Paul Celan (1920-1970) creía, como tantos otros, que la biografía de los poetas no debe ser otra que su propia poesía. Pero de pocos poetas, sobre todo entre los reputados como los más difíciles, se puede saber tanto como de Celan, leyendo, principalmente, su poesía. Entre Poemas y prosas de juventud
((Paul Celan, Poemas y prosas de juventud, edición de Barbara Wiedemann y traducción de José Luis Reina Palazón con la colaboración de Iona Zlotescu para los textos rumanos, Madrid, Trotta, 2010.
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y Poemas póstumos,
((Celan, Poemas póstumos, edición de Bertrand Badiou, Jean-Claude Rambach y Barbara Wiedemann, traducción de J. L. Reina Palazón, Madrid, Trotta, 2003.
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leemos cómo cada poema, frondoso al principio, se va aligerando de su vegetación, condenado a su expresión más desnuda. Examinar ese follaje derramado a lo largo de una vida es una de las maneras de entender a Celan, hombre cuya fama de extrema reserva queda desmentida por la ansiedad confesional, abierta o no, de sus numerosas cartas y de sus escasas, aunque sustanciales, prosas. Me es imposible no rehuir el tópico: antes que Ludwig Wittgenstein nos ordenara callar ante lo que no se puede hablar, está lo que Celan tenga que decir. En 2020 se han cumplido cincuenta años de su muerte y cien de su nacimiento.
Adorno no responde
Hijo de una cantante francesa y católica, Madame Adorno della Piana, el filósofo T. W. Adorno (1903-1969) no era propiamente judío, pero renunció pronto a firmar con el apellido de su padre, Oscar Wiesengrund, él sí un judío alemán de oficio comerciante. Celan, antes del desencuentro de principios de julio de 1959, lo creía judío y con motivo de ese episodio escribió “Diálogo en la montaña”,
((Celan, “Diálogo en la montaña” en Obras completas, prólogo de Carlos Ortega y traducción de J. L. Reina Palazón, Madrid, Trotta, 1999, pp. 483-486.
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una de las pocas expresiones en prosa del poeta rumano de lengua alemana.
La iniciativa de juntarlos partió del crítico Peter Szondi, uno de los más finos exegetas de Celan, buen amigo, además, de los dos. De aquel veraneo por Alemania, Austria y Suiza, los Celan (Paul, Gisèle Celan-Lestrange y el hijo de ambos, Eric), regresaron al parecer precipitadamente a París –donde vivió el poeta desde 1948 hasta su suicidio en 1970– pese a que Adorno llegó puntualmente a la cita en Sils-Maria, aquel sitio de veraneo en los Grisones tan asociado a la memoria de Friedrich Nietzsche.
El no encuentro entre Celan y Adorno en Sils-Maria es fundamental. Adorno –quien había dictado el veredicto de 1951, adrede provocador, de que “escribir un poema después de Auschwitz es barbarie”–
((T. W. Adorno, Crítica de la cultura y sociedad, I. Prismas. Sin imagen directriz en Obra completa, 10/1, edición de Rolf Tiedemann y traducción de Jorge Navarro Pérez, Madrid, Akal, 2008, p. 25.
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se enfrentaba al autor de “Fuga de la muerte” (1948),
((Celan, “Fuga de muerte” en Obras completas, op. cit., p. 63.
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algo así, según John Felstiner, como “el Guernica de la literatura europea de la posguerra”
((John Felstiner, Paul Celan: Poet, survivor, Jew, Nueva York, Yale University Press, 1995, p. 33.
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y sin duda el poema canónico sobre el Holocausto. Tal parece que Celan –hombre huraño y depresivo cuyos padres murieron en un campo de exterminio de Transnistria– rehuyó el encuentro. En el “Diálogo en la montaña” –provenga de Georg Büchner (“Yo soy el Judío Errante”) o de Franz Kafka– se habla de un judío “grande” y otro judío “pequeño”, de tal modo que Adorno bromeó con que si Celan quería conocer a un gran pensador judío, más le valía hablar con Gershom Scholem, tan influyente, cuando lo leyó tiempo después, en los últimos poemas de Celan.
((Ibid., pp. 234-236.
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Frente a Scholem, como frente a Martin Buber, se decepcionó un poco Celan, estudiante ansioso y algo atorrante que esperaba de los sabios patriarcas esas respuestas a sus preguntas, las cuales, al no existir, y es preciso decirlo, son la materia, la dignidad y el destino de su propia poesía. Celan le preguntó a Buber si un poeta judío, después del Holocausto, debía no solo escribir sino publicar en Alemania. Buber, imperturbable, le respondió que el sentido común indicaba hacerlo.
((Ibid., p. 161.
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Aunque posteriormente Adorno y Celan se conocieron, la relación, como tantas otras en la vida del poeta, terminó mal porque el poeta, acusado dolosamente por Claire, la viuda de Yvan Goll, de haber plagiado a su marido moribundo, no obtuvo, en el asunto más doloroso de su vida pública, el respaldo pleno de Adorno, mientras el resto de la literatura alemana se volcaba a su favor. Pero en la primavera parisina de 1961, el filósofo no podía desdecirse de su polémica frase.
