Hay un cuento de Jorge Edwards, āCumpleaƱos felizā, que comienza asĆ: āHubo antes, para ablandar el terreno, dos noches excesivas.ā
LeĆda esta lĆnea es imposible no querer saber quĆ© sigue. QuĆ© fueron esas noches que ablandaron el terreno y a quĆ© condujeron. El lector ya estĆ” atrapado por el lazo delgado y firme de una primera lĆnea perfecta. Los buenos cuentos tienen esa virtud de desatar rĆ”pidamente una espera ansiosa y confiada.
La escritura de Edwards tiene un don irreductible a fĆ³rmulas, que es el de la entretenciĆ³n pura y simple. Y esto no tiene que ver tanto con la trama sino, mĆ”s bien, con el modo.
Nos ha dejado personajes inolvidables como, por ejemplo, el elegante y chilenĆsimo MarquĆ©s de Los convidados de iedra; el āPoetaā de la Casa de Dostoievsky āque encarna la figura del artista de la vie de bohĆØme, del poeta malditoā; el Toesca enamorado de su Manuelita de El sueƱo de la historia; MarĆa de La Ćŗltima hermana āque es un personaje de veras bueno y generoso y heroico, algo dificilĆsimo de construir en una novela en medio del escepticismo de hoy respecto de la virtudā; el reflexivo, equilibrado, familiar Montaigne de La muerte de Montaigne, ese Montaigne suyo que es antes que nada un temperamento, o ese trĆo amoroso marcado por los celos que configuran Felipe, el Doctor Illanes y Silvia en El origen del mundo, una de sus mejores novelas.
Los personajes de Edwards se mueven por las pƔginas con inmediatez, con espontaneidad, con esa cosa irrefutable que tiene lo vivo.
Pero el personaje siempre mĆ”s difĆcil de lograr y, en el caso de Edwards, el mĆ”s logrado, es el del narrador. La maestrĆa de Edwards se muestra antes que nada en la voz que cuenta la historia. Pienso, por ejemplo, en el uso de los adjetivos en esta lĆnea de La Ćŗltima hermana :
ā…habĆa conocido The waste land, de T.S. Eliot, en los aƱos de su publicaciĆ³n, con enorme, desmedido, fascinado asombro…ā
āCon enorme, desmedido, fascinado asombroā. Esos tres adjetivos dan solo matices diferentes, pero logran enfatizar la intensidad de ese asombro sobre todo por su ritmo, por sus acentos y resonancias sonoras: enorme, desmedido, fascinadoā¦ Es un endecasĆlabo de cuatro pies yĆ”mbicos y un anfĆbraco, dejado caer asĆ, al pasar, como quien no quiere la cosa.
QuizĆ” desde El sueƱo de la historia, Edwards abrazĆ³ explĆcitamente la idea de la novela como āforma conjeturalā. Como dice Novalis, ālas novelas surgen de las limitaciones de la historiaā. Hace pie en los hechos histĆ³ricos y va mĆ”s allĆ”, interpreta, completa, imagina. La ficciĆ³n es asĆ un modo de iluminar lo que ignoramos, y de asumirlo proponiendo una situaciĆ³n posible. Edwards adopta, entonces, un tono conjetural que es uno con su proyecto estĆ©tico. El narrador lo hace explĆcito:
āāPorque tĆŗ eres escritora āle puede haber dichoā. Tienes que hacer algo…ā
NĆ³tese ese āle puede haber dichoā. (La Ćŗltima hermana).
Ya en El origen del mundo habĆa aparecido este narrador conjetural. De repente, en esta novela, el narrador se desplaza y se configura como una tercera persona que mantiene una interesante y ambigua proximidad con el protagonista: ā…habĆa sido, suponemos, suponĆa el doctor…ā Y, de nuevo, mĆ”s adelante: āQuizĆ” se habrĆ” dicho, se dijo el doctor…ā
El tono es tentativo, ecuĆ”nime, poco enfĆ”tico, tranquilo y, a veces, algo dubitativo, pero siempre sugerente e intrigante. Son narradores cercanos, inteligentes, y a travĆ©s de titubeos y sutiles insistencias se ganan la confianza del lector. La prosa de Edwards se lee como quien conversa. A mĆ me gusta su tono aflojado, tranquilo y espontĆ”neo; cĆ³mo insinĆŗa sus frases que se van alargando y se doblan y entrelazan animadas por un humor sutil, inteligente, comprensivo. Todo arranca de ahĆ:
āLos demĆ”s quizĆ”s no lo veĆan, pero yo lo veĆa muy bien, mĆ”s que bien, y me parecĆa que la evidencia era abrumadora, escandalosa. Ā”Silvia!, exclamaba para mis adentros, y observaba de reojo, con escaso disimulo, con emociones que un buen lector habrĆa podido leer en mi cara, el entusiasmo con que lo besaba en las mejillas al saludarlo, repetidas veces, terminando por besarlo demasiado cerca de la boca. Demasiado cerca, demasiado entusiasmo, mascullaba yo, pero no decĆa una sola palabra, y pronto, porque soy, o era, mĆ”s bien dicho, en aquĆ©l tiempo, una personaā¦ā (El origen del mundo).
