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Hace algunos meses Diego Muzzio publicó El ojo de Goliat, su primera novela, editada en Buenos Aires por Entropía. Se trata de una obra que aborda temas como la locura, las formas de tratarla, la guerra, sus efectos, la muerte. La trama se desarrolla un siglo atrás, entre un neuropsiquiátrico en Edimburgo y un faro perdido en altamar, cerca de Tierra del Fuego, en el extremo sur de América.
El ojo de Goliat ha sido reseñada, elogiada, recomendada, y –dado que la novela es la forma narrativa dominante de nuestro tiempo– es posible que muchos lectores hayan escuchado hablar por primera vez de su autor a partir de esta publicación. Sin embargo, Muzzio (quien nació en Buenos Aires en 1969) no es ningún novato en esto de publicar libros. Casi lo contrario: ya ha superado la veintena. La mayoría son de poesía y literatura infantil; después llegaron los relatos breves y las nouvelles. Como si su obra fuera la historia de un desplazamiento desde las formas breves a las más extensas. La realidad, por supuesto, no es tan esquemática como a veces parece.
El perfil bajo que Muzzio cultiva, sumado al hecho de que viva en Francia desde hace casi dos décadas mientras sus libros se publican en la Argentina y por ahora han circulado bastante poco fuera de este país, también propicia que sea un autor, todavía, bastante secreto. Por eso –y por la calidad de su obra, sobre todo– conviene que hablemos un poco de él.
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En el principio fue la poesía. Muzzio siente que “en la adolescencia y la juventud uno está más en carne viva para escribir poesía: es el momento ideal”. Una convicción que su obra ratifica: su primer poemario, El hueso del ojo, lo publicó en 1991, cuando tenía veintidós años. Luego llegaron varios más: Sheol Sheol (1997), Gabatha (2000), Hieronymus Bosch (2005), Tratado sobre la ejecución de los animales (2007), El sistema defensivo de los muertos (2011) y Los lugares donde dormimos (2020). El autor revela que sigue escribiendo poesía, pero “con menos frecuencia”.
“El estado de ‘escritura poética’ es muy particular: un estado de atención diferente, la mirada tiene otra intensidad, no tiene nada que ver con la narrativa”, me dice Muzzio por Zoom, desde su casa en Le Mans, una ciudad a 200 kilómetros de París. ¿Por qué? ¿Qué pasa con la narrativa? “Es más un esfuerzo consciente de sentarse y escribir y corregir y desechar y volver a escribir… No es que la poesía no tenga ese trabajo de corrección. Pero el estado anímico, para mí, es otro”.
Cuenta una anécdota que habla de su proceso de creación poética pero también de su forma de relacionarse con el mundo: “Acá en Francia yo empecé trabajando como preceptor en escuelas. Mucho de mi trabajo consistía en caminar durante los recreos, mirar bien que no pasara nada. Y en ese dar vueltas por un patio o por un jardín, para no perder totalmente el tiempo [se ríe], pensaba en algún poema que hubiera empezado, o en algún tema que me venía a la cabeza. Así nacieron varios poemas, en ese caminar con la mirada puesta en otra cosa”.
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En esos años, aunque no la publicara, Muzzio ya escribía narrativa. En 2001 obtuvo la primera mención en el concurso de cuentos del Fondo Nacional de las Artes (FNA). Pero antes de que pudiera publicar esos relatos, sucedió algo que terminó siendo trascendental: una amiga, periodista del diario Página/12, le pidió un cuento infantil para un suplemento veraniego. “Pero yo no escribo para chicos”, respondió él. Su amiga insistió: “Probá y vemos”. Y Muzzio probó. Y le gustó tanto que después escribió otros cuentos, y esos cuentos dieron lugar a un libro: La asombrosa sombra del pez limón, de 2005.
Y luego publicó unos cuantos más en ese género: Un tren hacia Ya casi es Navidad (2008), Galería universal de malhechores (2010), El faro del capitán Blum (2011), La guerra de los chefs (2011), Lobo Buenaventura y los tres chanchitos (2014), Úrsula, domadora de ogros (2015), Elefantes telefónicos (2015), El hombre que compró un planeta (2017) y El año del corredor solitario (2017), que en realidad es una novela juvenil. Una buena cosecha de títulos, sobre todo para tratarse de un mundillo al que el autor llegó de un modo que él mismo describe como “azarosa y sorprendente, de casualidad”.
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En 2007 por fin llegó el momento de publicar aquellos cuentos que habían recibido la mención del FNA. El libro se tituló Mockba y fue editado por Entropía, en el comienzo de una relación que continúa. Los relatos de Mockba hablan esencialmente de la muerte: sus personajes son enterradores, profanadores de tumbas, empleados del cementerio, arquitectos que diseñan necrópolis monumentales…
La muerte es también el tema central de las tres nouvelles que componen el volumen Las esferas invisibles, publicado en 2015: historias ambientadas durante la epidemia de fiebre amarilla que asoló Buenos Aires a comienzos de la década de 1870. Cuando le pregunto por esa fascinación u obsesión, Muzzio me relata su “experiencia muy temprana con la muerte”, que le cambió la vida para siempre.
