El vaivén: entre el asombro y la risa

La segunda novela de Susana Merchán Rubira cuenta la historia de varias generaciones de la familia Quiñones, va yendo de adelante hacia atrás y vuelta.
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Susana Merchán Rubira es matemática y profesora en la Universidad Politécnica de Madrid, y además autora de dos novelas: una titulada El fractal, en la editorial Cerbero, y otra, El vaivén, que acaban de publicar Pepitas y Los aciertos y que acabo de leer.

Durante la lectura me preguntaba si la formación y el desempeño de la autora como matemática se transparentaba en la forma de acercarse a la escritura, en alguna serie, o en una estructura especular o en un tipo particular de absurdez en el humor, pero creo que es la precisión de la sintaxis, más que la nota biográfica de la solapa, lo que me inspiraba la pregunta.  Por supuesto un título como El fractal nos remite a los mundos geométricos. El vaivén es un término ya más extendido más allá de la física, en el que no habría reparado si no fuese por el título anterior. Desde la foto de la cubierta nos miran dos mujeres en un columpio −ahí está el vaivén, lo impulsan las mujeres−, una sentada y otra de pie, y al fondo se desenfoca el campo.

Aquí, en El vaivén, se nos cuenta la historia de varias generaciones de la familia Quiñones en un pueblo llamado Huaiquín, por donde llegó a correr un río que se secó más tarde, lo que ha determinado los destinos de sus habitantes. Antes de que comience la historia, detrás de una cita de Dickens referida a los fantasmas que hay en las familias, se nos ofrece un árbol genealógico que abarca seis generaciones y veintiún personajes. Y luego sigue una decena de capítulos en los que vamos conociendo la historia de las mujeres y los hombres nacidos de la rama de los Quiñones o que se van acercando a ellos y se reproducen con ellos, haciendo que nazcan nuevos Quiñones. Las verdaderas protagonistas del libro, y los personajes más interesantes, son las mujeres, aunque no se escatima información sobre los hombres, que en esta historia son en general más burros y opacos.

La narración no respeta el orden de las generaciones, sino que vamos yendo de adelante hacia atrás y vuelta en función de las necesidades de la historia, de modo que acabaremos conociéndolos a todos mientras volvemos a consultar el árbol para ver con quién se relacionó cada cual. Esas vueltas son necesarias porque la vida de una persona no se limita al tiempo que transcurre entre su nacimiento y su muerte, sino que afecta a lo que pasa en generaciones posteriores, ni que decir tiene que a los contemporáneos, y, si miramos con atención, quizá descubramos que puede influir hasta en la de sus antepasados. Esa es una intuición que se expone con mucha claridad en El vaivén y que forma parte tanto de su estructura como de su trama, porque aquí hay una historia de venganza o desquite largamente preparada.

La presentación de los personajes se hace a menudo con un par de pinceladas, antes de que los vayamos conociendo a través de su comportamiento o cuando ya los hemos visto actuar y entonces la breve descripción remata lo ya expuesto. La narración es rítmica, rápida pero detallada, y la descripción precisa y casi poética, y todo está hilado con un tono desapegado pero cercano. Aunque las cosas que se cuentan sean a veces tremendas hay siempre mucho humor; en varias ocasiones me he reído a carcajadas.

Algunas muestras: Flora “lo había hecho [ir encogiéndose hasta la altura normal para una mujer] para intentar sobresalir lo menos posible, pero se le notaba en los ojos que había pasado por demasiadas cosas”, o Alonso, “que habría preferido ser cura o cantante, se aburría ordeñando vacas o esquilando ovejas”. En el capítulo dedicado a Alonso nos enteramos de que tiene un hijo con un animal, o se hace cargo de un niño un poco raro. Para que la gente no rumoree le ofrece a una chica necesitada que se haga pasar por su madre, y cómo lo cuenta Merchán es un buen ejemplo del tono del libro: “Se casaron y le cortaron el flequillo al niño como lo llevaba ella para que a la gente no le costara sacar el parecido”. Qué sencillo, qué gráfico, qué divertido. Lo aceptamos todo tal cual se nos cuenta porque hemos entrado ya en el tono de la fábula. En la forma desenvuelta con que se nos cuentan las cosas no encontramos solamente la ambientación popular, sino que reside también la verosimilitud del relato. La mayor parte de los personajes tiene algún rasgo estrafalario, una rareza que lo hace particular y de la que la escritora consigue sacar el armazón de la trama, transformando el atributo en destino. 

Pasa por delante de nuestros ojos una galería de personajes pintorescos, expuestos a situaciones de escasez, de humillación o de maltrato, que a veces consiguen sobreponerse a las miserias que padecen y que otras veces son arrollados por ellas, y que durante el turno en que son protagonistas de esta historia de transmisión familiar se nos presentan llenos de encanto, interesantísimos, muy simpáticos, odiosos, incomprensibles. Entre todos, por muy alienados que parezcan a veces, consiguen contarnos la manera en que cada individuo encuentra su sitio en la familia, sea a codazos o aplastado entre los volúmenes que han llegado a ocupar los demás, y en más detalle la manera en que las mujeres organizan su sistema dentro del sistema heredado. Todo esto se cuenta con un ritmo y una gracia llamativos, y a la vez sin alarde. Hay en este libro párrafos tan redondos que parecen coplas. Y qué cantidad de cosas pasan en una comunidad tan restringida como una familia o un pueblo, como veremos si ponemos un poco de atención, si pegamos el oído a las paredes de las casas viejas como la que alberga estas historias.

El vaivén
Susana Merchán
Los Aciertos y Pepitas, 2024
90 páginas

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Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).


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