Estamos ante una crisis económica y sanitaria de proporciones sin precedentes en la historia reciente.
Quiero comenzar reconociendo que contener la pandemia es la prioridad más urgente. La imagen 1 resume el modo en el que los expertos en salud pública han encarado el problema:
CLAVE
Eje X: Tiempo transcurrido desde el primer caso
Eje Y: Número de casos
Letras rojas: Sin medidas de salud pública
Letras negras: Capacidad del sistema de salud pública
Letras azules: Con medidas de salud pública
En el corto plazo, la capacidad del sistema de salud de cualquier país –dada por el número de camas, de unidades de cuidados intensivos, de profesionales calificados, respiradores, etc.) es finita. Esto establece un tope al número de pacientes que pueden recibir tratamiento adecuado en cualquier momento dado, y están representados por la línea plana en la imagen.
Dejada a su suerte, y dado lo que conocemos ya sobre la taza de transmisión del coronavirus, la pandemia rápidamente sobrepasaría cualquier sistema de salud, y esto dejaría sin tratamiento a muchos pacientes infectados con condiciones pulmonares en deterioro. La taza de mortalidad se dispararía. Esa amenaza casi está más allá de nuestra comprensión. Con una base de 2% de mortalidad en un sistema de salud sobrepasado, y el 50% de la población mundial infectada, el resultado sería que el 1% de la población –76 millones de personas– morirían. Este escenario corresponde a la curva roja en la imagen 1. La zona de la curva que está por encima de la capacidad del sistema de salud (coloreada en rojo) se enfrenta a un riesgo de mortalidad mucho más elevado.
En cambio, las políticas públicas de salud, por lo menos en todos los países con un liderazgo medianamente decente, buscan “aplanar la curva” mediante la imposición de medidas drásticas de distanciamiento social y la promoción de prácticas sanitarias que reduzcan la taza de transmisión. Este “aplanamiento de la curva” haría que la pandemia se extienda en el tiempo y permitiría que un mayor número de personas reciban el tratamiento adecuado, lo que eventualmente bajará la taza de mortalidad. Esa es la curva azul en la imagen 1.
Estas políticas, en los sitios en los que han sido implementadas, han dado resultados muy positivos. Los países que adoptaron las medidas de contención más drásticas, como Taiwan, Singapur o las regiones chinas fuera de Hubei, experimentaron un crecimiento en el número de casos a un ritmo mucho más lento y ahora estos van a la baja. Claramente y sin ambigüedades, esta es la política pública de salud correcta en el corto plazo.
Asumamos entonces que las autoridades sanitarias hacen lo correcto, de tal modo que nos encontramos en la curva aplanada (la azul) de la infección. ¿Cuáles serán las implicaciones macroeconómicas?
Mi contención es que, en el corto plazo, aplanar la curva infecciosa inevitablemente hace más aguda la curva de la recesión macroeconómica. En los países más afectados por la pandemia, incrementar el distanciamiento social ha requerido que se cierren escuelas, universidades y la mayoría de los negocios no esenciales, así como pedirle a la mayoría de la población en edad laboral que se quede en casa. Si bien algunas personas pueden trabajar desde casa, representan una fracción pequeña de la fuerza laboral en su conjunto. E incluso si trabajar en casa es una opción, la disrupción de corto plazo de las rutinas laborales y familiares resulta enorme y sin duda afectará la productividad. En pocas palabras, la política de salud apropiada frena de golpe la economía. A saber, todos los indicadores que tenemos de China, por ejemplo, revelan una impresionante caída en la producción y el comercio.
En un mundo perfecto, las personas se aislarían por su cuenta hasta que las tasas de infección fueran lo suficientemente bajas y las autoridades sanitarias dieran la señal de que es posible salir de nuevo. En ese momento, los motores económicos se reactivarían: los trabajadores volverían a sus puestos, las fábricas se echarían a andar de nuevo, los buques llenarían sus bodegas y los aviones despegarían.
