En diciembre de 1943 el poeta, dramaturgo y ensayista Jaime Torres Bodet, del grupo de la revista Contemporáneos, fue nombrado secretario de Educación y nombró a José Luis Martínez, mi padre, como su secretario particular.
((En la primera parte de este trabajo resumo una parte de mi estudio preliminar a la edición de las cartas de Alfonso Reyes y José Luis Martínez, Una amistad literaria. Correspondencia 1942-1959, Edición de RMB y Guadalupe Ramírez Delira, México, FCE (Tezontle), 2018.
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Poco antes se habían dado a conocer estadísticas que mostraban que la mitad de la población mexicana no sabía leer ni escribir, y el 21 de agosto de 1944 el presidente Manuel Ávila Camacho promulgó la Ley de Emergencia por medio de la cual se estableció la Campaña Nacional contra el Analfabetismo. Al enfrentar este reto, Torres Bodet mostró su alta capacidad ejecutiva al servicio de una “visión social del servicio público”. Cada mexicano que hubiese ido a la escuela tenía la obligación de enseñar a leer y escribir a cuando menos un mexicano de entre seis y sesenta años. Torres Bodet mandó elaborar una Cartilla Nacional de Alfabetización, que se imprimiría en diez millones de ejemplares. La Cartilla fue elaborada “y pasó por innumerables correcciones por toda clase de especialistas”, según la carta de mi padre a Alfonso Reyes del 14 de septiembre de 1944, en la que también le contó que Torres Bodet recibió una carta con la proposición de que la Cartilla incluyera “un mínimo de principios morales”:
Sin embargo, mi inquietud espiritual, mis ideales de progreso nacional, me llevan a proponer a usted que en las cartillas de instrucciones que se han de entregar a quienes nos toque enseñar, se incluya la enseñanza, el consejo de un mínimo de principios morales que ayuden a cambiar la forma primaria de vida de nuestras clases bajas, construyendo, así, los cimientos de una nación moderna, espiritual, moral y materialmente rica.
Torres Bodet y mi padre leyeron esta carta, que aparentemente decidieron mantener anónima, y concluyeron que no había nadie mejor que Alfonso Reyes para redactar estas brevísimas lecciones. Así es como mi padre le escribió a Reyes y le transmitió la encomienda, “en nombre del Secretario de Educación, de la cultura nacional y del espíritu de los analfabetas que dejarán de serlo”. Y le indicó respecto a la brevedad y el formato: “Las lecciones más adelantadas que aparecen en esa cartilla son muy breves, menos de una cuartilla a doble espacio y están formadas por frases muy simples y breves”.
No sé si mi padre le llevó personalmente su carta a Reyes al Colegio de México o si se la envió, pero solo el día siguiente, viernes 15 de septiembre, Reyes registró la petición en su Diario: “La Secretaría de Educación Pública me invita a escribir las lecciones de moral para las cartillas de la campaña del alfabeto.”
((Agradezco la amabilidad de Javier Garciadiego Dantán, quien me mandó los pasajes relativos a la Cartilla moral del tramo 1939-1945 del Diario de Alfonso Reyes, de próxima aparición.
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Ese fin de semana, Reyes y doña Manuela no se fueron a Cuernavaca, como lo habían comenzado a hacer, se quedaron en la ciudad de México, donde Reyes se puso a escribir el sábado 16 de septiembre las que llamó “Lecciones de moral para la cartilla alfabética”. Y el día siguiente, domingo 17, concluyó el trabajo, al que llamó ahora Cartilla moral. Lo registró Reyes en su Diario: “Acabé la Cartilla moral. Llamé a José Luis Martínez para mostrarle lo hecho a ver si correspondía a los deseos de la Secretaría de Educación.”
La Cartilla moral rebasó ciertamente las dos o tres páginas breves que le pidió mi padre, pues en este fin de semana salió de la cabeza y de la pluma de Reyes un breve tratado sobre la moral humana como código del bien, que nos obliga a una serie de respetos concéntricos: el respeto a nuestra persona, en cuerpo y alma; el respeto a la familia; el respeto a la sociedad humana en general, y a la sociedad particular en que nos toca vivir; el respeto a la patria, a la especie humana y a la naturaleza que nos rodea.
