Todo está bien IV – Fajas, blurbs y otros paratextos

Las fajas de los libros se llenan de frases que intentan llamar la atención del lector sobre el libro, son invitaciones, reclamos, resúmenes, potenciadores del sabor.
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Fajas, blurbs, frase para tapa. Se podría hacer una antología, como la que publicó en 2022 Louise Willder, Blurb your enthousiasm, ver las tendencias, corrientes y modas de las fajas: me refiero a las frases que intentan llamar la atención del lector sobre el libro, son invitaciones, reclamos, resúmenes, potenciadores del sabor. Se piden a amigos, a veces muestran alianzas de estilo, tema, aura o editorial entre los escritores. Son también un reconocimiento del prestigio como prescriptor, por eso cuando te piden una, tu autoestima sube un puntito. Ahora veo que se recurre a la lágrima como unidad de medida de la calidad literaria –en realidad, de la compensación de la inversión de tiempo y dinero en la lectura–: cuanto más hace llorar un libro, más amortizado. Lo terminé llorando. Este libro me hizo llorar. Etc. Siempre que leo eso, pienso: ¿y? ¿Qué orientación me da a mí sobre lo que hay en el libro? ¿Por qué creéis que que un libro haga llorar es bueno? Podría decir que he llorado, o casi, leyendo muchos libros, de lo malos que eran: lloraba porque tenía que leerlos y leer esos libros era un castigo. Por otro lado, esa faja sobre la cantidad de lágrimas derramadas condensa en qué se pueden convertir los blurbs: ejercicios de vanidad. Rubén Lardín lo llama el rincón del pelota, se adula a quien corresponde; otra categoría en la que de lo que se trata es de arrimarse al talento, prestigio o éxito de otro. 

En cierto modo, el blurb es la versión sintetizada y perezosa del prólogo, que se estilaba antes. Cuando iba a publicar mi primer libro aún se hacía eso: ¿quién te hace el prólogo?, me preguntó un colega. A mí me parecía una cosa un poco antigua, un poco como entrar a una fiesta y tener que decir quién te ha dado la dirección. No siempre son eso, me gusta más la versión en la que el prólogo es una celebración, una quedada con amigos o una leve orientación hacia dónde están las cervezas y la comida en la fiesta. Luego están los prólogos cero a la izquierda, que ni quitan ni ponen más que grosor para justificar el precio de un libro tan fino, quizá. Hace poco leí uno a las crónicas de Eve Babitz en el que la prologuista aprovechaba para contar que estuvo invitada en una universidad de California para hablar de su literatura, nada menos. Mi enhorabuena. 

Andrés Pérez Perruca le dio una vuelta al asunto de las fajas para su primer –y enorme– libro: Vida de un pollo blanquecino de piel fina, libro-crónica de los años en que El Niño Gusano grabó las 67 canciones que lo jalonan. Pidió antifajas y las tuvo: el resultado son un montón de frases desacreditando el libro cuya portada tapan. 

Escribir fajas siempre tiene algo de compromiso, también por lo que es: una frase corta y directa que dé ganas de leer el libro sin destriparlo. Eso hace que a veces los blurbs sean como no decir nada, y que se tenga la sensación de que muchos son intercambiables. Otro riesgo es el elogio desmesurado, que puede acabar perjudicando el libro. “No es para tanto”. Las razones por las que se acepta escribir blurbs tienen que ver con el cariño, el entusiasmo sincero hacia el trabajo de un colega, el gustirrinín que da el reconocimiento y, también, ver tu nombre impreso en el libro de otro. 

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