Norte, narcotráfico y literatura

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En los últimos años la narrativa escrita por norteños ha destacado en nuestras letras, debido, según ciertos críticos y lectores, a su vitalidad, a la búsqueda de una renovación en el lenguaje, a sus referencias constantes a la tradición literaria mexicana, a su estrecha relación con la realidad actual y, sobre todo, a la variedad de sus propuestas temáticas, pues, aunque se trata de obras que de alguna manera se identifican entre sí, sus autores poseen un sello propio que los distingue de los demás. Por esta razón, resulta extraño toparse con afirmaciones como las vertidas por el crítico Rafael Lemus en su texto "Balas de salva. Notas sobre el narco en la narrativa mexicana", publicado en el número anterior de Letras Libres. En ellas, desde una visión centralista, se pretende reducir el universo de la narrativa del norte exclusivamente a un tópico: "Toda escritura sobre el norte es sobre el narcotráfico", escribe el crítico.

A partir de la premisa de que es imposible plasmar la realidad en novelas y relatos, cuestión que los argentinos descubrieron desde tiempos de Macedonio Fernández, por lo cual "su narrativa es más poderosa que la nuestra", el crítico señala que el "realismo" es uno de los principales defectos de la narrativa norteña, ya que al no estar conscientes de lo vano de su esfuerzo sus autores caen en el costumbrismo, en el lenguaje coloquial y en lo que él llama "tramas populistas", quizás un tanto influido por los tiempos políticos que corren. Discrepo: el lenguaje de la mejor narrativa norteña sólo aparenta ser coloquial: es creativo, eficaz, poético, aunque provenga del habla popular. La mayoría de los autores del norte elude el español "neutro", ese que da la impresión de haber sido escrito por traductores, no por escritores; evita también las reflexiones teóricas dentro del relato y los relatos-problema, carentes de vida, donde los personajes son el pretexto para que el autor satisfaga su necesidad de deslumbrar a los lectores con su erudición, su ingenio y los chispazos de su inteligencia. La literatura es artificio, sí. Mas el artificio se despliega no sólo en la concepción de un rompecabezas, sino en cada uno de los elementos del relato: lenguaje, técnicas adecuadas, estructuras, trazo de los personajes, reflejo de la condición humana: el significado total del conjunto.

En varias oportunidades, los escritores del norte hemos señalado que ninguno de nosotros ha abordado el narcotráfico como tema. Si éste asoma en algunas páginas es por que se trata de una situación histórica, es decir, un contexto, no un tema, que envuelve todo el país, aunque se acentúa en ciertas regiones. No se trata, entonces, de una elección, sino de una realidad —aunque ya sabemos lo que opina nuestro joven crítico de la realidad. Aun así, en la mayor parte de la obra de los narradores del norte el narcotráfico no tiene presencia ni siquiera como situación. Si el crítico lo ve ahí donde según nosotros no está, habría que aplaudirle su sagacidad. Incluso muchos autores ni siquiera lo aluden, y alimentan su obra con experiencias íntimas, poéticas, historias de familia y hasta con abstracciones y artificios teóricos que seguramente le agradarían a Lemus. Sólo que para leerlos habría que estar al tanto de todas las propuestas temáticas norteñas, más allá de lo que llega a las mesas de novedades de las librerías de la Condesa y Coyoacán.

Afirma nuestro joven crítico: "Mírese arriba: el norte fabrica un subgénero. Mírese enfrente: toda mesa de novedades tiene al menos tres libros sobre el narcotráfico. Ensayos, testimonios, novelas. Son ya tantas estas últimas que un subgénero, no una tradición, echa raíces." En lo particular, el tema del narcotráfico me interesa y llevo años rastreando libros sobre él. Sí, hay muchos reportajes, análisis, crónicas, biografías. Novelas, pocas. Por cierto, las últimas que he leído son de escritores del centro —el hidalguense Yuri Herrera, cuya novela creo que Lemus apreciaría, y el capitalino Bernardo Fernández. Sé también de colegas —no norteños— que escriben sobre el narco, pero aún falta para que sus novelas salgan a la luz. Ahora, ¿cuántas son "demasiadas"? ¿Diez? ¿Cuántas suficientes para que surja un subgénero? Y, si surgiera, ¿se debería a los narradores norteños o a todos los que abordan el tópico?

¿Cómo funciona el narco? En el norte se sabe, porque la vida está inmersa en él, porque todos tenemos algún conocido que milita en sus filas, que su universo muestra una lógica interna, un férreo sistema de valores —contrarios a los de la sociedad, pero valores al fin—, una coherencia inamovible. La violencia es un elemento, no la esencia, pues el narcotráfico es un fenómeno integral, capaz de cimbrar —no destruir— todos los aspectos de la existencia humana, y también de sacar a relucir todas las miserias. Éste es el contexto desde el que escriben los narradores norteños. Imposible reducirlo a la visión histérica y superficial de la clase media cuya información proviene de la prensa y la televisión, como lo hace nuestro joven crítico: "¿Qué es el narco? En principio, el puto caos. O eso. Un elemento anárquico, desequilibrante, destructor. […] Se muere porque sí, se mata por lo mismo. Las causas y las consecuencias no están trenzadas." Para quien observa desde tan lejos esto debe parecer cierto. Por eso, tras declarar que "hay una novelística incapaz de registrar el desorden", el crítico pontifica, dicta una serie de recetas sobre cómo habría que escribir verdadera "narcoliteratura", y concluye con una sentencia sutil, alentadora: "casi ninguno de los autores norteños cuenta con recursos para la tarea."

