Un despertar al mundo

Mercè Ibarz se sumerge en la memoria propia, íntima y personal, para llegar a la colectiva y trazar un retrato de la época de su despertar en Barcelona.
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Aloma Rodríguez

Desde la portada del libro, una joven sonriente, todo entusiasmo con hoyuelos y gafas de pasta enmarcando los ojos, la montura casi coincide con la ceja, se come el mundo con los ojos. Lo quiere mirar todo. Eso se comprende después de haber leído, antes, solo la vemos ahí disfrutona, feliz, un poco desenfocada eso sí. Lleva una blusa blanca remangada y yo siempre pienso que para llevar una blusa blanca hay que tener mucha confianza en uno mismo. La joven de la foto es Mercè Ibarz, escritora, investigadora, ensayista. Nacida en Zaidín, Comarca del Bajo Cinca, en 1954, autora de El tríptico de la tierra, Abeja furiosa de su miel, biografía-retrato de Mercè Rodoreda o el ensayo más reciente No pienses, mira; todos en Anagrama. Aparece ahora, al mismo tiempo en catalán y en castellano, Una chica en la ciudad, que empieza como un libro de duelo y se abre a un paseo por los recuerdos y una reflexión sobre la memoria al mismo tiempo que recorre una ciudad y cuenta el despertar al mundo y a la vocación. 

A su compañero de toda una vida, Lluís, L. en el libro, va dedicado, en parte porque su ausencia fue la que inspiró la escritura: “La muerte de L lo devuelve todo a la vida. Mientras le cuidaba, él me cuidaba a mí. De ese árbol brotan las palabras y las páginas siguientes, desde el día en que llegué a la ciudad. Una chica en la ciudad de diecisiete años”, escribe Ibarz a modo de puesta en situación al lector. Barcelona no fue su primera ciudad, ese lugar lo ocupó Lleida, “la ciudad de la niebla”, dice, donde “el año anterior, había aprendido a caminar sin rumbo, saltarme clases del instituto, libre y acompañada por calles y casas, avenidas y cines, había empezado a fumar”. 

La llegada a Barcelona es la apertura al mundo: la facultad, la política, conocer a L. “El amor es extraño. Entonces era una muchacha callada, introvertida lo sigo siendo, y, poco a poco, en aquel altillo empezamos a hablar, a decirnos cosas, él, tan tímido, antes que yo. Qué veía en mí, no podía acabar de creérmelo. Pero él lo veía, él lo vio. Era delicado. La chica seca y huraña sintió que la ciudad era un buen lugar”. 

Una chica en la ciudad entra a la memoria colectiva de la mano de la íntima: recorre los pisos en los que ha vivido, se adentra en el ambiente y la expectativa del momento de una juventud ansiosa por que llegara la democracia; aparecen los últimos fusilamientos del régimen, “el dictador murió matando”. Aparece la política, el feminismo, los oficios, la mili que impone la primera separación forzosa a la pareja, el amor libre y otras corrientes cuyo atractivo fluctúa de manera cíclica. Y todo se sostiene en la pregunta de qué es el amor y la reflexión sobre la memoria. “La intimidad es un arte difícil. No había tenido antes una relación así con nadie. Me costaba identificar qué me estaba pasando con esta persona, tan concreta, que caminaba conmigo, con su perfil tranquilo y su paso igual al mío. ¿Sabría quererle bien? ¿Queremos decir amor cuando decimos amor?, se pregunta Beckett, un aviso de que el amor es más que amar y ser amado. Algo así intuía, a la vez inquieta y tranquila a su lado”. 

La fotografía está muy presente en el libro, que incluye imágenes de la ciudad anteriores a la llegada de la joven Ibarz, las de Catalá-Roca, y otras de su archivo personal; como lo está el cine, que fue la puerta de entrada a la cultura para Ibarz. Hay también mucha música, la que sonaba, la que cantaban, la de los vinilos que compraban, luego CD, la de los instrumentos de L… “El cine es así, depositas en la pantalla sueños desconocidos e ignorantes que, si son malos, te dan el apoyo franco del despertar cuando la sala se ilumina”. Tengo una amiga que dice que las tragaderas con respecto al cine son como el canal de parto, que va cediendo. Otra cita que recuerda Ibarz me recuerda una gamberrada de otra amiga distinta; Ibarz se acuerda de una canción de Annette Peacok que dice “mi madre nunca me enseñó a cocinar”; mi amiga dice: “y a hacer mamadas tampoco y a eso bien que has aprendido”. Ibarz también habla de sus amigas. 

Me gusta cuando habla de periodismo, que fue su primer oficio, la pusieron a dirigir la sección de política española a los veintidós años, como me gusta cuando habla de películas que yo también he visto, como Las margaritas y de otras que no. Es un libro sobre escribir: “si hacemos caso de Woolf, como hago, el ritmo es el estilo; es únicamente ritmo , el estilo, cuando lo tienes, asegura, cito de memoria, las palabras precisas vienen solas, sin artificios triviales”. Para hablar de la memoria, Ibarz cita a Buñuel  –investigó sobre Tierra sin pan, y ha dedicado un libro al documental del cineasta. Dice Ibarz que dice Buñuel: “La memoria es invadida constantemente por la imaginación y el ensueño y, puesto que existe la tentación de creer en la realidad de lo imaginario, acabamos por hacer una verdad de nuestra mentira”. Sea. 


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