En los más pequeños beneficios los hombres encuentran motivo suficiente para apoyar a un candidato. Con mayor razón, aquellos a los que has salvado que, como sabes, son muchos, comprenderán que, si no hacen lo suficiente por ti en una circunstancia como esta, nunca más serán bien vistos por nadie.
Quinto Tulio Cicerón, Breviario de campaña electoral, Capítulo VI
El diputado por el PRI Francisco Moreno Merino entendió a las once de la mañana con veinte minutos del jueves 15 de marzo de 2012 la advertencia que la tarde anterior le habían hecho dos compañeros en la Cámara de Diputados. “Te van a romper la madre”, le habían dicho. No había entendido.
Inició el día en la Cámara como tantos otros. La lista de asistencia registró 310 de los 500 diputados. Se votó para dispensar la lectura del orden del día. A punto de arrancar la sesión, la diputada del PRI Diva Gastélum pidió la palabra al presidente de la mesa directiva, el perredista Guadalupe Acosta Naranjo.
–Estoy muy preocupada –arrancó la priista– y usted como presidente de esta mesa directiva quisiera que tomara nota de un hecho que me tiene muy confundida, que se diera la noche de antier, sobre algunos comentarios hechos por el diputado Paco, Francisco Moreno Merino; nos preocupa mucho la forma de descalificar a las mujeres. Estoy confundida y le voy a decir por qué: porque el diputado siempre se ha conducido de la mejor manera, es un caballero, sin embargo, me preocupa. Quisiera, presidente, que tomara nota de esta situación, porque pareciera que estamos en el siglo pasado, en un tema en donde el respeto a los derechos de las mujeres debería estar a salvo. Yo le agradeceré su intervención. Le pido al diputado Francisco Moreno Merino, mínimamente, sé que no es su estilo, que pudiera él explicarnos o darnos una disculpa, porque realmente muchas compañeras, muchos compañeros, han sentido el atropello en sus palabras. Gracias, presidente.
Francisco Moreno Merino nació veinte días después que Enrique Peña Nieto en el año de 1966. Lo conoció veinte años después, en la ciudad de México, gracias a que su hermana Mónica estudió con el hoy candidato del PRI a la presidencia en la Universidad Panamericana. Desde entonces han sido compañeros ocasionales de fiestas, confidentes y colaboradores políticos. Ambos construyeron carreras en sus respectivos estados. Peña Nieto lo obtuvo todo en el Estado de México: secretario, legislador, gobernador. Moreno aspiró, sin éxito, a ser alcalde de Cuernavaca y compitió para ser el abanderado tricolor a gobernador.
Esa mañana de jueves era diputado y candidato a senador por Morelos. Dos días antes, Moreno Merino había estado en la comparecencia del titular del ISSSTE frente a la Comisión de Seguridad Social. Al final de la reunión, Moreno, educado en las maneras del priismo del siglo pasado –fue secretario de Rubén Figueroa y Leonardo Rodríguez Alcaine–, le espetó al director de ISSSTE una frase de Gonzalo N. Santos: “No hay caballo fino que no tire a mula, ni mujer bonita que no llegue a ser meretriz, ni hombre bueno que no tire a penco. No sea usted un hombre bueno, sea un buen director del Instituto.” Ni los portales ese día, ni los diarios del miércoles o jueves habían dado importancia al hecho. Había pasado prácticamente desapercibido. Pero ese jueves, en el salón de plenos, el futuro de Francisco Moreno en el Senado se desmoronaba frente a sus ojos.
Después de la priista Gastélum, tomó la palabra la diputada Norma Leticia Orozco Torres, del Partido Verde, quien exigió a Moreno Merino que “retirara sus expresiones”; siguió Pilar Torre del panal, subió Leticia Quezada del PRD… El mexiquense y vicecoordinador de los diputados priistas José Ramón Martell operaba entre las diputadas. Moreno pidió la palabra y se disculpó. De poco sirvió. En unos minutos, una veintena de mujeres tomaron la tribuna protestando contra el priista. Se interrumpió la sesión.