Mi padre debió visitar a Reyes ese mismo domingo, juntos revisaron la Cartilla moral y debieron comentar que era demasiado extensa y compleja para ser incluida al final de la breve y elemental Cartilla alfabetizadora.
Pero las cosas empeoraron la noche del martes 19, cuando mi padre le mandó a don Alfonso una carta acompañada por el ejemplar único del último borrador de la Cartilla alfabetizadora, con el fin de que la revisara y para ayudarlo a insertar adecuadamente las dos o tres lecciones de moral que debía escribir. Reyes se alarmó al revisar la Cartilla alfabetizadora debido a sus gruesos errores y torpezas. Anotó en su Diario: “De noche: José Luis Martínez me envía la Cartilla alfabética, y le hago un par de reparos que creo de bulto: 1º, el orden académico de las vocales; 2º, la omisión por descuido de la u.”
Debió suceder que esta Cartilla fue revisada por demasiadas manos de especialistas demasiado especializados y no bien coordinados en la ya entonces compleja estructura burocrática de la SEP. La impresión le quitó el sueño al pobre de Reyes, quien anotó en su Diario el miércoles 20 de septiembre:
No duermo pensando en los errores de la Cartilla alfabética. Muy de mañana, voy a despertar a José Luis Martínez, a quien comunico mi inquietud por lo mal que está ese proyecto. Yo ando con los nervios de punta. Me siento nerviosísimo. Poco después, José Luis pasa por El Colegio y me recoge mi Cartilla moral y las dos lecciones resumidas. ¡A ver si les sirven de algo!
Y al margen de la carta de mi padre (del martes 19), Reyes anotó ese mismo miércoles:
Le devolví su texto muy censurado. Estaba imposible, lleno de errores y descuidos. Le acompañé mis lecciones morales en dos textos: uno más breve que otro.
El miércoles 20 le escribió una carta a mi padre en la que precisó varias de sus críticas, que lo debieron apenar muchísimo. Le molestó que “en cosa tan eterna deban citarse palabras de una persona tan transitoria como lo es un Presidente. Mejor sería buscar algún clásico de las letras mexicanas. En este punto se desliza una intención de cultura moral no desdeñable”. En la Cartilla las indicaciones de puntuación están incompletas, faltan letras en los cuadros, no se acentúan las mayúsculas, las cinco vocales se presentan en el orden I U E O A… (el orden de las vocales en la clasificación fonética del castellano). Y al final de su carta, de manera sutil pero clara, Reyes expresó que preferiría que no se incluyeran sus dos páginas sobre moral en la Cartilla para enseñar a leer, y que se publicara por separado la versión larga:
He redactado mis lecciones morales en dos formas: la una extensa y la otra breve. Aunque lo hice con amor, ahora temo que no sirva ninguna de mis dos versiones. Yo creí que había que compenetrarse de que el analfabeto es adulto y no es deficiente mental. Dirigí mis lecciones morales a un tipo humano que no sé si es el mismo considerado por la cartilla que le devuelvo.
Obre con libertad. Pero, si puede, vea de aprovechar en alguna forma mis lecciones, de preferencia el texto extenso. Claro: siempre que le parezcan útiles.
No tenemos la forma breve, en dos lecciones, de moral que entregó Reyes a mi padre. Tal vez se parezca al “Segundo resumen” de la lección 14 de la Cartilla moral.
Mi padre consultó la proposición de Reyes con Torres Bodet, quien aprobó publicar por separado la Cartilla moral completa y aun le pidió ampliarla un poco. El jueves 21 de septiembre Martínez transmitió la aceptación y la proposición de Torres Bodet a Reyes, quien la registró en su Diario. Debió entusiasmarse, pues anotó a continuación que dio su cátedra en El Colegio Nacional, y que se le ocurrió hacer “cartillas mías hechas en El Colegio para la Secretaría de Educación, que Torres Bodet acepta”. Lástima que esta fructífera relación no prosperara.
