El hoyo

Aldo Meza se colรณ en lo mรกs sรณrdido de la ciudad de Mรฉxico, un territorio poseรญdo por la impunidad del crimen: la colonia La Joya, en Iztapalapa, mejor conocida como El Hoyo. Vidas rotas entre el desamparo oficial y la violencia del crimen organizado.
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En sus calles se respira soledad y abandono. Y aunque no ves a nadie, sabes que alguien te estรก observando. Es como si en este lugar el tiempo se hubiera detenido hace cincuenta aรฑos, pues sus condiciones de pobreza y marginaciรณn son prรกcticamente las mismas. Bienvenidos a “El Hoyo”, lugar de mรญtica delincuencia, donde la muerte y el dolor constituyen la vida cotidiana.

Un letrero oficial entre cascajo y basura no podรญa ser mejor advertencia: “Atenciรณn. Prohibido el paso. No se arriesgue.”

El nombre oficial de El Hoyo es La Joya, una colonia enclavada en la enorme cavidad del cerro el Peรฑรณn, donde hace tiempo se explotรณ una mina de tezontle.

El olvido de esta zona en la delegaciรณn Iztapalapa es tan grande y contundente que ni siquiera aparece en la Guรญa Roji, a pesar de las ochocientas familias (cerca de seis mil personas) que la habitan, y de sus siete mil metros cuadrados. Los cartรณgrafos e incluso Google Maps la ignoran olรญmpicamente, “como si alguien tratara de ocultarnos, como si fuรฉramos un cรกncer, una vergรผenza para la ciudad”, dice Inรฉs, vecina desde hace 38 aรฑos. La razรณn de que no exista una geolocalizaciรณn de El Hoyo tiene una explicaciรณn: el predio es irregular y no existen escrituras de los terrenos. El รบnico mapa existente fue hecho a mano y muestra la herradura de la calle principal.

La Joya tiene un รบnico acceso vehicular que funciona como entrada y salida. Hay tambiรฉn un paso peatonal que conecta con la colonia El Paraรญso, pero para alcanzar la salida se recorren callejones, se cruzan puertas y se sube por las faldas del Peรฑรณn. El Hoyo es un enorme callejรณn sin salida, una trampa natural. Y eso lo saben sus habitantes. Ingresar no puede ser tan complicado, pero salir…

Aquรญ nacieron Cecilia, sus hijos y la mayorรญa de las familias que actualmente habitan la zona. Sus padres llegaron hace mรกs de cuarenta aรฑos. Les decรญan: “Agรกrrate veinte metros cuadrados y de ahรญ no te salgas. Si quieres tener un terreno, aguรกntate.” Asรญ fueron cayendo muchos “paracaidistas”.

El Hoyo reรบne todas las caracterรญsticas para la inseguridad. Es como si el acto delictivo estuviera a la espera de quien entra a sus calles, como “una sombra que te sigue desde que llegas y que espera un descuido para actuar”. Para muchos, El Hoyo es sinรณnimo de inseguridad.

–¿Inseguridad? ¿Para quiรฉn? –le pregunto a Juan Carlos, hombre corpulento de baja estatura dedicado a la venta de agua en la zona.

–Para todos. Para ti y para mรญ, justo en estos momentos.

Callo y retrocedo. Me jala entonces hasta un poste para taparnos el rostro: “Desde cualquier punto nos pueden estar observando”, me advierte. Y es obvio: aquรญ ha habido policรญas encubiertos, drogadictos, secuestradores y asesinos.

 

La hora nona del halcรณn

Andrea dice que a Luis, su primogรฉnito, le robaron el alma y la dignidad “si es que alguna vez tuvo”. Rรญe paradรณjicamente al contar la historia de su hijo: “Ante tanto dolor, el remedio es la sonrisa”, concede, y arriesga una tรญmida carcajada ahogada en inmensa culpa y nerviosismo.

