De la escritura comparada con otras actividades

Se puede explicar qué es escribir o buscar ejemplos en otras situaciones en las que nunca se está del todo solo.
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Se presenta mucha gente a comer a tu casa inesperadamente. Tienes que improvisar una comida con los restos que encuentras en la nevera, con alguna lata de la despensa y con el pan duro. Lo dispones todo sobre la encimera como si fuera un alijo incautado por la policía o bien vas abriendo los armarios a medida que vas necesitando algo, e incorporando los hallazgos a la mezcla. Con suerte, pero con frecuencia, te vas dando cuenta de que con lo que tienes puedes cocinar algo delicioso, o nutritivo, o abundante o resultón, o todo eso junto, y aceptas la alegría de la improvisación y la que te han traído las visitas como una muestra de que las sorpresas son el tabasco de la vida. Es casi mejor tener que cocinar así, sin poder ir a hacer una compra específica ni seguir una receta al pie de la letra. Aquí las palabras son una lata de sardinas en escabeche, el culillo de mostaza en el frasco, medio calabacín. La mayor sorpresa al probar el plato es la tuya.

Te saca el profesor a la pizarra y te obliga a hablar delante de toda la clase. A hacer una confesión, a contar cómo haces algo que le parece ejemplar pero a ti no, a reconocer una falta que sabes que no lo es, a decir lo que tienes que decir. Te asombra la rigidez de tu cuerpo y el tono metálico de tu voz, que suena como a través de un tubo. Al mirar al auditorio de tus compañeros no te fijas en una mirada concreta. Te parecen todos igual de indiferentes, así que hablas para el aire o para la nada. Lo mejor es que digas algo, lo que sea, para poder volver a tu pupitre cuanto antes. Estás en una película desasosegante.

Esta se parece a la de la comida: en una ciudad en la que estás de paso, a la que te has llevado una maleta minúscula, te invitan a una fiesta muy elegante. Hay que improvisar un atuendo a la altura con lo que tienes a mano: la ropa que has traído en la maleta, las cortinas de la habitación, algo prestado. Un pañuelo te lo colocas de manera fantasiosa. Ser capaz de arreglárselas con cualquier cosilla provoca mucha satisfacción. Por eso hay que tener cuidado con querer arreglarles la vida entera a los demás. Hacemos lo que podemos con lo que tenemos. La polisemia es hacerse un vestido con tela de tapicería.

Vas conduciendo y no puedes parar. No sabes cómo se frena, se han estropeado los frenos y no quieres decírselo a la gente que viaja contigo, no hay desvíos en la autopista o ya no se me ocurren más posibilidades. O incluso puede darse el caso de que sí haya desvíos, puede hasta que cada pocos kilómetros, pero que no te apetezca salir, que creas que es mejor continuar hasta el siguiente, y que ese también lo dejes pasar, y que lo menguante del depósito de la gasolina no solo no te preocupe sino que te estimule, y así muchos kilómetros hasta que el paisaje haya cambiado, y que algo dentro de ti te impulse a no abandonar esa larguísima subordinada.  

A veces también tienes todo lo que necesitas pero no puedes evitar alambicarlo todo un poco, y eso es también como escribir.

Ojalá pueda imaginar la escritura no como una actividad alambicada sino como un país por el que deambulo silbando, a veces en patines. 


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