Domingo 4 de marzo. 11:30 de la maรฑana. Esta vez me acompaรฑa una amiga a ver a Toto. Nos abrimos paso entre la gente. Imagino a los niรฑos del futuro, es posible que ya no visiten zoolรณgicos. Los animales se estรกn extinguiendo y, francamente, venir a verlos rondar unos metros cuadrados es mรกs un espectรกculo circense que otra cosa. Yo misma me pregunto, mรกs que la primera vez que vi a Toto, quรฉ hago aquรญ. Creo que mi amiga piensa lo mismo de mรญ, pero no me lo dice. Ha mostrado una fascinaciรณn disimulada tras haberle hablado yo de รฉl.
Llegamos a la jaula o al albergue o a la mazmorra. Toto estรก en el suelo, escondido detrรกs de una tarima, en el cuarto oscuro, contiguo al que tiene los รกrboles artificiales. Permanece allรญ, hecho un nudo. Veo algunos objetos en el suelo: un garrafรณn de agua vacรญo, una caja, una manzana amarilla de plรกstico y, algo que me intriga: una especie de libro-caja como aquellos de utilerรญa que usaban en los programas de televisiรณn. El libro, incluso, tiene un tรญtulo de dos palabras. Todo esto lo alcanzo a ver, o a suponer, entre la suciedad del vidrio que nos separa y la ausencia de luz en la que รฉl se encuentra enrollado allรญ, al fondo.
Lo llamo. Lo vuelvo a llamar. La gente lo mira, a pesar de que vemos solo las rastas de su pelo. De pronto, se mueve y se acerca al cristal. Una vez mรกs, lo hace justo frente a nosotras. A estas alturas, creo que Toto me reconoce. Pega su rostro al cristal para ver quiรฉnes estamos del otro lado. Oprime su piel contra el vidrio, gris oscura, suave. Se va hacia la jaula contigua y se sube al รกrbol. Orina un poco y se queda enseรฑรกndonos su cuerpo inmenso. Estira un brazo y se toma de una de las mangueras-lianas de bombero. Permanece varios minutos asรญ. Luego, trepa un par de metros, si acaso, y se sube a la parte mรกs alta del tronco de cemento para acostarse, dรกndonos la espalda. Es un ovillo de alto tonelaje allรญ arriba, un cuerpo magnรญfico que se ha vencido. ยฟDuerme? Me pregunto. Mi amiga y yo nos vamos y volvemos para ver si Toto ha bajado de nueva cuenta. Y no. Allรญ ha decidido quedarse en este mediodรญa. Le importa poco que afuera haya una multitud.
En la primera entrega de esta serie escribรญ que registrarรญa la vida de Toto en el zoolรณgico, pero no imaginaba su fabuloso pasado. Por eso busquรฉ a Marรญa Elena Hoyo, su madre no biolรณgica, para que me contara cรณmo criรณ a Toto y a Jambi, su hermano, que muriรณ en 2015.
Marรญa Elena Hoyo fue directora del zoolรณgico de Chapultepec de 1983 a 1997, aunque trabajaba con las crรญas de animales desde 1978.
Hay algunos datos mencionados en la segunda entrega de esta serie, โVivir entre humanosโ, que Marรญa Elena precisa. Woodie y Lizza, los padres de Toto, no nacieron en Borneo y Sumatra, sino en cautiverio, y no vinieron del zoolรณgico de Cincinnati, sino del de Memphis, Tennessee. Tuvieron cuatro crรญas, no cinco: Alejandro, Woolie, Toto y Jambi. En 1990, Alejandro, muriรณ de hambre porque Lizza no producรญa leche; Woolie falleciรณ a causa de una infecciรณn intestinal.
En ese contexto, Marรญa Elena decidiรณ encargarse personalmente de la crianza de Jambi, reciรฉn nacido y, un aรฑo mรกs tarde, de la de Toto. Toto y Jambi vivieron cuidados 24 horas al dรญa por Marรญa Elena y llegaron a la vida adulta. Los llama sus hijos.
โNo debiรณ ser. Pero yo no tenรญa gente. La gente no me trabajaba. No se iban a llevar los bebรฉs a sus casas, y no iban a dormir en el zoolรณgico, puesto que ya lo habรญan demostrado con dos. Ellos perdieron dos. Y yo regresรฉ dos vivos. ยฟQuรฉ fue el precio? El precio fue muy alto para ellos, para mรญ ni te cuento. Pero yo lo racionalizo, y pasan los aรฑos y aunque me sigue doliendo, bueno, tengo que seguir viva. Ellos no. A ellos les ha hecho falta toda esa serie de estรญmulos que los han tenido viviendo en un aburrimiento espantoso.โ
Jambi y Toto, pasaban la noche en casa de Marรญa Elena y las maรฑanas en un exhibidor del zoolรณgico. Luego regresaban a su oficina a comer y dormir. Y de vuelta a casa. Asรญ fue durante siete aรฑos.