Habla fluido, aunque con largas pausas sepulcrales cuando recuerda que Luis aprendiรณ a “volar” muy chico pues madurรณ rรกpidamente entre pobreza, violencia y drogas. Su vuelo fue casi literal: durante meses se dedicรณ a vigilar desde las alturas los movimientos en El Hoyo. Era un halcรณn. Por sus caracterรญsticas, todo El Hoyo se abarca desde lo mรกs alto del cerro. Asรญ se pueden controlar prรกcticamente todos los movimientos. Los halcones han sido siempre figuras esenciales en El Hoyo. Despuรฉs de ser halcones, muchos jรณvenes escalan a la venta de droga.Esa fue la labor de Luis, hasta que volรณ, hasta que se fue sin rumbo conocido.

Andrea se lamenta cuando recuerda que “la esperanza de la familia” dejรณ la primaria en el sexto aรฑo. Pero no habรญa de otra. Las condiciones de alta marginaciรณn de La Joya, que podrรญan colocarla al nivel de pobreza de zonas de Haitรญ o รfrica, empujan a sus niรฑos y jรณvenes a cambiar los estudios y juegos por la “buena diversiรณn”, como llaman a la venta de droga.

Desde temprana edad, Luis fue identificado como un lรญder nato por Juan Medina Morales, “el Gordo”, quien lo indujo al delito. Y tenรญa toda la razรณn, admite Andrea: “Mi hijo era un cabrรณn.” Vuelve a reรญr, pues reconoce que eso la llenaba de orgullo, como cuando en la escuela te dicen que tu hijo es superdotado. Asรญ se sentรญa.

El Gordo era un criminal local relacionado con bandas dedicadas a la distribuciรณn de narcรณticos y asaltos, que hoy purga una condena por homicidio calificado. Luis sabรญa a lo que se dedicaba y, aunque con miedo, siempre lo admirรณ. Es la apologรญa tรญpica entre los jรณvenes de los narcotraficantes: vivir poco pero bien es preferible a vivir mucho pero mal.

Un lunes por la tarde, el Gordo esperรณ a Luis afuera de la primaria. Desde ese dรญa, ya nada serรญa igual, “como si le hubieran robado el alma”. El Gordo lo obligรณ a subir al punto mรกs alto del Peรฑรณn para vigilar los movimientos de quien se acercara: cada paso, cada gesto y expresiรณn. Siempre a las tres de la tarde, “la hora nona” como le llamaban al momento en que se convertรญa en halcรณn y subรญa al cerro o a los techos mรกs altos.

Su equipo de vigilancia era bรกsico: un walkie-talkie. Su madre aรบn lo conserva. Lo acaricia. Sabe que su pequeรฑo Luis tambiรฉn lo tocรณ. Lo extraรฑa.

Andrea no olvidarรก el dรญa en que Rogelio Colรญn Chรกvez, “el Moreno”, otro narcomenudista, vino a El Hoyo a cobrarle algo al Gordo. Tal vez la vida. “Mi hijo estaba en la parte alta del cerro. Llevaba como media hora, porque siempre se subรญa a las tres de la tarde. No necesitaba binoculares, pues aunque era halcรณn, su vista era de รกguila.” Luis vio llegar tres motocicletas con seis hombres al cruce de las calles de Congreso de Apatzingรกn y Brigada รlvarez, la entrada de La Joya. Alertรณ de inmediato al Gordo: “Si entran, nos van a chingar”, le avisรณ por radio. Pero el transmisor no sacaba la seรฑal completa. Silbรณ entonces las claves de emergencia: un silbido largo advertรญa presencia de policรญas, dos cortos y luego uno largo anunciaba a un extraรฑo. Pero Luis no pudo hacerse escuchar. La radio emitรญa interferencia y los silbidos nunca fueron escuchados. Tras una balacera, muriรณ Jaime, amigo y socio del Gordo. Luis habรญa cavado su propia tumba. Habรญa muerto ya, antes de que perdiera la vida.

