Tom Stoppard nació el 3 de julio de 1937 en Zlin (Checoslovaquia) bajo el nombre de Tomás Sträussler. De origen judío, su familia tuvo que exiliarse debido a la persecución de los nazis. Fue entonces educado en Singapur y en la India. Su padre falleció en un campo de concentración japonés, ahogado cuando intentaba huir del ejército nipón. Una vez acabada la Segunda Guerra Mundial, fijó definitivamente su residencia en Bristol, Inglaterra, en 1946, y su madre se casó con el mayor del ejército británico Kenneth Stoppard, que le dio su apellido. Supongo que el joven Tom pudo identificarse con Hamlet con cierta facilidad.
Comenzó su andadura profesional vinculado al “cuarto poder”. En 1954 –con apenas diecisiete años– inició su carrera como periodista en Bristol, concretamente en el Western Daily Press. Más tarde se uniría al Bristol Evening World. No fue hasta 1960 que se independizó económicamente –con apenas veinticuatro años– y comenzó a iniciarse en su vertiente dramática. Ese año escribió Un paseo por el agua.
En 1962 el joven Stoppard llegó a Londres. Allí colaboró como crítico teatral del semanario Scene. Este medio quebraría poco después, en la primavera de 1963, pero el periodista de origen checo continuó su andadura. Meses después Stoppard fue considerado como uno de los escritores del momento y sus cuentos fueron publicados en una antología. Becado por la Fundación Ford en Berlín durante unos meses de 1964, Stoppard entró en contacto con autores ingleses, alemanes y norteamericanos.
En 1967 es cuando elabora Rosencrantz y Guilderstern han muerto, quizá su obra más emblemática, que fue representada por la Compañía Nacional de Teatro y ganó cuatro premios Tony, incluido el de mejor obra teatral. El autor tuvo aquí la astucia de poner el foco en dos personajes secundarios del Hamlet atribuido a Shakespeare. Él mismo la llevó al cine en 1990. Fue la única vez que realizó un filme. La intertextualidad en Shakespeare es siempre arriesgada, pero Stoppard sale muy bien parado. Si la tragedia del Príncipe de Dinamarca tenía un sentido, la muerte de sus dos amigos no parece tenerlo. Son irrelevantes en el drama. En el Gran Mecanismo shakesperiano que diría Jan Kott, Rosencrantz y su colega Guildenstern son solo unos peones a los que sacrificar.
En 1977 Stoppard quedó impactado por su viaje a Checoslovaquia y decidió involucrarse en la defensa de los derechos humanos. “Yo estuve allí en el setenta y siete, cuando todo era bastante duro y había muchas bandas musicales, escritores, artistas y actores que llevaban vidas crepusculares y no podían trabajar. Y cuando volví en el noventa, cuando cayó el comunismo, me di cuenta de que había una ironía derivada de un enorme cambio político. Y la ironía era que, mientras que antes las cosas que se publicaban con cierto riesgo y circulaban, recibían una atención intensa, y la gente se fijaba en esta circulación clandestina de literatura, en 1990 de repente, había cien nuevas revistas literarias y era difícil llamar la atención de nadie. Y esto me recordó que había entendido la Historia al revés”.
Cinco años después Stoppard estrenó The real thing, una de sus obras más interesantes, pues en ella aparece Henry, un dramaturgo a través del cual descubrimos las contradicciones del mundillo teatral. Es una obra con contenido autobiográfico, un juego entre la realidad teatral y la ficción metateatral.
Stoppard obtuvo una nominación al Oscar en 1985 por el guión de Brazil, escrito junto a Terry Gilliam. Escribió también el guión de El imperio del sol, que realizó Steven Spielberg, y otros como la adaptación de La casa Rusia, novela de John Le Carré ambientada en la Unión Soviética. Quizá por su propia vivencia personal, Stoppard nunca comulgó con las ideas marxistas de muchos dramaturgos de su generación.
Su aproximación a Shakespeare no fue siempre acertada. Stoppard fue también el coguionista de Shakespeare enamorado, película dirigida por John Madden que recibió el premio Oscar. De esta película, francamente, no sé qué decir. No tiene ningún rigor histórico. Ver al guapo galán Rupert Everett interpretando al pobre Christopher Marlowe es algo que no soy capaz de asimilar.
Stoppard también tradujo textos de autores polacos y checos como Arthur Schnitzler, Slawomir Mrozek y Johann Nestroy. El Teatro del Absurdo le influyó en obras posteriores. “Intento escribir obras que a mí me gustaría ver, las obras que me gustaría que se escribieran”, afirmó.
Leopoldstadt fue su última obra, un texto inspirado en su propia familia que muestra la historia de una familia judía desde 1899 hasta 1955. Estos personajes son aficionados a los diversos eventos culturales de Viena. Su destino quedará trágicamente marcado por la llegada de los nazis y el Holocausto. Varios miembros de la familia de Stoppard, incluidos sus cuatro abuelos, murieron en campos de concentración. “Creo que todas las obras que he escrito surgen de varios lugares a la vez. Creo que ese es el sentido de ellas para mí. No son obras que surjan de un solo pensamiento, se unen a otros”. Su amigo, el también autor Simon Gray, ironizaba así sobre Stoppard: “Uno de los mayores logros de Tom es que ha conseguido que no le envidiemos nada, excepto quizá su buena pinta, su talento, su dinero y su suerte”. Stoppard murió este sábado, a los 88 años, en su residencia de Dorset, Inglaterra, rodeado por su familia.