Revelar

Un cuento de la escritora boliviana Giovanna Rivero con motivo del "Festival Benengeli 2023. Semana internacional de las letras en espaรฑol".
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Me he pasado gran parte de mi vida adulta horadando la tierra, dejando huecos como si fueran huellas digitales para un mundo posterior colosal. O quizรกs solo exiguo. Y, sin embargo, aquรญ estoy ahora, intentando clausurar un espacio, cerrar a cal y canto una puerta, porque nadie deberรญa abrir una puerta que no va a saber cerrar.

Eso decรญa siempre Samuel: yo abrรญ esa maldita puerta y ella solita perdiรณ la llave. 

Pero Samuel, para aquel entonces, ya estaba sumido en esa flacidez de รกnimo de la que solo mi madre podรญa sacarlo y sin decir una sola palabra, poniรฉndole una mano en el hombro mientras รฉl sorbรญa lentamente su tererรฉ o se afanaba, obsesivo, con una enredadera de tallarines. 

La maldita puerta, farfullaba a veces, incluso si sentรญa la mano de mi madre en el hombro.

Nadie sabรญa de quรฉ jodida puerta hablaba. La casa en la que vivรญamos era un vejestorio, pero reparรกbamos con prontitud lo que se averiaba, ya se tratara de goteras o de sorpresivos nidos de hormigas coloradas. 

Todo empezรณ cuando deberรญa haber terminado; es decir, con la muerte de Samuel.

A vos te tocรณ la cรกmara, dijo poco despuรฉs Fran, apretando entre sus brazos, contra su pecho, el pequeรฑo sarcรณfago de madera con la colecciรณn de cuchillos que el testamento le habรญa asignado a ella. Porque eso parecรญa esa cajita excรฉntrica, un sarcรณfago. La cรกmara, en cambio, permanecรญa quieta dentro de una bandolera a medida que tenรญa el cuero desgastado en las orillas. No era su funda original, pero alguien habรญa costurado a mano el doble cuero, siguiendo el contorno preciso del objeto. Mirรฉ el tiro de la bandolera, el color deslucido en la mitad. ยฟA quรฉ lugares habrรญa viajado ese aparato antes de pertenecerle a Samuel? Saquรฉ la cรกmara. Olรญa a metal, a nada mรกs. El lente principal, con una rajadura al costado, habrรญa visto mรกs cosas que yo mismo. Guardรฉ nuevamente la cรกmara y pensรฉ en su amorosa inutilidad. La colgarรญa en la pared como los cazadores colgaban cabezas sacrificadas.

El testamento era, en realidad, una carta de un pรกrrafo escrita a mano y que mi madre nos leyรณ deteniรฉndose en cada palabra. Supongo que tenรญa la idea de que al terminar de leerla su hermano estarรญa definitivamente muerto. Mientras leรญa, aรบn persistรญa la vida, todavรญa estaba ahรญ su humilde obstinaciรณn. 

Podrรญas venderla, dijo Fran, quizรกs comparando mentalmente el valor de la cรกmara que yo habรญa heredado con la colecciรณn filosa y nueva que ahora le pertenecรญa. No dije nada. Mi prima Fran siempre habรญa sido un poco tonta y no conseguรญa calcular la sed inconmensurable de un coleccionista, aunque era cierto que por aquellos aรฑos no habรญa nadie con ese perfil en el pueblo en el que habรญamos nacido y en el que desperdiciรกbamos nuestra juventud. Luego considerรฉ vender la cรกmara a buen precio. Podrรญa hacerlo incluso hoy. Se trata de una cรกmara alemana, una Leica de las primeras versiones comerciales. Samuel explicรณ que la habรญa comprado en una subasta, en Brasil. Su mรญnimo portuguรฉs no le habรญa alcanzado para entender el relato que la acompaรฑaba, pero habรญa visto en los postores el brillo de la codicia o de la curiosidad ante un objeto que era mรกs que un objeto. Sin embargo, no hubo otra puja ademรกs de la de Samuel. La trajo como si contrabandeara un fรณsil de un Paleozoico tecnolรณgico. Estoy de acuerdo, esta es una cรกmara que exige trabajo, pues ya no existen muchos lugares para revelado de carretes de celulosa. Uno mismo tiene que aprovisionarse de un cuarto oscuro, comprar los lรญquidos cada vez mรกs escasos, avanzar en el proceso, cuidando de que la luz no daรฑe con su impertinencia la imagen registrada en el negativo.