Andrea calla, su silencio es sepulcral. Desarma el walkie-talkie y lo arroja contra un sillรณn. “Mi hijo tuvo tanto miedo que se le acabรณ la vida a esa edad. Sabรญa que su tumba estaba cavada por no avisar.”

Pero la historia de Luis, que Andrea cuenta cada vez que lo extraรฑa, fue distinta. Tuvo que escapar de su casa y de El Hoyo. Su madre aรบn recuerda cuando Luis tomรณ su ropa, sus tenis, una playera de “Comex” y una sudadera negra con estampados del Tri para volar sin rumbo fijo. El miedo era que lo mataran, que lo encajuelaran y lo aventaran en algรบn terreno baldรญo. Andrea desconoce si el Gordo se hubiera vengado de Luis. Tal vez no lo habrรญa hecho, pero eso nadie lo sabrรก nunca. Cierto es que el Gordo, “el Chayanne” y “el Negro”, lรญderes narcomenudistas, podrรญan aparecer en cualquier momento. Luis no querรญa encontrarlos. Cuando se fue, eran casi las tres de la tarde del otro dรญa. Era la hora nona, la misma hora en que Cristo muriรณ, dice Andrea.

El nicho

Se respira hostilidad y rechazo de los vecinos, se impregna en la piel. Las miradas perforan. La tierra es suya y la protegen.

A la entrada de El Hoyo se da la bienvenida al visitante desde un nicho dedicado al Seรฑor de Chalma, pero que ademรกs es altar para “el Chupas”, “el Cholo”, “el Perico”, “la Bola”, “la Burra”, “el Brazo”, “la Tripa”, “el Trompas” y siete personas mรกs. Estรกn ahรญ, como esperando que alguien les rece siquiera un padrenuestro.

Que su rostro aparezca ahรญ no es coincidencia: eran vecinos que murieron en ajustes de cuentas, pleitos callejeros o balaceras en colonias aledaรฑas o, tambiรฉn, en el reclusorio donde purgaban alguna condena.

“Antes, las muertes eras comunes, no habรญa fiesta que no terminara en peleas campales con muertos tendidos en el piso. Sus cuerpos quedaban olvidados, solos, porque casi siempre eran de otro lugar y nadie los levantaba ni avisaba a la policรญa para que se los llevaran”, relata Juan Carlos, el vendedor de agua. Las autoridades policรญacas calcularon hace unos aรฑos que al menos veinte por ciento de las familias que ahรญ vivรญan, o sobrevivรญan, formaron parte, a veces sin querer, otras por miedo, de una banda delictiva que operรณ bajo el liderazgo del Bebรฉ. Las historias que ahรญ se tejen tienen muchos rostros, casi tantos como los del nicho para los “Caรญdos de El Hoyo”.

Juan Carlos se recarga en el mismo poste que nos tapรณ el rostro y comienza a contarme la historia de Alfredo Suรกstegui Gonzรกlez, un vecino, actualmente preso por matar a su cuรฑado: tras la jornada laboral, la esposa de Suรกstegui llegรณ a su casa, y lo encontrรณ lavando su pantalรณn de mezclilla, sucio de sangre. Suรกstegui habรญa matado a su cuรฑado por una discusiรณn de drogas. Quiso enterrarlo en el patio de su casa. (Muchos cuerpos permanecen en el interior de los hogares para evitar a la policรญa. El Hoyo es tambiรฉn un cementerio.) Sin embargo, desistiรณ por imaginar que el alma de su cuรฑado deambularรญa en su propio domicilio. Suรกstegui llevรณ entonces el cuerpo a la colonia Santa Martha Acatitla, en Iztapalapa, le prendiรณ fuego para borrar las evidencias, pero fue capturado. Confesรณ su crimen.

