He aquí un libro maravilloso que me provoca la sensación equivalente, a mí que soy adulta ya sin remedio, a la que me despertaban los libros que leía de pequeña en la cama, después de que nos hubiesen bañado y dado una tortilla francesa, cuando nos volcábamos sobre los dibujos alucinantes que nos parecían más verdaderos que el mundo. El libro se llama Un cuaderno de viaje y lleva como subtítulo Apuntes sobre el libro Las fotografías de Burton Norton de Eduardo Momeñe. Es un libro de dibujos y el autor es Jacobo Pérez-Enciso, que se basa en el libro citado, que es a su vez el relato fantástico del periplo europeo del fotógrafo Norton y su compañero W. G. Jones, estudiante de literatura en Oxford, en los tiempos en que la fotografía estaba en sus albores.
Lo que hace Pérez-Enciso es dibujar a partir de fragmentos del texto matriz, precisamente esos fragmentos en los que lo descrito no va acompañado de ninguna fotografía (“Sentí la sensación de ir dibujando algunos de los lugares del libro que [Burton Norton] no había fotografiado”). Según advierte también en el aviso preliminar, este es un libro de dibujos ilustrado por textos, que es lo contrario de lo que suele ser. Las palabras van en las páginas pares y las ilustraciones en las impares, de modo que al hojearlo lo primero que se tiende a ver son los dibujos, y entonces ya se consulta a qué corresponden. A veces se cuentan cosas como “Embarcamos en Poole rumbo a St. Malo. Ciertamente hubiese tenido más sentido la ruta Dover-Calais, más corta, tal como habían hecho Turner y tantos otros, pero Burton aprovechó una embarcación que partía hacia la bella localidad francesa –puerto de refugio de piratas–, tan solo porque estaba interesado en obtener una fotografía de Mont Saint-Michel, situado no muy lejos de nuestro punto de llegada y comienzo de nuestro viaje”, o bien “Burton se preguntó de dónde surgía aquella tristeza. Son palabras que Heinrich Heine ya había pronunciado allí –tuve noticia de ello más tarde–, y Burton las hacía suyas”, o bien “Nunca vería una montaña con la belleza del Matterhorn, y fue de hecho, allí a sus pies, donde soñé la cabaña en cuyo interior yo querría plasmar mis mejores palabras sobre un papel”. Es decir, que encontramos fragmentos con la estructura clásica del relato hecho por parte del fiel acompañante, como el doctor Watson o James Boswell, y algunos comentan la intendencia del viaje, otros recogen a figuras anteriores de la historia de Europa y de vez en cuando emerge una belleza incuestionable –natural o arquitectónica– que mueve a la contemplación extática. Como todo lo que leemos son fragmentos sueltos, acaba calando la sensación de un viaje espectral, contado por fantasmas a los que a veces se les va la voz.
Esos recuerdos rescatados acompañan o justifican la colección de dibujos, cuyos motivos son, como corresponde a un viaje por el continente: las casas llenas de ventanas sobre los canales de Ámsterdam, la catedral de Bolonia por fuera, la catedral de Lieja por fuera, la catedral de Notre-Dame de París por dentro, el paso de San Gotardo en Suiza, las estrechas calles del centro de Estrasburgo, la vista de Delft desde el mismo punto de vista que Vermeer, y muchos barcos de velas y caminos de montaña y llanos paisajes interrumpidos por una torre medieval. Todo esto se ha dibujado a rotulador de punta fina, con unos ocasionales toques de color en acuarela aquí y allá. Junto a los grandes volúmenes de los edificios y las montañas los seres humanos aparecen minúsculos, como de paso entre tanta gran piedra permanente, y sin embargo esas figuras esquemáticas parecen muy vivas, retratadas con toda la atención.
Los dibujos recuerdan inmediatamente a los de Hendryk Willem Van Loon, el escritor e ilustrador de Rótterdam que a los veinte años, en 1902, se trasladó a los Estados Unidos, desde donde generaría una de las obras más fascinantes del siglo XX, toda esa colección de libros divulgativos, en apariencia dedicados a un público juvenil, donde cuenta la historia de la humanidad, del mundo donde esta vive y de lo que ha inventado para vivir mejor en él: precisamente The Story of Mankind (1921), Van Loon’s Geography (1935), Ships: and How They Sailed the Seven Seas (1935) o el quizá más famoso The Arts (1937), entre muchísimos otros. Como en los libros de Van Loon, en este libro los dibujos de Jacobo Pérez-Enciso parecen haber sido repasados muchas veces y a la vez transmiten una necesidad incontestable en su trazo un poco móvil. Inmediatamente se reconoce en ellos una cara vitalista de las cosas que no siempre es visible en el mundo en que vivimos. Los espacios abiertos resultan esquemáticos y apabullantes, y un buen ejemplo es esa lámina en las que una fila de personas, desamparados expedicionarios, cruza el paso del Manirang, según la fotografía que sacó en 1866 Samuel Bourne y en la que una de las laderas de las montañas parece un pato con el pico hundido en la nieve. Por otro lado, en las láminas que muestran ciudades se aprecia la vida bullente que se da entre los contemporáneos, pero también parece palpitar la vida de las generaciones anteriores. Y sobre todo, el libro transmite la sensación de que alguien se lo ha pasado muy bien dibujando.
El título de este artículo sale de otro de los fragmentos: “Fue un tal Stetson quien me dijo –quizá fue en Victoria Station– que en Londres no había niebla antes de que Whistler la pintase”. Dibujar genera mundos.
Un cuaderno de viaje
Apuntes sobre Las fotografías de Burton Norton de Eduardo Momeñe
Jacobo Pérez-Enciso
Afterphoto, Madrid, 2020
120 páginas
Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).