El divino Dante

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Dante Alighieri

Comedia

Prólogo, comentarios y traducción de José María Micó

Barcelona, Acantilado, 2018, 944 pp.

Los clásicos literarios se parecen a los seres vivos. Cambian y se transforman con el tiempo, aunque el texto permanezca inalterable. La Comedia de Dante apareció a comienzos del siglo xiv, cuando la física aristotélica y la síntesis teológica de Tomás de Aquino imperaban en la cultura occidental, sosteniendo una imagen del universo que la posteridad ha desmontado poco a poco. Se ha dicho que la Comedia es una suma o compendio del saber medieval. Si aceptamos esta tesis, el interés del poema se reduciría a lo puramente arqueológico, materia de estudio para historiadores y filólogos. Sin embargo, la Comedia permanece viva, tal como lo demuestra la labor de sucesivos traductores y editores. Quizá los clásicos no gocen de un amplio fervor popular, pero siempre hay lectores para las obras que han sobrevivido a la despiadada criba del tiempo. La Comedia es un compendio, sí, pero también un prodigio de la imaginación. Aunque jamás lo pretendió, Dante se convirtió en un auténtico demiurgo con su visión del más allá. Su descripción del infierno se encuadra en los grandes ciclos narrativos, habitados por infinidad de personajes cuyo destino nos sacude y conmueve, recordándonos la fragilidad de la existencia humana.

Las primeras traducciones al castellano de la Comedia aparecen –a veces incompletas– en el Renacimiento (Enrique de Villena, Pedro Fernández de Villegas), cuando Dante ya disfruta de la condición de poeta clásico. El erasmismo contribuye a su penetración, oponiéndose a las objeciones de la Iglesia católica. No está de más recordar que el tratado latino en tres libros La monarquía (De Monarchia) fue quemado como libro herético e incluido en el Index Librorum Prohibitorum hasta que el papa León xiii ordenó retirarlo en 1881. Quizás eso explique que no se publicaran nuevas traducciones al castellano hasta el siglo XIX. El espíritu romántico se identificó con la atmósfera de la Comedia, tan alejada del canon estético del neoclasicismo. Dante era un visionario y no un pulcro poeta que busca ante todo el equilibrio y la armonía. Su topografía sobrenatural no parecía inspirada por meras especulaciones teológicas, sino por una mente incendiada por una imaginación sin límites. De joven, leí la versión de Manuel Aranda y San Juan en una edición con ilustraciones de Gustavo Doré. Publicada en 1868 con un prólogo de Thomas Carlyle, optó por una cuidada prosa, descartando la posibilidad de emplear formas métricas que se aproximaran a las originales estrofas de tres versos endecasílabos. El resultado no es nada desdeñable, pues la prosa conserva el aliento lírico del poema: “A la mitad del viaje de nuestra vida, me encontré en una selva obscura por haberme apartado del camino recto. ¡Ah! Cuán penoso me sería decir lo salvaje, áspera y espesa que era esta selva, cuyo recuerdo renueva mi temor; temor tan triste, que la muerte no lo es tanto.”

Durante el siglo XX, las traducciones de la Comedia al castellano continuaron, siempre respetando el epíteto divina, añadido por el entusiasmo de Boccaccio y consolidado por la edición veneciana al cuidado de Ludovico Dolce. Al escoger una lengua vulgar, el italiano, Dante se distanció de la “alta tragedia” de la Eneida y otros clásicos de la Antigüedad, pero no renunció a ser el sexto en la pléyade de los grandes poetas, compuesta –según su criterio– por Homero, Virgilio, Horacio, Ovidio y Lucano (Canto iv, Infierno). Sin embargo, sitúa su Comedia en el ámbito de la sátira, destacando que “concluye felizmente” (Epístola xiii). La meritoria traducción de Ángel Crespo había disfrutado hasta ahora del reconocimiento reservado a las versiones canónicas. Nadie se atrevió a decir que se trataba de un trabajo insuperable, pues la vida del idioma se encarga de poner fecha de caducidad a cualquier traducción. Crespo hizo un ímprobo esfuerzo por conservar las estrofas de tres versos, logrando resultados estéticos de indudable valor: “A mitad del camino de la vida / yo me encontraba en una selva oscura, / con la senda derecha ya perdida. / ¡Ah, pues decir cuál era es cosa dura / esta selva salvaje, áspera y fuerte / que en el pensar renueva la pavura!” Su audacia rindió un tributo a la retórica, restando fluidez y transparencia al texto. José María Micó ha respetado el verso endecasílabo y la agrupación ternaria, pero ha prescindido de la rima consonante, limitándose a tejer leves asonancias: “A mitad del camino de la vida, / me hallé perdido en una selva oscura / porque me extravié del buen camino. / Es tan difícil relatar cómo era / esta selva salvaje, áspera y ardua, / que al recordarlo vuelvo a sentir miedo.”

No hay peor traición a un poema que la literalidad, absurdamente fiel al original. La traducción siempre es un ejercicio creativo que alumbra versiones más o menos inspiradas. Como señalaba Octavio Paz, “el texto original jamás reaparece (sería imposible) en la otra lengua”, pero una buena traducción desmenuza los elementos de la obra para “poner de nuevo en circulación los signos y devolverlos al lenguaje”. De esta forma se prolonga la red de correspondencias, connotaciones, alusiones, oposiciones y transformaciones que componen el lenguaje literario. No creo que haya que establecer jerarquías en las traducciones de la Comedia. En cambio, es necesario mostrar su conexión en tanto aproximaciones al texto original. No me parece adecuado hablar de escalas, sino de vías abiertas hacia la emoción estética y la comprensión. Para el lector español e hispanoamericano del siglo XXI, la traducción de José María Micó constituye una excelente alternativa, pues combina con acierto la vocación clarificadora y la exigencia poética. Su versión de la Comedia ayuda a transitar por unas regiones cada vez más extrañas para la mentalidad de nuestro tiempo, sin descartar el anhelo de bienaventuranza de un poeta que vivió para la eternidad. ~

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es crítico literario.


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