 

Los delitos

La fama de El Hoyo estaba predestinada. Desde su conformaciรณn en los aรฑos cincuenta, no ha faltado un dรญa en que no corra un rumor, una tragedia, una historia que sea desplazada a la brevedad por otras y asรญ sucesivamente. En El Hoyo, el miedo es el mejor candado. “Si las rocas del Peรฑรณn hablaran, no quisieran contar todo lo que han visto” –asรญ resume Ilich los sucesos cotidianos. Aunque tiene quince aรฑos parece mayor, no solo por su aspecto, sino sobre todo por la madurez con que habla. Los jรณvenes de El Hoyo crecen mรกs rรกpido porque no les queda de otra.

Por aรฑos, Iztapalapa ha encabezado la lista de las delegaciones mรกs peligrosas y El Hoyo contribuye a estas estadรญsticas. Solo en abril de este aรฑo, se levantaron 2 mil 429 denuncias por la comisiรณn de algรบn delito, principalmente por robo y homicidio doloso. En la รบnica calle de El Hoyo se multiplican las imรกgenes de San Judas Tadeo, los altares a la Santa Muerte y cruces que recuerdan a sus muertos, como Pedro Tirado Torres. Una cruz de metal, pintada de blanco a punto de oxidarse, como la lata vacรญa en espera de que alguien le deposite una flor. Pero ya nadie quiere hacerlo. Ilich lo ve y admite que “nadie quiere acordarse de lo que pasรณ, ya nadie le pone flores”.

En la cruz se lee: “Pedro Tirado, nacido el 13 de junio de 1972 y asesinado el 2 de septiembre de 2006.”

Pedro fue acribillado al llegar a casa. Ilich recuerda cรณmo se corrรญa el rumor de que las cosas ya estaban “calientitas”, que en cualquier momento podrรญa haber otra tragedia y que al nicho del Seรฑor de Chalma le podrรญa aparecer otro rostro. Pedro ya habรญa recibido advertencias por supuestos negocios de drogas y deudas. Hizo caso omiso y, un dรญa, el ajuste de cuentas llegรณ: habรญa regresado del mercado junto a su esposa de quien no se despegaba ni un momento. Tres tipos a los que nadie vio o nadie quiso recordar se le acercaron. Solamente se escuchรณ la detonaciรณn de cuatro disparos. Cayรณ muerto a los pies de su esposa. Ella moviรณ la cabeza: “Te lo dije.” Su larga angustia habรญa terminado.

Ilich recuerda claramente el dรญa porque, por momentos, el suceso le parecรญa el final de una pelรญcula: “El malo no es tan malo porque hay otros mรกs malos que lo matan.”

La historia de El Hoyo se podrรญa rescatar de los expedientes policรญacos. Hace no muchos aรฑos,  era todavรญa tierra de nadie. Durante el dรญa, luce como cualquier otro barrio, pero conforme la oscuridad de la noche cae, adquiere una nueva faz. Antes, la madrugada cobraba vida y veรญa surgir entre los callejones y los tendederos de ropa interior al “Bebรฉ”: Fernando รvila Reyes, expolicรญa del sector Oasis, al que pertenece la colonia. Era lรญder y hรฉroe de muchos. Su perfil delincuencial siempre tuvo una carga de compasiรณn. Eso lo hacรญa ser respetado y temido, y tambiรฉn seguido por niรฑos y mujeres. Habรญa conformado toda una estructura no solo para la venta de droga, sino tambiรฉn para el robo de autos y asaltos en el transporte pรบblico y a transeรบntes. Su labor como uniformado facilitaba su trabajo delincuencial. Daba instrucciones claras y precisas a por lo menos doscientas personas, entre niรฑos, jรณvenes y mujeres que conformaban su banda: robar en el menor tiempo posible autos Tsuru, Volkswagen y de lujo en distintos puntos de la ciudad, pero preferentemente sobre las calzadas Ignacio Zaragoza y Ermita Iztapalapa, que dominaban. La policรญa llegรณ a reportar que, entre 2004 y 2006, en esa รกrea se localizaban hasta tres vehรญculos desvalijados por noche, un asalto a algรบn camiรณn repartidor y otro en transporte pรบblico. El Bebรฉ era uno de los responsables. Desmantelaban vehรญculos a plena luz del dรญa, sin importarles ser vistos, pues se sabรญan protegidos por los halcones. Ademรกs, la policรญa no entraba por miedo y algunos estaban coludidos.

