Poemas

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II

Mi padre caminaba con un pastel de remolacha cuando se desplomรณ contra la piedra, la cabeza retumbรณ en la tierra. Cayรณ muerto. Nosotros habรญamos jugado la noche anterior a balancear un crรกneo en la cima de una lanza, y vimos ir y venir, con fatiga, la gran carroza que despojaba la tristeza. En la noche hundimos los deditos en el suelo hasta lograr un tรบnel uniforme, hundimos tres deditos, cuatro, cinco, seis, y buscamos equilibrio, el reflejo de la luz o la fertilidad del tiempo. En vano intentรณ mi padre sembrar, en vano escondiรณ los frutos de los que solo comerรญa el hedor. Vasili, hijo, decรญa, no desperdicies la enfermedad; la cumbre ya nos contiene al centro de las aprensiones y somos apenas esta carcaza hecha de huesos deleznables, de poca tez, de escaso color. Somos espรญritus amontonados en el camino y somos los que caen junto al sueรฑo del pan, uno tras otro, como si nos hubiesen condenado allรญ, en la habitaciรณn contigua, donde la madre, despojada de su conciencia de madre, levantรณ el hacha, con animosa voluntad.   

 

VII

Hemos venido al mar con los ojos vendados. Ambos odiamos el golpe de sol y sal, el bullicio de la ola que solo recuerda un amanecer silencioso al lado de la persona equivocada. Hemos venido y aplastamos la arena con el dolor de nuestros pies, con los dedos que se curvan y parecen espuelas o espigas alimentรกndose del olvido. Siempre he aborrecido el cuerpo alegre que ondea y rรญe antes de abrazar la piedra, la tristeza blanca que dice gustar de la luz, que jura saber, o entender, cuรกntos pedacitos de nosotros se descomponen con la furia de las palabras. Somos estelas inermes, cariรฑo, no pienses que lo ignoro; somos estelas, polvorientas quizรก, que alguien soplรณ en la cรบspide del horizonte. No desesperes si no puedes encontrar tus manos para abrazar, si no puedes hablar y nombrar a los poetas muertos que merodean; no te aflijas si no eres capaz de zurcirme los pies, con las agujitas finas al mรกstil que hemos visto al comienzo de la planicie. Hemos venido al mar y la tarde miserable en la que todos vagan como fantasmas entre el calor, nos parece el mismรญsimo infierno, nos parece la consumaciรณn de nuestros errores; pero somos estelas, recuรฉrdalo, cariรฑo, las estelas atraviesan las ciudades perdidas, La Habana, Nueva York, Chichen Itzรก, Tikal, Cnosos, Machu Picchu y sienten el mal de la altura y se les revela la niebla, los templos y, finalmente, donde el sol se amarra, reposan, trasmutadas ante el suspiro de la felicidad.

 

XIII

Mi padre, que vio morir a mi abuela sobre el descanso de su brazo, advirtiรณ, cadenciosamente, que sobraba su sombra en nuestra realidad. Se sentรณ sobre la piedra y lo dijo. Preparรณ su muerte con un ritmo y una musicalidad teatral. Un hombre que ha visto su propio rostro en el rostro de su madre muerta no puede sostener ya la vergรผenza, no puede organizar el paisaje de lo posible.

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(Cienfuegos 1987) es poeta y doctorante en ciencias sociales en la Universidad de Guadalajara.


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