Desde que recibรญ la cรกmara, supe que nuestro vรญnculo no era negociable. Iba a escribir โ€œaceptรฉ la cรกmaraโ€, pero he tenido que hacer desandar el cursor de mi portรกtil porque las herencias no se aceptan, no hay tal prerrogativa, de alguna manera uno estรก condenado a recibir el legado que ha sido dispuesto por alguien mรกs. Y precisamente por eso ahora escribo esto (tal vez a modo de un contra testamento), es que no quisiera obligar a quien me sigue en el escueto รกrbol de esta familia a recibir mis pertenencias. Si las quiere, que las solicite por la vรญa legal. Mi casa, mi terreno que mira al rรญo y que ahora estรก tomado por gente extraรฑa, incluso mis perros, que son de raza y constituyen mis verdaderos parientes, todo eso podrรญa pertenecerle a la hija de Fran, mi รบnica sobrinaโ€ฆ Si no fuera porque la propia Fran me suplicรณ que no le dejara nada, que estaban bien asรญ. Orgullo de provinciana. Si pudiera darse cuenta de lo necesitada que luce, con la hija y esos muรฑoncitos en lugar de dedos, como si fuese una pavorosa flor. Sรฉ que la hija estudia cine y que eso encoge aun mรกs el corazรณn de Fran, y es que ese tipo de profesiones es para gente que puede gastar su juventud y los recursos de los padres en semejantes saludos a la bandera. He visto un par de documentales suyos โ€“uno sobre la seducciรณn y el ethos de las plantas carnรญvoras, el modo en que su ectoplasma constituye una trampa, y otro sobre el tiempo que le toma a una araรฑa crear distintos patrones de tejidoโ€“, no estรกn mal, solo que la filmaciรณn movida con voz en off me parece un recurso fรกcil. Lo autรฉntico no necesita de efectismos, pienso. Pero, por otra parte, si estรก en la sangre estรก en la sangre. Debe haber un gen de la iconofilia que se nos transmitiรณ como el peor de los males. La propia Fran se casรณ con un sujeto que se parecรญa a los actores que hacรญan de Jesucristo en el cine del siglo XX, hasta que una caldera del restaurante donde trabajaba le explotรณ en la cara y la magia del amor se fundiรณ en el mismo vaho. Fran no tenรญa la vocaciรณn de la Verรณnica para cuidar con paรฑos estรฉriles la cara del marido y, sin cara, la contemplaciรณn de la esposa se convertรญa en una tensa espera en el purgatorio. Por fortuna para ambos, al tipo se lo llevรณ una sepsis invencible. 