Con cierta maña o certera mayéutica, Adorno consideraba que les había picado la cresta a los jóvenes escritores alemanes, alejándolos de las facilidades de “la literatura comprometida”. Esto, por cierto, colocaba en el mejor de los lugares al “hermético” Celan, que a lo largo de sus casi mil poemas (entre los publicados y los póstumos) se acercó, musitando, a ese silencio imposible pregonado por Adorno, a quien la postulación de Nelly Sachs (Premio Nobel en 1966 y “madrina” de Celan, que lo consideraba una criatura “bendecida por Bach y Hölderlin y bendecida por los jasidim”),
((Paul Celan/Nelly Sachs, “Carta número 19” en Correspondencia, edición de Bárbara Wiedemann y traducción de Antonio Bueno Tubía, Trotta, Madrid, 2007, p. 22.
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como la poeta que miraba de frente al Holocausto, no lo convenció.
((Stefan Müller–Doom, Adorno. Une biographie, traducción de Bernard Lortholary, Gallimard, París, 2003, pp. 414–415.
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El “Diálogo en la montaña” reflejó esa tensión en lo indecible: tenía razón Adorno en su veredicto filosófico y tenía razón a su vez Celan en refutarlo con poesía. “El silencio se hizo”, leemos, “pues, el silencio allí arriba en la montaña” no duró mucho porque “cuando el judío viene y encuentra a otro judío, entonces el silencio se acaba pronto, también en la montaña. Pues el judío y la naturaleza son dos cosas distintas, todavía, incluso hoy, incluso aquí”, porque el judío “no tiene nada que le pertenezca verdaderamente, que no sea fiado, prestado y no devuelto–”.
((Celan, “Diálogo en la montaña”, en Obras completas, op. cit., p. 483.
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Cuando leyó “La herida Heine” (1956), de Adorno, Celan encontró que en Heinrich Heine, el otro poeta judío de lengua alemana exiliado en París, estaba el anticipo de su desarraigo. Heine fue el primero –según el filósofo– en sufrir el fracaso de la emancipación judía y Celan vino a corroborar esa radical y extenuante imposibilidad.
Benjamin y su respuesta encriptada
“Port Bou: ¿alemán?” es un poema escrito en julio de 1968 e incluido en los Poemas póstumos, aquellos que Celan no solo no destruyó sino recopiló cuidadosamente. Su tema es, desde luego, el suicidio de Walter Benjamin (1892-1940) en Port Bou, en la raya de Francia, aquel 26 de septiembre, cuando prefirió esa fuga de muerte a ser capturado por los alemanes. Dice así el poema: “Lanza el manto del disimulo lejos, el / yelmo de acero / Siniestro- /nibelungos, diestro- / nibelungos: / purorrinfincado, purgificado” […] “Benjamin / os nonea, por siempre, / él asiente. / Una era así, ni /como Bauhaus B, / no. / Nada de Muitardes, /una guarecida /franquía.”
((Celan, Los poemas póstumos, edición de Bertrand Badiou, Jean-Claude Rambach y Barbara Wiedemann, traducción de J.L. Reina Palazón, Trotta, Madrid, 2003, p. 161. Pero aquí utilizó la traducción ofrecida por Dogà al inicio del libro (p. 9 infra).
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Celan tuvo conocimiento temprano de la obra dejada por Benjamin y el veneciano Ulisse Dogà escribió un libro por fuerza pedante (Port Bou: ¿Alemán? Paul Celan lee a Walter Benjamin, 2009), el cual ilustra sobre cómo se realiza, en el siglo XXI, la exégesis celaniana. Dogà parte de “El meridiano”, la gran conferencia de 1960 con la cual Celan recibió el Premio Büchner, en la cual el poeta va de Malebranche a Benjamin sobre Kafka para afirmar que “la atención es la oración natural del alma”.
((Ulisse Dogà, Port Bou: ¿Alemán? Paul Celan lee a Walter Benjamin, traducción de José Luis Arántegui, La balsa de Medusa, Madrid, 2012, p. 13.
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Dogà, ante la otra famosa no-respuesta recibida por Celan, cuando le hizo a Heidegger la pregunta expresa sobre su silencio ante el Holocausto, propone que sea Benjamin quien responda.
Dogà nos recuerda que la arrasadora influencia de Benjamin es otra de las consecuencias del 68 y yo agregaría que ningún otro pensador fue, para bien y para mal, tan decisivo al convertir a la imposible sociología marxista en una nueva historiosofía de carácter a la vez mesiánico y nihilista. El pasado, según Dogà, sufrió, gracias a Benjamin, una metamorfosis y reapareció como una constelación insuperable por estar instalada en el presente. Si el suicida de Port Bou fue un verdadero profeta, Celan será su cantor de gesta. Para demostrarlo, sintetizo la exégesis de Dogà. Lanzar fuera el manto de invisibilidad, el casco de acero, es sencillo de interpretar: Celan entiende que Benjamin vio, muy al comienzo de la década de los treinta, el dominio del totalitarismo y la guerra, aunque el filósofo alemán estuviese pensando en la “estetización de la política”, el fascismo, y no también, como infiere Dogà, en la “politización de la estética”, es decir, en el comunismo. Ese desenmascaramiento benjaminiano sería su rechazo al ocultismo reaccionario de Stefan George y su secta, así como su elección del marxismo, aunque el soplo de Benjamin se concentra en un universo angelical donde poco importa qué entendía él por marxismo.