Lo primero que hay que decir es que, incluso en ese mundo “perfecto”, el daño económico sería considerable. Para apreciar mejor esto, asumamos que las medidas de contención reducen la actividad económica en 50% durante un mes y en 25% durante otro mes, y al mes siguiente la actividad económica regresa a su base. Este declive pronunciado, aunque breve, no parece poco razonable si uno toma en consideración que la mayoría de la fuerza laboral está encerrada en sus casas en muchas de las principales economías del mundo. De hecho, podríamos anticipar un proceso incluso más extendido.
De todos modos, ese escenario significaría un impacto tremendo a los números del PIB, con una disminución en el crecimiento anual de la producción del orden de 6.5% relativo al año anterior. Si extendemos el paro al 25% un mes más, la caída anual en el crecimiento de producción (relativo al año anterior) alcanza ¡casi el 10%!
Como algunos economistas han señalado, la mayoría de este PIB perdido no volverá, así que es razonable asumir un regreso a la base, y no un futuro pico en la actividad –aunque es posible esperar un pico posterior a la recesión en el gasto pospuesto en compras de bienes duraderos–. A manera de comparación, la caída en el crecimiento de la producción en Estados Unidos durante 2008 y 2009, la “Gran Recesión”, fue de cerca del 4.5% Estamos a punto de presenciar una caída que podría hacer que la “Gran Recesión” se vea pequeña.
¿Por qué en este momento las cifras son tan altas? La respuesta corta es que, incluso en el momento más alto de la crisis financiera, cuando la economía estadounidense estaba recortando empleos al ritmo de 800 mil trabajadores por mes, la gran mayoría de las personas seguían empleadas y trabajando. La tasa de desempleo en Estados Unidos alcanzó un máximo de “apenas” 10%. En comparación, el coronavirus está creando una situación en la que –durante un periodo corto de tiempo– el 50% o más de la población no podrá trabajar. El impacto en la actividad económica será comparativamente mucho más grande.
Este, empero, es el escenario “optimista”. No vivimos en un mundo “perfecto” como el descrito anteriormente. Más bien, una desaceleración de esta magnitud tendrá ramificaciones a lo largo de toda la economía que provocarán daños severos. De ser mal manejado, el costo económico de la desaceleración podría ser mucho más grande y durar mucho más tiempo.
Una economía moderna es una compleja red de partes interconectadas: empleados, empresas, proveedores, clientes, bancos e intermediarios financieros, donde todos son empleados, clientes, prestamistas, etc., de alguien más. Un freno tan abrupto como el descrito puede desatar una cadena de eventos impulsada por decisiones que tienen sentido individual pero que resultan catastróficas en lo colectivo.
Así como las personas pueden ignorar las instrucciones de autoaislamiento arguyendo que tienen mejores cosas que hacer, así los actores económicos pueden tomar decisiones individuales que amplifiquen y precipiten una caída económica más pronunciada. Los clientes autoaislados tendrán, por fuerza, menos oportunidades para gastar. Aún así, enfrentados con las incertidumbres sobre el futuro económico, un impulso común podría ser reducir aún más el gasto. Esto, a su vez, provocaría que a las empresas les cueste más trabajo ganar dinero, incluso de sus inventarios actuales. Ante la demanda decreciente de sus productos –en algunos sectores como el entretenimiento, los viajes y el ocio el colapso puede llegar a ser casi total– las empresas querrán reducir gastos y despedirán trabajadores para evitar un colapso total. Los bancos, con un portafolio de préstamos morosos y un panorama empeorando, naturalmente querrán prestar menos, y eso oscurecerá aún más el panorama para el sector no financiero. Los proveedores solicitarán que les paguen. El pánico o la pérdida de confianza suman una nueva capa de complejidad. El resultado puede ser una cascada de quiebras, un estallido asociado de despidos y una acumulación de fragilidad financiera.
En otras palabras, un peligro real es que el virus mute e infecte nuestro sistema económico aún cuando logremos erradicarlo de nuestros cuerpos. Su fisiología económica no es tan mortal, pero sin duda puede provocar mucho daño.