Fue Samuel el primero en aficionarse de todo tipo de cosas que tomara de la luz y de las sombras el poder de articular formas. Samuel, creo que no lo dije, era el hermano menor de mi madre y vivรญa con nosotros porque sรญ, no recuerdo que alguna vez hubiera tenido que explicar su solterรญa o sus viajes injustificados a Brasil, de donde traรญa algunas novedades en las que se le habรญa ido el dinero siempre apretado. En una ocasiรณn, a Fran le trajo un caleidoscopio que terminรณ por desencadenar su primer ataque de epilepsia โ€“a la luz hay que temerle, dijo entonces Samuel con esa su voz gravรญsimaโ€“, y a mรญ, un pequeรฑo largavista que me permitรญa acompaรฑar a un pรกjaro a una considerable distancia, hasta que se volvรญa un punto ya indistinguible en ese paรฑo borroneado que era el cielo. Si hubiera estado a mi alcance, probablemente habrรญa hecho aรฑicos al pรกjaro en mi puรฑo, apretรกndolo hasta sentir el crujido de sus alas. Ver e intentar destruir eran mis pulsiones mรกs bรกsicas, aunque hoy, despuรฉs de todo, creo que aquello era un instinto inocente, una manera de saciar lo que luego lleguรฉ a percibir como una sed poรฉtica โ€“y es que un pajarito no se rehusarรญa a mi amor/ al nunca incandescente hueso del hombreโ€“ y que finalmente resultรณ ser tan solo la necesidad de ver arder los pozos hasta que su resplandor se extinguรญa, agotadรญsimo. Yo me quedaba respirando ese aliento del pozo, no importaba si luego, dormido en el camastro del campamento, me sangraba la nariz, atolondrado mi cerebro por el gas metano. Yo habรญa nacido para perforar, para echar a andar la rueca endemoniada de la torre, no para escribir poemas, no para debilitarme.

Samuel no se casรณ nunca y tampoco parecรญa empeรฑado en desarrollar algรบn tipo de oficio exitoso, algo que le permitiera pasar por la existencia sin despertar ese filo de lรกstima en la mirada y las palabras de la gente โ€“pobre Samuel, tan humilde Samuelโ€“. El olor a tabaco negro que lo envolvรญa era, probablemente, el gesto mรกs violento de su personalidad. Podrรญa haber sido un tipo de los que hacen de su delgadez un punto a favor, pero en su caso, parecรญa que el espinazo cargaba con mundos invisibles, Atlas casi patรฉtico, y allรญ donde deberรญa haberse erguido la apostura, estaba siempre ese gesto de estar despidiรฉndose, a Brasil o a cualquier otro sitio injustificado. Vencido prematuramente, con el peso de su cara sobre el cigarro, Samuel, a veces, sin embargo, sonreรญa. ยฟEn quรฉ pensรกs?, le preguntaba la imbรฉcil de Fran, que nunca ha sabido gozar de la contemplaciรณn. Y la respuesta de Samuel era la misma: en quรฉ se sentirรก huir desnudo. ยฟHuir desnudo?, insistรญa la dichosa Fran. Que venga el Seรฑor y te diga: fuera de aquรญ. ยกFuera, he dicho! Y Fran se atacaba de risa. Y a veces yo tambiรฉn. Nos estremecรญa imaginar la idea de Samuel: huir desnudos. Esos habรญan sido momentos excepcionales. La mayor parte del tiempo era ceder a la gravedad de sus vรฉrtebras y fumar. Lo รบnico cercano a una pasiรณn surgiรณ en la รบltima parte de su vida y que yo no pude registrar tan de cerca porque me habรญa mudado de ciudad para comenzar una carrera en ingenierรญa petrolera que terminรฉ a duras penas. Por esos aรฑos, Samuel se habรญa convertido, quizรกs sin quererlo del todo, en el fotรณgrafo del pueblo. Fue idea de mi madre: tenรฉs esa cรกmara tan linda y la gente siempre necesita una foto para esto y una foto para lo otro. No serรญa un trabajo sacrificado. 

Pero la pasiรณn habรญa durado poco. La gente fue requiriendo cada vez menos sus servicios de fotรณgrafo por el hecho de que Samuel se negaba a venderles la fotografรญa con los rollos originales. Pocos valoraban el encuadre, la composiciรณn, pero sobre todo la expresiรณn en los rostros, como si por fin, en esas fotografรญas, cada cual hubiera hecho de los mรบsculos faciales, del brillo de la mirada, del gesto sutil de la boca, la manifestaciรณn de algo que hasta antes del flash habrรญa permanecido en una opacidad dolorosa. Nadie se atreviรณ a reconocer en Samuel a un artista, creรญan que esa suerte de belleza o de aura que se habรญa impreso en el papel era resultado de una gracia que siempre habรญa dormido bajo sus pieles y no del talento del fotรณgrafo, del modo en que hacรญa de la Leica una extensiรณn de su ojo (usaba el derecho porque en el izquierdo tenรญa una mรกcula, fruto del araรฑazo de un gato). Si รฉl se querรญa quedar con los negativos, argumentaba mi madre en su defensa, era porque sabรญa que eran obras de arte. En otros paรญses, hacรญan exposiciones con esas fotografรญas cotidianas de gente ordinaria, incluso recibรญan premios y respeto. En nuestro pueblo, ni las gracias. 

