Cristo sale de la tumba, y María Magdalena piensa que se trata del hortelano. Para justificar tal confusión, algunos artistas pintan la escena con el nazareno llevando a cuestas un azadón. Cuando al fin lo reconoce, Magdalena le dice: “¡Raboni!”, y no sabemos lo que él le respondió en su lengua, pero en griego Juan lo cita como “Μη μου άπτου”, y San Jerónimo lo traduce famosamente como “Noli me tangere”, o sea, “No me toques”. Junto con consummatum est y vade retro son esas frases que funcionan mejor en latín que en español.
Que una mujer le diga a un hombre “no me toques” puede ser normal; es más rara la frase del hombre a la mujer. Por eso, y por las singularidades del griego, las palabras del cristo también se traducen como “no me retengas” o “suéltame” o “no me agarres” o “no te aferres a mí” o “no me detengas” o “no trates de retenerme”.
A la lepra se le llamó algún tiempo noli me tangere y creo que todavía alguien con los nervios de punta usa la expresión “estoy de mírame y no me toques”. Y noli me tangere se les llamaba a los gazmoños, a quienes se sentían muy santos o con una dignidad superior; cosa normal, pues la expresión “no me toques” pronunciada por un hombre, suele ser una gazmoñería. La cristiana expresión pasó a ser síntoma de soberbia.
Shakespearianamente, en la más famosa sesión de un senado, Julio César no dijo “noli me tangere”, sino “Et tu, Brute?” Y, ya para morir, pronuncia para sí mismo o para el auditorio: “Then fall, Caesar”.
Suetonio lo cuenta en su Vida de los doce Césares.
En el momento en que tomaba asiento, los conjurados lo rodearon so pretexto de presentarle sus respetos, y en el acto Tilio Cimbro, que había asumido el papel principal, se acercó más, como para hacerle una petición, y, al rechazarle César y aplazarlo con un gesto para otra ocasión, le cogió de la toga por ambos hombros; luego, mientras César gritaba “¡Esto es una verdadera violencia!”, uno de los dos Cascas le hirió por la espalda, un poco más abajo de la garganta. César le cogió el brazo, atravesándoselo con su punzón, e intentó escapar, pero una nueva herida lo detuvo. Dándose cuenta entonces de que se le atacaba por todas partes con los puñales desenvainados, se envolvió la cabeza en la toga, al tiempo que con la mano izquierda dejaba caer sus pliegues hasta los pies, para caer más decorosamente, con la parte inferior del cuerpo también cubierta. Así fue acribillado por veintitrés puñaladas, sin haber pronunciado ni una sola palabra, sino únicamente un gemido al primer golpe, aunque algunos han escrito que, al recibir el ataque de Marco Bruto, le dijo: “¿Tú también, hijo?”.
Transcribo esta larga cita para hacer notar lo emocionante y novelesca que es la historia y lo buen escritor que es Suetonio.
Los asesinos huyeron en desbandada y dejaron el cadáver ahí tirado hasta que llegaron tres esclavos a recogerlo. El médico que le practicó la autopsia dijo que ninguna herida era mortal, “salvo la que había recibido en segundo lugar en el pecho”. No sé cómo supo el médico que esa puñalada había sido la segunda.
En esta escena vemos senadores que están por encima del líder. César se volvía un tirano y ya sabemos que la historia justifica y aplaude el tiranicidio o el derrocamiento con violencia, aunque a veces el resultado no sea el esperado.
La historia, dije.
Tras la muerte de César, en la obra de Shakespeare, leemos estos dos parlamentos:
CINA: ¡Libertad! ¡Independencia! ¡La tiranía ha muerto!
¡Corran a proclamarlo, a pregonarlo por las calles!CASIO: Que suban, algunos de los tribunos populares y griten:
“¡Libertad, independencia y emancipación!
Ahora mismo estoy in medias res leyendo la novela emblemática de la independencia búlgara. Se trata de Bajo el yugo, de Iván Vázov. Una novela donde hay conspiradores, gente que busca organizar una revuelta armada contra la ocupación de los turcos. Hay quien está dispuesto a dar la vida por la independencia de Bulgaria. Hay quien desconfía de las revoluciones:
Me dices que debemos prepararnos para la lucha porque su objetivo es la libertad. Pero, ¿qué es esta libertad? Vamos a tener un príncipe, es decir, un pequeño sultán, propio; vamos a ser oprimidos por los funcionarios; los monjes y sacerdotes van a engordar con nuestro trabajo; y el ejército exprimirá la vida de la nación. ¿Es esta tu libertad? Yo no sacrificaría ni una gota de sangre de mi dedo meñique por esto.
Pero no todos son tan apáticos o cínicos, y luego de lucha y sangre la independencia de Bulgaria llegaría en 1908.
Sin embargo, el fragmento más elevado de la novela parece dar un toque de belleza a la falta de libertad. Escribe Vázov, y también tengo que citar el párrafo completo, porque es muy revelador:
Con todas sus dificultades, la esclavitud tiene esta única ventaja: hace feliz a una nación. Donde el campo de la actividad política está estrictamente bloqueada, donde el deseo de enriquecimiento rápido no encuentra estímulo y la ambición de largo alcance no tiene margen para su desarrollo, la comunidad emplea su energía en las preocupaciones triviales y personales de su vida diaria, y busca alivio y recreación en un disfrute material simple y fácil de obtener. Un trago de vino bajo la fresca sombra de los sauces, junto a un arroyo claro y murmurante, hará que uno olvide su esclavitud. Un ganso asado con berenjenas, perejil fragante y pimientos, saboreado en la hierba bajo las ramas extendidas en lo alto, a través de las cuales se asoma el cielo azul distante, constituye un reino, y si suena un violín, es el colmo de la felicidad terrenal. Una nación esclavizada tiene una filosofía que la reconcilia con la vida. Un hombre arruinado sin remedio quizás acabe con una bala en la cabeza o colgado de una cuerda. Pero una nación, por desesperada que sea su esclavitud, nunca acaba con su propia existencia; come, bebe, engendra hijos. Se divierte. En su poesía expresa el espíritu nacional y el modo de ver la vida. Allí, junto con los crueles tormentos, las pesadas cadenas, las oscuras mazmorras y las heridas supurantes, están los ecos de los corderos gordos en el asador, las jarras de vino tinto, el potente raki, los interminables banquetes de bodas, la alegres danzas sobre la hierba verde bajo la sombra, de las que ha brotado un océano de canciones populares.
Mientras escribía este texto pensé que había agarrado monte y los temas se me habían dispersado. Ahora lo leí y releí, y me di cuenta de que el tema es uno mismo. ~