Los nibelungos de derecha serían los “tradicionales izquierdistas burgueses” como los Alain y los Julien Benda, mientras que los nibelungos de izquierda son los intelectuales comprometidos como André Malraux, ambos jefes de tribus incapaces de seguir el vuelo del “ángel de la historia”, como sí lo habían percibido “estetas” como Marcel Proust, André Gide, los surrealistas y, desde luego, Celan. Sobre el terreno, la Historia cayó en manos de mentes –democrático-burguesas o dizque proletarias– incapaces de entenderla, de prevenir el antisemitismo que, en la clave de Jean-Paul Sartre en sus Reflexiones sobre la cuestión judía (1944) o de la Escuela de Frankfurt, sobreviviría a los campos de exterminio y al “escándalo fariseo” causado por el Holocausto –según los frankfurtianos– en el liberalismo. Aunque Dogà no lo menciona, la reciente revelación del Alain antisemita durante la guerra o la obsesión de los Agamben por el espacio concentracionario como la racionalidad que el neoliberalismo oculta e impone, le daría la razón a su tesis en Por Bou: ¿Alemán? Paul Celan lee a Walter Benjamin. Más escabroso es entender cómo los nibelungos se habrían “purificado” o “purgado” en el río Rin y Dogà deja los versos al juicio del buen entendedor.
((Dogà, Port Bou: ¿Alemán? Paul Celan lee a Walter Benjamin, op.cit., p. 65
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Con aquello que Benjamin “os nonea”, Celan quiso decir que fue el negador ante el Altísimo y el portador del asentimiento (“él que dice sí”, en la traducción, más clara, de Reina Palazón), de la síntesis positiva. Y en cuanto a la mención de la Bauhaus “B”, Celan está rechazando la segunda etapa de aquella vanguardia arquitectónica, en los Estados Unidos a partir de 1933 y su absorción por parte del capitalismo, según Dogà. “Nada de Muitardes” quiere decir nunca es demasiado tarde para guarecerse sin perder la esperanza escatológica en el ángel de la historia, siempre presente como lucha continua, en esta sobre-interpretación ultra-izquierdista del Benjamin de Celan, con la cual el poeta acaso hubiese estado de acuerdo, en aquel 1968 en que salió a las calles de París a cantar La Internacional en ruso, yiddish y francés. Su hijo Eric, estudiante de trece años en ese entonces, estuvo orgulloso, esa tarde, de su padre.
((Felstiner, Paul Celan: Poet, Survivor, Jew, op.cit., p. 258.
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Cioran desenmascarado
El asunto de Celan con E. M. Cioran (1911-1995) es más terrible y más sencillo. Ambos exiliados rumanos –uno fiel a su lengua materna, el alemán, y otro fugado del rumano al francés–, se conocieron en París debido a que Celan tradujo al alemán Ejercicios de descomposición en 1953. Se hicieron buenos amigos porque Cioran tuvo la cautela de contarle al poeta que antes de 1937 anduvo en malos pasos como simpatizante de la fascista Guardia de Hierro, también conocida como Legión de Acero. A Cioran, como a Mircea Eliade y a otros legionarios, la dictadura comunista en Rumania, al encapsular toda la información, les sirvió para retrasar el conocimiento, en Occidente, de la verdad. El “sospechoso” Cioran no llegó para quedarse en París en 1937, como le dijo a Celan. En la rebelión legionaria de 1941, contra el general Antonescu, encontramos a Cioran como un vociferante agitador antisemita. A partir de 1967 empezaron a conocerse las decenas de artículos que Cioran no dejó de escribir a favor de Hitler. Enterado Celan de la mentira de una de las pocas personas que en verdad estimaba (“Hace media hora he telefoneado a Cioran para interesarme por él; lo veré mañana”, le escribe a Gisèle en 1960),
((Paul Celan/Gisèle Celan–Lestrange, “Carta número 115” en Correspondencia (1951–1970) con una selección de cartas de Paul Celan a su hijo Eric, edición de Bertrand Badiou y Eric Celan, prólogo de Francisco Jaruata y traducciones de Mauro Armiño y Jaime Siles, FCE/Siruela, Ciudad de México, 2010,” p. 147.
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rompió con él para siempre.
((Celan/Celan–Lestrange, Correspondencia (1951–1970), op.cit., p. 976.
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El disimulo del gran Cioran convierte Un pueblo de solitarios (1955),
((E.M. Cioran, “Un pueblo de solitarios” en La tentación de existir, traducción de Fernando Savater, Taurus, Madrid, 1973.
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donde el aforista se cura en salud y lava una culpa antisemita cuyas dimensiones se desconocían en París, en una de las expiaciones más problemáticas del siglo XX. Ello explica también que el retrato de Celan, escrito por un Cioran indiferente ante su creciente mala fama, sea tan mediocre (“un ser extraordinariamente desgarrado” a quien él consecuentaba en su histeria)
((Cioran, “Apuntes sobre Paul Celan” (1985) en Ejercicios de admiración y otros textos. Ensayos y retratos, traducción de Rafael Panizo, Tusquets, Barcelona, 1992, pp. 189–191.
