Robert Plunket se ríe de todo

En ‘Los papeles de Harding’, el escritor estadounidense inventa al historiador Elliot Weiner, obsesionado con la vida privada del noveno presidente de EEUU.
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El vigésimo noveno presidente de EEUU. Warren Gamaliel Harding, 29º presidente de Estados Unidos, tuvo un mandato corto, entre 1921 y 1923, del Partido Republicano, tuvo una hija fuera del matrimonio. Partiendo de ahí, el escritor y actor Robert Plunkett inventó a Elliot Weiner, brillante y mezquino, historiador y especialista por azar en la vida privada de Harding. Los papeles de Harding fue la primera novela de Plunkett, que se ocultaba tras el pseudónimo de Mr. Chatterbox en las columnas de cotilleos de Sarasota Magazine y había participado en películas como Jo, qué noche. Escribió otra novela más y vive en un parque de caravanas en Florida. Los papeles de Harding se publicó en 1983, y cuarenta años después se relanzó en EEUU. Ahora llega a España en Impedimenta, traducida por Regina López Muñoz. 

En busca de trapos sucios. Weiner quiere dar con Rebekah Kinney, autora de un libro de memorias, El precio del amor, y la mujer con la que Harding tuvo una hija. Gracias a Eve, amiga de su madre, Weiner traza un plan para colarse en casa de Kinney y, literalmente, revolver en la basura y husmear en la casa hasta dar con material nuevo, y si puede ser comprometedor. Consigue una beca y logra que le alquilen la caseta de la piscina para vivir en la mansión venida a menos de Cielo Drive. Descubre que Kinney tiene una nieta, Jonica, que a su vez tiene un hijo que lleva el nombre de su bisabuelo: Warren. Descubre más cosas: que ahora Rebekah escribe poemas religiosos y sueña con que se los publiquen en revistas católicas. Rebekah Kinney guarda las apasionadas cartas de Harding en un baúl que planea quemar antes de hacerse internar en una residencia. Desde que esa información llega a Weiner, vía Jonica, él solo tiene un objetivo: hacerse con esos papeles. 

Baúles y chistes. Sin embargo, el descubrimiento del baúl tarda en llegar, para entonces Weiner ya se ha visto enredado de más. Y ha dejado perlas: “Pero de pronto empezó a entrar gente como si acabara de apearse de un autobús. Sobre todo mujeres con cortes de pelo severos y gafas de aviador. Me di cuenta de lo importante que había sido para la moda femeinista el momento en que Gloria Steinem entró en su óptica de confianza y dijo: ‘Me llevo estas’”. Jonica invita a Weiner al teatro: “Supe de inmediato que la obra no iba a ser de mi gusto. Sin argumento, sin chistes y, bien lo sabe Dios, sin estrellas. Solo ocho adefesios lloriqueando sobre sentirse rechazadas. Hay que reconocer que parecían grandes expertas en el tema”. Y un poco más adelante: “Justo cuando me había dado por vencido y empezaba a cabecear, la compañía unió sus manos, cantó una canción sobre compartir el amor y ejecutó una danza sufí. De pronto, la obra había terminado. El público, no sé si por entusiasmo o por alivio, aplaudió con frenesí”. Se dice que Larry David daba a leer esta novela a los guionistas de Seinfeld, creo que comprendo por qué. 

Recetas y notas al pie. La novela se presenta como el resultado de esa investigación que emprende Plunkett gracias a la beca de la Fundación Reed, pero entretanto retrata a su narrador, a Hollywood –un poco Sunset Boulevard en versión comedia–, hay dardos al mundo académico, a los poetas, al teatro experimental (ya se ha visto) y a casi todo lo que se ponga a tiro, ¡por eso es tan divertido! Además, Plunkett introduce comentarios en las notas al pie que hablan de discrepancias con respecto al uso de determinadas expresiones con quien ha mecanografiado el texto o conversaciones con su agente sobre introducir recetas: son un gancho para los lectores. Cierro con una cita: “‘Los niños ven cómo eres realmente’, me dijo Pam una vez, después de un fin de semana espantoso con sus sobrinas”. 


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