Solo algunas personas retornaron al tiempo solicitando los servicios de Samuel. Nuestro tรญo se negรณ de manera rotunda. Entonces, suplicaron, devuรฉlvanos las pelรญculas. Habรญa desesperaciรณn en la sรบplica, habรญa delirio, contรณ mi madre, se portaban como los antiguos, decรญa, creyendo que una foto les habรญa robado el alma. Claro, cรณmo no โ€“levantaba la barbilla con un orgullo ya inรบtil, pues su hermano habรญa muertoโ€“, si no pudieron hacerse ninguna otra buena foto en la vida. Yo he visto algunas, de esas que publican en los suplementos de farรกndula de los periรณdicos: parecen muรฑecos tiesos, los ojos secos, los cuerpos desguaรฑangados, sin gracia. Tรญteres. De quรฉ les sirve la boda suntuosa, el quinceaรฑero y el pastel de fresas, si sus caras empolvadas son eso, caras empolvadas. Las fotos de Samuel eran otra cosa.

Recibรญ la vieja Leica sin sentir celos por la caja de cuchillos de cabo de marfil y los ahorros destinados para Fran. Me parecรญa que Samuel me habรญa escogido para recibir el sรญmbolo de un momento de plenitud en su vida. El tiempo probarรญa que estaba en lo correcto.

Aunque no de la manera en que lo pensรฉ en aquel entonces.

II

Tardรฉ algunos aรฑos en intentar hacer de esa cรกmara alemana una herencia รบtil. Mi tรญtulo en ingenierรญa petrolera comenzaba a dar frutos, especialmente porque los pozos cercanos a Camiri no dejaban de manar ese vรณmito negro tan apetecido por las naciones de aquรญ y de la Cochinchina. Yo no ponรญa reparos en ser asignado a dobles turnos. Disfrutaba de ese denso desangrarse. Observaba durante horas la capacidad de un hueco de expresarse en sustancia, de volcar su materia con la violencia de un dios nocturno. Lo que ganaba lo gastaba en los bares de la zona cuando tenรญa baja, me gustaba apoyar los codos en una barra y desentenderme de la noche. Si la circunstancia era propicia, recordaba algรบn poema y se lo recitaba en fragmentos a alguna mujer y cuando las pestaรฑas de esa posible mujer temblaban, atรณnitas ante una lengua que yo mismo no comprendรญa del todo, me metรญa otro tanto de alcohol, acobardado ante esa punzada, ese dulce dolor. No soy poeta, me apresuraba a decir, solo estoy borracho. Claro que, por otra parte, me aseguraba de pagar sagradamente el crรฉdito bancario por las tierras donde un dรญa me instalarรญa, no precisamente para respirar aire limpio, no era eso lo que extraรฑaba, sino que anhelaba un espacio comprado con mi dinero donde pudiera yo tambiรฉn convertir en carbono mi ansiedad de un centro propio. 

Regresรฉ a la casa para atender a mi madre en esos dรญas en que a la gente ya se le pronuncia la osamenta bajo la piel de la cara. En los momentos finales de su expiraciรณn mi madre quiso revelar lo que siempre la habรญa atormentado.