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y haya sido excluido por Gallimard de sus dos colecciones de obras del rumano. Se puede leer, en español, en Ejercicios de admiración y otros textos. En cambio, Alexandra Laignel-Lavastine sostiene que al suicidarse Celan, el teórico del suicidio se vio superado “metafísicamente” por su supuesto discípulo y en mayo de 1970, desasosegado, escribió un borrador archivado de una carta sin destinatario preciso y nunca enviada, pero dirigida a un amigo judío, donde se retracta, se justifica, se disculpa… Celan había sido su caución, su “judío útil”.
((Alexandra Laignel-Lavastine, Cioran, Eliade, Ionesco. L’oubli du fascisme, París, PUF, 2002, pp. 479-484.
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Éluard o amar al deshonrado
Nunca se conocieron Celan y Éluard. Este murió con olor a santidad cuando el autor de La arena de las urnas (1948) y Amapola y memoria (1952) era un humilde políglota de 31 años (tradujo a 46 poetas en seis lenguas, unos 2,500 poemas, durante toda su vida) que trabajaba a destajo en París, tratando de salvar del olvido la poesía del surrealista alemán Goll, una generosidad que le costó muy cara. Es evidente que Celan proviene del surrealismo y que el surrealismo gana potencia de irradiación entre más se aleja del primer círculo de André Breton y de sus padres fundadores, como el propio Éluard. Los surrealistas más memorables fueron heterodoxos en la heterodoxia al cambiar de lengua y de continente, siempre acusados de llegar tarde.
Todo lo que Celan escribió antes de llegar a París, en la Bucovina donde nació el 23 de noviembre de 1920 y en la Bucarest donde hizo trabajos forzados para las autoridades rumanas al principio aliadas de los nazis y virulentamente antisemitas, tiene mucho de Éluard. Después, al traducir del ruso para los nuevos amos soviéticos, en 1942 y 1947, descubre una lengua en cuyos poetas encontrará hermandad en el sacrificio antes que patrocinio lírico y, durante su fugaz estancia en Viena, en el invierno de 1947/1948 –la única ocasión en que vivió en una ciudad donde se hablase alemán–, será puente entre los surrealistas berlineses o vieneses y los rumanos.
Tan duradero como Éluard mismo, fue su aprendizaje de lo que más tarde Benjamin Péret llamará, con un panfleto con ese título y escrito en México, El deshonor de los poetas (1945). En esas páginas, el compañero de Remedios Varo y el traductor de Octavio Paz pone en solfa las “letanías cívicas” del estalinista en que se había convertido Éluard. Es improbable que Celan lo haya leído cuando escribió, en la víspera de las exequias del antiguo surrealista, “In memoriam Paul Éluard”, del cual copio los primeros versos: “Pon en el sepulcro para el muerto las palabras / que dijo para vivir. / Posa su cabeza su cabeza entre ellas, / haz que sienta / las lenguas de la añoranza / las tenazas. // Pon sobre los párpados del muerto la palabra / que ha negado a aquel / que le decía tú, / la palabra / por la que la sangre de su corazón saltó al pasar, / cuando una mano, tan desnuda como la suya, / a aquel que le decía tú / enlazó en los árboles del futuro […]”
((Celan, “In memoriam Paul Éluard” en De umbral en umbral (1955) en Obras completas, op.cit., pp. 105–106.
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Éluard se había negado a firmar la petición de clemencia que le solicitó su viejo camarada Breton y que estaba destinada a salvarle la vida al poeta checo Záviš Kalandra, sobreviviente de los campos nazis y ahorcado por trotskista en 1950.
((Celan/Celan-Lestrange, “Cronología” en Correspondencia (1951-1970) con una selección de cartas de Paul Celan a su hijo Eric, edición de Bertrand Badiou y Eric Celan, prólogo de Francisco Jarauta y traducción del francés de Mauro Armiño y del alemán de Jaime Siles, Ciudad de México, FCE/Siruela, 2010, p. 1952.
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Es en memoria de su amigo Kalandra, y no de Éluard, que Celan escribe ese responso.
Celan siempre se sintió orgulloso de la tradición revolucionaria –más anarquista que socialista– de la que provenía. Adoraba a Karl Liebknecht y a Rosa Luxemburgo, los mártires espartaquistas del fallido sóviet berlinés de 1919, y a esta última la homenajeó al emparentarla con otra Rosa, una joven comunista que fue su novia en su natal Czernowitz, en “Coagula”, poema que comienza: “También tu / herida, Rosa”.
((Celan, “Coagula” en Cambio de aliento (1967) en Obras completas, op.cit., p. 242.
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Pero el deshonor de Éluard no manchó el amor de Celan por su poesía. Por esa misma correspondencia, sabemos que recibe de su mujer, en Suresnes, en el invierno de 1965/1966, la Choix de poèmes, del “primaveral” Éluard. Es la única lectura que se permite (“No necesito libros –de vez en cuando abro el poemario de Éluard para encontrar un verso…”)
((Celan/Celan–Lestrange, “Carta número 326” en Correspondencia (1951–1970), op.cit., pp. 364–365.
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durante esa cura en un manicomio. Teme que el crítico literario Jean Starobinski, además su psiquiatra, se entere de esas infracciones al régimen de absoluto reposo que le ha sido prescrito. Pero más temor le causan una cura de sueño o los electroshocks.