Moreno apretó la quijada. Buscó explicaciones entre sus compañeros de bancada.
–Paco –le dijo Jorge Carlos Ramírez Marín–, necesitábamos un difusor. Con el pretexto de la Ley de Trata tenían planeado hacer un escándalo con los de los feminicidios en el Estado de México, iban a sacar lo del libro de las mujeres de Peña. Hasta lo de Paulette querían resucitar. Necesitábamos un distractor.
El diputado panista Carlos Alberto Pérez Cuevas intentó hablar de los feminicidios en el Estado de México, pero le fue imposible. Ese día, en San Lázaro, el enemigo de las mujeres era el diputado Francisco Moreno Merino. A mediodía el tema inundó la radio. Esa tarde, Moreno habló con el candidato. Por la noche, en el noticiero estelar de Televisa, la crónica del hecho duró dos minutos 48 segundos, una eternidad.
La mañana siguiente, el diputado Moreno estaba en Guerrero en una encomienda de la campaña de Peña Nieto cuando recibió una llamada de Pedro Joaquín Coldwell. Era un formalismo que Moreno aprovechó para llamar cobarde al líder priista. A mediodía, en la radio, Coldwell anunció que le había pedido al diputado que renunciara a su candidatura y este había aceptado. Las columnas inauguraron una etiqueta, el diputado misógino, y alabaron la decisión del Partido.
Unos días después, entre priistas, Enrique Peña Nieto puso de ejemplo a su amigo. Dijo que todos deberían aprender de Moreno, de cómo se había sacrificado por el partido, por la campaña.
A Moreno le habían roto la madre. Y no se quejó.
El nuevo PRI, el de Enrique Peña Nieto, es una máquina aceitada, unida con el pegamento de la posibilidad de triunfo. El nuevo PRI es como el viejo PRI: disciplinado, sumiso, dócil. Aprendieron de la derrota. Paco Moreno no será senador, pero tampoco aparecerán en la boleta, por decisión del candidato, los ex gobernadores Ulises Ruiz, Mario Marín, Fidel Herrera y Humberto Moreira. Ninguno se queja. Peña Nieto le dice al PRI que abrirá Pemex a la inversión privada –hasta hace poco tema intratable entre tricolores– o que revisará el IVA en medicinas y alimentos –prohibición que estuvo en alguna plataforma electoral– y no hay priista que levante la voz. Se vistió por meses de rojo y todos se vistieron con él. Un día decidió por el blanco, y todos andan de blanco. A golpes de mercadotecnia, dinero y alianzas, Peña Nieto arrasó a sus adversarios y se coronó candidato de unidad. El primero no discutido desde Miguel de la Madrid en 1982. Enrique Peña Nieto no es el candidato del PRI. Este es el PRI de Enrique Peña Nieto.
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Considera qué ciudad es esta, a qué aspiras, quién eres. Casi a diario, cuando desciendas al foro, debes reflexionar sobre esto: “Soy un homo novus”, aspiro al consulado, esta es Roma”.
Quinto Tulio Cicerón, Breviario de campaña electoral, Capítulo I
Domingo 13 de mayo. Han pasado 48 horas desde que salió de la Universidad Iberoamericana, huyendo apurado de algunos alumnos que gritaban “¡Asesino!” “¡Atenco no se olvida!” y decenas que entonaban “La Ibero no te quiere”, “La Ibero no te quiere”. En su oficina de campaña, Enrique Peña Nieto parece feliz. Acaba de grabar un anuncio de campaña en el que incorpora las escenas de la protesta en su contra en el que promete gobernar para los que tienen puesta la esperanza en él y para aquellos –como los estudiantes de la Ibero– que no lo quieren.
