El pasado 31 de agosto, el jurado del Premio de Literatura en Lenguas Romances, que se entrega durante la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, decidió por unanimidad otorgar dicho premio al escritor mozambiqueño Mia Couto. El jurado consideró que Couto tiene “Una obra literaria notable que integra y entreteje la crónica, el cuento, la novela, cuya innovación lingüística hace repensar la relación entre los integrantes de la comunidad de los países de lengua portuguesa, llamando la atención y la sensibilidad hacia el continente africano y sus relaciones históricas, culturales y geopolíticas, invitando a reconocer y a acercarnos de otra manera a la historia y a la naturaleza del planeta.”
Este premio se suma a los muchos otros que ha recibido Couto: el Premio Vergílio Ferreira (1999), el Camões (2013), o el Internacional Neustadt de Literatura (2014); marcas de un camino literario que no ha sido corto.
António Emílio Leite Couto, mejor conocido como Mia Couto, nació en Beira, Mozambique, un 5 de julio de 1955, hijo de un poeta que se dedicó a la difusión de la literatura en Mozambique –labor que la Fundación Fernando Leite Couto, fundada en 2015 por Mia y sus hermanos, ha continuado–.
Un momento fundacional en la vida de Mia Couto es su involucramiento, a través del periodismo, en el movimiento independentista de Mozambique, que culminó el 25 de junio de 1975, cuando el país africano se emancipó de Portugal.
Dicho dato histórico nos sirve para adentrarnos en los universos miacoutianos. Si bien el escritor comenzó su carrera literaria incursionando en la poesía con el libro Raiz de orvalho (1983), quizá su obra más conocida, leída y traducida a diferentes idiomas sea Tierra sonámbula, que en 1992, año de su publicación, fue considerada uno de los mejores doce libros del continente africano según el jurado de la Feria Internacional del Libro de Zimbabue.Tierra sonámbula también fue adaptada para la pantalla grande, en el año 2007, por la directora brasileña Teresa Prata. En dicha novela se narra la conformación del emergente Estado-nación de Mozambique y todos los problemas a los que la sociedad del país se enfrenta durante este proceso. Tiene como escenario una despiadada guerra civil, mientras a su vez se abordan temas como el desplazamiento forzado, la migración, la intolerancia a la diversidad étnica y religiosa, la injusticia y la desigualdad.
Mia Couto tiene una profunda y detallada percepción del mundo. Me atrevo a decir que su formación como biólogo, el propio Mozambique y todo lo que ahí cohabita han abonado a la imaginación del escritor para que construya de manera única estos universos. Ejemplo de ello el siguiente fragmento de su novela Vinte e zinco (1999):
A la semana siguiente, Jessumina entró en la laguna y desapareció en sus aguas durante siete años. Nadie nunca más supo de ella. Allá en el fondo, el pueblo del lago le enseñaba los secretos de otro saber. Nadie le lloró. Nadie más siquiera comentó el asunto. […] Se decía que el lago solo se llenaba cuando el cielo se iluminaba de destello. Esa agua no provenía de las nubes, sino de los relámpagos. Era agua de la luz. Quien vivía ahí adentro ganaba memoria de sus otras vidas. Como ella, la adivina Jessumina, esa que había ganado poderes mientras había pescadeado en el agua sagrada. Y aún se decía más. Que el día en que la aldea recibió el recado de su regreso, los tambores de xigubo1 sonaron la noche entera. Cuando resurgió nada le preguntaron. Jessumina era una nyanga.2 Y todo estaba dicho, completo y sin retorno.3
En el acercamiento a algún texto de Couto, más allá de maravillarse por los universos que crea de manera magistral, una peculiaridad que nos hace sentir que estamos frente a algo estéticamente diferente es su habilidad poética para construir neologismos. Es común dentro de las literaturas africanas escritas en portugués que los y las escritoras jueguen con la lengua portuguesa moldeándola con recursos de la oralidad y también con préstamos de las múltiples lenguas originarias que conviven en estos países. Mientras estamos leyendo algún cuento o alguna novela de Couto, podemos encontrarnos con palabras como desandariegos, cangureando, pescadear, delfinó, desmulatando, embriagabrillante, desfrutecida, maravillaciones, por enlistar solo un puñado de estos neologismos. Podemos imaginar lo que implica traducir un texto de Mia Couto. Aunque el español y el portugués son lenguas muy cercanas, no siempre es posible conservar los juegos que se hacen en la lengua de origen, pero siempre es interesante leer cómo asumen, enfrentan y resuelven esos retos lingüísticos quienes traducen.
Otra habilidad literaria del autor es la onomástica. La mayoría de los personajes de sus diferentes textos tienen nombres extraordinarios, los cuales juegan tanto con la semántica como con la fonética. De esta manera, nos encontramos con Agualberto, Pepétuo, Ultímio, Abstinêncio, Miserinha, Luarmina o Doña Munda, por mencionar solo a algunos.
Sin embargo, me parece que lo mejor que hace Mia Couto, su sello particular, es la capacidad que tiene para transmitir que el mundo puede leerse de otras maneras, muchas de ellas totalmente a la inversa a lo que estamos acostumbrados, y eso nos ayuda a deconstruir o a desmontar ideas que creíamos enraizadas. Por ejemplo, algunos personajes nos hacen saber que “escuchar también es una forma de hablar”, o que “la raza no se adquiere con el parto, [si no que] es una enfermedad que se contagia”, que podemos ser “portadores asintomáticos de vida”, que “el aire para mantenerse vivo necesita ser respirado”, que “la muerte es como el ombligo: lo que en ella existe es su cicatriz, el recuerdo de una anterior existencia” o que no “enterramos cadáveres, sino que sembramos cuerpos”.
De entre la vasta producción literaria de Couto, se pueden leer en español, aparte de Tierra sonámbula (Alfaguara, 1998): Cronicando (Txalaparta, 1996), El último vuelo del flamenco (Alfaguara, 2002), Cada hombre es una raza (Alfaguara, 2004), Venenos de Dios, remedios del Diablo (Almadía, 2010), Jesusalén (Alfaguara, 2012), El balcón del frangipani (Elefanta, 2014), La confesión de la leona (Alfaguara, 2016), Un río llamado tiempo, una casa llamada tierra (Universidad Nacional de San Martín, 2016), Trilogía de Mozambique (Alfaguara, 2018), Me quiere… no me quiere (Elefanta, 2020) y El mapeador de ausencias (Alfaguara, 2022). Es de esperarse que, tras el premio FIL, se reediten algunos de estos libros y se traduzcan aquellos que no lo han sido, como sus libros de poesía Raiz de orvalho (1986), Idades, ciudades, divindades (2007)y O tradutor de chuvas (2011); o el libro de ensayos E se Obama fosse africano? (2009), en donde el escritor reflexiona sobre la democracia, las tradiciones, la esperanza, la utopía, la poesía o la misma traducción.
A quien se acerque a ellos, no debe caberle duda que, al momento de adentrarse en los universos miacoutianos, su relación con el mundo, la naturaleza y lo humano cambiará, o por lo menos se sentirán en la necesidad de repensarla. ~
es traductora. Participa en la antología La sombra de la mulemba. Cuentos africanos lusófonos (Elefanta, 2023).