Marรญa Elena estaba siempre con los orangutanes. Tenรญa reuniones, mientras los alimentaba, como una madre, sรญ. โHay una constancia muy chistosa en un acta que el Oficial Mayor dice: โque conste que hubo un animal representando a los animales del zoolรณgico en la juntaโ, porque estaban decidiendo el futuro del zoolรณgico. Entonces, ya todo el mundo sabรญa que yo llegaba con mi bebรฉ, y que perdรณnenme sigan la junta y a darle ahรญ mamila y todo.โ
Toto y Jambi sobrevivieron. Marรญa Elena Hoyo dice que no lo harรญa de nuevo: โcomo era el mamรญfero mรกs dependiente, yo no podรญa soltarlos antes de los siete aรฑos, era para mรญ una actitud irresponsable, como lo veรญa yo en ese momento. Ahorita te digo una cosa: si me dices ahorita, vuรฉlvelo a hacer, no lo harรญa, porque les hice mรกs daรฑo que bien. Por querer que vivieran yo daรฑรฉ unos animales porque los tratรฉ como yo hubiera pensado que iban a vivir toda su vida y nunca apostรฉ porque me los iban a meter enclaustrados en una jaula. Yo inclusive comprรฉ un terreno muy grande, de una hectรกrea. Nada mรกs para que ellos dos vivieran solos allรญ, felices. Todavรญa tengo el lugar y lo tengo con animales; fue una inversiรณn que hice pensando en ellos, nunca pensรฉ que fueran a quedar en una jaula de cemento. Nunca lo pensรฉ. Busquรฉ su adopciรณn legal.โ
De aquella รฉpoca, Marรญa Elena recuerda los detalles. No puede ser de otro modo. El pasado fue, quizรก, un tiempo en el que era posible intervenir en la vida animal de un modo mรกs humano o mรกs animal, a saber. Elegir hacerse cargo de dos orangutanes hoy, en el siglo XXI, serรญa tomado como un disparate o, tal vez, como un acto revolucionario.
Allรญ iba, en los gloriosos aรฑos noventa, por las calles cercanas al zoolรณgico, la joven Marรญa Elena Hoyo, en su camioneta de regreso a casa, con los dos orangutanes. โTenรญamos un payasito en la esquina de Reforma y Palmas que estudiaba biologรญa, enloquecรญa con ellos cada vez que nos veรญa, pero andaba de payasito para sacarse sus centavos. Toto, la cuadra antes de llegar al alto, sacaba del cenicero donde yo llevaba el dinero su moneda para darle a su amigo el payasito… esos son Jambi y Totoโ.
Marรญa Elena me comenta que en el zoolรณgico de Leรณn, Guanajuato, hay dos hembras orangutanes y que tal vez serรญa una buena opciรณn que enviaran a Toto para allรก y se probara la convivencia con ellas. Ojalรก. Porque a lo largo de su vida Toto no ha sido un animal solitario, ha sido un animal criado por una mujer.
Y es Marรญa Elena Hoyo, con quien he estado hablando, capaz de criar a dos orangutanes: me lo repito para creerlo. Y no solo eso.
Marรญa Elena recuerda que como Lizza no producรญa leche, se solicitรณ la donaciรณn de calostro: โme consiguieron que el hospital de la mujer โsabiendo las mujeres que lo estaban donandoโ que me donaran un poco de calostro.โ
Sobre un episodio en la crianza de Jambi, cuenta:
โY tenรญa que ser estรฉril todo, cambiarme yo una vestimenta estรฉril que me daban en el zoolรณgico en cuadritos, muy bien empacada y tapabocas y tenรญa yo que pesar al chiquito antes de comer, pesarlo despuรฉs de comer; medirle el vientre antes de comer, medirle el vientre cuando una vez que hicieraโฆ una cosa que me llevaba mรกs de una hora, cada hora darle de comer; entonces, llegรณ el cuarto dรญa y se me quiso morir. Entonces, me aventรฉ una lucha pero de espectรกculo en la madrugada y le dije a dios: este no me lo vas a quitar, ya te llevaste dos, este no me lo quitas, porque me he dedicado en cuerpo y alma, porque no me lo puedes quitar y porque va a vivir. Y respira y respira y respira y respira y regresa y regresa y regresa, y que me regresaโฆ ya hecho un cadรกver. Me empieza a jalar un poco de calostro y digo: ya la hice… de aquรญ a la eternidad.โ
(Ciudad de Mรฉxico, 1975) es autora, entre otros, de El animal sobre la piedra (Almadรญa, 2000) y El beso de la liebre (Alfaguara, 2012). En 2022 obtuvo el Premio de Literatura Sor Juana Inรฉs de la Cruz por su novela mรกs reciente, Isla partida (Almadรญa, 2021).