Ya lo sรฉ, dije, susurrรกndole al oรญdo, para que no escuchara la enfermera, para que supiera que no habรญa nada que perdonarle. No era mi lugar. Sus ojos siempre me habรญan visto con atenciรณn, a mรญ y a Samuel, y eso habรญa sido mรกs que suficiente para mantenerme en pie, a pesar de esa gelatina sombrรญa que ocupaba mi tรณrax. A veces imaginaba que, en lugar de corazรณn, yo tambiรฉn tenรญa un pozo con el poder de vomitar negrura. Puse mi mano en el pecho cansado de mi madre, ella tambiรฉn habรญa respirado desde esa lava durante toda su existencia. Su corazรณn querรญa hablar, pero ella lo callaba hasta el รบltimo instante. 

ยฟCรณmo lo sabรฉs?, preguntรณ. Los ojos se le agrandaron de una manera que me estremeciรณ. No querรญa que falleciera sumida en el sobresalto, con esas hendiduras terribles en las clavรญculas que le provocaba el esfuerzo de asustarse.

Habrรญa muerto asรญ si le hubiera contado todo, de modo que me guardรฉ la verdadera confesiรณn e improvisรฉ otra. Tenรญa recursos de dรณnde urdir otra narrativa para nuestra impugnada historia familiar. Dije que el propio Samuel me lo habรญa confesado un dรญa.

Oh, Samuel, dijo mi madre. Los ojos se le apaciguaron. Al rato muriรณ. Entonces saquรฉ la cรกmara que traรญa en la bandolera y le tomรฉ una รบltima foto. Iba a necesitarla para terminar de entender, de cavar en el subsuelo de nuestras vidas. Porque cavar era entonces lo รบnico que sabรญa hacer.

III

Un cuarto de revelado no es difรญcil de montar. Recuerdo que Samuel armรณ el suyo despuรฉs de que encargara las primeras fotografรญas tomadas con su Leica en el รบnico centro fotogrรกfico del pueblo. A la semana de que le entregaran las fotografรญas โ€“las que le habรญa tomado a una familia alemana asentada en una granja en las afueras del puebloโ€“ ese centro cerrรณ. Cuando heredรฉ la cรกmara y las piezas solas fueron buscando su lugar, hice una breve investigaciรณn sobre ese centro para saber si el dueรฑo habรญa conservado algunos de los negativos obturados por la cรกmara de Samuel, aunque estaba casi seguro de que Samuel se habรญa llevado a la tumba todo. Y cuando digo esto, lo digo literalmente. Mi madre argumentรณ que, ya que en vida nadie habรญa sabido valorar su ojo de artista, lo justo era que despuรฉs de su partida, nadie mรกs reprodujera lo que รฉl habรญa sido capaz de ver desde el fondo de su alma, que se llevara consigo todo. O casi todo. De todas maneras, lo รบnico que pudieron decirme es que el dueรฑo habรญa muerto en el incendio de su local y con รฉl todo el material fotogrรกfico. Cuando los lรญquidos de revelado envejecรญan, รฉl intentaba renovarlos aรฑadiรฉndole algo de soda cรกustica, lo que afectaba la calidad y la duraciรณn del color de las imรกgenes sobre el papel, lo cual, seamos honestos, a la gente le importaba poco. No podรญan distinguir un cuervo de una paloma. Eso era asรญ. En todo caso, al dueรฑo de aquel negocio lo matรณ la tacaรฑerรญa, dijo una vecina ancianรญsima, alguien que ademรกs juraba odiarlo hasta su prรณxima reencarnaciรณn porque el incendio se habรญa devorado tambiรฉn su tienda de abarrotes. No quise contradecirla, pues cuando todo encajรณ, supe que era mejor dejar dormidas algunas puertas. Ademรกs, las preguntas que no lleguรฉ a formularme en toda su indecencia habรญan quedado respondidas. Y espero que lo estรฉn tambiรฉn para quien quiera pasarse de listo diciendo que es pariente mรญo, no vaya a ser que quiera heredar lo que no es recomendable heredar.