Los economistas reconocerán que el problema en ambos casos –infección y recesión– son las externalidades: acciones que son perfectamente sensatas individualmente hablando, pero perjudiciales en lo colectivo.
La conclusión es que la economía también enfrenta a un problema de “aplanar la curva”. El impacto de la desaceleración sin un adecuado apoyo macroeconómico puede representarse con la curva roja en la imagen 2. Traza la pérdida de producción durante un periodo de intensa desaceleración, amplificada por las decisiones de millones de agentes económicos que tratan de protegerse a sí mismos al reducir sus gastos, suspender las inversiones, reducir los créditos y en general protegerse. La ironía es clara: para la economía, las externalidades negativas vienen con el aislamiento.
CLAVE:
Eje X: Tiempo transcurrido desde el primer caso
Eje Y: Severidad de la recesión
Letras azules: Con medidas macroeconómicas de acompañamiento
Letras rojas: Sin medidas macroeconómicas de acompañamiento
En esta imagen, la zona coloreada de azul representa la desaceleración económica, si fuésemos capaces de impedir una “infección económica” adicional, es decir, limitar la pérdida de actividad económica producto de la producción perdida durante el periodo de contención de la salud pública. Como ya hemos discutido, es probable que este sea un número negativo importante. La línea roja –y la zona coloreada de rojo– representa la pérdida de actividad económica adicional una vez que la economía se “infecta” y los distintos ciclos de retroalimentación negativa y mecanismos de amplificación descritos se echan a andar.
No es coincidencia que las medidas que ayudan a resolver una crisis de salud empeoren la crisis económica –por lo menos en el corto plazo– y viceversa: las políticas sanitarias estrictas provocan un apagón económico mayor, una zona color azul más amplia. Pero, aunque esto parezca un intercambio, en realidad no lo es: es desempleo contra pérdida de vidas y no hay mucho que debatir, por lo menos con las tazas de infección y fatalidad que vemos ahora. De hecho, incluso si no se implementaran medidas de contención habría una recesión motivada por el comportamiento precavido y/o atemorizado de los hogares y las empresas que enfrentan la incertidumbre de lidiar con una pandemia con una respuesta inadecuada de salud pública.
Por fortuna, la política económica puede actuar de manera decisiva para impedir estas “infecciones económicas”. El objetivo básico aquí también es “aplanar la curva” y limitar el daño económico a lo estrictamente inevitable dado que la producción está limitada cuando la fuerza laboral está en su mayoría en cuarentena. El sistema económico moderno –una vez más, siempre y cuando esté bien administrado– contiene una serie de candados de seguridad diseñados para prevenir o limitar los colapsos catastróficos de este tipo. Podemos considerarlos las “unidades de cuidados intensivos, las camas hospitalarias y los respiradores” del sistema económico.
En específico, los bancos centrales pueden ofrecer liquidez de emergencia al sector financiero. Los estabilizadores fiscales (la caída de ingresos fiscales del gobierno y el incremento en transferencias) también ayudan a aminorar el golpe de las desaceleraciones económicas en las cuentas de los hogares y las empresas. Además, los gobiernos pueden emplear medidas enfocadas o programas más amplios para respaldar la actividad económica. Estas medidas ayudan a “aplanar la curva económica”, es decir, limitar la pérdida económica, como lo ilustra la imagen 2.
Es importante recordar qué es lo que las políticas económicas pueden y no pueden hacer. El objetivo no es, y no puede ser, eliminar la recesión por completo. La recesión estará ahí, será masiva, pero con suerte durará poco. En cambio, la prioridad es interrumpir todos los ciclos de retroalimentación negativa y los canales de contagio que de otro modo amplificarían esta sacudida negativa. Sin restricciones, la recesión amenaza con destruir la compleja red de vínculos económicos que permiten que la economía opere y tomará tiempo repararla.