Habitada por ojos, la poesía de Celan pareciera ser aquello que genuinamente pudo sobrevivir, tras el Holocausto, del surrealismo lírico e inocente de Éluard, con cuya idea matriz siempre se identificó: “Les jeux ne sont pas encore faits –un pensamiento que acompaña a toda verdadera intención poética.”
((Celan, Microlitos. Aforismos y textos en prosa, edición crítica de Barbara Wiedemann y Bertrand Badiou; traducción de J. L. Reina Palazón, Madrid, Trotta, 2015, p. 114.
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Todavía en 1966, recuperado parcialmente, Celan reemprendía sus traducciones de Éluard.
Heidegger tampoco responde
¿Martin Heidegger es el maestro de Alemania o “la muerte es un maestro alemán”, como dice Celan en “Fuga de la muerte”?
((Celan, “Fuga de la muerte” en Amapola y memoria (1952) en Obras completas, op. cit., pp. 63-64.
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Ni Hannah Arendt ni Celan tuvieron una respuesta aunque la buscaron, ella a lo largo de su vida, él durante un breve e intenso tiempo. Más allá de Alemania y a pesar de lo que entonces se consideraba una infatuación pasajera de Heidegger por el nazismo, seguida de una decepción que nunca fue tal, su filosofía fue decisiva para un par de generaciones y es imposible leer a Celan sin su influencia.
Durante los primeros años de la década de los cincuenta, el poeta casi no hizo otra cosa que leer Ser y tiempo, así como los pasajes del filósofo sobre Friedrich Hölderlin y Rainer Maria Rilke. Y si bien sería falso decir que Celan fue para Heidegger lo que Hölderlin para Hegel, el filósofo tuvo al autor de Amapola y memoria por un contemporáneo capital, al grado que lo invitó a conversar a su cabaña de Todtnauberg, en la Selva Negra, el 25 de julio de 1967. En el libro de visitas de Heidegger anotó Celan: “En el libro de la cabaña, la mirada puesta en la estrella en la fuente, con la esperanza de encontrar una palabra que llegue al corazón.”
((Celan/Celan-Lestrange, “Cronología” en Correspondencia (1951-1970), op. cit., p. 927.
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No hubo, ni para la devota Hannah ni para Celan, ni para nadie, esas palabras de expiación, de explicación o de consuelo, sobre su obcecado silencio sobre el Holocausto tan esperado “de corazón” por tantos y que hubiera sacado a Heidegger del lado oscuro desde donde sigue, al parecer, reinando como un Tiresias.
La actitud ante Heidegger era, desde luego, un problema para los jóvenes escritores alemanes desde que se fundó el Grupo 47, al cual Celan fue invitado y donde, para no variar, cayó mal. A Ingeborg Bachmann, su mejor amiga desde entonces, le escribirá Celan el 10 de agosto de 1959: “Queda Heidegger. Sin duda yo soy el último, tú lo sabes, que pueda mirar para otro lado con respecto al discurso del rectorado de Friburgo y algunas cosas más…”
((Ingeborg Bachmann/Paul Celan, “Carta número 138” en Tiempo del corazón. Correspondencia. Con la correspondencia entre Paul Celan y Max Frisch y entre Ingeborg Bachman y Gisèle Celan-Lestrange, edición de Bertrand Badiou, Hans Höller, Andrea Stoll y Barbara Wiedemann, Buenos Aires, FCE, 2011, p. 138.
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Pese a ello, el poeta, quien se quejaba del antisemitismo real o supuesto de “antinazis tan patentados” como Heinrich Böll y de otros autores, no pudo resistir al embrujo proveniente de la Selva Negra y menos de diez años después, aunque todavía faltaría para su visita a la cabaña, asiste a una multitudinaria conferencia de Heidegger, en Friburgo, precisamente.
((Celan/Celan-Lestrange, “Cronología” en Correspondencia (1951-1970), op. cit., p. 927.
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En carta a su esposa Gisèle, el 2 de agosto de 1967, Celan presumió de haber tenido “en el coche un diálogo serio, con palabras claras de mi parte”, las cuales quedarían “como una conversación que había tenido carácter de época”, pero nada quedó y, contra los deseos del poeta, el filósofo no cogió la pluma, ni escribió “páginas haciéndose eco” de sus admoniciones, como advertencia de que “el nazismo remonta”.
((Celan/Celan-Lestrange, “Carta 536” en Correspondencia (1951-1970), op. cit., p. 556.
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Heidegger admiraba la poesía de Celan aunque lo consideraba un “incurable”, lo cual no es necesariamente en desdoro de los poetas locos, como Hölderlin; más bien le impresionó el refinado conocimiento botánico del rumano durante su corta caminata, según le contó a Hans-Georg Gadamer.
((Felstiner, op. cit., pp. 245 y 286.
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La poesía de Celan es, sin duda, heideggeriana, en la imprecisa medida en que la de Bertolt Brecht es “marxista” o la de Paul Claudel, “católica”. Celan, como otros pensadores judíos, encontró compatible el vacío, la nada, el ser puro, con el misticismo judío. Aparentemente, a ambos los une “la oscuridad” del sentido o, como diría un admirador de ambos –George Steiner–, “la dificultad”.