Nuestro joven crítico se queja de que la narrativa mexicana no vocifera. "Somos moderados, medias tintas. Hay una realidad y se la copia. Hay pobreza y se la denuncia. Hay narcotráfico y se lo retrata. Recreamos, observamos, intentamos explicar, pero nadie despotrica." Estas palabras de Lemus resultan interesantes porque, si las unimos con su repudio del realismo, con su afición a los relatos teóricos, abstractos, comienza a perfilarse el ideal de nuestro crítico: aprecia lo que, a diferencia de otros países, es raro en nuestras letras. Aunque no estoy de acuerdo en que los narradores mexicanos vayamos únicamente en pos del retrato, la denuncia y la explicación, coincido en que el ser moderados es uno de nuestros lastres. Sin embargo, da la impresión de que su argumento sólo va encaminado a apuntalar la autojustificación que cierra el apartado: "Ante la prudencia general, que la crítica vocifere." Sí, que lo haga, pero que respalde sus vociferaciones para no caer en el berrinche del niño al que sus padres no le quieren dar lo que exige. Viéndolo bien, es una suerte que nuestro joven crítico ejerza su oficio en México; si lo hiciera en un país de narrativa "poderosa" como Argentina, en vez de vociferar tendría que aplaudir, ¿y qué sucedería entonces con tanta rabia contenida?

Casi al final de su texto, Lemus detecta que el objetivo de los narradores norteños es "sacralizar" el norte. Y me pregunto, ¿escribir narrativa ambientada en la capital tiene como objetivo "sacralizarla"? ¿No llevaría implícita una intención indagadora y crítica? ¿Entonces en otros lados sólo se escribe, mientras que en el norte, según él, se intenta sacralizar? Parece que nuestro crítico ve una dimensión distinta entre narradores de diferentes regiones. Más adelante, con la premisa "distribución es destino", señala que los narradores del norte son del norte, pero publican de preferencia en la capital y "se leen en las apáticas ciudades del centro. Desde allí se los mira distantemente, con cierto morbo, sin afán de comulgar con su iconografía". Fuera de que quizá Lemus se haya autorretratado como lector en las líneas precedentes, lo cual explica muchas de sus posiciones frente a lo que critica, creo que no resulta ocioso repetir que, en este país, las únicas editoriales con distribución satisfactoria se ubican en el DF, que si uno quiere que lo lean en Tijuana o Mérida debe publicar en el DF, aunque eso es un tema que pertenece a la mercadotecnia o a la sociología, más que a la literatura. Sin embargo, pareciera que estas palabras pretenden afirmar que si los narradores del norte existen es porque los lectores (y críticos) del centro les conceden la gracia de su mirada, lo cual, desde mi humilde punto de vista, no sería otra cosa que un reconocimiento de la obra. Para dejar clara su posición al respecto, nuestro crítico añade una lección de geografía: "Es tan obvio como esto: el norte se define a partir del centro. Es norte porque entre él y el sur hay un punto medio." Y remata: "Mientras más se insista en la particularidad de la región, más se escribe para el centro." Esta frase bien podría haber acompañado al emblema de un centralismo que ya resulta arcaico.

Desconozco cuáles sean las lecturas que llevaron a nuestro joven crítico a "vociferar" afirmaciones semejantes sobre la narrativa mexicana, en general, y la escrita en el norte, en particular, pero creo que no han sido las suficientes. Si algo distingue a nuestra narrativa actual es precisamente una variedad de voces, estilos, recursos, intereses y temáticas cuya meta, más allá de las divisiones geográficas, es tan sólo literaria. Sin embargo, le agradezco a Lemus sus "vociferaciones", sus ocurrencias y sus conceptos. Me han servido para pensar de nuevo algunas cuestiones que ya tenía un tanto difuminadas, para aclararme ciertas ideas sobre la existencia o inexistencia de la narrativa del norte que él, insistiendo en una actitud reduccionista y centralista a la vez, siempre identifica con el narco: "Seamos sinceros: ninguno de estos autores denuncia porque ninguno desea el fin de la narcocultura. De ella se nutren sus novelas, de ella depende su imaginario. Más aún: el norte, su identidad, cuelga, en buena medida del mismo gancho. El narco ha delineado una identidad regional antes más difusa: su cultura recorta y aglutina. Ah, el norte. Ah, el narco. Sonrisa."

Ante el poder de tal visión crítica, sólo nos queda sonreír también.~

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