Foto: Elisa Cabot, CC BY-SA 2.0, via Wikimedia Commons

Juan García Ponce: recuerdos y una carta

Hace unos días se cumplieron veinte años de la muerte del narrador y ensayista. Una carta recuperada es muestra de su inteligencia, agudeza y sensibilidad.
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Hace unos pocos días se cumplieron veinte años de la muerte del narrador y ensayista Juan García Ponce. La prensa no reparó en esa conmemoración. Con el tiempo, me temo, la obra de García Ponce será una obra de culto, frecuentada por lectores fidelísimos. Ediciones Odradek, con Alfonso D’Aquino a la cabeza, ha hecho un esfuerzo extraordinario para poner en circulación tanto el teatro de García Ponce como sus conferencias sobre escritores europeos. Recientemente publicó Catálogo razonado, la última obra dramática del narrador yucateco.

Es difícil precisar la enorme influencia que García Ponce tuvo en su propia generación (como narrador, ensayista, editor y promotor cultural) y en las generaciones más jóvenes. No tuve el gusto de conocer a Juan García Ponce. Cuando en 1990 ingresé al Consejo Editorial de Vuelta, García Ponce ya no acudía a las reuniones, por su enfermedad. Fue en ese entonces que comenzamos una larga, intensa y muy divertida amistad epistolar. Nos escribimos todas las semanas durante un largo período. Impertinente, agudo, inteligente, sensible, García Ponce era todo eso pero sobre todo un hombre muy generoso. Me prodigó una enorme cantidad de consejos literarios y de anécdotas inolvidables. Nunca como maestro sino como amigo. Yo no podía esconder la enorme admiración que le tenía (y que aún le tengo), algo que sin duda le causaba comezón y gracia. Intercambiamos varias docenas de cartas, que su asistente, María Luisa, pasaba a máquina. Chismes, recomendaciones de libros, meditaciones sobre sus autores de cabecera (Musil, Klossowski, Mann, Broch, Borges). Proyectos realizados, como su libro Imágenes y visiones, así como proyectos frustrados, como la publicación de El baño de Diana, de Pierre Klossowski. Más tarde, cuando comenzamos a publicar Letras Libres, lo invité a colaborar en la revista, en la que publicó sus últimos ensayos sobre biografías de varios de sus autores favoritos.

En homenaje a su persona y su obra, quise recuperar una de sus cartas. Me pidió en su momento que no las publicara antes de su muerte, qué ocurrió hace poco más de veinte años. Lo hago ahora con enorme emoción, admiración y cariño.

*

Querido Fernando:


Sigo con nuestra correspondencia bravera y divertida. La interrupción ahora fue culpa de María Luisa, que con muy buen juicio tuvo catarro ante este tiempo atroz. Pero me planteas muchas cosas que me siento impulsado a responder, unas de tema práctico y otras “teórico”. A base de esta combinación quién quita que algún día nuestra correspondencia sea digna de publicarse. Pero eso sería con carácter póstumo y más vale no hablar de ello aunque responde indirectamente a una de tus preguntas: en efecto sigo igualmente irreductible en mi decisión de no publicar en vida cartas personales. En eso estoy de acuerdo con Rilke: sus cartas son parte de sus ensayos incorporados a ellos póstumamente. Yo tengo para mi la suposición de que Octavio y yo estamos de acuerdo en no publicar cartas personales porque podría parecer un acto de vanidad inútil. Me acuerdo que esta conversación tuvo lugar a propósito de que Jaime García Terrés publicó una carta de un infeliz profesor o ensayista canadiense diciendo que era un elogio a Owen en el título de la publicación cuando en realidad era un limitado elogio a él. Y sigo hablando de Octavio y de ti directamente. Yo no pretendo ser peyorativo en el hecho de decir que Octavio no tiene demonio. Simplemente es un hecho. Tiene otras muchas cosas a cambio: sentimientos, buen juicio penetrante y un sentido innato de la forma tanto en prosa como en verso. Una prueba de ello es el soneto que me envías en tu carta [“La caída”, en Libertad bajo palabra.] ¡Qué magnífico soneto! No lo conocía y te agradezco su conocimiento; pero es una parodia significativa en el hecho de ser una parodia. Su homenaje a Cuesta significa ser capaz de imitar sus sentimientos y seguir su sentido formal, en el sentido de que Sor Juana no tenía sentimientos sino sentido formal, lo que le permitía hasta adoptar sentimientos. Octavio sí tiene sentimientos; son sentimientos agudos sin demonio. No es nada malo. Octavio como Bretón defiende muy bien al demonio de otros, pero no tiene ninguno propio, igual que Bretón. Demonio es el de Cuesta, Villaurrutia o Cernuda. Esto no significa que el demonio es homosexual, incluso en el sentido de estéril, dado que los homosexuales, en palabras de Octavio, no conocen “lo otro” o sea la mujer, el cristianismo, etcétera. Por eso su poesía y algunas partes de su prosa están tan llenas de carne, y en cambio, para él, la poesía de Villaurrutia, llena de carne para mí, pero de carne “estéril y marchita”, es “fantasmagórica”. Un poeta con demonio y nada homosexual es Rilke o, en otro terreno, Buñuel, tan púdico según él.