La pieza en la que decidรญ instalar mis herramientas de revelado era la misma en la que Samuel habรญa trabajado en sus fotografรญas durante algรบn tiempo. Luego de esa fase, digamos, โ€˜pictรณricaโ€™, mi madre le pidiรณ que hiciera algunos trabajitos menores arreglando radios y relojes. Ya no quedaba nada de lo suyo allรญ. Es cierto que, a veces, despuรฉs de su fallecimiento, yo pasaba por ese cuarto y un trรฉpano ciego iba buscando lo mรกs oscuro de mi corazรณn. Casi podรญa ver a mi tรญo agachado sobre los aparatos, poniendo el oรญdo en sus parlantes mientras ecualizaba alguna estaciรณn, como un profeta que buscara seรฑales, como un Job contenido en su minรบsculo desierto. Tambiรฉn yo intentรฉ por automatismo escuchar su voz, tan escasa, hurgando la radio del campamento mientras las altas torres regurgitaban. Pero Samuel ya habรญa dicho lo que podรญa cuando me heredรณ la Leica. 

Entre mis primeras fotografรญas registradas con esa cรกmara estuvieron las que tomรฉ del muro que dividรญa nuestra casa del terreno contiguo. La luz del sol golpeaba los ladrillos desde el mediodรญa y agonizaba allรญ lamiendo los intersticios. Me gustaba el color miel de esa luz. Pasรณ un par de aรฑos antes de que por fin decidiera equipar bien el cuarto de revelado. Hasta ese momento, el clic certero del disparador era todo el minรบsculo regocijo al que podรญa aspirar con el uso de la Leica. Su velocidad de obturaciรณn era discreta, de modo que extremaba la rigidez de mi postura para no atrapar mรกs brillo del necesario. Recorrรญa la pared con el lente esta vez como un cazador tras una presa hecha de molรฉculas de luz, dejaba que la luz me dijera โ€œaquรญโ€. Prรกcticamente escuchaba ese โ€œaquรญโ€ en mi cerebro, y cuando mi dedo รญndice oprimรญa el botoncito sentรญa que no era yo, no mi conciencia, sino mis mรบsculos tomados por ese โ€œaquรญโ€ los que decidรญan detenerse y capturar ese pedazo de realidad. 

Tuve que consultar a alguna gente experta para instalar el cuarto. Comprรฉ las bandejas, los lรญquidos, el foco de luz roja. Empezarรญa a revelar en blanco y negro, protegiendo mi inexperiencia tras ese contraste dramรกtico. Si conseguรญa adquirir cierta habilidad, quizรกs me aventurarรญa con el color. Aunque la idea de quedarme en el espectro del blanco y negro no me desagradaba en absoluto.

Fue hermoso sacar el rollo de su cilindro e introducirlo en el tanque de revelado. Actuar solo con el cuerpo, en la negrura del cuarto, me devolvรญa a un centro de mรญ mismo del que habรญa sido desalojado en algรบn momento de mi vida, no sabรญa cuรกndo. Esa primera vez en el cuarto oscuro pensรฉ o imaginรฉ que quizรกs las horas felices de Samuel habรญan ocurrido allรญ, en esa ceguera que, sin embargo, resumรญa y potenciaba los relieves luminosos del mundo, de nuestro mundo, de la gente del pueblo, de sus alegrรญas y pecados elementales. Imaginaba la tensiรณn de esos cuerpos cuando recibรญan la luz de xenรณn del flash y cรณmo esa descarga los habรญa despojado de algo, de una faz, de un azoro irrepetible en la mirada, o por lo menos de un instante de sus vidas, un instante que dejaba de ser รญntimo, que se exteriorizaba y se depositaba en el tiempo, o lo que fuera que significara ese magma. Mientras sacudรญa el lรญquido en el tanque para asegurarme de que la emulsiรณn se distribuyera por igual, segรบn me habรญan explicado, sentรญ que Samuel aprobaba el paso que por fin habรญa dado hacia la prรกctica casera de la fotografรญa, una manera de resistir ante una tecnologรญa que prescindรญa cada vez con mayor contundencia del ser humano. De hecho, sentรญ algo mรกs: que Samuel estaba ahรญ, que entre su presencia o energรญa inexplicable y mis mรบsculos y huesos ocupando un volumen seco en ese habitรกculo no habรญa una partรญcula de distancia. Samuel, su tardรญa emanaciรณn, me cubrรญa como si me hubiera puesto un traje espacial impalpable. 

