Yo acuso: la llamada de Stalin a Pasternak

Ismaíl Kadaré recupera el episodio de la llamada de Stalin a Boris Pasternak, por entonces el mayor poeta soviético, en un libro inclasificable por su variedad temática.
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El 23 de junio de 1934 se producía una llamada telefónica que iba a agitar el curso de la Historia. El receptor de la llamada era Boris Pasternak, por aquel entonces el mayor poeta soviético. Al otro lado de la línea, inicialmente, se encuentra una voz áspera, la del secretario personal de Stalin, Alexander Poskrebyshev. A continuación, sucede lo imposible: el primer secretario del Politburó, jefe supremo de la Unión Soviética, se pone al teléfono. Pregunta a Pasternak por la reciente detención de Ósip Mandelstam, el otro gran vate de las letras rusas. Pasternak, azorado, titubea, balbucea, y no intercede por Mandelstam. La respuesta incomoda a Stalin; tras un reproche desdeñoso, despectivo (“un comunista no abandona a sus camaradas”, parece ser que dijo), cuelga el teléfono. El silencio retumba en el pequeño piso como una sentencia. La llamada apenas duró tres minutos, pero su impacto en el mundo soviético fue devastador. Sus ecos resuenan todavía hoy, y dan lugar a múltiples interpretaciones.

Ismaíl Kadaré acaba de recuperar el episodio, uno de los grandes traumas del “mundo soviético”, en su último libro, Tres minutos. Sobre el misterio de la llamada de Stalin a Pasternak, una suerte de ensayo (inclasificable, por inabarcable en su variedad temática) que recapitula todas las tesis e inquietudes de su bibliografía, y que recicla la estructura de un estudio aparecido en 2009 (Stalin y Pasternak, Izzi Vichnievski, sin traducción al castellano). Kadaré utiliza la llamada como un pretexto para volver a reflexionar sobre las relaciones de poder, sobre la autoridad que ejercen las dictaduras sobre los ciudadanos y sobre sus mecanismos de control. Y también sobre la posición –generalmente incómoda– que ocupan los literatos en el engranaje represor. Esta vez, sin embargo, Pasternak no es slo una víctima sino también un verdugo involuntario. 

Pasternak es una figura ambigua en este libro, el personaje controvertido ante el que Kadaré tiene sentimientos encontrados. El escritor albanés siente que debe identificarse con él, pero el contexto, la realidad, la propia Historia, le impiden hacerlo. Hasta el posicionamiento personal le resulta vedado: ¿por quién hay que tomar partido, por el tirano que representa al Estado, por el escritor que se enfrenta al Estado (y que es del Estado) pero cuya existencia permite este por el mero hecho de oponerse, o ante ninguno? Pasternak toca la fibra más íntima de Kadaré, y por eso este libro suena a confesión, a revelación de un secreto íntimo. El poeta ruso es el espejo ante el que se mira Kadaré; el reflejo que le devuelve inquieta al albanés, por la cantidad de similitudes que hermanan a ambos escritores. Tantas como para que no haya margen para la coincidencia: a los dos les llama su sátrapa nacional –mientras trabajaba en un periódico local, Enver Hoxha telefoneó a Kadaré para felicitarle por unos versos, y este, sorprendido y atemorizado, no supo cómo reaccionar–, ambos tienen una relación compleja con la fama; para los dos su presencia en las listas del Nobel –Pasternak como ganador en 1958 y Kadaré como eterno aspirante al menos desde 1974– les supone el escarnio de su país, la etiqueta de traidor a una patria y a unos valores. Tres minutos es la primera obra en la que Kadaré habla expresamente sobre sus ideas sobre el gran premio literario, y la mención suena tanto como un mensaje de ayuda como un postulado. Parece prepararse para recibirlo. Es la única concesión a la tranquilidad de conciencia que realizará en sus páginas. Porque el tema mayúsculo de su nuevo libro es la culpa.

Culpa por parte de Pasternak, por haber abandonado al rival amigo en 1934. Culpa por parte de Kadaré, por haber asumido –en 1958 es un estudiante de 22 años– los postulados duros de la Albania soviética que exigía un castigo ejemplar contra Pasternak por haber ganado un Nobel –finalmente rechazado– con el que parecía haber seducido a la burguesía occidental. Culpa del mundo soviético, por haber demonizado a un escritor y haber silenciado el recuerdo de otro (Mandelstam). Culpa de todos los implicados, directos e indirectos, por contar su versión de los hechos y por alimentar la polémica con sus contradicciones. Culpa de la literatura, por deformar la realidad, y de la realidad por no ser capaz de ser literatura. Y culpa de Stalin, el tirano de la llamada, que telefonea para poner a prueba, para someter, para aplacar sus propias dudas mediante la cobardía de descargar la responsabilidad de sus actos en otros.

Tres minutos. Sobre el misterio de la llamada de Stalin a Pasternak narra trece veces una misma llamada. Pero lejos de ser un día de la marmota, se convierte en una excusa. Las trece versiones sirven para ir ampliando el cuadro de la llamada, para sacarla de la limitación de un espacio y extenderla a una órbita más humana. Tres minutos abarca varios años y varios personajes. Habla tanto del acto de publicar un libro como de historia albanesa o del mundo literario (de salón) presoviético; es un lamento por lo que pudo ser y no fue, y un retablo de esperanzas frustradas. Todos los intervinientes –amigos, amantes, familiares– parecen ser sospechosos de algo, impostores. La habilidad de Kadaré consiste en transformar el hecho en un thriller policíaco, político, y a la vez en un estudio sociológico-literario. Quizás en su propio canto de cisne.

Como es habitual en la obra del albanés, contradicciones, dudas, personajes parecen envueltos en una niebla que los exagera, los parodia, los vuelve grotescos, difusos, irreales. Tres minutos podría haberse titulado “Tres tiempos”, porque en ella se superponen realidad, sueño y literatura como tres registros, como tres capas de una misma cebolla. Así lo expresa el propio autor en un momento cualquiera de su propio ajuste de cuentas personal consigo mismo, con su mundo, con sus recuerdos: “[…] De vez en cuando despuntaba un tercer tiempo, el de la literatura, muy parecido a los sueños, donde las tribulaciones y los posibles peligros palidecían tanto que se volvían una suerte de garabatos que se quedaban fuera de mí”. Quizás, en el fondo, todo se reduce a lo que tan amargamente lamenta Kadaré: “El problema residía en que hacía demasiado tiempo que [los albaneses] no sabíamos llorar”. Cuando empezaron a hacerlo ya fue demasiado tarde. 

Tres minutos. Sobre el misterio de la llamada de Stalin a Pasternak

Ismaíl Kadaré, traducción de María Roces González

Alianza editorial, 2023, 152 pp.

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Joaquín Torán es periodista. Escribe en Dirigido Por y El Confidencial, entre otros.


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