Pero pasemos a otras cosas. El baño de Diana [de Pierre Klossowski] no está traducido y sí estoy dispuesto a hacer una introducción, sobre todo para corregirme a mí mismo dado que ya no estoy de acuerdo con mi interpretación en Teología y pornografía. Te anticipo, a ti sólo, mi desacuerdo conmigo mismo: Klossowski no cree en lo sagrado, sino en el simulacro. Diana no es una diosa sino la estatua de Diana. Los dioses no existen. Por eso estoy tan de acuerdo con el desacuerdo de Zaid.

Por tu descripción, las reuniones de Vuelta siguen siendo idénticas, hasta con Zaid estando de acuerdo porque él es creyente. A mi me pasa lo mismo con él. Él fue el único que estuvo de acuerdo conmigo en mi crítica a Octavio cuando él colaboró con Zabludowsky (¿se escribe así? Ni María Luisa ni yo lo sabemos).

De antemano estoy de acuerdo con cualquier salario que me de Vuelta. Para mi en ese renglón todo es ganancia. Como decía Pavese: “No hay que vivir de lo que se escribe”. Y por otra parte, en este país de analfabetismo y sin lectores, ¿quién puede? Sobre La experiencia de la libertad. Yo creo absolutamente en la libertad, por eso estuve siempre en contra de la Unión Soviética. Ahora también creo que esa libertad sin Unión Soviética, sin guerra fría, se debe a la Unión Soviética. Por eso no le quedó más remedio que desaparecer. Nos dejó sin nadie de quien hablar mal, sin duda alguna. No creo en el Islam ni estoy de acuerdo contigo en que ahí yo estaría prohibido, si me leyeran; si no estoy prohibido aquí es en gran parte por el corto número de lectores que hay. ¿No piensas que es ridículo, aunque ese ridículo no importa, como todos los “hechos”, que de mi primer libro de ensayos, Cruce de caminos (María Luisa cometió un error de máquina y se acaba de quejar contra sí misma de una forma adorable), se publicarán mil ejemplares y del último mil también? Ahora como editor de los libros de Vuelta tal vez cambiar esta situación te corresponda a ti. Pero si no lo haces, ni modo. Yo me conformo con nuestra divertida correspondencia. Tiene tal forma de diálogo directo que amenaza todo el tiempo con hacerse interminable. Para no caer de inmediato en esa situación me despido.

Un abrazo de

Juan García Ponce.

P. S. No resisto la tentación de hacerte otra broma: ojalá no seas enterrado vivo por un bulldozer americano. recuerdo que en un telefonazo a Gabriel Zaid para felicitarlo por un ensayo católico con cuyo “contenido” no estaba de acuerdo, pero me parecía muy erudito y muy bien escrito, le dije: “No resistí la tentación de llamarte: yo soy muy malo para resistir las tentaciones”. Eso fue hace años; sigo igual.

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