Visto desde esta perspectiva, la prioridad debe ser:
(a) asegurar que los trabajadores continúen empleados –y que reciban sus sueldos– incluso si están en cuarentena o si tienen que quedarse en casa para cuidar a las personas que dependen de ellos. Una asistencia temporal para los desempleados es un componente clave para esto. Sin ella, no queda claro que las recomendaciones de salud pública puedan siquiera ser cumplidas. Los hogares tienen que poder realizar los pagos básicos: la renta, los servicios, el seguro médico, las hipotecas.
(b) asegurar que las empresas puedan salir de esta tormenta sin caer en bancarrota, con condiciones de crédito más laxas, quizá suspendiendo temporalmente los pagos de impuestos, o suspendiendo los pagos de préstamos u ofreciendo asistencia financiera directa cuando sea necesario.
(c) apoyar al sistema financiero cuando se acumulen los préstamos morosos, para asegurar que esta crisis no se transforme en una crisis financiera.
Estas medidas aminorarán –quizá eliminarán– los ciclos de amplificación y reducirán bastante la desaceleración económica.
Encontrar el momento oportuno es importante. Las medidas económicas se necesitan con mayor urgencia cuando la economía está detenida. Los paquetes de estímulo económico después de la crisis sanitaria solo se necesitan si no logramos actuar de manera decisiva en este momento para evitar un colapso catastrófico, y podrían resultar mucho más costosos.
La oportunidad importa en otro ámbito también. Las políticas sanitarias estrictas pueden tener un impacto profundo para impedir el esparcimiento de la enfermedad. Sin embargo tienen un inconveniente: una gran parte de la población nunca está expuesta a la enfermedad. Esto sugiere que las medidas de contención tendrán que imponerse durante un periodo más largo de tiempo, de otro modo corremos el riesgo de que la pandemia recobre fuerza.
¿Cuánto tiempo puede permanecer la producción detenida antes de que la recesión se vuelva catastróficamente grande? Los cálculos sencillos anteriormente descritos indican que un mes al 50% y dos meses al 25% ya tendrían un costo del 10% de la producción anual. Otros dos meses operando al 75% de producción costaría un 5% adicional de producción anual.
Esto indica que la estrategia correcta es una estrategia dinámica. En términos de la imagen 1, el objetivo principal de las políticas fiscales debe ser ampliar la capacidad del sistema de salud. Elevar la línea horizontal en la imagen permitirá tratar a más pacientes pero también relajar las medidas de contención. Esto tiene un beneficio directo en términos económicos sin degradar la respuesta de salud pública.
Inevitablemente, estas medidas tendrán un costo fiscal severo. Para realizar una primera aproximación, consideraría que los gobiernos deben ofrecer apoyos al ingreso en una escala comparable más o menos a la producción perdida. Si la pérdida total de producción llega al orden del 10% del PIB anual, no me sorprendería que necesitaríamos desplegar un nivel comparable de recursos fiscales, incluso antes de tomar en cuenta los gastos de salud. A modo de comparación, los mercados celebraron cuando el Reino Unido anunció un paquete de estímulo fiscal de $39 mil millones, y ese paquete representó “únicamente” el 1.5% de la productividad del Reino Unido.
¿Esto nos debe preocupar? Dicho de otro modo, ¿nuestro campo de acción en términos macroeconómicos está limitado, así como las camas, los respiradores y la cantidad de profesionales de la salud limitan la capacidad del sistema de salud?
Yo sostengo que –con algunas excepciones–, no lo estamos. Para empezar, las tasas para los préstamos soberanos están en niveles históricamente bajos –incluso más desde que inició la crisis. El interés de un bono de 10 años del Tesoro de Estados Unidos se ubica en 0.88%. Las tasas en la zona Euro están igualmente bajas. Un incremento del 10% en deuda del PIB solo incrementaría los costos del interés anual por un 0.1% del PIB. Si este no es el momento para pedir prestado para apoyar una economía a punto de colapsar, ¿cuándo lo es?
