Brandon Taylor (Prattville, Alabama, 1989) es autor de las novelas Vida real y Los últimos americanos –las dos en Chai editora–, y el libro de cuentos Pequeñas bestias (aún por traducir). Tiene un substack –de momento– y escribe crítica literaria. Hace un mes, Henry Oliver lo entrevistó en su blog, The common reader. Es una conversación sobre tenis, Jane Austen, crítica literaria y la novela.
No he leído Vida real, pero sí Los últimos americanos, con traducción de Juan Nadalini, que sucede en Iowa City y le da una vuelta a la novela de campus. Muchos de los personajes están haciendo estudios de postdoctorado (en música, en danza, en poesía) y se relacionan con no universitarios: una especie de terratenientillo rentista que les da trabajo como albañiles, un trabajador de las cárnicas que se dedica a despiezar animales. En la novela hay bastante sexo, siempre entre hombres, pero el tema del libro es el dinero: es la clase lo que determina todo. Lo que une y divide a los personajes no son sus intereses artísticos, o su atracción sexual, sino el dinero: están los que trabajan y los que no. Hay un momento en que se muestra el conflicto entre clase y raza: uno de los personajes es un negro al que adoptó una familia de ricos blancos; con el auge del movimiento Black Lives Matter empieza a hablar de que están matando a “su” gente. Su novio, que es pobre y blanco, no se atreve a cuestionarlo, pero el hecho es que él, a diferencia de su novio, tiene que trabajar y buscarse la vida para devolver a sus padres lo invertido en él. Lo que viene a decir Taylor es que, también, en cuanto a vulnerabilidades, el dinero siempre gana.
Los últimos americanos juega a parecer un libro de cuentos, y eso le permite introducir un intruso en la novela, el capítulo 7, “Sussex, Essex, Wessex, Northumbria”, donde le cede el protagonismo a Bea, personaje nuevo, que funciona como contrapunto al grupillo de follarines y además da una perspectiva externa.
Seamus, el personaje que va al taller de poesía y trabaja como cocinero, tiene que escribir un poema. Lleva tiempo sin entregar nada porque se pelea con sus compañeras de seminario: con Helen, “una especie de novia adolescente en una comunidad mormona, y que ahora vive encima de un bar, en la zona céntrica de Iowa City, y escribe poemas sobre chicos moribundos y ladillas”; Noli, “Diecinueve años, niña prodigio. Una decepción para sus padres”; entre otras. Seamus es implacable y no oculta lo que piensa de los poemas de los demás. Está en una especie de crisis: ¿cómo escribir un poema que contenga las preocupaciones y los sentimientos sin hacer esa especie de pornografía del sufrimiento oportunista que ve en los poemas del seminario? Seamus se pelea con el texto y se distrae. “Todo eso, esos tres días era escribir. Incluso las pajas para no pensar era escribir. Incluso no escribir era escribir. Para no pensar en la imposibilidad de la escritura. Tratar de darle forma al poema. A los sentimientos. A lo que había tolerado aquella noche.”
A lo largo de la novela se van tocando varios temas: además de la escritura, a través de Seamus –es el personaje que esboza una estética aunque se pelea con ella y puede parecer que se contradice–; la vida en el campus; las diferencias de clase; la política; el sexo. Es un retrato de unos personajes en un momento transicional, justo antes de empezar su vida de verdad, la que hay después de la universidad. Esa sensación la tienen los estudiantes, para otros personajes, como Bert o Fyodor, no hay más expectativa que la rutina. Brandon Taylor sigue a estos personajes durante un rato, los toma y los deja sin necesidad de exprimirlos, los deja a su aire, equivocarse, acertar y seguir su camino más allá del final de la novela, y eso, al contrario de lo que podría parecer, les da más entidad.