Dos jóvenes están caminando por la nieve. No tienen casa y necesitan un refugio para pasar la noche; a lo largo de su trayecto hablan sobre el futuro, imaginan un horizonte para estar juntos, se abrazan. Es una imagen difusa y sencilla, comunicada por medio de un larguísimo párrafo sin puntos finales, revestida de un discurso libre indirecto que nos acerca, por turnos, a la mente de los dos personajes. A lo largo de tres episodios en diferentes momentos de sus vidas veremos crecer a Asle y Alise, los protagonistas de Trilogía, y distinguiremos las dificultades de su relación, las violencias del mundo, los traumas que los construyen. Esta novela, en la traducción inglesa de Damion Searls, fue mi introducción al mundo de Jon Fosse y a la fecha me parece, junto con algunos cuentos de Alice Munro y algunas películas de Wong Kar-Wai, uno de los retratos más perfectos de la naturaleza del amor.
Asle y Alise, a veces con nombres ligeramente diferentes, son personajes que habitan toda la obra narrativa del noruego: avatares de su propia experiencia, o seres arquetípicos que representan el volksgeist de su tierra. A veces Asle será un pintor ascético, cuyos trazos rothkianos son preguntas sobre la naturaleza del espíritu; otras será un vagabundo, un alcohólico, o un padre ansioso por la enfermedad de su hijo. El magnetismo de la prosa de Fosse, al mismo tiempo de una complejidad formal considerable y de una envidiable claridad narrativa, se ha unido a su capacidad para construir personajes, conseguida gracias a la carrera como dramaturgo que es la razón de su fama original: aún hoy, aunque lleva más de una década sin publicar teatro, es uno de los autores más representados de Europa. En Noruega, mientras tanto, su estrella es la de un autor casi mítico, celebrado de forma unánime, cuya influencia hace que existan recámaras de hotel con su nombre y autores de su misma generación, o un poco más jóvenes, que lo consideran un mentor: difícilmente podríamos pensar en Karl Ove Knausgård, el fenómeno de ventas de la década de 2010 que, curiosamente, también es un gran escritor, sin la influencia clara de Fosse.
De hecho, para entender la importancia del oriundo de Haugesund, la comparación con Knausgård podría resultarnos útil. Donde el autor de Mi lucha se alimenta de una especie de frontalidad irredenta, el posicionamiento firme de un “yo” que comunica directamente con la vida y la experiencia de quien narra, los personajes de Fosse son apenas medios desde los que se filtra la vida misma: lo importante nunca es la historia en sí, la narrativa, sino la construcción de una atmósfera que nos lleva a una experiencia singular, una escritura expansiva que tiende a lo abstracto. En esto, para establecer una dimensión estética más firme, podríamos decir que Knausgård se parece a Edvard Munch, otro artista noruego que se caracteriza por una personalidad férrea y un interés particular en el cuerpo, la transformación, lo de afuera, como método para acercarse a una realidad interior. Fosse, en esta comparativa, sería más como Nikolai Astrup: pinta las cosas, el fiordo, el espacio, aparentemente de la forma más clara posible, pero la manufactura de las obras nos lleva a concebir un punto de quiebre, un velo que separa a lo interior de una realidad engañosamente irrepresentable.
En 2012, coincidiendo con su abandono (no sabemos si temporal o definitivo) del teatro, Fosse dejó el alcohol y se convirtió al catolicismo. Desde entonces, sus obras narrativas aparecen como series numeradas, que conjugan diferentes circunstancias y cultivan esa música cautivadora, esos largos bloques de prosa que no tienen final ni principio evidentes. Trilogía ya pertenece a esta etapa, la más celebrada globalmente, de su carrera, pero acaso el cénit de su práctica apenas ha sido completado: Septología es la historia de Asle, el pintor asceta, y también es la historia de Asle, el artista alcohólico. Dos hombres en uno, o proyecciones sobre la vida posible del mismo hombre, ambos personajes hablan sobre la naturaleza del pensamiento y reflexionan sobre la propia vida, generando preguntas sobre lo pequeño (¿cómo es posible soportar nuestra cotidianidad?) y por lo inefable (¿qué es el arte, por qué lo hacemos, de dónde viene su naturaleza?). La música de esas conversaciones, situadas en la cotidianidad de algunas casas y en la bruma nórdica que caracteriza a su trabajo, tiene mucho de mística cristiana, con claras alusiones al Maestro Eckhart y a Juliana de Norwich, pero también tiene la transparencia y el espíritu propulsivo de la narrativa medieval escandinava, con su habilidad descriptiva y su capacidad de convertir en sencillo lo inexplicable.
En cuanto a influencias literarias, sería imposible no mencionar la impronta de otros nobeles en Fosse: Samuel Beckett, con su prosa rítmica y su gusto por ocultar capas de significado en las palabras más sencillas, es quizás la estrella del norte para la obra del noruego. Harold Pinter, con su capacidad para crear personajes complejos y disfrazar la filosofía de drama, también es fundamental para entenderlo. Otra sombra, ahora en lengua alemana, que es clara en el trabajo del autor, es Thomas Bernhard: la atención al lenguaje, el esmero, la capacidad de jugar con diferentes aristas de una idea sin llegar a agotarla, seguro fueron aprendidas con la obra del austriaco. Al tocar estas influencias de vanguardia con su sensibilidad ascética, con su interés espiritual, Fosse se ha convertido en algo parecido al primer exponente del minimalismo sacro en la literatura: así como las triadas descendentes de Arvo Pärt comunican una experiencia religiosa a partir del silencio, usando lecciones aprendidas por la Escuela de Nueva York, Fosse pasa por los lugares oscuros del alma, por las cosas difíciles, por la violencia cotidiana de la vida, y utiliza la claridad de su lenguaje para llevar todo a un estado de exaltación religiosa. Es uno de nuestros pocos verdaderos místicos contemporáneos.
Quizá no le sorprendió a nadie familiarizado con la obra de Fosse la noticia de esta mañana. Es el autor vivo más celebrado de su país, y uno de los principales exponentes internacionales de la literatura escandinava; el premio Nobel, en este punto de su carrera, se siente prácticamente natural. Sin embargo, no hay que perder de vista la oportunidad que este premio representa en cuanto a la distribución que ahora tendrá su obra, y con ella, uno de los estilos literarios más singulares de los últimos años. En un entorno que tiende a celebrar ciertos valores ajenos a la apreciación estética sobre lo que podríamos llamar “literatura bien escrita”, en el que nos preocupamos tanto por lo que queremos decir y tan poco sobre cómo queremos decirlo, una escritura tan singular como la de Jon Fosse puede inyectar algo de vida a nuestra mortecina concepción de “lo literario”. Su obra, como la de sus maestros y la de sus incipientes herederos, no es para todos, pero tendrá un impacto mayor para las vidas de quienes sepan apreciarla. No se me ocurre un mejor laureado para 2023.
(Aunque también hubiera sido lindo que premiaran a Thomas Pynchon). ~
(Naucalpan, 1994) escribe poemas y ensayos. Su primer libro, Fracción continua, fue publicado por el FOEM en 2022.