De la Vieja a la Nueva España: Luis Cernuda vislumbra México

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Cernuda fue un solitario hasta en esto: ser el único exiliado de su generación que queda inicialmente en Europa; por ello no coincidirá hasta mucho después con Salinas o Guillén, ya en Estados Unidos desde 1936 y 1938; ni, hasta más tarde aún, con los que marcharon al exilio mexicano en 1939: Altolaguirre, Prados, Moreno Villa, Gaya, Bergamín o Garfias.

Durante su exilio británico, volvió en numerosas ocasiones la vista a Sevilla, Andalucía y España, casi siempre con la amargura del destierro. En noviembre de 1939 emprendió la escritura de “El ruiseñor sobre la piedra”, y luego “Silla del rey” y “Águila y rosa”, los otros dos poemas que componen su trilogía sobre la España imperial (tetralogía si le sumamos “Quetzalcóatl”).

En el verano de 1941 frecuenta en Oxford a Salvador de Madariaga, quien escribió ampliamente sobre el descubrimiento, la conquista de América y la posterior evolución del Nuevo Mundo: Cristóbal Colón (1940), Hernán Cortés (1941), Bolívar (1941), Auge del Imperio Español (1947) y Ocaso del Imperio Español (1948). Sin duda influyó el segundo de ellos, junto a otras lecturas, en el poema “Quetzalcóatl” de Cernuda, escrito en 1942, que toma como protagonista poemático, aunque no lo nombre, a Bernal Díaz del Castillo o a un similar cronista de Indias.

Su carta de 8 de enero de 1942 a Madariaga no puede ser más explícita: “Solo añado ¡qué momento único debió ser cuando Cortés ve a Moctezuma y se enfrenta con aquella tierra y gentes de leyenda! Si hay momento alguno de la historia que quisiera haber presenciado, es ese” (el subrayado es mío). Aún faltan nueve años para que Luis Cernuda pise México, pero es capaz de escribir versos en que confiesa cómo “embebió mi mente las leyendas / de aquellos que pasaban a las Indias”.

Cuando al año siguiente dedique unas páginas a Castilla recordará la figura de Cortés junto con la de su admiradísimo autor del Quijote: “Bien está que muchos hallen cifra simbólica de la grandeza castellana en ciertos hombres del pasado, hombres de acción, como Cortés, o de pensamiento, como Cervantes, pero ello no debe hacernos olvidar que por grandes que fueran, y esos dos lo fueron en extremo, solo eran exponentes de la grandeza mítica del pueblo que los produjo.”

Es conocido que el poeta sevillano se halló muy a disgusto en Glasgow, a la que dedicó ese texto amargo que es “Ciudad caledonia”. En él diagnostica un doble mal: la “divinidad de dos caras”, utilitarismo y puritanismo. Más adelante, hastiado de ese mundo, preferirá vivir en un país ajeno a esa mentalidad: México. Pero en 1943 retira de la biblioteca de la Universidad de Glasgow el volumen Historiadores primitivos de Indias, que incluye la Verdadera historia de los sucesos de la Conquista de la Nueva España (curiosamente, lo hace exactamente un año después de haber compuesto “Quetzcalcóatl”, quizá para confirmar lo ya escrito en el poema, aún inédito, que aparecería publicado ese mismo año en la revista mexicana El hijo pródigo).

Jaime Torres Bodet, secretario de Relaciones Exteriores de México, asiste a un congreso en Londres en la segunda mitad de 1945, y Cernuda tiene ocasión de hablar con él. Por su parte, Octavio Paz visita la capital británica en la segunda mitad de diciembre camino de la legación mexicana de París, adonde ha sido destinado, y lo ve a diario y le devuelve el original de Como quien espera el alba, que le había enviado Cernuda y finalmente publicará la editorial Losada en 1947.

Son ya muchos años de vivir en Gran Bretaña, y el clima y las precarias condiciones económicas le hacen desear partir. En la avenida Victor Hugo de París vivían Paz y su esposa, Elena Garro. Esta recuerda: “Fue en esa casa de cortinajes de sedas espesas donde llegó una tarde una carta de Cernuda dirigida a Paz. La carta venía de Londres, era tímida, hablaba de la niebla, la pobreza y la soledad. ¡Si pudiera ir a México!”