Ese viernes en la Ibero fue su peor día desde aquel 3 de diciembre en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, cuando confundió autores, olvidó títulos y terminó con un enredo que le costó cientos de artículos, caricaturas, adjetivos y chistes. El ridículo, pues. “No solamente se trata de un político ignorante, sino de un político sin fibra, un cartón sin constitución propia, un estuche sin esqueleto”, escribió, punzante, Jesús Silva-Herzog Márquez. Le han dicho “tonto”, “vacío”, “esclavo del teleprompter”, “producto de Televisa”, se acumulan los adjetivos…
Imagino que hay un momento –le pregunto– que todo esto debe de doler, que seguro ofende.
–No mayormente. Lo ignoro. Trato de ignorarlo. Sé quien soy, sé lo que soy, creo estar consciente de mis fortalezas, a lo mejor hasta de las debilidades. De lo que he logrado, de lo que pienso lograr. No, no duele.
Dice que reconoce a una generación –“la tuya”, y me señala con el dedo índice– que tiene malos recuerdos del PRI, que padeció actitudes: “No pueden creerme que lo que estamos haciendo y proponiendo es otra cosa. Lo entiendo.” Pero no ve la utilidad en desgastarse convenciéndonos. “Ya hablaremos cuando cumpla un año mi gobierno”, promete como quien amenaza.
Faltan 45 días para la elección y el promedio de las encuestas le dan veintiún puntos porcentuales de distancia frente a su más cercano adversario –en algunas es la panista Vázquez Mota, en otras el izquierdista López Obrador–. Faltan 45 días para concluir un plan que se gestó desde el 2005, cuando tomó protesta como gobernador del Estado de México. Un plan que ha sido cumplido con disciplina espartana. Con método, sin distracciones. Así que este domingo, a 45 días de llegar a la meta, con una ventaja más que cómoda, no va a perder tiempo en convencer a sus críticos. No sería práctico. Y en el peñanietismo, la religión es el pragmatismo. El valor máximo: el éxito.
–Me defino como pragmático. Yo creo que es lo que mueve y es lo que motiva a las nuevas generaciones. Represento a una generación que a diferencia de las generaciones anteriores, que se identificaban con algún dogma político, nosotros no.
–¿No tienes ideología?
–No la tengo, como creo que las nuevas generaciones no la tienen. Tú encuentras a alguien que te diga “soy de izquierda” y difícilmente podrá definir qué es la izquierda, o que te diga “soy de derecha”. ¿Y qué es la derecha? Si los modelos de gobierno que uno y otro siguen se confunden entre ellos y cada vez son más cercanos…
–Salinas de Gortari dijo que él había creado una cosa que se llamaba el liberalismo social…
–Mi única definición es que soy un pragmático al que importan los resultados. Los resultados, eso es lo que importa: los resultados.
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Una candidatura a un cargo público debe centrarse en el logro de dos objetivos: obtener la adhesión de los amigos y el favor popular. Conviene que la adhesión de los amigos nazca de los favores…
Quinto Tulio Cicerón, Breviario de campaña electoral, Capítulo V
Los ingresos anuales por venta de publicidad de Televisa superan los veinte mil millones de pesos. Los ingresos totales de la empresa rondan los sesenta mil millones por año. Un estudio de la organización no gubernamental Fundar, basado en las cifras entregadas por el gobierno federal y dieciocho de los 32 estados de la república, documentó que el gasto en publicidad oficial en medios de comunicación es, según el año, entre seis y ocho mil millones de pesos. Y no reportaron catorce estados. Según Fundar, el Estado de México gastó en publicidad 639 millones de pesos en el periodo del 2005 al 2010. El presupuesto anual del estado es de alrededor de 150 mil millones de pesos. En el rubro de publicidad, la administración Peña aumentó en más de mil por ciento el gasto en comunicación. El 46% de ese gasto, casi trescientos millones de pesos, fue para una empresa, la de mayor audiencia: Televisa.
De finales de 2005 a 2008 las pantallas televisivas se inundaron de Enrique Peña Nieto. Y, después de 2008, de Lucerito hablando de Peña Nieto. Inauguraciones, campañas, anuncios, viajes. Todo lo que hacía el gobernador era convertido en noticia o en anuncio. Fue el más asiduo usuario de lo que los vendedores de publicidad llaman “producto integrado”. Pague usted un anuncio y le regalamos una cobertura, una mención.
