FundaciĆ³n Miguel Delibes

La EspaƱa de Miguel Delibes

El centenario del escritor deberĆ­a propiciar el regreso de su literatura. Lejos de ser un vestigio del pasado, anticipĆ³ muchas de los conflictos de nuestro tiempo: la anomia, el desarraigo, el vacĆ­o existencial, la soledad.
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ĀæHa acabado el destierro de Miguel Delibes? Ahora que se cumple el primer centenario de su nacimiento, resulta ineludible reflexionar sobre quĆ© lugar le corresponde en la historia de nuestras letras. Nacido en Valladolid el 17 de octubre de 1920, Delibes gozĆ³ de una enorme popularidad en vida. DebutĆ³ con La sombra del ciprĆ©s es alargada, Premio Nadal 1947, y se despidiĆ³ de la literatura con El hereje, Premio Nacional de Narrativa. Entre medias, cosechĆ³ todo tipo de distinciones: Premio PrĆ­ncipe de Asturias 1982, Premio Nacional de las Letras EspaƱolas 1991, Premio Miguel de Cervantes 1993. Sin embargo, cuando falleciĆ³ el 12 de marzo de 2010 en la misma ciudad en la que habĆ­a nacido, su prestigio habĆ­a decaĆ­do notablemente. Las nuevas generaciones de escritores no negaban sus mĆ©ritos, pero consideraban que sus libros habĆ­an envejecido de forma prematura. Su obra quedĆ³ asociada a la caza, las pequeƱas ciudades de provincias y la vida sin horizontes de los pueblos castellanos, cada vez mĆ”s despoblados. A pesar de sus innovaciones narrativas ā€“largos monĆ³logos en primera persona con grandes dosis de introspecciĆ³n, dislocaciones temporales, contorsiones sintĆ”cticas, alteraciĆ³n de la puntuaciĆ³n convencionalā€“, la literatura de Delibes se interpretĆ³ como la expresiĆ³n de una Ć©poca muy alejada de la sensibilidad actual. Los grandes espacios urbanos, con sus nuevas reglas morales y estĆ©ticas, demandaban todo el protagonismo. HabĆ­a pasado la hora de las obras ambientadas en el mundo rural y los corrillos de provincia. La prosa clĆ”sica y austera de Delibes parecĆ­a arcaica a una hornada de escritores que invocaban el magisterio de Nabokov, Thomas Bernhard, Faulkner, Joyce o Georges Perec, decantĆ”ndose por la frase larga y sinuosa, cargada de reflexiones y siempre dispuesta a romper las costuras de la razĆ³n.

Sin embargo, yo creo que hay que volver a Miguel Delibes. Por varias razones. Delibes no utiliza la brocha gorda. Sus criaturas nunca son clichĆ©s o estereotipos. EstĆ”n perfecta y meticulosamente dibujadas. VersĆ”til y perspicaz, Delibes se interna con la misma maestrĆ­a en la infancia que en la vejez. El Nini, el niƱo santo y sabio de Las ratas (1962), posee la misma hondura que Eloy, el jubilado de La hoja roja (1959). No se agota aquĆ­ el mĆ©rito de Delibes, pues resulta tan convincente cuando aborda personajes femeninos como masculinos. En SeƱora de rojo sobre fondo gris (1991), Ana rebosa ternura, amor e inteligencia. Es su homenaje a Ɓngeles Castro, la esposa y compaƱera inseparable, fallecida en 1974. Lejos de caer en el sentimentalismo, el escritor recrea su pĆ©rdida con delicadeza, pudor y contenciĆ³n. Cuando se enfrenta a personajes femeninos con los que es imposible simpatizar, como Menchu, la protagonista de Cinco horas con Mario (1966), logra sacar al exterior su lado mĆ”s humano, evitando el torpe vituperio moral. Al responder al discurso de ingreso de Delibes en la Real Academia de la Lengua el 26 de mayo de 1975, JuliĆ”n MarĆ­as afirmĆ³ que Menchu no le parecĆ­a deleznable, sino ā€œuna figura de carne y hueso, de singular veracidad, y lo humano es siempre interesante; estĆ” llena de vida, de deseos, de reacciones inmediatasā€. Se comparta o no la valoraciĆ³n moral, MarĆ­as acierta al seƱalar una de las principales virtudes de la narrativa de Delibes: la indudable capacidad de engendrar personajes veraces, humanĆ­simos, exento de artificios. ĀæQuiĆ©n puede olvidar al seƱorito IvĆ”n de Los santos inocentes (1984), canallesco y repulsivo, pero fiel reflejo de la EspaƱa negra que se resiste a los cambios y al progreso?

