Dos vidas (Sexto Piso, 2022), de Emanuele Trevi (Roma, 1964), era un retrato doble: Rocco Carbone y Pia Pera, amigos de Trevi, muertos de manera temprana y, quizá por eso, unidos en su memoria. Como queda claro tras la lectura de Dos amigos, perder un amigo es perder sobre todo un interlocutor. Queda claro también tras leer Vida de un pollo blanquecino de piel fina, apabullante debut de Andrés Pérez Perruca en el que mientras parece que está contando la historia de cuatro amigos que hacen un grupo que casi lo peta a principios de los noventa desde Zaragoza, en realidad está escribiendo una carta de amor al escritor Sergio Algora, cantante y autor de las letras de El Niño Gusano, la banda que forman esos cuatro amigos. Algora murió en 2008 en Zaragoza, tenía 39 años y cumplía así la advertencia que según recoge Perruca hizo de joven: moriría antes de los cuarenta, como Boris Vian.
La escritora Bárbara Mingo, que dedica su libro Lloro porque no tengo sentimientos a todos sus amigos, ha recordado en alguna charla un puñado de retratos de escritores y amigos célebres: están Carver por Ford; Kafka por Brod; y citaba la conocida respuesta que Orson Welles dio cuando le preguntaron si había contado con amigos para trabajos y se había arrepentido (“frecuentemente”) y si volvería a hacerlo (“sí”): “Sin duda la amistad es más importante que mi arte”. Sergio Algora habría dicho lo mismo.
En 2014 murió el poeta Antonio Muñoz Quintana en Málaga, tenía 45 años. Era el mejor amigo de la escritora Isabel Bono, que se encerró a escribir los poemas que su amigo no había escrito. Pero solo lo logró con uno, “Frío polar”, que es el que cierra el libro con el mismo título que acaba de publicar en Tusquets, diez años después, diez años de reposo y espera. En este libro hay menos humor del que suele aparecer en los poemas de Bono, ella dice que le ha quedado un poco serio de más. Hay enfado: con el amigo por morirse, por la ausencia del amigo, por el vacío que deja. “Con lo que cuento (sobre la mesa)”: “Hay dos llaves sin llavero / y un blíster de amitriptilina con cinco comprimidos // un ejemplar de molloy / sobre un libro de tolstoi / sobre un libro de handke // tres revistas / un calendario bajo un vaso vacío / una caja de madera / donde guardo un termómetro de mercurio / y esta fiebre// y tú / y la luz de octubre / alejándoos de todas estas cosas / sin hacer ruido”. Frío polar viene con un prólogo breve e iluminador de Fernando Luis Chivite: “Isabel hace listas. Ordena las cosas. Y eso implica una emoción. Todo registro humano, toda anotación sistemática, todo inventario resulta emocionante en su motivación y propósito. Es un legado. El apunte diario, la frase, el dato, el número son el resultado de una observación atenta. Y no hay nada más emocionante que la atención verdadera”. (Aquí se abre un caminito que nos lleva de este libro de Bono al de Mingo: Daniel Gascón, prologuista del de Mingo, dice que es un libro sobre la atención). El poema de Muñoz Quintana que escribe Bono, “[Frío polar]”, tiene otro tono, se nota que es una voz distinta a la de los poemas anteriores. Al principio, parece que haya entrado de golpe, así como cuando en las películas están en una cabaña y la puerta se abre de golpe por el viento y nos llega el frío. Pero si nos detenemos y desandamos los poemas, se puede ver que el cambio de voz se ha hecho muy de a poco: sin saberlo hemos sido testigos de un discreto y doloroso ejercicio de transformismo.
Félix Romeo (Zaragoza, 1968-Madrid, 2011) aparece en el libro de Perruca, y él mismo escribió un libro sobre el amigo muerto: Amarillo (Plot, 2008), dedicado a Chusé Izuel, escritor zaragozano y amigo de Romeo que se suicidó en Barcelona en 1992. Pienso en Amarillo al leer Frío polar, y en todos los libros sobre amigos muertos, también en El amigo, la novela de Sigrid Nunez, y pienso en los versos de una canción de El Niño Gusano –es verdad, que como dice Perruca, Algora se lo puso demasiado fácil a los periodistas para escribir el epitafio–: “muñecos de nieve / vienen a verme / me dan su frío…”.