Emmanuelle Danblon, en un comentario académico, muy a la francesa, del poema “Mandorla” (de La rosa de nadie, 1963), descree de esa falsa empatía del filósofo y del poeta en la Nada. El silencio de Heidegger, según ella, nada dice a Celan y al no hacerlo lo libera del oscurantismo del filósofo, mientras que “la oscuridad” del poeta es sagaz porque atrae la luz, convirtiéndose en el “el antídoto a la tentación nihilista de idolatrar la Nada”.
((Emmanuelle Danblon, Mandorla de Paul Celan Ou l’épreuve de la prophétie avec un étude métrique de Marc Dominicy, Le Bord de l’eau, Lormont, 2017, p. 45.
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El diferendo sobre Heidegger y Celan me rebasa, desde luego. Más vale leer unos versos de Celan, los de “Todtnauberg”, el nombre de la cabaña de Heidegger, con que Celan tituló, en Compulsión de luz (1970), su decepción: “brañas del bosque, sin allanar, / satirión y satirión, en solitario, / crudeza, más tarde, de camino / evidente, / el que nos conduce, el hombre, / que lo oye también, / las sendas / de garrotes a medio / pisar, en la turbera alta, / mojado / mucho”.
((Celan, “Todtnauberg” en Compulsión de luz (1970) en Obras completas, pp. 321-322.
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De haber sabido Celan de la publicación póstuma de los Cuadernos negros (2014), de Heidegger, que detallan su compromiso nacionalsocialista y lo imbricada que él encontraba a su propia filosofía con la idiosincrasia hitleriana, es dudoso que el poeta se hubiese se hubiese permitido esa escapada a la Selva Negra. Tampoco fue grata, para Celan, su visita a Israel en octubre de 1969: tras el caluroso recibimiento, de la mano del poeta Yehuda Amichai y de un emocionado Scholem, sintió euforia. Días después, una angustia insoportable lo obligó a abreviar su estancia y regresar a París.
((Felstiner, Paul Celan: Poet, Survivor, Jew, op.cit., pp. 267-268.
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Levi contra Celan
Uno de familia integrada (Primo Levi, 1919-1987) y otro de familia ortodoxa (Celan), ambos, antes del Holocausto, fueron ejemplo del garbo, la inteligencia y la cultura de miles y miles de jóvenes judíos europeos destinados al exterminio. Al italiano y al rumano hay que sumar a Jean Améry (Hanns Chaim Mayer, 1912-1978), otro escritor judío sobreviviente de los campos que tras dedicarles su obra eligió, como Levi y Celan, el suicidio.
((Berel Lang, Primo Levi. The matter of a life, Yale, Nueva York, 2013 (Jewish Lives); Israel Chalfen, Paul Celan. A biography of his youth, traducción de Maximilian Bleyleben e introducción de John Felstiner, Persea, Nueva York, 1991.
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El trío vino a consagrar a la “víctima diferida” del Holocausto como una categoría deseable para no turbar a la ortodoxia religiosa y un honor concedido al deber de la memoria.
Junto con Améry (y Robert Antelme y Jorge Semprún e Imre Kertész…), el célebre autor de Si esto es un hombre (1947) dejó un testimonio, a la vez detallado y filosófico, de la vida cotidiana de los hombres tras Auschwitz y Buchenwald, los dos campos más nombrados de los aproximadamente 42 mil –de todas las dimensiones y con distintos objetivos de esclavitud o exterminio– que llegó a abrir el imperio hitleriano. De una manera distinta a como lo hizo Adorno, Levi se preguntaba si después de la experiencia en el “lager” se podía seguir escribiendo Hombre con mayúsculas y hablar, llanamente, de humanismo.
Como suele suceder, la crítica más filosa contra Celan vendrá de su propio lado. Aludiendo a que después de todo, el rumano no había estado en los campos donde murieron sus padres, un defensor de Celan dijo que la mala fe de Levi equivaldría a decir que el italiano “solo” estuvo ocho meses prisionero o insistir en que su suicidio –apareció en el cubo de la escalera de su edificio tras caer varios pisos– bien pudo haber sido un accidente, como algunos, entre sus íntimos, aún lo creen.
Hablando de “Fuga de la muerte”, Levi arremete contra la poesía de Celan y su hermetismo. Dijo en una entrevista: “¿Qué se puede decir si el mensaje del poeta está codificado y nadie tiene la clave?” Y lo explicó: “Lo decible es preferible a lo indecible, la palabra humana, al gruñido animal. No es un azar que los líricos más indescifrables en alemán –Georg Trakl y Paul Celan– con dos generaciones de por medio, se hayan suicidado. Su común destino hace pensar en la oscuridad de su poesía como disposición a la muerte, no querer ser, una fuga que culminaron después en una muerte elegida”.
((Primo Levi, Opera, II, Turín, 1988, p. 667.
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La comparación con Trakl le habría encantado, por cierto, al rumano. En otra entrevista, Levi fue aún más lejos. Para él, la claridad y la inteligibilidad deben ser características del compromiso moral del escritor. Uno le concedería cierta razón a quien tuvo como profesión la química industrial si se refiriera solo a quien habla del Holocausto, pero Levi va más lejos y condena la “incomunicación” propia de Samuel Beckett y de ¡Jorge Luis Borges¡, lo cual nos presenta, más que a un adorniano preocupado sobre qué decir tras Auschwitz, a uno más de los antimodernos. Que Ezra Pound “escriba en chino” es simplemente “una falta de respeto”, pues escribir debe ser “un servicio público”.