IV

Creรญ que el procedimiento estaba errado, que por descuido habรญa introducido un carrete antiguo y, en su pelรญcula ya quemada, yo habรญa registrado fotografรญas de la luz cambiante del sol sobre la pared que nacรญa y envejecรญa en un solo dรญa. ยฟO tal vez el lente rajado habรญa retorcido las imรกgenes? Mi corazรณn, sin embargo, no pensaba. ร‰l se habรญa adelantado por unos segundos a lo que estaba a punto de conocer. Las nรกuseas eran el sรญntoma de mi ingreso a ese portal. Mientras lavaba las fotografรญas en la bandeja de enjuague, imรกgenes que no recordaba haber visto tras los distintos vidrios de la Leica brillaban, hรบmedas, en toda su flamante definiciรณn. Encendรญ la luz central, tomรฉ con las pinzas los recuadros y los colguรฉ de la trenza de zapato que habรญa atirantado sobre mi material de trabajo. Acerquรฉ mucho mi cara a esas mis primeras fotografรญas: lo que veรญa no podรญa ser fruto de un error, lo que veรญa apretaba el tiempo y lo desinflaba, como un abanico de otros siglos que reciรฉn se estrenara. Distinguรญ cuerpos que alguna vez se habรญan balanceado en una horca y que ahora eran pรฉndulos estรกticos y todavรญa desesperados, distinguรญ niรฑas, posiblemente despellejadas por algo atroz, quรญmico, demasiado humano. Vi huesos cuya procedencia ya no importaba, eran joyas brillantes y definidas, eran un nรบcleo profanado. Y vi animales con partes de otros animales. Y, en el cielo, un gran paraguas de eterno horror.

No sรฉ cรณmo pude seguir respirando al salir del cuarto oscuro. Mirรฉ la pared, el sol todavรญa la ametrallaba. Vomitรฉ con ambas manos apoyadas sobre ese lienzo terrible.

Cuando por fin revelรฉ la fotografรญa que le tomรฉ a mi madre segundos despuรฉs de su muerte, cuando ya su alma no corrรญa peligro, pude confirmar lo que en el sรณtano infalible de la conciencia ya sabรญa. La vi. Allรญ estaba ella, no sรฉ si serena, pero por fin vacรญa. Y bajo esa imagen que la liberaba vi tambiรฉn sus ojos torturados bajo el peso de su propio padre, ยฟnuestro padre? Vi el nacimiento de Samuel y el mรญo y el de Fran y el de la hija de Fran, toda nuestra abominable genealogรญa. El รบtero desgarrado de nuestra madre como una flor por siempre indigna.

He intentado demoler el cuarto oscuro, con todo dentro. Todo. De veras, lo he intentado, pero siempre falla algo. De nada me han servido los aรฑos sumiendo la tierra en sรญ misma, ni mi pericia para manejar trรฉpanos. El cuarto se empecina en su presencia trasera. Mi รบnica esperanza es que la cal y las piedras con las que cada dรญa levanto el muro sean lo suficientemente sรณlidas, lo suficientemente ciegas, para clausurar esa puerta por esta y todas las generaciones. 

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(Bolivia, 1972) es escritora. Entre sus libros recientes estรกn las novelas Helena 2022: La vera crรณnica de un naufragio en el tiempo. (Puraletra, 2011) y 98 segundos sin sombra (Caballo de Troya, 2014


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