Los habitus del Estado

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Pierre Bourdieu

Sobre el Estado. Cursos en el Collège de France (1989-1992)

Traducción de Pilar González Rodríguez

Barcelona, Anagrama, 2014, 584 pp.

Los conceptos fundamentales de la sociología de Pierre Bourdieu (Denguin, 1930-Paris, 2002) son ya lugares comunes tanto en la academia como entre el público laico. Uno escucha por todos lados referencias al “capital social” de tal o cual grupo, la “interiorización” de ciertas normas convertidas así en “hábitos sociales” de los individuos, así como la “violencia simbólica” que suplementa el monopolio de la violencia física del Estado. Todos estos términos han sido parte del debate público desde hace tres o cuatro décadas.

En la academia, la influencia de Bourdieu es tan vasta como su obra, pero hay dos ejemplos que vale la pena destacar para ilustrar parte de su innovación conceptual. El primero es el extraordinario libro Entre las cuerdas de Loïc Wacquant, quizá el discípulo más conocido de Bourdieu. En su intención original, Wacquant buscaba estudiar la formación de habitus –esto es, las disposiciones a percibir y actuar de cierta manera que los individuos generan a través de sus interacciones en un campo social objetivamente definido– por medio de la etnografía de un gimnasio de boxeo en el gueto afroamericano de Chicago. El resultado final fue un fascinante viaje interior en el que el sociólogo literalmente se sube al ring y desarrolla los habitus del boxeador en su propio cuerpo y mente dentro del íntimo campo social de gimnasio.

En el segundo caso, Jennifer Jihye Chun (Organizing at the margins, 2009) llevó el concepto del “capital simbólico” de Bourdieu al estudio del nuevo sindicalismo en el cambio de milenio. En su análisis, Chun explica las formas en que las organizaciones de trabajadores pueden compensar la pérdida de “poder estructural”, derivado de la baja densidad sindical y el retroceso de la contratación colectiva, movilizando el capital intangible (“simbólico”) de la apelación a un orden ético superior (“justicia social” en América Latina, el American dream en Estados Unidos) y su representación dramatizada en la esfera pública mediante cortes carreteros, huelgas de hambre, piquetes de protesta frente a los supermercados. Basta asomarse a la movilización reciente de los jornaleros de San Quintín para ver algunos de estos mecanismos en acción.

El lector medianamente informado sobre el bagaje conceptual y metodológico de Bourdieu esperará de manera natural que Sobre el Estado abunde precisamente en ejemplos de formación de habitus, delimitación de campos sociales y las formas de simbolización del poder en el ámbito estatal, entre otras cosas. La expectativa se ve cumplida con creces, pero se requiere una paciente labor para unir piezas, seguir los amplios meandros del flujo argumentativo y salvar las brechas que impone el formato de la obra, que recoge las lecturas dictadas oralmente por Bourdieu con la adición de notas y apuntes (el libro recoge tres cursos entre 1989 y 1992, el primero con cinco sesiones y los otros dos con nueve sesiones cada uno). Tanto la discusión sobre las diferentes teorías del Estado como la exposición del pensamiento propio son un tanto fragmentarias, desarrolladas a jalones y pausas a través de varias sesiones. Los editores han querido respetar ante todo la forma original de la expresión de las ideas por encima de su sistematización. El resultado aleja la obra del lector casual pero proporciona una ventana inmejorable a la pedagogía y al desarrollo de los conceptos del sociólogo francés.

No obstante las complicaciones del texto, el propio Bourdieu nos proporciona una guía para seguir el hilo argumentativo. Primero que nada, se aclara que la obra discute el Estado en sus dos acepciones: 1) como “el aparato burocrático de gestión de los intereses colectivos”; y 2) como el “resorte en el que se ejerce la autoridad de ese aparato”. Las dos definiciones de Estado irán entreveradas hasta la última página del libro, pero obviamente la segunda acepción es la arena donde el marco conceptual de Bourdieu se desarrolla en toda su potencia. ¿Qué explica este “misterio del ministerio”, el aura mística de autoridad que dota a la acción de los agentes del Estado de legitimidad sin necesidad de blandir siempre el garrote de la coerción? ¿Cómo es que el Estado se erige en el principio de ordenación de todos los puntos de vista? Vale la pena detenerse un poco en esta figura, que recuerda el panopticon de Jeremy Bentham y Michel Foucault. El Estado no solo es el ente omnipresente que todo lo vigila y cuya vigilancia hace patente en todo momento (panopticon), sino también la entidad que ordena todos los demás puntos de vista. El Estado define campos de acción social (la economía, el lenguaje, la cultura, las ciencias) y certifica a los actores que pueden intervenir en cada campo con una opinión “experta”.

Todo esto es posible porque, a la par de expropiar y monopolizar los medios de la violencia legítima y los recursos de la administración –à la Weber–, el Estado hace lo propio con el “capital simbólico”, que no es otra cosa sino los recursos intangibles que otorgan a su poseedor la capacidad de nombrar, de dictar los patrones de la cultura “legítima” y de dotar de universalidad a los juicios propios. Este capital simbólico aparece como ejercicios de pura performatividad. El Estado recurre a la teatralidad para investir a sus agentes con el manto de la autoridad legítima: ceremonias de certificación de funcionarios, desfiles, bandas tricolores cruzadas sobre el pecho, etcétera. Las más de quinientas páginas del libro son variaciones sobre el mismo tema, ejemplos tomados de la administración pública francesa (en particular la Comisión de la Vivienda del ex primer ministro Raymond Barre), la historia de la acumulación de capital simbólico como la verdadera acumulación originaria (una idea que refuta a Marx) y las formas que esa acumulación ha revestido en el tránsito del Estado patrimonial al moderno Estado burocrático.

Sobre el Estado llega en un momento inmejorable para informar nuestros debates sobre la crisis del Estado en México. Frente a la visión común de la inseguridad pública como un colapso de la capacidad de garantizar la seguridad y el ejercicio de la violencia legítima por parte del Estado, Bourdieu nos enseña que la crisis es aún más profunda: una gran pérdida de capital simbólico que desnuda y ridiculiza a los agentes del Estado como en el proverbial cuento del traje nuevo del emperador; así como una competencia feroz por la posesión del relato y el juicio final sobre eventos como la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa y los casos de corrupción en las altas esferas del gobierno. Frente a la pérdida de capital simbólico, todas las otras funciones del Estado pierden legitimidad: todo acto de fuerza deviene un acto de represión y cada acción de regulación es potencialmente un intento de censura. Ese es el tamaño de nuestra crisis. ~

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Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.


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