Camiones cargados de electrodomรฉsticos, refrescos, pan, pintura, ropa o alimento llegaban a La Joya y comenzaba la descarga. Gran nรบmero de personas salรญan de sus casas de lรกminas para sacar la mercancรญa. Las familias tenรญan derecho a quedarse con algo de lo robado, siempre y cuando continuaran apoyando a la banda y la protegieran si llegaba la policรญa o alguna pandilla rival.

Por eso era comรบn que las casas de El Hoyo, pese a su craso nivel de marginaciรณn, estuvieran equipadas con televisores, refrigeradores, estรฉreos y hasta salas nuevas y computadoras. El Bebรฉ colocaba la mayorรญa de lo robado en el mercado negro. Uno de sus destinos era el tianguis El Salado.

El Bebรฉ dejรณ herencia e hizo escuela. Todavรญa hay ocasiones en que los vecinos colocan troncos en el รบnico acceso de El Hoyo para impedir la entrada de patrullas (de las mรกs osadas). Con esa misma estrategia se asaltaba a conductores particulares. Muchos vecinos colaboraban con รฉl, ahora todo un mito en la colonia. Estรก preso en el Reclusorio Preventivo Oriente y fue condenado a 245 aรฑos de cรกrcel por el homicidio de siete personas y robo violento a dos camiones de valores. Una de sus vรญctimas fue el antiguo lรญder de su organizaciรณn criminal.

A Gabriel Regino, “el Jefe Tigre”, quien ocupรณ el cargo de subsecretario de Seguridad Pรบblica del Distrito Federal, no dejan de sorprenderle los altos รญndices delincuenciales en El Hoyo. Muestra un semblante incrรฉdulo y recuerda cรณmo nunca pudo hacer lo suficiente para evitar que la delincuencia aumentara. “Cuando yo estuve en la ssp, me sorprendรญa que nadie pudiera entrar a El Hoyo, y yo no querรญa hacerlo hasta encontrar la razรณn”, recuerda el exfuncionario. El crimen se habรญa infiltrado en la policรญa, y el Jefe Tigre lo reconoce: “No te amenazaban, pero te decรญan en un tono de miedo que si entrabas ya no ibas a salir, mas que golpeado o casi muerto. Incluso te contaban historias increรญbles pero reales.”

Tras meses de investigaciรณn detuvo a Francisco Castro Herrera, jefe del sector Oasis. Presentรณ frente a la Procuradurรญa General de la Repรบblica a las policรญas Elizabeth Vera Mรฉndez y Concepciรณn Serrano Martรญnez, que protegรญan a los delincuentes de la zona, principalmente distribuidores de droga. La noticia fue un escรกndalo incluso para la propia comunidad de El Hoyo. Ofelia lo recuerda bien: “Los delincuentes de la zona se sentรญan desprotegidos. Despuรฉs de la detenciรณn del jefe policรญaco, sentรญan que podรญan ser presa de grandes operativos o ataques de grupos rivales, y eso ya era entrar en una guerra.”

Ofelia es policรญa y conoce bien el sector Oasis. Sus padres nacieron en la colonia Ejรฉrcito de Oriente y creciรณ siempre escuchando los incidentes de El Hoyo. No olvida que tuvo miedo por sus compaรฑeros cuando la ssp-df decidiรณ sustituir a todos los elementos del sector para cambiarlos por elementos de la Policรญa Bancaria e Industrial y, de esa forma, limpiar el famoso Hoyo de Iztapalapa. Eran cuatrocientos los encargados de inhibir la delincuencia, equipados con chalecos antibalas, cascos y rifles de alto poder para patrullar la zona.