Narrador, concepto de la novela como conjetura y lenguaje van en el mismo sentido. Su estilo nunca es tenso, nunca esforzado, nunca Ć”spero, pretencioso ni excesivo; nunca violentamente sacudido por nada. Lo mejor, mĆ”s propio y mĆ”s original de Edwards como escritor es, a mi juicio, ese tono suyo que refleja una mirada, un modo de ser. āActuĆ”bamosā, dice el narrador de uno de sus mejores cuentos ācomo si nada nos llamara mucho la atenciĆ³nā. (āEl orden de las familiasā). La verdad es que ese tono conjetural de Edwards es suyo mĆ”s allĆ” de cualquier teorĆa. Es un caso en el que el dictum de Buffon se cumple absolutamente: le style cāest lāhomme mĆŖme. Y la gracia es que ese estilo que le es connatural, haya sido puesto al servicio de una estĆ©tica que permita su pleno despliegue.
Escribo estos apuntes sobre Jorge Edwards novelista y cuentista. Me gustarĆa decir algo, por supuesto, del Edwards memorialista y autor de ensayos, artĆculos, crĆ³nicas. Por restricciones de espacio, me restrinjo.
Pero no puedo dejar de mencionar Persona non grata, un libro crucial, que por estos dĆas cobra una nueva vigencia. Edwards llegĆ³ a Cuba en 1970 como representante del presidente Salvador Allende, un lĆder elegido democrĆ”ticamente, comprometido con el socialismo y el marxismo. HabĆa presidido OLAS, una organizaciĆ³n continental pro revoluciĆ³n cubana, de modo que se trataba de un gobierno amigo. VenĆa con la misiĆ³n de establecer relaciones diplomĆ”ticas y abrir la embajada de Chile en la isla. Pero se encontrĆ³, al poco tiempo, con que era declarado āpersona non grataā. ĀæSu pecado? Haber frecuentado el mundo de los escritores, haber conocido por dentro la disidencia. Es decir, haberse transformado en testigo. El rĆ©gimen cubano quiso deshacerse de ese testigo, de ese testigo que iba a escribir.
En sus pĆ”ginas, Edwards desvelĆ³ que la utopĆa de los Castro necesita una cultura sometida y, a la vez, comprometida con la revoluciĆ³n, tal como la entienden sus conductores. Su retrato fue un balde de agua frĆa para los sueƱos socialistas que, en su vertiente marxista, eran hegemĆ³nicos en el mundo intelectual latinoamericano. El escritor pagĆ³ un alto precio personal. Los que controlan ese poder cultural ācomprobĆ³ Edwardsā tienden a castigar de diversas maneras a quienes impugnan su visiĆ³n dominante.
El libro, al final, hacĆa alcances muy crĆticos a la dictadura de Pinochet, por lo cual fue, entonces, censurado en Chile. Pese a eso, Edwards volviĆ³ a su paĆs, donde logrĆ³ que los tribunales dejaran sin efecto la censura. Y desde el ComitĆ© de Defensa de la Libertad de ExpresiĆ³n encabezĆ³ la lucha contra la censura. Edwards por eso āy no solo por esoā fue una figura muy influyente en la transiciĆ³n chilena a la democracia.
Los noventa aƱos, que cumple este jueves 29, lo encuentran como un escritor consagrado, con algo de treinta libros a su haber, y una personalidad con peso propio, tanto en el campo literario como en la esfera pĆŗblica. Y āhay que decirloā rodeado siempre de incontables amigas y amigos atraĆdos por su conversaciĆ³n animosa, llena de anĆ©cdotas y de humor agudo, junto a un pisco sour que prepara Ć©l mismo y cuya receta nadie conoce.
es un novelista chileno. Su Ćŗltima novela es La vida doble (Tusquets).