Según los datos de Fundar –que como ellos aclaran son una compilación de lo entregado por los gobiernos–, no fue el Estado de México el que más gastó. Pero queda claro que fue el que mejor gastó, si de lo que se trataba era de posicionar al gobernador ante la nación: según la empresa encuestadora Parametría, a principios del 2007 cuatro de cada diez mexicanos sabían quién era Enrique Peña Nieto. En julio del 2010, eran nueve de cada diez mexicanos.
La campaña estaba basada en el avance de los 608 compromisos que Pena Nieto había firmado ante notario: terminar una escuela, hacer una fuente, concluir una carretera, perforar un pozo o construir una oficina. No hay compromiso pequeño… ni grande. El compromiso 61, por ejemplo, es la coordinación de un programa de seguridad pública para la entrada y la salida de las escuelas en Ecatepec. Unos policías con unos conos amarillos que dirigen el tráfico para que no atropellen niños. En el rubro de seguridad los compromisos son edificios. Construyó o remozó juzgados y ministerios públicos. Durante su sexenio, la cifra de inversión en obra pública fue de 163 mil millones de pesos, y utilizó intensamente la figura de los pps (Proyecto de Prestación de Servicios) para atraer la inversión privada.
Al más viejo estilo, convirtió el presupuesto en varilla y cemento, para que se pudiera inaugurar, fotografiar, grabar, presumir; poner en uno de esos cientos de anuncios en las pantallas de televisión.
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Como aspiras al más alto cargo de la ciudad y como te das cuenta de los intereses que te son adversos, es preciso que pongas en ello toda suerte de ingenio, cuidado, esfuerzo y dedicación.
Quinto Tulio Cicerón, Breviario de campaña electoral, Capítulo IV
Era la tarde del 3 de mayo del 2006, día de la Santa Cruz. En Texcoco, en casa de un ex presidente municipal perredista, se reunieron de emergencia, entre otros, el joven gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, y el secretario de Seguridad Pública federal, Eduardo Medina Mora. Acompañaban al gobernador el procurador, Humberto Benítez, y el secretario de Seguridad, Wilfrido Robledo. Unas horas antes, todavía en Toluca, el gobernador había visto en la televisión la escena de un policía golpeado salvajemente en los genitales por un manifestante de San Salvador Atenco.
El zafarrancho había comenzado, supuestamente, por el desalojo frustrado de un mercado de flores. En Texcoco, sin embargo, Medina Mora y Robledo, ambos con orígenes en el Cisen, entregaron al gobernador información que ponía al ezln –por esos días en la ciudad de México en “La Otra Campaña”– en el centro de lo sucedido en Atenco.
–Yo advertí que era una provocación y consideré que era un movimiento que quería hacer de Atenco un foco de insurrección y hacer de Atenco un reducto de insurgencia. Y las vías de la negociación se agotaron. Por supuesto que habíamos mandado a negociadores y algunos los secuestraron. Era un ánimo de provocación tal que la ruta del diálogo se había agotado –dice Peña Nieto.
El gobernador pidió que se actuara inmediatamente, esa noche. Robledo, quien unos años antes había comandado la acción en la UNAM para acabar con la huelga del CGH, le explicó que lo adecuado era hacerlo en la mañana. Eso acordaron. Robledo explicó el diseño del operativo. El gobernador le dio el comando.
El saldo de los disturbios y la acción de intervención policiaca fue de dos muertos, Alexis Benhumea, de veinte años, y Javier Cortez, de catorce; 207 detenidos, 47 de ellos mujeres; 26 reportaron violencia física y sexual; cinco extranjeros fueron expulsados y tres líderes del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra fueron apresados, juzgados y condenados por secuestro equiparado, que lleva pena de hasta 67 años de cárcel. Otros diez fueron enviados a una cárcel estatal con delitos similares. Años después, la Suprema Corte los liberó porque las pruebas en su contra eran ilícitas o porque no se configuró el delito.