Los policรญas bancarios estaban nerviosos, recuerda, “ya no sรฉ si por el temor a que la gente les hiciera algo o porque no sabรญan cรณmo zafarse del problema”. Cada uno se armรณ con todo, pero sobre todo de lo mรกs importante: de valor. “Incluso –dice Ofelia– me pedรญan que les diera la bendiciรณn. Y lo hacรญa, aunque fuera atea.”

 

Las viudas de El Hoyo

Es una maรฑana frรญa. De fondo se escucha “Amar y querer” de Josรฉ Josรฉ, que se repite una y otra vez. Lourdes prende un cigarro cada veinte minutos y se deja caer sobre un sillรณn aรบn hรบmedo por la lluvia del dรญa anterior. En silencio llora la muerte de Armando y lamenta su viudez. Su vida es una ruleta de emociones. Lourdes y su hija tocaron el cielo con el poder y el dinero que alguna vez ganรณ Armando como narcomenudista y asaltante. Desde que lo mataron habitan el infierno.

Lourdes tiene diecinueve aรฑos y viviรณ los รบltimos cuatro enamorada. Nunca habรญa sido mรกs pobre. Recuerda cuando “el Ligas”, como le decรญan a Armando, le prometiรณ que su vida darรญa un giro radical. Lulรบ pasa saliva y continรบa. Ahora le preocupa encontrar aunque sea dos pesos entre la ropa tirada sobre la cama, que desde hace meses no ha tendido. La cajetilla de cigarros se le ha acabado. Quiere comprar aunque sea un cigarro suelto pero no encuentra ni una moneda. Su cabellera lacia, negra y larga hasta la cintura le tapa los ojos. Prefiere no ver pues todo le recuerda a Armando. Baja la mirada y maldice el lugar donde vive: “En La Joya el tiempo se ha detenido. La pobreza es la misma, la gente es la misma. Solo yo no soy la misma, ya no soy nadie, carajo.”

Armando y Lourdes se conocieron en la secundaria diurna Juan Jacobo Rousseau, la mรกs cercana. Pronto se hicieron novios. Todos los dรญas compraban algo al salir de clases: un chicharrรณn con cueritos para ella y un cigarro de mota para รฉl. Asรญ pasaron los dรญas, los aรฑos, las ilusiones. No terminaron la secundaria, solo llegaron hasta segundo. Decidieron irse a vivir juntos. Tenรญan catorce aรฑos. No tenรญan nada mรกs: ni para construir una pared, un muro de cartรณn o un techo de lona. Nada. Solo el deseo de vivir juntos. Empezaron a construir su casa junto al Peรฑรณn, para aprovecharlo como pared –asรญ se ahorrarรญan un muro. En esa casa semiconstruida, llena de rocas, restos de muebles y basura, instalaron una nueva narcotiendita, que pronto se convirtiรณ en bodega.

El Ligas ingresรณ al mundo de las drogas por el futbol. Jugaba todas las tardes en la parte mรกs baja de El Hoyo. Ahรญ se convirtiรณ en goleador. Pero tambiรฉn aparecรญa un hombre conocido como “el Sombras”, que todas las tardes se sentaba a formar carrucos de mariguana sobre el piso. Jugaban y simulaban no ver nada, pero el Sombras los observaba. Hacรญa los cigarros sobre una mesita improvisada, horas y horas.

A Armando le ganรณ la curiosidad. En un parpadear estaba ya en el negocio. Debรญa comenzar un nuevo esquema de reparticiรณn de droga porque los operativos policรญacos en las colonias circundantes la complicaban. La novedad consistรญa en tener puntos mรณviles.