Pese al aparente interés de Torres Bodet, el proyecto de publicación de la Cartilla moral seguía en la incertidumbre. Más de un mes después, el 26 de octubre, Reyes le escribirá a mi padre: “Espero noticias respecto a mi Cartilla moral”. Las noticias se las debió dar mi padre de viva voz, pues la cuestión no se volvió a tocar en sus cartas. No sabemos qué le explicó, pero el hecho es que la SEP no publicó la Cartilla moral. Tampoco sabemos qué sucedió, no lo aclaran el Diario de Reyes, ni su correspondencia, ni las Memorias de Torres Bodet. Sólo tenemos un “Prefacio”, fechado en 1944, en el que Reyes anotó:
Estas lecciones fueron preparadas al iniciarse la ‘campaña alfabetizadora’ y no pudieron aprovecharse entonces. […]
La brevedad de cada lección responde a las indicaciones que se nos dieron. Dentro de esta brevedad se procuró, para el encanto visual y formal –parte de la educación–, cierta simetría de proporciones.
Las frases son sencillas; pero se procura que se relacionen ya unas con otras, para ir avezando al lector en el verdadero discurso y en el tejido de los conceptos. Pues a estos ejercicios llega el analfabeto cuando ya ha dejado de serlo. […]
Se ha dicho que la Cartilla moral no se publicó porque se le consideró un texto conservador y aun religioso, no acorde con la laicidad del Estado mexicano.. Sin embargo, el Prefacio destaca que “se ha usado el criterio más liberal, que a la vez es laico y respetuoso para las creencias”. Y, en efecto, si es cierto que Reyes menciona la religión al principio de la Lección 1, es para afirmar al mismo tiempo la relación y la diferencia, el deslinde, entre la religión y la moral:
((Precisamente cuando Reyes escribía su Cartilla moral acababa de publicar, en junio de 1944, su tratado El deslinde. Prolegómenos a la teoría literaria.
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La moral de los pueblos civilizados está toda contenida en el cristianismo. El creyente hereda, pues, con su religión, una moral ya hecha. Pero el bien no sólo es obligatorio para el creyente, sino para todos los hombres en general. El bien no se funda en una recompensa que el religioso espera recibir en el cielo. Se funda también en razones que pertenecen a este mundo. Por eso la moral debe estudiarse y aprenderse como una disciplina aparte.
Reyes publicará la Cartilla moral por su cuenta ocho años después, en 1952, en el tiraje limitado de la serie que él mismo editó del “Archivo de Alfonso Reyes”, con el citado Prefacio fechado en “México, 1944”.
En 1959, a solicitud del periodista e historiador Gastón García Cantú, entonces subdirector de publicaciones del Instituto Nacional Indigenista, Reyes retocó la Cartilla moral para una edición de amplio tiraje. El propio García Cantú cuenta que cuando le fue a entregar la edición a Reyes, lo acompañaba Torres Bodet, ahora nuevamente secretario de Educación Pública, y Reyes le dijo: “Es, Jaime, el texto más ático que he escrito”. Y el día siguiente le habló a Gastón para decirle entusiasmado que “¡No tiene ni una sola errata!”. El Diario de Reyes permite seguir el proceso de revisión y preparación de la Cartilla moral para esta primera edición masiva.
La Cartilla moral fue incluida en el tomo XX de las Obras completas de Alfonso Reyes, de 1979, y se han hecho varias otras ediciones, sola o en compilaciones.
En 1984 mi padre, desesperado por los problemas del país, le propuso a su amigo Jesús Reyes Heroles, entonces Secretario de Educación Pública, que editara la Cartilla moral de Reyes, a la que mi padre le haría “algunos retoques necesarios”, en aras de la sencillez y de la inclusión de nuevos temas. A Reyes Heroles le gustó la idea y le pidió que solicitara la opinión de algunos filósofos sobre la educación moral. Mi padre obtuvo textos de Antonio Gómez Robledo, Eduardo Nicol y Fernando Salmerón, a los que agregó un ensayo de Benedetto Croce, “La eficacia del ejemplo”, tomado de su Ética y política, que entregó junto con las versiones original y modificada de la Cartilla moral y unas “Consideraciones acerca de la incorporación de la ‘Cartilla moral’ de Alfonso Reyes a los libros de texto gratuitos”. Mi padre, en efecto, no estaba tanto a favor de publicar en un librito separado la Cartilla moral, sino que quede incorporada a los libros de texto: “Lo deseable es que la moral forme parte de las demás enseñanzas, y en su mismo nivel”. El proyecto iba bien, pero don Jesús enfermó y falleció en 1985, y la edición no se realizó.
