De Berhnard a cagarse encima. “En lugar de suicidarse, la gente va a trabajar”, escribió Thomas Bernhard en Corrección –nacido un 9 de febrero y muerto un 12 del mismo mes, quizá por eso tenía que leer la novela que se abre con una cita suya– y es la frase que elige Katharina Volkmer, nacida en Alemania en 1987, pero residente en Londres (también ha adoptado el inglés como lengua de escritura) como epígrafe de su segunda novela, Polvazo, que ha traducido Inga Pellisa para Anagrama. El título es una versión libre del original: Calls may be recorded for training and monitoring purposes, que es largo, sí, concedido, pero da una pista de lo que hay en la novela: Jimmie, el protagonista, trabaja en un call center atendiendo las quejas de clientes de la agencia de viajes; él se ocupa de las reclamaciones. Polvazo transcurre en una jornada laboral de esa oficina gris de un edificio gris de Londres en la que trabaja. Ese día, además, Jimmie tiene que hacer horas extras en el turno de guardia. De esa jornada se ocupa en la parte central de la novela, “Un día”, que viene precedida por lo que, de ser una serie o una película, sería la presentación del personaje: “Si te vas a cagar encima, lo más probable es que ocurra en la misma puerta de casa. […] tus tripas claudicarán tan pronto visualices la comodidad de un váter conocido. El tacto suave de un elemento de baño diseñado para responder a nuestras necesidades más íntimas. El delicioso espacio que solo una puerta cerrada con pestillo puede ofrecer”.
Le informamos de que su llamada será grabada… Las llamadas que atiende Jimmie en la jornada que cuenta la novela tienen que ver con quejas bastante absurdas: a un señor le molesta la voz de la mujer de un anuncio, aunque enseguida pasa a contarle a Jimmie que con su mujer “en la alcoba ya no pasa nada de nada…”; un matrimonio se queja de que el hotel no es nudista y no podrán conseguir su anhelado “bronceado uniforme”; una mujer protesta porque las ofertas de escapada romántica se dirigen solo a parejas; un señor que acaba de quedarse viudo ve desde su ventana a dos hombres teniendo relaciones sexuales. Y luego está la mujer que llama desde un hotel en Le Marais convencida de que los camareros se ríen de ella por repetir en el buffet del desayuno. “¿Está segura de que no son franceses y ya está? La mayoría son así de nacimiento, no lo pueden evitar”, le responde Jimmie. La señora cree que se ríen de ella porque es gorda y sigue comiendo. “Lo lamento señora. Le puedo asegurar que los franceses no le caen bien a nadie. Y le prometo que no todos son delgados”. “Ojalá enseñaran en el colegio que las personas con sobrepeso también tenemos sentimientos. Somos algo más que objetos de burla”. Jimmie, que también es gordo, se viene arriba: “Pero también podemos ser fuente de alegría. Si ha visto alguna vez un video de un gordo escapando de una rata furiosa, sabrá que eso es lo que nos redime. Hemos convertido nuestro dolor y nuestro trauma en algo a la vista de todos, algo de lo que reírse”. Toda ese gente que llama para quejarse llama para hablar, eso lo sabe Jimmie: es gente sola, que necesita cariño o atención o las dos cosas.
Figurante en funerales: todos tenemos un pasado. Jimmie iba para actor y su trabajo anterior al del call center era más creativo: asalariado en la funeraria del señor Nobes, acudía a los entierros como figurante. Para cada oficio se inventaba un parentesco con el muerto, había mucho trabajo de mesa de creación de personaje. Pero la cosa acabó de manera precipitada: las circunstancias, que explica también cómo llegó a hacérselo encima en la puerta de su casa, se van desvelando poco a poco e incluyen también a su madre, la eterna Viuda, como la llama él. Entre llamada y llamada, Jimmie rememora el episodio vergonzante y un episodio placentero: entre sus compañeros de trabajo tiene un amante casado y padre de familia, con el que se encuentra a veces en el baño.
La Eurovisión de los infelices. Jimmie es italiano, aunque llegó a Londres de muy pequeño; en el call center hay una española, Helena, “niña rica catalana, destinada en su día a heredar el imperio de producción de embutidos de la familia y a casarse con un hombre pulcro, de miembros esbeltos, procedente de una familia igualmente buena”; Elin es sueca, Wolf es alemán, Daniel es judío, y luego está Simon, el encargado. Tosabendos parecen estar en tránsito hacia algo que no , pero que esperan que sea un poco mejor.
Nuevas generaciones, mismas obsesiones. En Cuentas pendientes, Vivian Gornick decía que a los millennials no les interesa el sexo (lo decía a propósito del modo en que ella recordaba leer a Colette en su juventud, para aprender). Creo que se equivocó: a los personajes de esta novela el sexo es lo que más les importa, tanto a los jóvenes como a los mayores; a las mujeres y a los hombres. Jimmie es un inmaduro, con una gran capacidad de invención y enredo, solo piensa en sexo, es un bocazas, pero es imposible que nos caiga mal: ¡es demasiado divertido!