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Los años te van poniendo maniático. Bueno, no sé si le pasa a todo el mundo, pero a mí sí: ciertos detalles son cada vez más importantes. Como lector, hay cuestiones de la edición que, lejos de parecerme triviales, pueden hacer que no compre o no lea un libro cuyo contenido me interesa o pienso que puede interesarme. Entre estas cuestiones de la edición, la tipografía ocupa un rol fundamental. (Y no solo por el tamaño de la letra, el cual, a medida que pasa el tiempo, lamentablemente también va cobrando importancia.)
Con la tipografía ocurre como con los árbitros de fútbol: cuanto más inadvertidos pasen, mejor. Es que están realizando bien su trabajo. “Si eres capaz de recordar qué forma tiene tu cuchara mientras comes, seguramente esté mal diseñada”, señaló en el mismo sentido Adrian Frutiger, uno de los más importantes diseñadores de fuentes tipográficas del siglo XX. “La cuchara y la letra son herramientas; la primera para tomar alimento del plato, la segunda para extraer información de la página. […] Cuando un diseño es bueno, el lector ha de sentirse cómodo y para ello la letra ha de ser a la vez banal y bella”.
Una tipografía desacertada repele al lector, porque forma y contenido, en este caso, están hermanados de manera intrínseca. Muchos expertos han buscado analogías entre los tipos de letra y la vestimenta. Frutiger, creador de la fuente de los letreros de casi todos los aeropuertos de Europa, dijo que el trabajo de un diseñador de tipografías es “como el de un diseñador de ropa”. Para Alan Fletcher, otro de los grandes diseñadores del siglo pasado, un tipo de letra es “un alfabeto con una chaqueta”. Holly Combs, por su parte, comparó el uso de una tipografía inapropiada con presentarse en una cena de etiqueta con ropa de payaso. ¿Y quién es Holly Combs? Pues una de los líderes de cruzada contra la fuente tipográfica más denostada de la historia.
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Hablamos, por supuesto, de la Comic Sans. Esta fuente fue creada en 1994 por Vincent Connare, un empleado de Microsoft que buscaba una fuente que se adecuara mejor que la Times New Roman a un paquete de aplicaciones fáciles de usar, cuya cara visible era la caricatura de un perrito. La tipografía —inspirada en la de los cómics, de ahí su nombre—al final no se incluyó en ese proyecto, pero sí en la versión de Word del año siguiente (y en todas las posteriores). Su éxito fue fulminante. Como explica Simon Garfield en Es mi tipo. Un libro sobre fuentes tipográficas, de 2010 (de donde provienen no solo esta cita sino también muchos de los datos mencionados en este artículo):
Debido a su carácter irreverente e ingenuo, quizá pareciese más adecuada para encabezar un trabajo escolar que otro tipo de letra más formal […] La gente empezó a utilizarla en cartas de restaurante, tarjetas de felicitación, invitaciones de cumpleaños y carteles artesanales de los que se grapan a los árboles. Fue publicidad viral antes de que esta ni siquiera existiese…
El problema fue que, al poco tiempo, comenzó a aparecer en otras partes: publicidad, ambulancias, sitios porno, la camiseta de la selección portuguesa de básquet, lápidas y toda una gama de lugares inapropiados para una letra tan infantil. Lugares en los que escribir con Comic Sans equivale a llegar a una fiesta de etiqueta vestido con traje de payaso. Holly y su marido David Combs se pusieron entonces a la vanguardia del odio cibernético con una movida llamada Ban Comic Sans (“Prohíban Comic Sans”). Su manifiesto enfatizaba que “las cualidades y características inherentes a la tipografía comunican a los lectores un significado que trasciende la mera sintaxis”.
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Los lugares adonde llegó la Comic Sans son innumerables. Por citar solo algunos que causaron revuelo en los últimos años: la Copa del Rey española, el álbum de despedida del papa Benedicto XVI, la presentación en PowerPoint del hallazgo del bosón de Higgs. Y también son incontables las reacciones que ha generado, desde colecciones de fotos en Flickr hasta pedidos de muerte, pasando por webs como Comic Sans Criminal, que busca concientizar sobre su uso correcto, y Comic Sans Project, que con el afán de defenderla toma los más famosos logos comerciales y los “rediseña” con esta tipografía.
También desde la música se la ha mencionado. El cantante y humorista estadounidense “Weird Al” Yankovic canta una canción titulada Tacky (“vulgar, cursi, chabacano”) —parodia del éxito Happy, de Pharrell Williams—en la que el narrador dice ser tan tacky que tiene su currículum escrito en Comic Sans. Por su parte, uno de los mayores éxitos de Gunnarolla, un músico canadiense cuyos videos han sido reproducidos más de 10 millones de veces en YouTube, es The Comic Sans Song, una canción dedicada a reivindicar esta tipografía.
Un último dato acerca de la fuente Comic Sans. Su uso para la presentación del hallazgo del bosón de Higgs desató críticas y mofas aquí y allá. Sin embargo, es interesante la mirada de Patrick Kingsley, un redactor del periódico británico The Guardian. Si la Comic Sans es tan simpática y tan fácil de leer (se recomienda, de hecho, para las personas con dislexia), no hay —dice Kingsley— tema más apropiado para su uso que este: un descubrimiento científico cuyos detalles son casi imposibles de entender para la mayoría de los seres humanos.
Quién sabe. Quizá sea que, así como Superman se comporta como un tonto cuando interpreta a Clark Kent porque esa es la forma en que nos ve a los seres humanos —según la ya clásica explicación de David Carradine en Kill Bill 2—, los cráneos del CERN usan Comic Sans para dirigirse a nosotros porque, en cuanto al conocimiento de las partículas elementales, nos ven como niños. Si es así, nadie podrá negarles la razón.
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Está claro que estas cuestiones solo nos interesan, en general, a los lectores, los diseñadores gráficos y los frikis, todos maniáticos casi por definición. El resto de la gente va por ahí sin pensar ni hacerse preguntas sobre estos asuntos.
Sin embargo, como afirma Simon Garfield, “el tipo de letra que elegimos dice mucho de nuestros gustos y posiblemente de nuestro carácter”, y por ende también de nuestra visión del mundo, al igual que “nuestro peinado, la música que escuchamos o el coche que preferimos”. Y eso es algo que nos pasa a todos, a quienes no piensan nunca en estas cosas y a quienes somos capaces de no leer un libro porque no nos gusta la tipografía con que está impreso. Y ni hablar a gente como Gyoergyi Szabo, un muchacho húngaro de diecisiete años que, consternado por la pérdida de su amada, compuso el nombre de ella con caracteres tipográficos y luego se los tragó. La portada del The Sunday Times de Perth, Australia, del domingo 21 de marzo de 1937 informaba que un equipo de cirujanos lo había operado para extraer los tipos de su cuerpo. En esos momentos, el joven se recuperaba.
(Buenos Aires, 1978) es periodista y escritor. En 2018 publicó la novela ‘El lugar de lo vivido’ (Malisia, La Plata) y ‘Contra la arrogancia de los que leen’ (Trama, Madrid), una antología de artículos sobre el libro y la lectura aparecidos originalmente en Letras Libres.