Si no a México, llega a Estados Unidos en 1947, a Mount Holyoke. El verano siguiente el mexicano Ermilo Abreu compartió habitación con el poeta en Middlebury College. Ya en aquella época en que todavía no lo había visitado mostraba un vivo interés por México. Según él, era país que vivía su historia, como Inglaterra y al contrario de Alemania o Estados Unidos.

Otras veces, Abreu le contaba leyendas mayas, así como, a petición suya, detalles de la vida, cocina y costumbres del pueblo mexicano, todo lo cual el poeta “apuntaba muy en serio”, quizá ya con la idea de visitar el país, deseo que vio cumplido el verano siguiente. En México, antes de trasladarse a Mount Holyoke a principios de la década de los cuarenta, había estado residiendo Concha de Albornoz con su familia, que sin duda también le referiría a Cernuda diversas informaciones sobre el país. Hay que tener en cuenta, asimismo, que el poeta ya había sostenido una prolongada relación epistolar con Octavio Paz y que en México se habían publicado desde 1940 poemas suyos, amén de un artículo, en las revistas Taller o El Hijo Pródigo; también allí se publicó en 1940 la segunda edición de La realidad y el deseo. ¿Sabía además Cernuda que en México se encontraba Serafín, su gran amor durante los años de la República?

Es difícil exagerar el magnetismo que México ejerce sobre Cernuda: como en una relación amorosa, ve en el otro (este país al que querrá volver hasta habitar en él) características comunes y otras diferentes, reconocimiento y extrañeza, que son los dos pilares de la cautivación. Y lo visita por primera vez durante el verano de 1949. Cuando abandona el país en esta primera estancia, escribe a un amigo que quiere volver a “ese México, que se me ha entrado en el corazón, y donde por primera vez, desde que salí de España, no me he sentido extranjero”. Se puede afirmar que, a diferencia de los conquistadores del XVI (o como ellos también, por qué no), México lo conquista.

En febrero de 1950 escribe “El elegido”, cuyo pretexto son los sacrificios humanos aztecas y su asunto la moceril belleza masculina. Entretanto, como para distraer la espera hasta su ansiado viaje a México y el reencuentro con los amigos que allí viven, ha emprendido la escritura de unas piezas en prosa, y afirma que algún poema también, sobre su experiencia en el país del sur, “con imágenes de la tierra y de la gente”.

José Moreno Villa había publicado Cornucopia de México. También Juan Rejano había publicado La esfinge mestiza. Crónica menor de México. Sin embargo, el libro de Cernuda, Variaciones sobre tema mexicano, es el mejor de ellos, el menos atado a la anécdota o lo circunstancial. Como escribió, “me enamoré de México como si fuera mi propia tierra. En realidad me gustó tanto y le tomé tanto cariño porque es para mí otra España”. Variaciones es, sí, un libro de descubrimiento, pero también de añoranza, escrito en la distante Massachusetts. Lo inicia el 11 de febrero, un día de pocas horas de luz solar, y no pocas líneas debieron de ser trazadas bajo la eléctrica de algún flexo o lámpara de biblioteca. Hasta el 4 de marzo compone trece piezas más, todas signadas por la nostalgia de México, una bujía que le da calidez para soportar, bien que en la memoria, el rigor del invierno de Nueva Inglaterra.

Ya tiene previsto asentarse en México varios meses en 1950. Y de nuevo cita una figura admirada por él: “Lo que hago es un disparate, pero solo un disparate puede sacarme de aquí. Otro año más en Mount Holyoke no lo conlleva mi estado de ánimo, y como Cortés (perdone la inmodestia), quemo mis naves. De aquí a febrero puedo reunir algún dinero, si nada ocurre de contrario, y como conozco el coste de la vida ahí, viviría con sólo mis recursos.” El símil con el gesto de Cortés lo repetirá en una carta igualmente de estas fechas a Moreno Villa.

En 1951 pasa seis meses en México. Luego, en el otoño de 1952 publica Variaciones, y regresa para establecerse en el país, donde morirá en 1963. Gracias al idioma y al amor (el de “Poemas para un cuerpo”), en esta Nueva España recobra la vitalidad perdida en Inglaterra y Nueva Inglaterra. ~

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