kurosawa. Vimos películas mudas, películas a las que les falta un pedazo y ponen una placa que explica ‘pasó esto’, ‘pasó lo otro’. Y mientras mirábamos las películas, hablábamos. Estoy escribiendo una novela sobre eso. Sobre cine japonés, lo que vamos viendo, lo que vamos conversando”.

¿Y la poesía? La prosa de Kamiya es sumamente lírica: uno puede abrir sus libros por cualquier página al azar y estar seguro de que va a encontrar imágenes, metáforas y otras figuras de singular belleza que son mucho más frecuentes en la poesía que en la narrativa. Por eso, no sorprende saber que para ella “la poesía es la cumbre de la pirámide literaria”. “Y por eso no me animo –agrega–. Soy respetuosa. En otros terrenos no me da miedo ‘patinar’. Total, qué me importa. Pero en un lugar como la poesía, por el que siento tanto respeto, no voy a entrar a hacer cualquier desastre. En los cuentos merodeo un poquito, pero hasta donde me siento segura”.

“Obviamente en la intimidad garabateo con más intención poética –revela después–. Tengo algo, no es un libro sino una carpeta en la computadora, un eventual libro. Se llama Diario de insomnio, porque a veces me despierto en medio de la noche y escribo… ¿Viste que a la noche la cabeza funciona diferente? En esos momentos no tengo tanta censura para escribir poesía”. Pero avisa que “tal vez Diario de insomnio termine siendo absorbido por la novela”.

De todos modos: calma. Los lectores también debemos tener paciencia. Si pasaron cuatro años desde el primer libro de Alejandra Kamiya hasta el segundo, y otros cuatro desde el segundo hasta el tercero, es probable que transcurra un lapso similar hasta que haya un cuarto. “No lo busco, pero aparentemente debo tener un ritmo”, dice ella. “Soy bastante lenta para todo: empecé a escribir grande, tuve un hijo grande, hablo lento… Mucha gente dice que lo necesario para escribir un libro son más o menos dos años. Pero parece que yo necesito cuatro. Igual, no es que voy a esperar a que sean cuatro. Si está antes, mejor”.

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Cuenta Alejandra Kamiya que cuando tiene que leer alguno de sus cuentos en público lo “edita en tiempo real”, introduciendo modificaciones para mejorar el texto. “Podría pasarme el resto de mi vida corrigiendo estos tres libros –admite–. Es una idea que me encanta, cercana al yoga o al taichí: podría hacer solo el saludo al sol el resto de mi vida, y nunca me va a salir perfecto. Pero el lector no, no puede estar siempre con los mismos libros. Necesita otro, y otro, y otro. El costo es abandonar. Como con los hijos: ya no se puede corregir lo que no se hizo bien antes. Ya está, lo que hice, ya está hecho. Yo podría estar todavía con mi primer libro, pero no es funcional, en virtud de algo que estoy conociendo ahora: la relación con los lectores”.

¿Cómo es esa relación con los lectores? “Ahora es mucho más intensa. Y me gusta. No es lo mismo cuando alguien leyó un libro que cuando ya leyó tres. Es un vínculo. Hasta te ven cambiar, te ven profundizar algunas ideas que ya estaban planteadas al principio, están o no de acuerdo con vos”. Y añade: “Muchos lectores me dicen ‘regalé tu libro’. Eso me parece tan lindo. Tiene una fuerza que ninguna publicidad podría dar. No es lo mismo que si hubieses ido solo a la librería y lo hubieras elegido. Te lo dio tu novia, un amigo, tu mamá… y vos lo recibís con una predisposición más amorosa”.

Los regalos, las recomendaciones, el boca a boca. A través de esas vías, los libros de Alejandra Kamiya fueron creando una legión de lectores que se emocionan con sus relatos. Por eso, al momento de regalar un libro, los cuentos de Alejandra Kamiya son siempre una buena opción. Por eso, quien reciba como obsequio un libro de Alejandra Kamiya podrá entenderlo inequívocamente como un gesto de amor. ~

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(Buenos Aires, 1978) es periodista y escritor. En 2018 publicó la novela ‘El lugar de lo vivido’ (Malisia, La Plata) y ‘Contra la arrogancia de los que leen’ (Trama, Madrid), una antología de artículos sobre el libro y la lectura aparecidos originalmente en Letras Libres.


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