“La idea fue efectiva”, seรฑala Lourdes, quien frena sus ansias por fumar cuando encuentra un cigarro a medias. No sabe si es suyo o de alguna visita de ayer. Lo prende y cambia la canciรณn. “La cima del cielo”, de Ricardo Montaner, se escucha en el estรฉreo Samsung, que el Bebรฉ alguna vez se robรณ. “Desde siempre existรญan las famosas tienditas, pero empezaron a detectarlas. Se dieron cuenta de que era fรกcil que la policรญa las detectara y detuviera a los vendedores.” Ahora, el distribuidor se coloca en una esquina para detectar al posible comprador. Cuando le piden droga, va con otro vendedor, y este se la entrega. Regresa entonces con poca mercancรญa para, en caso de que lo detengan, argumentar que es para consumo personal. En los รบltimos meses se han detectado alrededor de cien zonas donde los narcomenudistas operan bajo este principio. La actuaciรณn policial se complica en demasรญa.

Asรญ fue la vida de Armando y a veces la de Lourdes. Sus ganancias iban en aumento: 250 pesos, llegaron a ganar hasta 2 mil pesos en un solo dรญa. Sin embargo, eso se fue acabando poco a poco. Del cielo cayeron al purgatorio, para luego llegar al infierno, sobre todo cuando Armando entrรณ de lleno a las ligas mayores…

Viernes 15 de junio de 2007: “Un comando armado asaltรณ este viernes una camioneta de valores de la empresa Tameme en Iztapalapa. El monto de lo robado asciende a once millones de pesos”, se escuchรณ en la televisiรณn. En ese momento, Lourdes cayรณ de hinojos. Su pantalรณn raspรณ con las piedras y comenzaron a sangrarle las rodillas. “Sรญ lo hizo el cabrรณn”, se dijo en ese momento.

Armando habรญa sido parte de ese comando. Ya la semana anterior รฉl estaba muy nervioso e inquieto. Le comentรณ a Lourdes que venรญa algo grande, que ahora sรญ la iba a sacar de El Hoyo, pero que no lo juzgara. En el cruce de Ignacio Zaragoza y Bugambilias, en la colonia Tepalcates, varios empistolados –seis segรบn la policรญa, pero Lourdes sabe que eran quince– interceptaron a los custodios que abastecรญan los cajeros automรกticos en una sucursal bancaria. Los delincuentes habรญan arribado a bordo de una camioneta Honda con reporte de robo y de un trรกiler, que atravesaron en Zaragoza para impedir el paso de la policรญa. “¡Quรฉ impresiรณn!”, recuerda Lourdes, “ahora que lo cuento de nuevo, me lo imagino como toda una pelรญcula de acciรณn”. Los miembros del comando portaban pasamontaรฑas, dispararon sus armas R-15 y AK-47, y arrojaron una granada que no explotรณ. Huyeron con el botรญn, Armando se precipitรณ en El Hoyo.

Lourdes se levanta del sillรณn aรบn hรบmedo. Camina al estรฉreo que permanece en una esquina, en el piso. Interrumpe la canciรณn de Ricardo Montaner. “Despuรฉs de ese dรญa, toda mi vida cambiรณ. Mi Armando se fue, me dejรณ. No sรฉ si por miedo a que lo detuvieran, porque dos meses despuรฉs policรญas y judiciales ingresaron a El Hoyo en busca, decรญan, del comando que asaltรณ la camioneta de valores. Nos dejรณ a mรญ y a mi hija. No sรฉ si porque sabรญa que lo podรญan matar o porque ya tenรญa a otra o porque nunca me quiso o porque ya era rico.”

Meses despuรฉs, Lourdes se enterรณ que Armando habรญa sido asesinado. Nunca vio su cuerpo, se enterรณ por el periรณdico. Cuando leyรณ que habรญa sido un ajuste de cuentas, sufriรณ y regresรณ al infierno de donde no ha salido. “Ya tenรญamos nuestra feria ahorrada, tenรญamos aparatos, salรญamos de paseo, al cine incluso. Ahora soy una mujer sin esposo, una viuda mรกs. Deberรญan hacer un nicho como el de la entrada de La Joya, pero donde aparezcan las viudas de quienes nos han matado a nuestros maridos. Ahรญ podrรญan estar mi cara y la de mi hija.” ~

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