“Mi viejo murió cuando yo tenía diez años. Dos meses antes de morir, hizo algo muy extraño. Él no era un gran lector, en mi casa no había biblioteca, a lo sumo alguna enciclopedia, nada más. Pero un día me dijo: ‘A partir de hoy vas a leer un capítulo de este libro por día’”. El libro era Robin Hood. “Cuando yo venga del trabajo –añadió el padre– me vas a contar qué dice el capítulo que leíste’”.
“Para mí fue horrible, un castigo”, recuerda ahora Muzzio. “A mí me encantaba jugar al fútbol, potrerear afuera de casa, no entendía por qué tenía que leer un capítulo de un libro por día”. Pero obedeció. “Leí el primer capítulo a regañadientes. El segundo capítulo me enganchó un poco más. Y al tercer capítulo ya no paré: me enganché totalmente con la lectura”.
Por supuesto, nadie sabía que el hombre moriría de un aneurisma un par de meses después. “Creo que de alguna manera –dice Muzzio– mi viejo me estaba dejando el arma para que después yo pudiera sobrevivir a esa ausencia, porque a partir de ahí yo no paré de leer. Era mi manera de escapar de esa realidad tan dura”. Todos los escritores tienen su mito de origen, una historia o un momento particular que marca el comienzo de su relación con la literatura, con los libros. En pocos casos, sin embargo, ese episodio es tan exacto y emotivo como en este.
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El motivo por el cual Muzzio se fue a vivir a Francia no es demasiado original: el amor de una mujer. Los primeros siete años los compartieron en París; luego se mudaron a un pueblo en el departamento de Sarthe, hasta que, hace cinco años, se instalaron en Le Mans, la capital de ese distrito. ¿Lo perjudica de alguna manera vivir lejos de su país natal, en un lugar donde se habla un idioma distinto? Lo que Muzzio más lamenta es no poder leer o no estar tan al tanto de todo lo que se publica en Argentina.
Sin embargo, no siente que esa distancia lo afecte tanto en lo relacionado con el lenguaje: “Al principio me sorprendía mucho, cuando volvía a la Argentina, encontrar ciertos cambios en el habla cotidiana de la gente, ciertos giros que no sabía bien de dónde venían. Pero ahora por WhatsApp uno está comunicado todo el tiempo con los amigos y esa brecha disminuye un poco”.
De todas formas, destaca la sensación que toda persona que vive lejos de su patria experimenta cada vez que regresa: “Es algo muy loco, porque efectivamente uno se siente en casa. Es como el título de la novela de Paul Bowles: El cielo protector. Uno llega y enseguida es como que nunca se fue. Se siente enseguida eso”.
La escritura también lo ayuda, desde luego, a sentirse cerca de su país. En 2019 publicó su segundo libro de relatos, una hermosa colección titulada Doscientos canguros. Las siete historias que lo componen transcurren en la Argentina. En El ojo de Goliat, la novela publicada este año, el país aparece como una reminiscencia lejana… pero aparece.
En todo caso, el problema de vivir lejos del lugar donde se publican sus libros estriba en la dificultad para acompañarlos y promocionarlos. Pero los libros de Muzzio hacen su propio camino: circulan mucho gracias a las recomendaciones, el boca a boca, las redes sociales, lo cual demuestra que, cuando los textos son buenos, siempre encuentran a sus lectores. Pueden tardar un poco menos o un poco más, pero terminan dando con las personas a quienes están destinados.
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¿En qué trabaja ahora Diego Muzzio? En otras tres nouvelles, “tres biografías de personajes un poco siniestros”. El primero es Rimbaud, el segundo Julio Verne, el tercero un escritor argentino que por ahora no tiene del todo definido. El problema al que se enfrenta el autor tampoco es demasiado original: la falta de tiempo. Ahora ya no trabaja como preceptor sino como profesor de español; como en Argentina no terminó la carrera de Letras, en este curso, a sus 53 años, está volviendo a ser alumno universitario, con el fin de obtener el diploma que le permita acceder a mejores condiciones laborales.
“Igual siempre intento escribir –cuenta–. Me levanto un poco más temprano, un par de horas antes de ir a trabajar, esa es la hora ideal para mí: me despierto a las cinco de la mañana y escribo hasta las siete”. Todo sea por poder avanzar, aunque sea poco a poco, palabra a palabra, página a página. Nosotros, los lectores, agradecidos.
(Buenos Aires, 1978) es periodista y escritor. En 2018 publicó la novela ‘El lugar de lo vivido’ (Malisia, La Plata) y ‘Contra la arrogancia de los que leen’ (Trama, Madrid), una antología de artículos sobre el libro y la lectura aparecidos originalmente en Letras Libres.