A Danubio lo conocí gracias a Octavio Paz en la revista Plural a fines de 1974. Él tenía menos de treinta años, pero se desenvolvía como si tuviese muchos más. Parecía alto. No lo era tanto. Era esbelto. Intransigente y elegante. Le gustaba andar bien vestido. Venía de Uruguay. En la adolescencia, en su nativa Rocha, leyó a los escritores de Sur, en particular a Jorge Luis Borges. Había trabajado en Marcha. Se había formado cerca de Ángel Rama y sobre todo de Emir Rodríguez Monegal, que podría decirse fueron sus primeros maestros en el arte de la lectura. En Uruguay conoció a Ida Vitale y leyó a las grandes poetas de ese país, como Juana de Ibarbourou. En 1968, a los veintiún años, publicó El humorismo y la crónica en la literatura uruguaya. La obra anunciaba, de hecho, algunos de los temas y motivos de su crítica posterior. Cuando ya no pudo seguir en Montevideo se trasladó a México.
Parecía enterado de todo, y se desempeñó en la revista Plural como secretario de Redacción. Antes había estado en el Diorama de la Cultura en el Excélsior de Julio Scherer con Ignacio Solares. Se metía en todo y conocía a todo mundo, o eso pensaba yo en aquel entonces. Hicimos buena amistad gracias a Ana María Cama, la coordinadora editorial de la revista. Tenía olfato. Yo no podía evitar asociar su figura a la del zorro de Jean de Lafontaine. Observador, “mirón”, espectador, cronista, traductor, por ejemplo, del Breviario del FCE La autobiografía de George May. Su sentido de la orientación literaria lo llevó a conocer y a tratar a no pocos de los escritores claves de la época.
Entrevistó, entre otros, a Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo, José Bianco, Juan Goytisolo, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Severo Sarduy, Juan Carlos Onetti, Nélida Piñón, Guillermo Cabrera Infante, Haroldo de Campos, Carlos Barral, Elizabeth Bishop, Manuel Puig, Pablo Antonio Cuadra, Juan García Ponce, Salvador Elizondo, Cornelius Castoriadis, Carlos Fuentes y Juan Goytisolo –de quien fue amigo cercano y cuyo elogio hizo cuando en 2002 el español recibió el premio Octavio Paz, además de escribir su obituario–. Esos fueron algunos de los entrevistados y retratados por Danubio Torres Fierro, quien parecía estar armando un mapa del mundo literario hispanoamericano con sus diálogos y retratos dibujados con tensa pluma y, cabe recalcarlo, incisivo estilo.
Ahora pienso que Danubio se vivía a sí mismo como un maestro de ceremonias de la gran fiesta literaria hispanoamericana. Estaba interesado en la superficie, pero también en los subsuelos y en las claves secretas que recorren el cuerpo fragmentado de las ciudades latinoamericanas y de nuestra región en permanente búsqueda de su identidad. Antes que las venas abiertas del continente, le interesaban sus malestares secretos, sus figuras incómodas. No se puede olvidar que fue el autor de una autobiografía literaria titulada Estrategias sagradas, en que retrata sus años juveniles en Barcelona. El libro fue reseñado por Julieta Campos. Torres Fierro fue un hombre de redes y, paralelamente, un conocedor de las lagunas y huecos de la historia y las letras de nuestro continente marcado por las migraciones y los mestizajes. Sabía que en América Latina conviven tiempos, geografías, castas y familias.
Escribió sobre Luis Cernuda, Jaime Gil de Biedma, Machado de Assis, Lionel Trilling, Cyril Connolly, Clarice Lispector, Choderlos Laclos, Francois Furet. Estaba consciente de su condición desterrada y en 1979 escribió Los territorios del exilio publicado por el sello de la Gaya Ciencia.
Además de Plural, fue secretario de Redacción de la Revista de la Universidad en la época en que la dirigió Julieta Campos, entre 1980 y 1985, y secretario de redacción de Vuelta Latinoamericana. Publicaba en El País, en Claves, dirigida por Fernando Savater y Javier Pradera. Al final de su vida publicó dos libros importantes: Contrapuntos. Medio siglo de literatura latinoamericana, editado por Taurus en 2017 y Fin de ciclo. Testamentos literarios, editado en 2021. Antes, en 1986, había publicado Memoria plural. Entrevistas a escritores latinoamericanos.
El conjunto es asombroso. En Contrapuntos, su amigo Rodrigo Martínez Baracs reconoció un libro excepcionalmente logrado en el que convergen una constelación de treinta escritores de primera línea de América Latina y España y una mirada crítica consciente de la vasta y rica cartografía literaria de la que le tocó ser testigo y yo diría historiador. Además de conocer al dedillo la literatura hispanoamericana, Torres estaba al corriente de la historia de las letras de Brasil, como prueba su amistad con el poeta y crítico Horacio Costa. Una de sus amigas fue Suzanne Jill Levine, la traductora de Guillermo Cabrera Infante y Jorge Luis Borges al inglés. No solo le interesaban las letras, también la política, y sostuvo amistad con el presidente uruguayo Julio María Sanguinetti y con el político mexicano Enrique González Pedrero.
El conjunto de entrevistas, retratos y diálogos escrito y transcrito por Danubio Torres Fierro dibuja, sí, una cartografía literaria y poética. Va armando con cada uno de esos encuentros el retrato de una época en la que la literatura se vivía como una fiesta y una ceremonia fundada en el pacto de la lectura y de la concordia, la inteligencia y la lucidez.
Torres Fierro entrevistó a Octavio Paz en agosto de 1991, luego de la concesión del premio Nobel. La entrevista resume las ideas del poeta en torno a la historia de México y del mundo y da luces sobre el movimiento o estancamiento de la política de ese momento y aun del actual. Se encuentra recogida en el tomo XV de las obras completas. A su destreza inteligente se le deben además las antologías Octavio Paz en España (1937) y Octavio Paz, palabras en espiral.
Seguramente hay dispersas en la prensa latinoamericana y española no pocas páginas de este escritor, entrevistador y memorialista hispanoamericano, discípulo del Duque de Saint-Simon y del Cardenal de Retz, figuras a las que admiraba:
A mí particularmente me gustan mucho los franceses, por ejemplo, el conde de Saint-Simon, sus memorias de la época de los Luises, en Francia, me parece que son un monumento de la literatura; ahí puedes ver, en ese libro de Saint-Simon, que aparece el resplandor de un mundo, pero a la vez, el canto de cisne de ese mundo. Todas las memorias tienen algo de eso, de recuperación exaltada de un momento, y al mismo tiempo la melancolía de algo que se está diluyendo. En ese sentido, las memorias del Cardenal de Retz (Jean-François Paul de Gondi) también me gustan mucho.
Jardinero del crepúsculo de una ciudad literaria que conoció como pocos, Danubio era un hombre de gusto, apasionado de las letras y de la historia, ávido de conocimiento de los territorios de la voz, que fue guardando en su alacena hispanoamericana con un raro rigor gustoso y casi musical. Solo escribía por gusto y ese gusto es palpable en lo que hacía. Lúcido hasta el último momento, salió de la escena con la conciencia tranquila del que ha dejado bien hecho su testamento.
(ciudad de México, 1952) es poeta, traductor y ensayista, creador emérito, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y del Sistema Nacional de Creadores de Arte.