((Lang, Primo Levi. The matter of a life, op.cit., pp. 67–68.
))
Curiosamente, Celan también se burló de los lectores de Pound, al aparecer sus nuevos Cantos en 1959: “Cuando leen a Pound incluso entienden chino. Con esa libra usurean a gusto –también y no por último quieren mantener a Shylock como cliché”.
((Celan, Microlitos. Aforismos y textos en prosa, op.cit., p. 26.
))
Pero al rechazo grosero de Levi no conviene echarlo en saco rato en nombre de su idea banal y utilitaria de la literatura en general. La reflexión sobre su propia “oscuridad” es decisiva en Celan y toma la forma de una respuesta a Adorno y del diálogo fallido con Heidegger, cuya filosofía, si entiendo bien, prescindió, a diferencia de la poesía (la de Celan, al menos), “de la grandeza de los verdaderos hundimientos”.
((Ibid., p. 109.
))
En Microlitos, la colección de sus aforismos y fragmentos en prosa reunidos póstumamente en 2005, advierte a propios y extraños (periodistas a veces) que “el carácter de comunicación del lenguaje me limita y me agobia menos que a otros; yo actúo en el vacío” y que el horror de los campos, su “sonido”, admite una escritura contrapuntística o “productos gráficos” de aquello.
((Ibid., p. 110.
))
Contra Adorno, Celan parece interpretar al poema como “lenguaje determinado por destino” ajeno a “los modos, los tiempos, los aspectos del tiempo: en el poema habitan unos con otros. Estos son –igualmente– oscuridades, señoras y señores” y adelantándose a las objeciones de Levi, afirma que el poema actual no puede ser ninguna “poésie pure”. Ya no hay lugar para hacer “poesía limpia”, lo cual sería imposible, “por lapidariamente que también aparezca”, por ser “el resultado de tan complejos procesos metafóricos; para ello hay entre otras cosas también estroncio 90 en el mundo”.
((Ibid., p. 111.
))
Subraya, entrando en lo que serían los dominios de Levi – autor de El sistema periódico en 1975– que el “estroncio 90” es un elemento utilizado para detectar bajo tierra restos humanos dejados por las batallas y su composición del poema, así, no es una fuga de la Historia, sino su consumación, al rechazar la totalidad, porque como quería Leibniz, “surge de partes y se descompone en partes”. Se pregunta: “¿Por qué los poemas de épocas anteriores nos parecen más entendibles que los de nuestros contemporáneos? Tal vez porque ellos ya como poemas, junto con su oscuridad ya se han disipado…”
((Ibid., p. 113.
))
Reta a “quien va al poema para husmear metáforas” pues “siempre encontrará –metáforas” y refiriéndose, no sé si con complicidad o desdén, a Gottfried Benn –quizá el único rival a su altura en la poesía alemana de la posguerra– termina por asegurar lo horriblemente pasajero, por humano, de su experiencia: “El poema es tan poco eterno como la existencia de aquello a la que si es un poema, pertenece. No el monumento que eterniza a lo ‘inmortal’ nos acerca al poema; sino al aliento de aquello que –mortal– atraviesa el poema”.
((Ibid., p. 108.
))
Si Levi quería levantar un monumento contra el olvido del Holocausto, lo cual era (y es) lo propio del honor y del humanismo, Celan, me temo, había ido más allá de los monumentos, aferrado a la mortalidad espantosa de todo lo humano. Sí, se debían seguir escribiendo poemas después de Auschwitz porque el lenguaje, como el destino, es una fatalidad, aunque el poema quedase reducido a su mínima expresión, a la conciencia de su no-eternidad.
Mandelstam, el encuentro con el alma gemela
La fama del poeta ruso Ósip Mandelstam (1891-1938) se difundió lentamente por Occidente y no fue sino hasta principios de los años setenta cuando la traducción de Contra toda esperanza (1972), las memorias de su esposa Nadiezhda Mandelstam, permitió una valoración completa de su obra y de su vida. Fue el amor constante en la obra de Celan y puede decirse –lo prueban sus cartas a Gisèle– que los momentos más felices de la desgraciada existencia del poeta rumano fueron aquellos dedicados a leerlo y a traducirlo. Justamente los equívocos en difundir legendariamente a Mandelstam provocaron un malentendido significativo en Celan. Impreciso, el Times Literary Supplement de mayo de 1958 –aparecido justo cuando el rumano se disponía a traducirlo– decía que Mandelstam, aunque deportado por Stalin a Siberia, había sido víctima del exterminio de judíos practicado por los alemanes en las zonas ocupadas de la URSS. A pesar de que tuvo abundante información sobre Mandelstam, su alma gemela, Celan conservó esa imprecisión, haciendo víctima al ruso de los asesinos de sus padres.
((Felstiner, op. cit., p. 136.