De veintiún policías procesados, ninguno fue acusado por tortura o violación, solo por abuso de autoridad. Quince fueron exonerados en febrero de 2008 y seis más, absueltos después. Solo un policía estatal fue acusado por agresiones sexuales, y el delito por el que se consignó fue “actos libidinosos”: nunca pisó la cárcel por ser un delito menor y fue formalmente exonerado en segunda instancia. La Suprema Corte, la CNDH y organismos internacionales encontraron violaciones a los derechos humanos durante el operativo. Un caso está hoy frente a la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Ningún mando fue acusado o sancionado.
En mayo de 2006, las encuestas del equipo del gobernador mostraban que la opinión sobre Enrique Peña Nieto seguía cayendo, como no había dejado de hacerlo desde muy temprano en su administración, cuando había estallado con fuerza el escándalo de la presunta riqueza indebida y corrupción de Arturo Montiel, el gobernador al que Peña había servido como secretario de Administración y con quien había hecho mancuerna desde su posición en el legislativo local. Uno de sus padrinos políticos.
Terminado el operativo de Atenco, Peña Nieto dijo ante la prensa más o menos lo mismo que diría seis años después frente a los jóvenes de la Universidad Iberoamericana: asumía su responsabilidad sobre lo sucedido, había actuado dentro de las facultades del Estado. Desde ese día, sus números en las encuestas comenzaron a subir y nunca más bajaron. A los 39 años, había tomado la que con el tiempo sería la decisión más complicada de su sexenio, que le costaría recomendaciones de la CNDH, regaños de la SCJN y condenas de Amnistía Internacional. La opinión pública de su estado, sin embargo, lo premió.
Ocho meses después, cuando la Suprema Corte de Justicia anunció que investigaría lo sucedido en Atenco, el entonces vicealmirante Robledo fue destituido de su cargo por el gobernador, a la manera, por supuesto, de una renuncia.
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Los recursos de oratoria, que estoy seguro que tienes reservados, procura que estén preparados y a punto, y acuérdate a menudo de lo que Demetrio escribió acerca del ejercitamiento constante de Demóstenes.
Quinto Tulio Cicerón, Breviario de campaña electoral, Capítulo I
Para las elecciones federales de 2009, Enrique Peña Nieto era el político priista más popular en el país. Sus compañeros gobernadores se lo disputaban para que fuera a cierres de campaña de aspirantes a diputados. El PRI arrasó en el Estado de México y le fue muy bien en el resto del país. Peña se quedó con el control de la bancada más numerosa –45 diputados mexiquenses– del partido mayoritario en la Cámara. Gracias a sus pactos con otros gobernadores, tenía influencia en los diputados de Coahuila, Nuevo León, Hidalgo y Puebla.
Suyas fueron las coordinaciones de bancada y las presidencias de las comisiones más importantes. El presupuesto de 2010 fue negociado con el gobierno por el hombre de mayor confianza del gobernador mexiquense, Luis Videgaray, y fue aprobado prácticamente por consenso, con 437 votos. En la negociación, a cambio de un aumento del IVA, Videgaray y los priistas ganaron enorme poder en la reasignación de recursos a entidades federativas, y se impusieron algunos candados al ejecutivo en cuestiones de transferencia y redistribución del gasto público. Aprobado el presupuesto, Videgaray mandó a su equipo de regreso a Toluca, en donde empezaron a preparar pequeños estudios y “libros blancos” de políticas públicas por tema, que discutían, a manera de seminarios, una vez a la semana con el gobernador. Ese ejercicio, coordinado por Aurelio Nuño, terminaría siendo la base para el libro México, la gran esperanza, con el que arrancó su campaña.
El plan iba sobre ruedas hasta que el PAN, preocupado por lo que había sucedido en la elección federal y la popularidad del gobernador, negoció con el PRD alianzas en varios estados. En Puebla, Sinaloa y Oaxaca fueron exitosas, y en Hidalgo y Durango estuvieron cerca. En Toluca se preocuparon: lo primero que hicieron fue frenar toda negociación legislativa.