Delibes es un demiurgo capaz de consumar un deicidio, pero en ningĆŗn caso es uno de esos dioses paganos que miran a sus criaturas desde arriba. Siempre se pone a su altura e intenta comprenderlos. Humanista cristiano, el telĆ³n de fondo de su orbe literario es la solidaridad y la compasiĆ³n. Sus simpatĆ­as se inclinan hacia los dĆ©biles, los locos, los pobres, los enfermos. Siempre camina por el lado correcto de la historia, luchando contra la intransigencia, la violencia, la exclusiĆ³n. Esa perspectiva se completa con un ecologismo absolutamente pionero. En ā€œEl sentido del progreso desde mi obraā€, el citado discurso de ingreso en la RAE, advierte sobre el deterioro medioambiental y la explotaciĆ³n irresponsable de la naturaleza. La contaminaciĆ³n destruye los ecosistemas y empuja a los hombres a las grandes ciudades, abandonando los pueblos. Esa EspaƱa vacĆ­a ahora tan de moda ya estĆ” en Delibes, con sus hombres y sus mujeres abocados a salir de su tierra natal y con escasas posibilidades de integrarse en el medio urbano.

Durante la Guerra Civil espaƱola, el escritor se alistĆ³ en la Marina franquista para no ser movilizado como soldado de infanterĆ­a. PensĆ³ que de ese modo la experiencia serĆ­a menos cruenta. Desde muy pronto se distanciĆ³ del rĆ©gimen. Su carrera como periodista de El Norte de Castilla, del que llegĆ³ a ser director, desembocĆ³ en un enfrentamiento abierto con Manuel Fraga. Incapaz de someterse a las directrices del ministro, dimitiĆ³ de su cargo y se marchĆ³ a Estados Unidos. Partidario de la reconciliaciĆ³n entre las dos EspaƱas, exaltĆ³ las figuras de Salvador Allende y Alexander Dubček como dos ejemplos de coraje cĆ­vico. Le ofrecieron ser el primer director de El PaĆ­s, pero rechazĆ³ el cargo, alegando que le obligarĆ­a a descuidar sus fidelidades de toda la vida: El Norte de Castilla y el Real Valladolid. Amante de Castilla, despojĆ³ a la regiĆ³n de ese acento trĆ”gico que le habĆ­an colocado los hombres del 98. Su visiĆ³n fue mucho mĆ”s moderna y mĆ”s apegada a la realidad. Maestro del diĆ”logo, sus personajes nunca son grandilocuentes o pueriles. Esa cualidad se combinĆ³ con una visiĆ³n mĆ­tica que aƱadiĆ³ profundidad a sus novelas. La sombra de CaĆ­n se pasea por Castilla. El odio, la envidia y el desprecio por lo que no se comprende han incendiado su historia, con venganzas y eternas rivalidades. Admirador de la TransiciĆ³n, el escritor vallisoletano se habrĆ­a enojado con los que hoy la denigran.

No sĆ© cuĆ”les serĆ”n los frutos del centenario de Delibes, pero yo creo que deberĆ­an propiciar el regreso de su literatura, pues lejos de ser un vestigio del pasado, anticipĆ³ muchas de los conflictos de nuestro tiempo: la anomia, el desarraigo, el vacĆ­o existencial, la soledad. Hermann Hesse sostenĆ­a que el mundo serĆ­a un lugar mejor si hubiera mĆ”s lectores de Robert Walser. Yo pienso que EspaƱa serĆ­a un paĆ­s mĆ”s Ć©tico y equilibrado si hubiera mĆ”s lectores de Miguel Delibes.

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es crĆ­tico literario.


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