La mayoría de las economías avanzadas deberían ser capaces de encarar este incremento en la deuda pública; países de la Eurozona como Italia, con altos niveles de deuda pública y sujetos a regulaciones fiscales estrictas. En este caso, la respuesta es: hay que enviar señales claras de que la Eurozona apoyará este tipo de esfuerzos. Estas señales pueden tener formas distintas. Primero, no hay duda que la Comisión Europea temporalmente suspenderá las reglas presupuestales actuales, para permitir que países como Italia incremente su déficit. Pero esto quizá no sea suficiente. Dados los altos niveles de endeudamiento italiano y la fragilidad del entorno financiero actual, uno debe asegurarse que haya un respaldo. Una fuente de apoyo importante debe venir del Banco Central Europeo, a través de sus Operaciones monetarias sin restricciones [Outright Monetary Program (OMT)]. Los OMT vienen con un programa, pero en este caso resulta absolutamente superfluo.
Los europeos deben reconocer que no hay nada “italiano” acerca de la crisis actual, o en todo caso que “¡todos somos italianos!”, más conforme Francia, Alemania y otros países europeos se enfrentan a la misma situación. Ante un sobresalto común, la teoría económica más elemental sugiere que debe haber una respuesta común.
La respuesta adecuada, entonces, debe ser emitir un Eurobono –posiblemente a través del Mecanismo de Europeo de Estabilidad [ESM en inglés]– con dos propósitos específicos: financiar los gastos de salud necesarios e impedir la descolocación económica de los países afectados.
Muchos miembros de la Eurozona se oponen a la creación del Eurobono. Una de las objeciones principales es el riesgo moral, es decir, el riesgo potencial de que los países no apliquen suficiente disciplina fiscal en el futuro y que esperen que otros países se hagan cargo de pagar esa cuenta. Esta objeción pierde fuerza cuando pensamos en los retos que ha planteado el coronavirus. Después de todo, la tira de RNA que compone al virus no sabe nada de incentivos o de fronteras.
Un bono “coronavirus” de la eurozona enviaría un mensaje muy poderoso en cuanto a que los países europeos respaldan al miembro más débil cuando enfrentan un sobresalto común. Sería mucho más poderoso que las contorsiones de la política monetaria para restaurar la confianza económica y permitir que las autoridades sanitarias en todos los países europeos emprendan la verdadera lucha.
Si la emisión del Eurobono dirigido resultara un acuerdo imposible de alcanzar para los legisladores europeos, existe una alternativa. Una gran emisión coordinada de deuda–entre de 10 y 20% del PIB– en conjunto con la expansión de la flexibilización cuantitativa (QE) por parte del Banco Central Europeo, dará el muy necesario espacio fiscal.
La emisión de deuda a gran escala también puede resultar problemático para muchos países emergentes y en desarrollo Aquí, una vez más, necesitamos un respaldo. La asistencia financiera de parte de las organizaciones internacionales (FMI, Banco Mundial, bancos de desarrollo regional) es el camino a seguir. Con el paso del tiempo, los países avanzados serán capaces de proveer el poder financiero necesario para que estas instituciones puedan ayudar tan rápida y eficientemente como sea posible. Esta es una buena política de salud orientada al cuidado propio. Si las tazas de infección en una parte del mundo emergente están fuera de control, hace que sea mucho más difícil volver a tener el control en el resto del mundo. También es una buena política económica orientada al cuidado propio: una asistencia financiera ahora implicará menos, tal vez mucho menos, problemas de solvencia fiscal en el futuro para estos países.
Al final, lo que necesitamos son iniciativas osadas que contengan la recesión que se avecina. La combinación correcta empieza con las políticas de salud pública destinadas a limitar el “contagio humano”. Entonces deberán ser diseñadas las políticas fiscales y financieras para acompañar el impacto resultante a nuestro sistema económico e impedir el “contagio económico”. Este no es el momento para ser cautos.
Profesor de Economía, UC Berkeley, de visita en la Universidad de Princeton.