–¿Qué esperaban del PRI? –me dice Peña–. ¿Cómo esperaban que reaccionara el PRI? Al partido de oposición al que le habían pedido que los acompañara en reformas estructurales, de repente lo abandonan y lo combaten en alianza con el PRD. ¿Hubieras esperado una reacción distinta? No puedes esperar que te peguen en la mejilla y le pongas la otra. Ningún partido político en el mundo lo hace. ¿Cuál era la prioridad del gobierno? ¿Ganar elecciones o hacer reformas estructurales? El gobierno tuvo como prioridad ganar elecciones.
Las alianzas del 2010, sin embargo, eran apenas un ensayo para la gran alianza, la que enfrentara a Peña Nieto en su estado, en 2011. Por meses, Manuel Camacho había ido tejiendo la posibilidad de tener un solo candidato para enfrentar al del PRI. Hablaron con Alejandro Martí, con Juan Ramón de la Fuente; ambos declinaron. En el PAN, Josefina Vázquez Mota, con la mira en Los Pinos, se negó a competir. Alejandro Encinas quedó como la única opción.
Andrés Manuel López Obrador habló con Encinas y le advirtió que si iba con el PAN, su movimiento, Morena, no lo acompañaría. La posibilidad de la alianza se murió, el gobernador respiró tranquilo, eligió entre los priistas al más popular, Eruviel Ávila –no a su amigo Alfredo del Mazo–, mandó a Videgaray a coordinar la campaña y arrasó a PAN y PRD.
No acababa de tomar posesión el nuevo gobernador del Estado de México, cuando le estalló al presidente del PRI, Humberto Moreira, el escándalo de la deuda contraída durante su gestión como gobernador. No solo por excesiva, 33 mil millones de pesos, sino porque su contratación se hizo con documentos falsos.
Humberto Moreira, Miguel Osorio Chong y Enrique Peña Nieto tomaron posesión como gobernadores de Coahuila, Hidalgo y Estado de México en 2005. Los tres ganaron su elección con votaciones que rondaron el 50%. Peña y Moreira tenían menos de 39 años; Osorio, 41: una nueva generación que se había formado en las burocracias locales, en estructuras partidistas estatales y había aprendido de los oficios de gobierno al lado de los primeros gobernadores priistas que habían actuado sin el yugo que significaba, en el pasado, el todopoderoso presidente de la república.
Nadie disputa que fue Osorio Chong el primero de los gobernadores del PRI que –muy temprano en su sexenio– se acercó a Enrique Peña Nieto para ofrecerle apoyo y lealtad en su larga carrera por la presidencia de la república. Muy poco tiempo después llegó a tocar la puerta de Toluca Humberto Moreira. Para el 2011, fraguada la alianza entre los gobernadores, Moreira llegó sin competencia a la presidencia del PRI.
En los primeros momentos del escándalo, Peña fue cauteloso: “El partido y quienes somos correligionarios estamos en apoyo y respaldo a la conducción que tiene nuestro dirigente, a las decisiones que él tome y a ser el intérprete de lo que el PRI siente y vive de cara a los distintos señalamientos.” Pocas semanas después, cuando las irregularidades aumentaban, Peña comenzó a lanzar mensajes: “Estaré atento a las definiciones personales que tenga el presidente del partido. Es un presidente electo para un periodo de cuatro años y hay respaldo del priismo. Pero él ha señalado también que, eventualmente, tomará una decisión. Yo estaré más que atento a las definiciones que él tenga.”
Hay un idioma que solo los priistas entienden. Así se hablaron Peña y Moreira en aquellas semanas. “Cuando hay candidato –declaró el de Coahuila– en el partido se toman las decisiones de qué es lo que hay que hacer en el Comité Nacional. Esa es mi posición, no es de aferrarme y quedarme hasta el 2015. Es una decisión que puede tomar el candidato.” Un par de veces más, Peña insistió que sería una decisión de Moreira y que él “estaría pendiente”. El 1o de diciembre, Moreira y Peña Nieto asistieron a la toma de posesión de Rubén Moreira como gobernador de Coahuila. Ese día, el presidente del Comité Ejecutivo Nacional del PRI se acercó al candidato y le dijo que lo dejara renunciar al día siguiente. Que se sentía como cadáver insepulto. Peña asintió. Al día siguiente Moreira anunció su renuncia.
