No me da tiempo a defenderme

Sentada al sol crepuscular, con los dedos cruzados sobre el regazo, muy quieta, le echo la culpa a la mecanización informática de que las cosas no funcionen y de que no tengamos tiempo para nada.
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La falta de tiempo es el hechizo de nuestra época. ¿No habremos delegado demasiadas funciones en las máquinas? El humano ha quedado como el truco al que recurre un móvil para comunicarse con otro móvil. Los autobuses parecen un cuadro de Ensor, ¿qué buscamos todos volcados sobre la pantalla? Ya hemos sido invadidos y conquistados. La parada del autobús es un observatorio excepcional para el decaimiento de la luz crepuscular. Es bellísima, todo lo que compone esta parte de la ciudad, personas, edificios, coches, parece moverse dentro de una pecera de ámbar, pero hay algo tristón y pegajoso. Los transeúntes tienen un aire agotado, como si estuviesen desollados. La glorieta parece un mundo en las últimas. Lo primero que pienso: si aterrizasen ahora los extraterrestres no pasaría nada. Lo siguiente que pienso: ya están aquí y ya hemos sido conquistados. Ha pasado mucho, pero como no ha sido de la manera que esperábamos, no nos damos por enterados. Espero el autobús al sol de invierno y cierro un poco los ojos. Con el gesto no busco en esos rayos un trasunto del verano, cuando el verano es una postal de playa y tiempo libre, sino que casi parece más un esfuerzo por afianzar el recuerdo de lo que suponía recibir en la cara el sol de invierno, para cuando ya tengamos la percepción directa de las cosas arrasada del todo por el uso del teléfono, intermediario total, atroz interrumpidor. Delante de mí una chica arranca el currusco del pan, otro gesto sencillo que me hace pensar si podrá alguna vez volver a tumbarse en una playa. No tres días arrancados al trabajo en mitad del verano: pasar el verano entero descansando en un lugar que haya existido desde hace mucho tiempo, haciendo cosas que se han hecho desde hace mucho tiempo. Lo pienso de la chica porque la tengo delante, pero supongo que lo pienso de mí o de cualquiera, y a lo mejor ella está encantada comiéndose el trozo de pan mientras anticipa la comida de dentro de un rato.

Sentada al sol crepuscular, con los dedos cruzados sobre el regazo, muy quieta, entreviendo el trasiego de la glorieta a través de las pestañas, le echo la culpa a la mecanización informática de que las cosas no funcionen y de que no tengamos tiempo para nada, de que estén concebidas a otra escala que no es la nuestra y que difícilmente llegará a serlo, de que a pesar de que nos esforzamos mucho no consigamos rematar lo que empezamos ni encontrarnos con los demás tranquilamente ni completar una tarea sin que se interpongan mil minucias incomprensibles que nos obligan una y otra vez a tomar los desvíos impuestos por una manera de pensar y procesar que no es la humana. Aplicaciones, aplicaciones para descargarse aplicaciones, formularios de solicitudes que tienen una única manera de rellenarse y si no colapsan, programas que parecen venganzas, sistemas diseñados por una mente de una literalidad ajena y escalofriante. Todo tipo de delirios sordos. Sospecho incluso que se nos está olvidando hablar, que estamos ya utilizando una serie cerrada de fórmulas ya hechas y que no somos capaces de generar imágenes nuevas. Me doy cuenta de que estoy describiendo un proceso de degeneración de las neuronas, qué exagerada o qué inquietud. Pero claro que imagino un mundo en el que no hablaremos, porque haya ido ganando terreno una manera de afrontar las cosas que no ha nacido naturalmente de nosotros, porque haya triunfado la manera de la máquina, porque se nos habrá olvidado o porque para qué voy a hablar en estas condiciones.

¿Acaso me refiero solo a mí misma cuando digo que no puedo contestar a todos los requerimientos que me asaltan? ¿Y que no puedo hacer todo lo que debo y quiero hacer siguiendo los pasos que seguiría una máquina, cumpliendo protocolos que no son humanos, forzándome a hacer las cosas sin gusto y sin maña porque no es mi manera natural de hacerlas? ¿Para qué voy a hacerlas si es obligatorio hacerlas siguiendo unos pasos determinados? ¿No vemos que somos de otra especie que se ha desarrollado durante miles de años de otra manera? I am too high born to be programmed! Lo que sigue protocolos de máquinas, que lo hagan las máquinas. El sueño de la desconexión se nos aparece como una nueva utopía. Pero también me resisto a desconectarme del todo porque no quiero quedarme sola. 

En este estado hiperexcitado, propicio a los delirios paranoicos, he imaginado que fracaso en todos los empeños que tengo en el día por delante, que empiezan a llegar las reclamaciones y las acusaciones de haber entregado las cosas mal hechas, y a la vez que me doy cuenta de que estoy delirando me digo también que no tendría ni fuerzas ni tiempo ya para defenderme, y justo entonces al llegar a casa al otro lado de la pared he oído claramente a dos adolescentes que dicen ¿hacemos un grupo de punk? ¡Sí!

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Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).


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