Ser borde por un café. La escritora inglesa Zadie Smith vivía en Nueva York cuando llegaron la pandemia y el confinamiento. Su día a día era un poco como el de todos en cuanto al estrés, la rutina y la disciplina necesaria para cumplirla. Rascar minutos para tomarse un café, “Dos minutos ‘libres’ equivalían a un macchiato (en un mundo ideal, sin necesidad de pagar en efectivo, si nadie me daba conversación). En aquella época, la hoja de mi pala siempre estaba afilada para ahuyentar a camareros parlanchines, madres excesivamente simpáticas, estudiantes en apuros, lectores curiosos: cualquiera que me pareciese una amenaza contra mi programa”.
Pero entonces, algo llama su atención: “los tulipanes que florecían en el triángulo de tierra de un pequeño jardín metropolitano”. Es “Peonías”, el primero de los ensayos reunidos en Contemplaciones (Salamandra, traducción de Eugenia Vázquez Nacarino), un texto sobre lo que era la vida antes de que la pandemia la pusiera del revés, pero donde Smith cuenta también su rebeldía contra la etiqueta de “mujer natural” en su juventud, es una historia de una paradoja y de la relación entre el control y el dejarse ir, entre la contrición y la naturaleza.
Meditaciones. En el prólogo del libro, Smith explica: “Mi intención ha sido organizar, en los retazos de tiempo que en estos peculiares meses nos han concedido, algunos sentimientos y reflexiones, algunos sentimientos y reflexiones que los sucesos han provocado en mí hasta ahora. Son, por encima de todo, ensayos personales; modestos por definición, breves por necesidad”. Es verdad que son breves, también tienen algo de urgente. En estos ensayos, que en parte están motivados por la relectura de las Meditaciones de Marco Aurelio, que le dio “dos indicaciones que no tienen precio: hablar contigo mismo a veces ayuda y escribir significa que alguien puede oírte”.
En Meditaciones el foco va de lo público a lo íntimo, hay análisis rápidos de la gestión de la crisis, y retazos de una vida cotidiana que resulta ser tan rutinaria y caprichosa como la de cualquiera durante el confinamiento: gestionar a los hijos y el trabajo (“Intentar proteger un poco de ‘espacio para ti’ en la abarrotada esfera doméstica es como querer apresar el aire con las manos”), lidiar con la angustia y compartir el meme de Mel Gibson.
Pero Smith es suficientemente lista y viene de una clase lo suficientemente baja como para saber que ahora tiene privilegios, sabe que hay “simetrías falsas” con Ben, el masajista. Apenas hablan, pero hay dos temas a los que pueden recurrir fácilmente, “el clima y los días libres”. Pero “el hecho de que la escuela esté cerrada para su hijo es una emergencia de verdad; para mí solo es un inconveniente. Sé que Ben ve esa diferencia, pero intuyo que, movido por su habitual optimismo, su cortesía y su deseo de mantener la simetría, permite que me queje también, como si mi marido o yo no pudiéramos trabajar desde casa o perder un día de trabajo sin que suponga una catástrofe”.
Una despedida. El libro puede leerse como una despedida de la ciudad en la que la escritora ha vivido los últimos años, Nueva York. Es uno de los hilos del libro, además del confinamiento, la pandemia y la gestión de la crisis en los dos países en los que vive, Estados Unidos y Reino Unido. Así puede leerse el texto central del libro, “Capturas de pantalla”, que reconoce su deuda con John Berger en el subtítulo, y que son estampas de Nueva York, conversaciones con vecinos, su encuentro con la persona real en la que basó uno de sus personajes y que ahora es un negacionista del virus, estampas de Londres, de su barrio de toda la vida donde es Sadie, y una coda en la que analiza el racismo en Estados Unidos, y que explica en parte por qué deja la ciudad.
No lo cita, pero me he acordado de “Adiós a todo aquello”, el ensayo de Joan Didion donde se despide de Nueva York. Escribe Didion: “Se dice con frecuencia que Nueva York es una ciudad adecuada solo para la gente muy rica y la gente muy pobre. Menos a menudo se dice que Nueva York también es, por lo menos para los que venimos de otra parte, una ciudad adecuada solo para la gente muy joven”.
Escribir o hacer bizcochos. Uno de los ensayos de Contemplaciones se llama “Algo que hacer”, y ahí dice que la única respuesta sincera a la frecuente pregunta a un escritor (aunque vale para cualquier artista cambiando el verbo) de por qué escribe es “para tener algo que hacer”. En ese texto, Smith desidealiza la escritura, dice que el impulso de escribir es el mismo que el que nos llevó a hacer bizcochos durante el confinamiento. Y en parte es una coquetería, pero en parte encierra algo de verdad. En ambos casos se trata de una cuestión de orden y control, como escribe Smith en “Peonías”: “La escritura es control. […] La escritura es siempre resistencia”. “[…] desde la primera semana descubrí hasta qué punto una gran parte de mi antigua vida consistía en un intento de esconderme de la vida”.
Deudas. El último ensayo es una lista de personas y cosas a las que Zadie Smith agradece y hacia las que reconoce deudas. Es cierto que tiene algo religioso y roza la cursilería, pero también humor y le hace hueco a la ligereza de las canciones pop, por ejemplo, a Madonna y a The Cardigans. Su deuda más larga es con el azar, responsable de todas las circunstancias que le han permitido ser lo que es. Al azar le debemos sus lectores esa escritora, pero también a ella misma la generosidad de exponerse y de mostrar más sus defectos que sus virtudes y de permitirnos entrar en su vida cotidiana en la que su inteligencia luce tanto como en sus novelas.
(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).