De él, desde entonces no sabemos nada.
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Por último, procura que toda tu campaña se lleve a cabo con un gran séquito, que sea brillante, espléndida, popular, que se caracterice por su grandeza y dignidad, y, si de alguna manera fuera posible, que se levanten contra tus rivales, los rumores de crímenes, desenfrenos y sobornos.
Quinto Tulio Cicerón, Breviario de campaña electoral, Capítulo XIII
Enrique Peña Nieto carga a todas partes una gráfica de la evolución de la pobreza en México de 1950 a 2010. Se la sabe de memoria. De 2006 a la fecha, en México ha aumentado en varios millones el número de pobres.
–Yo soy el beneficiario de ese desencanto. Ese desencanto, por el número de pobres, la falta de empleo, la violencia, ha hecho a la gente que busque nuevas opciones y nosotros hemos capitalizado. Pero nuestra posición tiene que ver con ese desencanto, y si la gente nos prefiere es porque sabe que hacemos la tarea.
Pero el país no es Toluca.
La apuesta de Enrique Peña Nieto es una que requiere de disciplinadas mayorías legislativas. Por eso ha propuesto quitar el tope de sobrerrepresentación, al que llama la cláusula de ingobernabilidad y, sobre todo, se ha negado a la reelección de legisladores, lo que los sigue sujetando a la voluntad del partido, en este caso, de su partido.
En el lenguaje de los mexiquenses, con la claridad de los tecnócratas, en el libro de propuestas plantea: “Tendremos que despojarnos de las ataduras ideológicas que impiden detonar el potencial de Pemex como gran palanca del desarrollo.” ¿Cómo? Con asociaciones con el sector privado.
En la misma línea, desde aquel día hace diecisiete años que una fotografía de Humberto Roque Villanueva celebrando la aprobación de una mayor tasa de IVA ilustró las primeras planas de los diarios mexicanos, los priistas han huido de siquiera discutir gravar medicinas y alimentos. Eso quiere Peña –disculpe el lector el lenguaje de Atlacomulco–: “El IVA es una importante fuente de recaudación tributaria que debe ser revisada. Los países con mayor eficiencia en la recaudación de IVA aplican tasas múltiples, más bajas para bienes básicos, o compensan al proporcionar beneficios sociales…”
Solo con estas dos fuentes de financiamiento –que significaría muchísimo dinero en las arcas del gobierno– habrá sexenio. Y entonces podría discutirse la joya de la corona peñista: la seguridad social universal no encadenada a la situación laboral: salud, pensión, seguro de desempleo para todos. Acostumbrado al éxito, emperador de Toluca y sus alrededores por seis años, Peña no imagina el fracaso.
Le recuerdo las escenas de la última vez que se pretendió una reforma petrolera, las manifestaciones, las adelitas. “Con todos los partidos se puede hablar”, insiste. El candidato construye una imagen:
–Imagina un salón de clases: el PAN es el chavo que llega muy peinadito, con su manzana para el maestro, se sienta hasta adelante, toma apuntes, pero algo pasa a la mera hora, que reprueba el examen. El PRD es el chavo desaliñado, que se sienta hasta atrás, avienta papeles, no le importa mucho reprobar porque allá atrás está en su zona de confort.
–¿Y el PRI?
–El PRI es el chavo que se sienta a la mitad del salón, normalón, bien vestido. Se acomoda para oír al maestro y poder copiar en caso de que sea necesario. Pone atención, se lleva bien con todos, y eso sí… siempre hace la tarea. Y se las arregla para siempre aprobar. Yo soy el que hace la tarea. ~
Con información de Galia García-Palafox.
(ciudad de México, 1964) es periodista formado en la UIA y en Harvard.