))
Situado con orgullo en la izquierda antiestalinista, Celan no podía ignorar el carácter genocida del régimen comunista y tan convencido estaba de su antisemitismo que, a finales de noviembre de 1947, a riesgo de su vida, escapó clandestinamente de Rumania, invadida por los soviéticos desde abril de 1944 y a punto, en los albores de la Guerra Fría, de que cayese la Cortina de Hierro. Así como había destruido libros en ruso obligado por los alemanes, después pasó a destruir libros en alemán obligado por los soviéticos. Unos y otros necesitaban de un joven letrado como Celan para llevar a buen término sus autos de fe. Empero, como le sucedió con frecuencia a los antiestalinistas, a Celan siempre le fue muy difícil equiparar el totalitarismo nazi con el soviético –igual le ocurría a Levi, padre de hijos italianos muy radicalizados– y poner la muerte de Mandelstam en la cuenta de los alemanes respondía a ese mecanismo.
Desde la primera ocupación soviética de Bucovina, en junio de 1940, y a consecuencia del pacto germano-soviético de 1939, el políglota Celan, quien venía regresando de Tours, donde se matricularía en medicina, se decidió a aprender ruso, sabiendo ya el ucraniano. Su amor por Aleksandr Blok, por Vladímir Mayakovski y sobre todo por Serguéi Esenin –esta última pasión no lo abandonaría nunca– lo llevaría a la poesía de Mandelstam, a una “rusificación” de sus emociones, asociada, durante su juventud en los años treinta, al fervor por la Revolución rusa. “Mi esperanza es el Este”, dijo después de encontrarse con la poesía de Mandelstam y de escuchar “Babi Yar” (1961), de Yevgueni Yevtushenko, sintiendo latir a su traicionado y “viejo corazón comunista”, pese a la Primavera de Praga, cuya disolución por las mismas tropas soviéticas, cuyas idas y venidas conoció de jovencito, condenó con vehemencia en 1968.
En memoria de Mandelstam publicó, en 1963, La rosa de nadie (1963) y hablo de él en “Mediodía con circo y ciudadela”: “En Brest ante los anillos en llamas, / en la carpa que al tigre vio saltar, / allí te oí, finitud, que cantabas, / allí te vi, Mandelstamm
((Es Celan quien agrega esa m al apellido de Mandelstam.
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[…] Lo infinito cantaba, lo constante, – / tú, cañonera, te llamabas ‘Baobab’. / Saludé a la tricolor / con una rusa palabra – / Lo perdido no se perdió, / el corazón, fuerte plaza”.
((Celan, “Mediodía con circo y ciruela” en Obras completas, op.cit., p. 183.
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Son muchas las menciones a Mandelstam en la poesía, los discursos y aforismos de Celan, para quien el mártir ruso escribió versos “libres de creaciones de palabras, acumulaciones de palabras, destrucciones de palabras, al contrario del futurismo que se extendía al mismo tiempo. No son ningún ‘nuevo arte expresionista’ sino el habitante de ‘un lugar humano’, ‘un lugar en el universo’, sin duda, pero aquí abajo en el tiempo. El poema permanece, con todos sus horizontes, un fenómeno sublunar, terrestre, de la creatura humana. Es lenguaje de un individuo hecho forma, tiene objetualidad, objetividad, presencia. […]”.
((Celan, Microlitos. Aforismos y textos en prosa, pp. 145-146.
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Desde luego, que Mandelstam fuera también judío e hijo de una familia practicante como la suya hacía más intenso el calor de hogar. Pero un Heidegger, siempre pendiente de la poesía de Celan, consideraba que sus traducciones de Mandelstam “judaizaban” en exceso los poemas del ruso. Y si el filósofo de Ser y tiempo no es precisamente la persona adecuada para hacer esa observación, Felstiner cree que judaizar la crucifixión de Cristo como parte de la agonía judía no era para Celan –como tampoco lo fue para Marc Chagall– una contradicción.
((Felstiner, pp. 104 y 133.
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Al contrario: el cristianismo volvía a ser un extravagante y peligroso camino judío.
Mandelstam, el autor de Tristia (1922) y de Cuadernos de Vorónezh (1935-1937), arrestado y enviado al gulag por atreverse a escribir un “Epigrama contra Stalin” (conocido también como “El montañés del Kremlin”, 1933), murió de tifoidea, el 27 de diciembre de 1938, tras haber sido sometido a una “cura” de agua helada por los guardianes del campo de trabajo, en Vorónezh.
“Todos los poetas son judíos”, había escrito Celan, utilizando un epígrafe proveniente de un verso, irónico, de Marina Tsvietáieva.
((Ibid., p. 197.
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Desaparecido del domicilio a donde su esposa y su hijo lo habían desterrado por haberse tornado imposible convivir con él, Celan se arrojó al río Sena, entre el 19 y el 20 de abril de 1970.
((Celan/Celan-Lestrange, “Cronología” en Correspondencia (1951-1970), p. 953.
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Es probable que lo haya hecho desde el puente Mirabeau, al cual Apollinaire le cantó, como bien lo sabía Paul Celan. Nadie lo vio saltar. ~
es editor de Letras Libres. En 2020, El Colegio Nacional publicó sus Ensayos reunidos 1984-1998 y las Ediciones de la Universidad Diego Portales, Ateos, esnobs y otras ruinas, en Santiago de Chile