En el “Preliminar” de la edición entregada a Reyes Heroles, mi padre explicó: “Con entrañable sabiduría, estas lecciones nos van dando el sentido de nuestra vida y cuanto podemos hacer para ser mejores”, y mencionó que le hizo “algunos retoques en busca de mayor sencillez y se le han añadido referencias a nuevos temas”.
Uno de los más importantes fue haberle puesto títulos a las lecciones. También procuró evitar los temas polémicos, por lo que tachó en la lección 1: “La moral de los pueblos civilizados está toda contenida en el Cristianismo. El creyente hereda, pues, una moral ya hecha.”, entre otras alusiones al cristianismo. En la lección 9, suprimió tres párrafos relacionados con el momento, 1944, de la guerra contra los nazis con uno que expresa bien su profundo ideario político, absolutamente actual y oportuno:
Lo que hemos hecho de ella y para ella los mexicanos del pasado y del presente constituye nuestra patria. En momentos críticos, es preciso servirla con actos heroicos, para salvaguardar su integridad o para preservar la práctica de principios fundamentales: libertad, justicia, democracia, Derecho. Pero en situaciones normales la engrandecemos mejorándonos cada uno, sirviendo a la sociedad de que formamos parte y haciendo lo mejor posible la tarea que cada uno hemos elegido.
Y hacia el final del capítulo 11 sobre “La naturaleza”, mi padre agregó: “El cuidado del ambiente y la preservación del equilibrio ecológico de la naturaleza son indispensables para nuestra supervivencia”.
En 1992 mi padre le propuso nuevamente el proyecto a Ernesto Zedillo, entonces secretario de Educación Pública, quien gustoso aceptó, y la SEP imprimió en septiembre 700 mil ejemplares modestos, que, sin embargo, fueron retirados de la circulación por las presiones del poderoso sindicato, enfrentado al secretario, en el contexto de la gran pamba nacional que recibieron los libros de texto gratuitos de Historia de primaria. El sindicato consideró “anticuada” la Cartilla moral, pese a que la “Presentación” anónima destaca que la Cartilla moral, “no es ciertamente, un escrito moderno o de actualidad, pero tiene, en cambio, una gravedad rotunda que añade al valor de la exposición ética la ilustración histórica…”, que se ofrece al maestro “no tanto como un cuerpo de doctrina, sino como un testimonio pedagógico de uno de nuestros mejores escritores”. Mi padre promovió nuevamente la edición de la Cartilla moral en marzo de 2004, ya grande.
Hoy, en este mes de enero de 2019, la Secretaría de Educación Pública difundió una edición masiva, dirigida a maestros, alumnos y a toda la sociedad, de la Cartilla moral de Alfonso Reyes, con un tiraje de varios millones de ejemplares, además de la edición en internet. Esta edición sigue en lo fundamental la adaptación que hizo mi padre, y me siento muy contento, orgulloso y agradecido de que su buen propósito se pudiese realizar.
((Menciono que en la lección 4, mi padre suprimió donde dice que los respetos morales “equivalen a los ‘mandamientos’ de la religión”, y que este pasaje fue restituido en la edición de 2019. Honni soit qui mal y pense.
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Es curioso que, como en 1944 y en 1992, hoy en 2019 la difusión por parte de la SEP de la Cartilla moral de Reyes haya contado con enemigos y detractores. La nueva edición incluye una “Presentación” de Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, en la que justamente aprecia que además de la corrupción del régimen y la miseria de la gente, nos aflige una “pérdida de valores, culturales y espirituales”. Pero no presenta la difusión de la Cartilla moral de Reyes como un sustituto de la dudosa “Constitución moral” que se planea, sino como “un primer paso para iniciar una reflexión nacional sobre los principios y valores que pueden contribuir a que en nuestras comunidades, en nuestro país, haya una convivencia armónica y respeto a la pluralidad y a la diversidad”. No se trata pues, de imponer una moral, sino de promover un proceso amplio de discusión de nuestros problemas, empezando por los de cada uno de nosotros mismos. Al mismo tiempo se trata de un compromiso del gobierno a cumplir ciertos preceptos básicos de la Cartilla moral de Reyes, como el del culto a la verdad y el respeto a la naturaleza y a nuestras instituciones democráticas, y el sentido de tomar las decisiones con generosidad y con inteligencia, y estar dispuesto a trabajar con la gente y no contra la gente. Bien lo dijo Reyes: “Para dar de beber al sediento basta tener buen corazón, ¡y agua!”. Premonitorias palabras.
El propio Reyes destacó el carácter no aburridamente “exhortativo” sino “explicativo” de su Cartilla moral, abierta a las disciplinas de “sociología, antropología, política o educación cívica, higiene y urbanidad”, lo cual lo abre a fértiles discusiones, que cuestionen, continúen y actualicen los razonamientos morales de Reyes. Menciono ahora la ausencia de la economía entre estas disciplinas, y por lo tanto la posibilidad de comprender el modo de producción capitalista, crudamente amoral, que destruye al hombre y a la naturaleza a nivel planetario. También menciono la ausencia, junto a la ética, de la estética, del goce del arte y de la cultura, vital para la salvación de la humanidad. Y de las tribulaciones de la vida que nos enfrentan a problemas morales a veces difíciles de resolver.
Reyes concibe el bien no como “nuestro interés particular”, sino con “una felicidad más amplia y que abarcase toda la especie humana”, un “bien superior”. Esta noción de una moral común a todos los hombres está vinculada a las ideas internacionalistas, de raigambre marxista, pero presentes entre los que pensaban que un orden internacional justo era el único remedio contra la destrucción de la Primera Guerra Mundial y de la Segunda que se vivía. El propio Reyes se unió al grupo de los “amigos de la Libertad”, humanistas europeos (entre los que estaban Jacques Maritain, Henri Focillon, Alfred Métraux y el joven Claude Lévi-Strauss), para organizar “una Convención en que estén representados todos los pueblos de la tierra, destinada a establecer un mundo gobernado bajo una ley justa”, para lo cual pidió ayuda a mi padre, en una carta del 11 de mayo de 1943. Hoy, como entonces, es necesario y urgente una coordinación planetaria básica regida por normas morales, para evitar nuestra destrucción, pero este diálogo universal se ve más alejado que nunca, pues las religiones, que nos dieron normas morales, también nos dividieron y enfrentaron.
Hay otro aspecto no menos radical de la moral de Reyes, la cuestión de las mujeres, que algunos le reprocharon no tratar. De manera rigurosa, el maestro de la pluma usa con rigor el género masculino como neutro, esto es, siempre se habla de los “hombres”, los “niños” o “los padres” para referirse a los varones y a las mujeres de manera indistinta, lo cual muestra que no deja de hablar de ellas y a ellas también. Y aun en la lección 6 sobre la familia, Reyes no considera necesario hacer la distinción entre varones y mujeres, lo cual muestra que los consideraba absolutamente iguales como seres humanos y en la responsabilidad del cuidado y de la buena educación de los niños. Al no mencionar a las mujeres como tales, Reyes las toma más en cuenta que la discriminatoria corrección foxista de niñas y niños. Y al mismo tiempo, al no mencionar los géneros de las parejas, deja abierta la posibilidad de la unión entre gente de los mismos sexos. Sea lo que sea, igual es curioso que don Alfonso no mencione a las mujeres ni una sola vez, me parece, en su Cartilla moral, y eso que se llevaba tan bien con ellas. Hoy, en la tragedia moral que vivimos con las agresiones que sufren las mujeres, Reyes hubiese escrito diferente estas páginas.
Como vemos, aunque no es una obra precisamente actualizada, la Cartilla moral es una buena lectura que no le hará daño a nadie y que propiciará el deseo de leer más a Alfonso Reyes y a los autores que cita, y de reflexionar sobre nosotros mismos y cómo podemos ser mejores con nosotros mismos y con los demás. Ciertamente, entre los muy graves problemas que trajo el nuevo gobierno, la publicación de la Cartilla moral es de lo que menos merece nuestra reprobación.
(ciudad de México, 1954) es historiador. Autor, entre otros títulos, de Convivencia y utopía.